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EL SONIDO DEL AGUA EN LA MONTAÑA

Cualquiera de los valles pirenaicos, dibujados desde hace millones de años por el incesante discurrir de un río, es un lugar recomendado para caminar, “llenarse los ojos de Pirineo”, respirar profundamente, descansar del jadeo de una caminata en una sombra, mojarse los pies en el río y escuchar el sonido del agua… Después de un verano durillo (por circunstancias ya explicadas en anteriores entradas de este blog), hemos utilizado dos días de esta última semana de agosto para pasarlos en el monte.

 

El martes, 26, el destino fue el Valle de Bujaruelo. Mercè y yo encontramos en ese lugar un rincón paradisíaco y procuramos darnos un paseo por él con cierta frecuencia. Recorrerlo, preferentemente en épocas de menos o de poca gente, es un festival para los sentidos. La combinación de pradera y río en un espacio amplio, casi llano, por donde se puede pasear, es ideal. La pradera que cubre el lecho de inundación del río Ara, está salpicada de grandes formaciones de boj y árboles aislados que le dan un aire de parque natural. El río en el tramo referido salva suavemente el desnivel y el agua, cantarina, hace un ruido de conversación. Nada es comparable a sentarse en una de las muchas piedras gordas de su cauce y poner los pies dentro del agua, mientras escuchas lo que el río quiere decirte. Trae historias de los tiempos de su formación, de las reatas de caballerías y personas que subían o bajaban de los puertos y cuenta episodios curiosos que le van sucediendo a medida que van pasando las estaciones… Un río, el Ara en Bujaruelo, que cobra vida con los reflejos: en cuanto llegas a un pequeño remanso, enseguida ves reflejadas en sus aguas las altas cimas de las montañas que jalonan el valle o los cercanos árboles que se inclinan en señal de agradecimiento por la “música” interminable y por la humedad que les proporciona.

Ni los “desorientados bañistas”, armados de bikini y toalla, tumbados al sol, como si de una playa mediterránea se tratara, consiguen romper la magia (aunque sí que uno suelte alguna imprecación, viéndolos en actitud tan indolente). La montaña se camina con botas o calzado adecuado no con chancletas, con mochila, máquina de hacer fotos y prismáticos; es conveniente mirar en todas direcciones, además de hacerlo hacia arriba y hacia abajo:¿has visto qué formas dibujan al azar los líquenes que colonizan las rocas?, ¿te has fijado en la cantidad de piedras graníticas erosionadas que dejan ver curiosísimas nerviaciones?, ¿y la culebrilla de agua que zigzaguea buscando un refugio cuando advierte tu presencia?, ¿has observado en la pradera multicolor el continuo ir y venir de abejorros y mariposas libando las ostentosas flores que aún resisten al final del verano?, ¿has mirado detenidamente las laderas de las montañas que te rodean, cubiertas de una ingente masa forestal, con una variada gama de colores?, ¿escuchas el sonido interminable del agua que pone música a todo el espectáculo?...

 

Bueno, son muchos los sentimientos que afloran cuando uno camina y el mundo natural se va ofreciendo a nuestra vista, a nuestro oído, a nuestro olfato, a nuestro tacto y a nuestro gusto (aún podemos probar algunos frutos que generosamente ofrecen arbustos y árboles). Ya he escrito varias veces sobre Bujaruelo y siempre que volvemos a ese precioso valle tenemos percepciones nuevas, aunque revivamos otras estancias con nuestros hijos, con todos los amigos y amigas a quienes se lo hemos “presentado”.

 

El día 28, dos días después, escogimos otra ruta diferente. Subimos a visitar los valles del Alto Cinqueta: Tabernés y Biadós. No habíamos recorrido nunca el primero y nos sorprendió muy gratamente. Al poco de iniciar el recorrido de su pista, nos topamos con una preciosa cascada, generosa en caudal y estruendosa en su caída interminable. El camino se adentra luego en un bosque tupido y sombrío hasta desembocar en una amplísima e inesperada pradera, con una caseta de pastores y un refugio para caminantes. Ese día no había vacas pastando, aunque sí restos de su reciente presencia (numerosa presencia, a juzgar por el número de boñigas que anduvimos sorteando). Elegimos uno de los caminos que nos acercaba al río Cinqueta de la Pez y continuamos por él, hasta que río y camino se encuentran: precioso espectáculo de árboles descuajados, de rocas enormes en el cauce, de pozas y remansos, de rápidos para salvar desniveles, de barranquitos aledaños que parecen fuentes caudalosas… Allí en la orilla, al abrigo de abetos de porte solemne y otros árboles frondosos, almorzamos escuchando el sonido desgarrado del agua que va lamiendo las piedras y empujando los troncos para abrirse paso en aquel lecho caótico que, con la próxima tormenta, se vera nuevamente modificado.

 

En la gran roca en la que nos encontramos, vemos varios ejemplos de la fuerza imparable de la naturaleza, cuando se le deja en libertad. Ha bastado que un poco de barro o una pequeña cantidad de tierra se acumulen en algunas grietas o hendiduras para que sobre ese suelo fértil crezcan con ímpetu algunos, diminutos aún, arbolitos, pequeños abetos que, posiblemente, dentro de unos años, asombren por su porte. El contrapunto a ese “milagro” de supervivencia, lo encontramos justo enfrente: un esqueleto de árbol se mantiene enhiesto después de morir: impresiona su imagen altiva; es una escultura moldeada por las nieves, las lluvias y los vientos… a la espera de algún violento vendaval que lo derribe. Cerca del refugio hay dos coches aparcados, pero no encontramos a nadie mientras dura nuestra estancia. El día es soleado, corre una brisa fresca y disfrutamos a base de bien.

 

A continuación, montamos en el coche y subimos a Biadós. Nada más llegar al collado, revivimos la imagen de la vez anterior: aquellas laderas salpicadas de bordas, con los campitos de hierba que, justo ese día, varios propietarios están segando con pequeños tractores. Las nubes y nubarrones que van creciendo por detrás del Posets dejan el paisaje en un continuo sol y sombra. Tomamos la senda que atraviesa el valle y vamos recorriendo pausadamente, con las piernas y los ojos, todo lo que se nos va poniendo por delante. Mientras asciendes por primera vez por la pista que hemos tomado un poco antes de llegar a Gistaín, es imposible imaginar que exista Biadós: tantas estrecheces, bosques, desniveles… para encontrar aquel regalo de la naturaleza domesticado por el ser humano. Algunos trozos de tierra ya no se siegan porque su inclinación es superior a la capacidad de un tractor para mantenerse sin volcar, pero en general, la vista sigue siendo hermosa y seguirá siéndolo mientras el paisaje se encuentre humanizado. Cuando regresamos de la caminata, esperamos que se hagan las dos para poder entrar a comer en el refugio (1.760 metros de altitud), donde nos guardan la mesa encargada: paté exquisito, ensalada variada, sopa o crema de calabacín y cordero asado o pollo guisado; postre y café… ¡Con ese menú ya pueden venir caminatas!

A media tarde comenzamos el regreso, con parada en las orillas del Cinqueta de Añes Cruces para mojarnos los pies y para contemplar, una vez más, esos esqueletos de árboles abatidos y esculpidos por los temporales; árboles sin corteza, de madera endurecida, con “tanos” como ojos de cíclopes que tan a gusto fotografío una y otra vez.

 

Hace tiempo, hace años que cuando salgo al monte me fijo en lo pequeño (también en lo grande): una hendidura, una piedra curiosa en el agua, las formas de los líquenes, las líneas de la madera, flores, animalillos que estén algo quietos, hojas, un reflejo en un charco, … Encuentro formas muy sugerentes y voy formando un museo virtual de la naturaleza (¡ya me gustaría a mí!). ¡Qué invento la cámara digital! En unas horas, puedo hacer entre cien y doscientas fotos y, aunque cuando las hago pienso que algunas las borraré, luego me cuesta hacerlo, aún con las que no tienen tanta calidad como sería deseable. La última parada, ya en territorio “civilizado” es en Plan, nos tomamos un helado de esos de chocolate por fuera y chocolate por dentro y luego nos acercamos a darles un abrazo a José Mari y Pilar que andan cuidando a su movida pareja de churumbeles. Más abajo entramos en Saravillo para hacer acopio de queso y yogur y, ya sin más pausas, llegamos a Labuerda.

 

6 comentarios

Mariano -

Mari Carmen, la idea es para anotarla. Recorremos la pista en coche y nos invitas a comer… Ya sé que la Ribagorza tiene paisajes hermosos como el Sobrarbe, pero la conocemos poco. Un abrazo

Mari Carmen -

A mi también me parece increíble el paisaje de Biadós.
A ver si en otra ocasión os animáis a recorrer la pista que va del Valle de Gistaín a Chía (mejor en coche) y nos hacéis una visita a los de la Ribagorza. Si hace falta, os invitamos a comer!

Mariano -

Ana, José Luis, Silvia Luz:

No somos montañeros de "alta montaña", de tresmiles pirenaicos. Nos gusta recorrer la parte alta de los valles con río y hacer una caminata pausada, sin prisas y sin objetivos excesivamente ambiciosos. Si al final del valle hay un ibón y es accesible, llegamos a él. No atesoramos ningún currículo de montañas conquistadas, pero hemos pasado muchas horas contemplando hermosos parajes en la más absoluta soledad. Nos gusta esa sensación y nos llena de energía (como sugiere Ana). Sobrarbe era una tierra dura, hostil en ocasiones; trabajosamente, una parte de ella se fue domesticando... Encierra mucha belleza. Cada valle es un enigma. Recorrerlo es tratar de descifrarlo... La propuesta de José Luis es atractiva. Hablaremos. Un abrazo a los tres

Silvia luz -

Hola Mariano! hermoso lo que escribiste, me fascina la montaña. Te escribí otro comentario antes pero creo que no seguí bien los pasos para publicarlo. Abrazote.

José Luis -

Hola Mariano.

No conozco los lugares que tan sugerentemente describes. Siempre que voy hacia el norte me acabo desviando al oeste. Este otoño serán un destino obligado. ¿Te puedo solicitar como guía?.

En la naturaleza, quizá también en la vida, ese contemplar lo pequeño es una de las mayores fuentes de disfrute y aprendizaje.

Un abrazo.
José Luis.

ana coronas -

me alegra que hayáis podido disfrutar de éstas dos excursiones para recargar pilas, que buena falta os hace, para el próximo curso escolar. Aunque ya sabéis que durante el año siempre podéis hacer alguna escapada a Lanzarote o a cualquier otro destino que os apetezca. ëstos breaks vienen bien para desconectar de todo un poco.
un beso