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Se muestran los artículos pertenecientes a Junio de 2005.

ENFERMEDAD Y LECTURA

1.- No es que haya que estar enfermo para leer más, pero, curiosamente, ese estado de pérdida de la salud personal invita (cuando la cosa no es muy seria) a refugiarse en los libros y a sumergirse en las historias que cuentan. Y no han dejado de recordármelo muchos amigos y amigas que me han llamado, escrito o venido a ver estos últimos días; “bueno, ahora podrás leer todo lo que tenías aparcado”. Dicho así, la verdad, no sé si tal aseveración me alegra o me intranquiliza, porque solemos tener aparcadas bastantes lecturas y, ahora, parece que me veo en la obligación de “ponerme al día” con todas ellas.
De momento, lo que sí leo más es el periódico. Tengo la costumbre de comprarlo todos los días, pero no tengo suficiente tiempo para leerlo a diario. En ocasiones, sólo los titulares para matar la mala conciencia de que lo he comprado y no he encontrado un rato para echar un vistazo a sus páginas.

2.- TESIS COINCIDENTE. Hace unos días, publicaba un artículo en El Pais, la escritora Carme Riera, titulado “Leyendo estamos a salvo”. Parte la autora de una referencia al Quijote, del que dice que es la historia de un lector, que a lo largo de la historia no ha dejado de generar lecturas. Confiesa Carme que a los ocho o nueve años descubrió el significado del título del artículo; justo cuando su padre le leyó la Sonatina de Rubén Darío. Aquellas palabras escuchadas (la lectura en voz alta que no deberíamos abandonar las maestras y maestros nunca), aún sin entenderlas del todo la empujaron a aprender a leer con todas sus fuerzas. Y en cuanto supo leer, su padre cerró la biblioteca familiar con llave, al ver la voracidad lectora de su hija. “Casi al mismo tiempo que me incitó al placer de la lectura, me lo prohibió”. Y añade Carme: “A estas alturas no me parece un mal método. De manera que cuando me preguntan ¿qué haría usted para que la gente leyera más?, suelo contestar, prohibir la lectura. En mi caso, funcionó; me las arreglé para abrir la puerta, coger los libros sin que lo notaran y a escondidas, a veces alumbrándome con una linterna, seguí leyendo”. Hace unos pocos años –en 1999- escribí un artículo en el nº 106 de la revista Platero (revista ovetense, que dirige el amigo Juanjo Lage) titulado “Animando la lectura desde la biblioteca escolar”. Tras una serie de sugerencias, terminaba diciendo: “En último caso, si todo esto falla, permítanme una pequeña frivolidad: entonces tendremos que considerar seriamente la posibilidad de prohibir los libros, de convertirlos en objetos raros e inaccesibles. Quizás de esa manera vuelvan a despertar la curiosidad de quienes se han entregado con vehemencia a consumir otros soportes de comunicación, justo cuando más posibilidades tenían de leer y acercarse a los libros”. Me alegro de compartir tesis con Carme Riera. No somos los únicos a los que nos ronda esa idea por la cabeza.

3.- SEGUNDA COINCIDENCIA. Hace unos días me regalaron un librito tres amigas que vinieron a verme a casa. Es un libro que cabe en una mano y que está editado primorosamente por José J. de Olañeta, el editor balear que tan bellos ejemplares entrega a los lectores. El libro es un clásico de la ecología y se titula “El hombre que plantaba árboles”, de Jean Giono. El protagonista es un pastor que se ha empeñado en una labor gigantesca, como es repoblar en silencio las montañas y laderas por las que transita con su ganado, sembrando bellotas, hayucos y cualquier otra semilla de árboles que pueda encontrar. El personaje de ficción, el pastor ecologista se llama Elzéard Bouffier. Es una fábula hermosa de lo que podría ser el planeta si estuviera poblado por seres responsables que, aún asumiendo la necesidad de progresar por los beneficios que comporta (o debería de comportar) para todos, no olvidasen que el referente imperecedero debería ser el mundo natural. Eso nos hubiera llevado, hace ya años, a establecer algunas barreras, algunos límites a muchas actividades para preservar la vida con otros niveles de pureza y de integridad.
Yo conozco a otro silencioso Elzéard. Se llama Mariano y es mi padre. Durante varios inviernos, con más de setenta años a sus espaldas (ahora tiene 87) pasaba las mañanas en el monte de Los Tozales, una zona de monte de su propiedad. En los pueblos de montaña, parte de los montes son de propiedad particular. Eran la cuarta “pata” de una organización económica por la que buen número de familias del pueblo disponían de tierras de secano para el cereal, algo de regadío para los productos de huerta, algo de monte para la leña y madera y algo de ganadería. Con todo ello y mucho trabajo se vivía con justeza. El caso es que mi padre se empeñó en limpiar el monte, cortando las ramas bajeras de los árboles ya hechos, aclarando el número de ejemplares en algunos bosquetes con excesivo número de plantones, cortando los arbustos y sembrando bellotas en los claros que admitían mayor densidad de árboles. Fue un trabajo callado, en soledad. Él siempre se defendía diciendo que en el bosque hacía menos frío que fuera de él; se sentía arropado y cobijado y hacía una faena que él juzgaba necesaria. Decía que los nietos a lo mejor podrían disfrutar de un monte más poblado y más limpio. Lo cierto es que si todos los bosques estuvieran como lo dejaba mi padre serían lugares hermosos para visitar, recorrer, pasear y contemplar las distintas especies vegetales que los componen.
Me gustó que al releer la historia de E. Bouffier la asociara mentalmente con la de mi padre y que la lectura, una vez más, hubiera obrado el milagro de establecer misteriosas, emocionantes o significativas conexiones con la vida, con las vivencia y los recuerdos. Este tipo de ejemplos son los que pongo yo cuando me piden que dé consejos para animar a leer.

4.- Y aunque es posible que sea verdad, que cuando uno está enfermo lee más, yo prefiero (y la inmensa mayoría, creo yo) leer menos y estar bien de salud, para decidir qué hacer en cada momento.
06/06/2005 19:48 #. sin tema Hay 1 comentario.

GRUPO DE LECTURA DE MADRES Y PADRES

Ayer por la tarde, los componentes del Grupo de Lectura del CEIP Miguel Servet de Fraga, tuvimos la última reunión de este curso. Nos juntamos en el “monte” (así nos referimos por aquí a las casas que el personal tiene en las huertas) de Alicia y Manel (o al revés, de Manel y Alicia, por aquello del “tanto monta, monta tanto”). Con ese encuentro cerramos el tercer año de funcionamiento de este grupo. Habitualmente, nos reunimos una tarde al mes en la biblioteca del colegio y acompañamos nuestra conversación sobre libros y lecturas, con algunos postres, café o té. Hasta ahora hemos funcionado leyendo cada cual los libros a los que tiene acceso, de un autor o autora que hemos elegido y consensuado. No leemos todas lo mismo, aunque en ocasiones nos intercambiamos lecturas comunes: un cuento, un poema, una crónica periodística, una entrevista de prensa... Fina, guarda en su tienda los libros y hasta allí acuden los componentes del grupo a cambiar los libros.
La de ayer fue una reunión especial, sobre todo para mí, por el lugar donde la hicimos, porque, como ya he dicho antes, era la última de este curso y porque el “descoordinador” (o sea, yo) no pude asistir a la anterior (el pasado 23 de mayo) por estar hospitalizado con una afección cardiaca. De hecho, mientras la mayor parte del grupo se reunía ese día en la biblioteca del colegio, yo viajaba en ambulancia, camino de Barcelona, para hacerme un cateterismo (y es que la vida y la literatura se entrelazan de mil maneras).
Bueno, a lo que iba, ayer echamos a faltar a Eva, a Montse y a Tere que, por unas razones u otras no pudieron venir. Allí nos encontramos –y escribo los nombres como me vienen, en claro “desorden” alfabético-: Alicia, Fina, José Luis, Rosa G., Yolanda, Mª Carmen, Rosa L., Mercè. Pili, Eli, Nati, Ana y un servidor. Para mí fue un más que agradable reencuentro con todas ellas. Comenzamos hablando del recientísimo fallecimiento de Jesús Moncada y Ana nos leyó uno de sus relatos, como sencillo homenaje a un autor de orígenes tan próximos (nació y vivió en Mequinenza) y que ya leímos en el primer año de funcionamiento del grupo. Tanto “Camí de sirga”, como los relatos de “El café de la granota” o “Històries de la mà esquerra”, son obras literarias muy reconocidas.
Luego se nos fue la tarde conversando de manera amable y distendida. Somos un grupo variopinto de personas, unidos por nuestra afición lectora, que hemos desarrollado unas relaciones personales entrañables. Probablemente esa posibilidad sea el aspecto más interesante de estos grupos que, a través de los libros y la lectura, generan otras complicidades, tejen redes invisibles entre sus componentes; redes que nos fortalecen anímicamente. Renovamos nuestro deseo de continuar el curso próximo y nos deseamos buenas lecturas para este verano. Nos hicimos unas cuantas fotos y yo me sentí emocionado cuando recibí, como “descoordinador” del grupo el regalo de dos libros y un marcapáginas personalizado con un acróstico con mi nombre y un dibujo de mi “careto”; un regalo inesperado que me dejó sin palabras. En el número 52 de Bibliotelandia (el boletín de la biblioteca escolar del colegio) ocupamos tres páginas de comentarios y reseñas de los libros leídos durante este curso.
Y luego, nos dimos unos abrazos, nos deseamos bonitas cosas y nos despedimos oficialmente hasta el próximo curso.
16/06/2005 08:49 #. sin tema No hay comentarios. Comentar.

Gonzalo Moure responde

Algún problema hemos tenido para incluir como "comentarios" estas respuestas de Gonzalo Moure al texto de 26 de abril de 2005, titulado "Visita de Gonzalo Moure". Hasta tal punto, que hemos optado por colocarlas como un texto nuevo, con esta referencia inicial. Quien lea este texto necesitará irse a la fecha nombrada y leer aquél, junto con los comentarios para entender mejor las respuestas; respuestasal texto de Mariano y a las cartas de Fiama, Houda, Ainhoa y Marta, por este orden:

1.- ¡Menos mal que me he enterado de la existencia de ésta página! He escrito a
Mariano, para ver cómo se encontraba después del susto, y con su respuesta
venía la dirección de su blog. Ya veo que mejoras, Mariano, porque ahí abajo
tienes la respuesta: te doblarás en la huerta de los manzanos de los
chavales cuando hayas cumplido 87, nunca dejarás de ayudarles a plantar
nuevos manzanos.

2.- ¡Hola, Fiama! Sí, tu nombre es un relato, una llama dispuesta a quemar la
maleza, esa parte del bosque que sólo sirve para retrasar el crecimiento de
los árboles, para criar parásitos y dificultar la vida de sus habitantes más
sanos.

Lo que dices del dinero es verdad. He acabado el borrador de un cuento en el
que dos duendes amigos toman diferentes caminos, pese a vivir en un bosque
como el de antes, y tener a su alcance una felicidad sencilla y llena de
vida. Uno se va para ganar dinero en la ciudad, el otro se queda para ser
feliz en el bosque. El primero vuelve al bosque, ya rico, pero se da cuenta
de que ha quemado toda su vida para alcanzar la felicidad de la que su amigo
ha disfrutado durante toda la vida. La idea salió de un encuentro menores
que vosotros, entre los que había cuatro que decían que preferían el dinero
a la felicidad. ¡Han logrado que el dinero sea un dios al que adorar, no un
medio, sino un fin en sí mismo!

Sí, algún día usaré tu nombre, pero tranquila, que no lo desgastaré: lo
compartiremos.


3.- Este es el mejor regalo que me podías hacer, Houda. Y nuestra charla fue
estupenda, porque estaba fuera de programa. De vez en cuando hay que hacer
cosas así, imprevistas, porque nos dan más satisfacción que las muy
programadas. A mí me encantó estar ese rato con vosotros. Tu poesía tiene
algo que me encanta: alegría. Has conseguido que me riera, y eso que veo por
la ventana la playa y me voy a quedar escribiendo toda la tarde. Algo así:

El escritor veía la playa

Pero miraba el ordenador.

Así que guardó la toalla

Y se puso en lo peor.

Pero había carta de Fraga

Y “peor” se convirtió en “mejor”.

4.- Jo, Ainhoa, te voy a apodar como Doña Pero. ¡Deja de dudar! Y sobre todo de
ti misma. Mira, mientras dudas pasa el tiempo, y si al final te decides a
hacer eso que tanto dudas llegas al mismo punto, pero con menos tiempo.
¡Ponte a ello, y ya tendrás tiempo para cambiar si era demasiado! La
reflexión más importante sobre la vida es que hay que vivirla: ya nos ha
tocado la lotería de la vida, lo cual es mucho más difícil que acertar la
loto, así que, sin dudar.

”Soy Elisa y tengo 13 años. Me gusta leer, pero mis amigos creen que es una
tontería. Yo no lo entiendo”... O, bueno, digamos que no lo entendía. Una tarde
estaba con ellos y me había llevado un libro que se llamaba “La balsa de
plata”. Como la cosa estaba un poco aburrida abrí el libro y me puse a leer.
Entonces ellos, capitaneados por Marcos, que siempre se metía conmigo,
empezaron a burlarse. Al final me enfadé, cerré el libro de golpe, y dije:
”Vale, a ver qué cosas tan divertidas vamos a hacer. Os propongo una cosa:
primero yo hago lo mismo que vosotros, y luego vosotros os metéis conmigo en
el libro”. No sé por qué lo dije así, podía haber dicho “Leéis el libro
conmigo”, pero dije lo que dije. Y ellos, con unas cuantas risas, aceptaron.
Todo lo que se les ocurrió aquella tarde era de lo más aburrido. Hacía un
calor de mil demonios, así que ni hablar de excursiones. No teníamos entre
todos ni dos euros, así que ni hablar de irse a beber algo fresco. Lo único
fresco que había esa tarde en Fraga era la sombra de aquel árbol bajo el
cual estábamos. Uno se puso a criticar. ¡Puede ser un deporte! Criticar al
que no está, claro. Que si Fiama esto, que si Marta lo otro, que si Daniel
se ha creído que es no sé qué, que si Mariano va de culo si se piensa que
vamos a leer otro rollo de Gonzalo. Cuando acabaron de despellejar a la
gente, dije: “Bien, y ahora me toca a mí”. Pusieron cara de aburrimiento
infinito, pero no tenían más remedio que aceptar. Y entonces abrí el libro.
Juro que al abrirlo me dio vértigo. Debajo de las líneas de palabras se veía
un abismo. Quise levantar la cabeza, pero no podía. Y poco a poco fui viendo
entre las líneas: debajo de ellas, en el fondo del abismo, había una balsa
llena de plata líquida. Entonces hice, como siempre, lo que no debía: toqué
las líneas con un dedo, como si pudiera abrirlas un poco para ver mejor. Aún
oí la voz de Marcos gritando: “¡Elisaaaaa”!, pero me había escurrido de
cabeza entre las líneas y caía y caía por al abismo hasta que, ¡plas! Caí en
la balsa llena de plata líquida. Creí que me iba a abrasar, pero la plata no
estaba caliente, al revés: era fresca, como si en vez de plata fuera rocío.
Y de pronto, ¡Plas! ¡Marcos! Y uno, y otro, y mi mejor amiga, y... Poco a poco
fueron cayendo todos en la balsa. Nadar en la plata líquida es maravilloso,
porque como es más densa, no es que flotes, es que estás encima de ella. Por
una vez no tuve dudas: estaba tan a gusto que propuse que nos quitáramos...
Pero allí mismo prometí no contar nunca lo que pasó en la balsa de plata.
Cuando caía la tarde vimos que además de la tarde caía una escalera de
cuerda desde arriba, donde se veían las líneas del libro, muuuuuuy lejos.
Fuimos subiendo por ella, hasta que llegamos a la superficie, agarrándonos a
las líneas de palabras. No espero que me crea nadie, porque ya sé que es
imposible. Pero si por fin nos vemos en la piscina este verano fijaos bien:
todos lo que estuvimos allí tenemos ahora dos cosas en común: una pequeña
mancha de plata en alguna parte de nuestro cuerpo y un libro debajo del
brazo.

5.- Mariano y yo nos parecemos en que los dos creemos que lo que pase en el
futuro depende de todos, que no es cosa que tengan que decidir los adultos
solos, que os necesitamos a vosotros, porque vosotros seréis como adultos lo
que aprendáis a ser como niños, como jóvenes. Por eso dedicamos la mayor
parte de nuestro tiempo a ir por ahí haciendo lo contrario que los bomberos:
en vez de apagarlos, encendemos fuegos. Espero haber dejado alguna llamita
en mi visita a vuestra clase. Por cierto, me apunto.

Me acuerdo de la reunión en el Bajo Cinca, con tu madre. Estuvo muy bien, y
también me parecieron buena gente, de esa con la que merece la pena
compartir esta vida. Dile a tu hermano Jorge que le espero dentro del
Síndrome, gozando de la música.
Jo, cuanto trabajo me ponéis... A veeeeer.

”Eran las siete de la mañana. Era el primer día que iba a acudir al
instituto. Estaba ilusionada, pero muy preocupada. Por una parte me apetecía
entrar en ese mundo nuevo, del que tenía que hacer un informe detallado para
Casa Orionis, mi planeta. El informe del colegio les había gustado, pero me
respondieron diciéndome que tenía una “visión limitada” de la Tierra: niños,
mamás, maestras y un señor que se llamaba Director. “¿Son así de poco
variados los humanos?”. Pero estaba preocupada porque había oído decir que
había chicos muy descarados en el Instituto, y si descubrían mi estómago
bombona, el depósito de ácido de hidrógeno con el que respiraba, me iban a
poner en un apuro. Nadie se había enterado en el colegio, pero pasar por el
instituto sin que nadie te vea el ombligo... Y, además, se había puesto de
moda llevar el pantalón bajo y la camiseta alta, así que lo tenía muy mal.
No es que se notara a primera vista, no. Parecía un estómago normal, y tengo
que decir que bien bonito. Pero es que si alguien lo tocaba un día iba a
notar que era de metal humanizado, que estaba helado por el ácido de
hidrógeno, y que sonaba a hueco. Sabía que alguien lo iba a descubrir, y que
si eso pasaba me desintegraría en el aire, porque así lo había aceptado al
firmar el contrato de mi misión. Fue en clase de lengua donde se me ocurrió
la solución. El profesor estaba empeñado en que leyéramos el Quijote, y un
día dijo algo que me dio la clave: “Don Quijote tenía un problema: como
decía la verdad, su verdad, nadie le creía, o más bien le tomaban por loco.
Ya lo dijo Cervantes mismo: tuvo la ventura de vivir loco y morir con
cordura.” Así que en la primera clase de gimnasia me puse un top, y cuando
estábamos esperando al profe, en plan vago, dije: “Mirad, tengo algo que
enseñaros. Resulta que soy extraterrestre, de un planeta de la constelación
de Orión”. Todos se pudieron a reír. Entonces cerré el puño, y me di tres
golpes en el estómago, que sonaron como campanadas: cloin, cloin, cloin. Las
risas entonces llegaron al techo. Desde entonces soy mucho más popular. El
profesor de lengua dice que soy la chica con más imaginación que ha
conocido, y el chico más guapo del instituto empezó a pedirme que saliera
con él. Ya hemos salido varias veces, y creo que esta noche voy a mandar un
informe a Casa Orión que les va a resultar muy interesante.”
19/06/2005 18:13 #. sin tema Hay 2 comentarios.


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