Etnología y etología del vencejo. Cuaderno de campo
Hace unos días, daba noticia de la llegada primaveral de los vencejos (Apus apus) hasta Fraga. Se veían pocos y volaban alto. Dos semanas después, son multitud y hacen demostraciones increíbles de dominio del espacio aéreo. Desde la terraza puedo ver su vertiginoso y continuo desplazamiento a una velocidad endiablada, realizando piruetas y picados de vértigo. Giran bruscamente un segundo antes de estamparse contra la pared y llevan la misma velocidad en los giros que en los desplazamientos rectilíneos. A veces, vuelan en grupos de varios ejemplares repitiendo un mismo recorrido y parecen la patrulla Águila, por la velocidad y por cómo maniobran... Yo los recuerdo (cuando aún no sabía que se llamaban así y se les denominaba “falciñas” en mi pueblo), que anidaban en agujeros del interior de la torre y que volaban alrededor de ella, siempre a mucha velocidad. En ocasiones, habíamos cogido algún ejemplar en el suelo, ya que, debido a la extrema cortedad de sus patas y el tamaño grande de sus alas, les resulta imposible reemprender el vuelo, salvo que encuentren una piedra a la que subirse, antes de despegar. Hay datos sobre su etología realmente impactantes: Los vencejos pasan la mayor parte de su vida en el aire: comen, duermen y copulan volando (que no sé yo ni cómo ni quien ha podido verlo). Únicamente se posan para poner los huevos, incubarlos y criar a sus polluelos. Permanecen en vuelo ininterrumpido durante nueve meses al año. Y, encima recuerdan donde anidaron el verano anterior y vuelven al mismo sitio... Observo que aparecen por las mañanas y al atardecer y el resto del día se ven volar muy altos, pero no se acercan a los edificios. Yo no consigo explicarme cómo encontraron, en las terrazas del edifico donde vivo, las ranuras para meterse entre la tarima de madera en el techo de la terraza y la superficie -imagino- de hormigón a la que va unida dejando un pequeño hueco. Mi asombro es que pudieran encontrar ese escondite (aparentemente invisible) para nidificar y que cada año lo recuerden y vuelvan... Cuando los veo evolucionar en el aire a esas velocidades, pienso que los diseñadores de aviones de combate se inspiraron en el vuelo de los vencejos para conseguir esa maniobrabilidad de la que hacen gala. Lo del equipamiento con ametralladoras y bombas ya fue cosa suya..., de los diseñadores, quiero decir.
Y, ahora, me voy a la etnología. Cuando yo era pequeño, los únicos vencejos que yo conocía eran una especie de cuerdas bastas de metro y medio aproximadamente, con dos flecos en las puntas (“codas”) que se guardaban atadas en “trecenales” (30 unidades). Éstos, se colocaban colgados en los maderos de los pajares o en cualquier otro edifico anexo a la casa. Cuando llegaba la siega, llevábamos los vencejos al campo correspondiente. Había que remojar “as codas”, normalmente en algún “bason” de agua de un barranco próximo o en algún “ballo” de desagüe de un extremo o el otro de la finca de trabajo. Esa tarea se le encomendaba, normalmente al más pequeño de la peonada (que también acercaba el botijo o el porrón), por lo que la desempeñé en varias campañas de siega. No resultaba nada cómodo caminar desde donde había conseguido remojar “as codas d´os vencejos” (a veces, había que caminar un buen trozo) con el brazo levantado -del que colgaba cada “trecenal”, para no arrastrarlos ni tropezar con ellos y, encima mojados. Luego, una vez ya al lado de las gavillas, te encargabas de ir sacando, vencejo a vencejo, e irlos tendiendo para que el “atador” y quienes acercaban las gavillas, pudieran ir atando los “fajos”. Los vencejos también se empleaban en los huertos para atar los fajos de “prau” o de “alfalz” ... En el caso de la siega, se siguieron utilizando hasta la llegada de las cosechadoras. Esos fueron los vencejos de mi infancia... Los que volaban eran “falciñas” o “falciños”, hasta que supe que también se les llamaba vencejos...
En definitiva, relaciones que uno va haciendo porque tiene tiempo... Salud y buena lectura.
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