Lisboa, menina o moça...
Eso dice el fado que me "regaló" una amiga gallega, recién llegados de la ciudad portuguesa.
Hace unos días que hemos regresado de un viaje a Lisboa, la capital del país vecino... ("Menos mal que nos queda Portugal...") Y lo cierto es que se nos había complicado... Tres días antes de volar recibimos un mensaje de la compañía portuguesa TAP en el que se nos comunicaba que se había cancelado el vuelo y que nos pusiéramos en contacto con ellos. Fue imposible ponerse en contacto por cualquier vía porque allí no contestaba nadie. Finalmente, aprovechando que teníamos que viajar a Barcelona por otro motivos, fuimos directamente al aeropuerto, al mostrador de la compañía portuguesa y allí, el empleado de turno (efectivo y amable) se ocupó de desfacer el entuerto de la compañía (que no respondía ni a la de tres). Debíamos volar un miércoles por la mañana y nos encontró acomodo en un vuelo por la noche de ese mismo día; volaríamos en "bussines" y podríamos esperar la hora del embarque en la sala VIP del aeropuerto... Total, que llegamos a Lisboa con noche cerrada del día 23 de julio, pero merendados y cenados y con una mantita portuguesa que nos trajo la azafata para combatir el aire acondicionado del avión.
Nos sorprendió, ya antes de llegar, la visión nocturna y desde el cielo de la ciudad iluminada y extensa. Una vez hubimos aterrizado, la espera de las maletas fue corta porque volamos en un avión pequeño y, por tanto, con poco pasaje. Tomamos un taxi para ir al hotel "NH Liberdade". Mirando por la ventanilla del taxi, pudimos ver -entre otras cosas- varias fachadas "graffiteadas" con dibujos gigantes y circular por la Avenida da República y por la Avenida da Liberdade. República y Libertad, dos palabras que no debe ser fácil encontrar en el callejero de ninguna ciudad española...
El día 24 de julio tomamos un tranvía y nos dirigimos hacia la zona de la Torre de Belèm. No soportamos las colas (y además, a pleno sol); de modo que recorrimos la zona observando y fotografiando los exteriores de la citada torre, el monumento de los Descubridores y el Monasterio de los Jerónimos. Nos acercamos al Centro Cultural de Belèm (una mega construcción, llena de espacios vacíos o de huecos, exponente de los tiempos de bonanza o derroche económico) y en el que no había casi nadie; aquí no tuvimos que hacer colas para pasear por su interior, y entrar donde quisimos hacerlo. Finalmente, nos acercamos hasta la tienda de "os Pastéis de Belèm", para probar los originales, tantas veces recomendados. Por la tarde, regresamos en tranvía, pero bajamos a mitad de trayecto para acercarnos a la Casa dos Bicos, la sede de la Fundación José Saramago. Recorrimos estancias, vimos proyecciones y comprobamos que el autor portugués tiene allí un centro de referencia y permanente homenaje, acorde con su obra y su repercusión social y literaria. Los frontales de las escaleras interiores del edificio reproducen frases pronunciadas o escritas por el Nobel portugués: "Com a mesma veemência e a mesma força com que / reivindicarmos os nossos direitos / reivindiquemos o dever dos nossos deveres". Sus cenizas están enterradas al pide de un olivo, en el exterior, en plena calle, con un epitafio poético: "Mas nào subiu para as estrelas se à terra pertencia". Nos dirigimos luego hasta las orillas del "Tejo" y la "Praça do Comercio". Sorprendentes, desde el minuto uno, los mosaicos callejeros; nada de baldosas... Las aceras de toda la ciudad están hechas con fragmentos de piedra de pequeño tamaño que parecen mosaicos romanos: alucinante. Sorprendentes también los monumentos conmemorativos de algunas plazas; especialmente por el tamaño colosal de los mismos; excesivo en algunos casos, porque no se ve con detalle la cara o la composición escultórica más elevada, debido a su alejamiento de los ojos de quien la mira...
El viaje a Sintra del día siguiente, lo hicimos con comodidad, en un tren que paraba cada muy poco. Las afueras de la capital están llenas de barrios populares, con enormes edificaciones: Benfica, Mercès, Que Luz-Belas... Paramos en la plaza hacia la que mira el Palacio Nacional y recorrimos sus estrechas y empinadas calles, llenas de reclamos turísticos. Llegamos hasta Cabo Roca, pero el viento frío incesante (nos pilló sin ropa adecuada) y nos quedamos poquito rato en aquel paraje semisalvaje. Vuelta al corazón de Sintra y recorrido desde la plaza antes mencionada hasta la estación del tren, por el paseo de las esculturas... Cuando regresamos de un día potente de caminar, nos acercamos hasta la calle Fontes Pereira de Melo para ver y fotografiar varios graffitis gigantes, que ya conocíamos del viaje que había realizado Ana hace un tiempo, pero que impresiona ver en directo.
El barrio de Alfama, el Chiado, el Castelo de San Jorge... Vistas de la ciudad desde lo alto con perspectivas que no imaginas; ascensión a esas zonas con los elevadores o pequeños tranvías, esos en los que caben 20 personas sentadas y 38 de pie, según se informa en su interior y que suelen ir atiborrados en esta época de finales de julio. Calles con casas grandes, unas remodeladas y otras en evidente estado de abandono; muchos contrastes en esta ciudad, siempre sorprendente. Fachadas con abundantes azulejos, con bonitas combinaciones o dedicados a oficios, a productos determinados o conmemorativos de algo... Ciudad de gente amable que te ayuda a encontrar lo que buscas, a resolver las dudas que te genera el plano, a llegar al sitio adecuado... Recorriendo calles y callejuelas, mirando el estado del firme de las calzadas y el de las aceras, el estado de los parques, se nota que hace falta una mirada comprometida de las autoridades municipales o nacionales para ir arreglando desperfectos que pueden ser indicadores de que la situación económica nacional no permite atender a esos arreglos necesario (no lo permite o las autoridades no lo consideran prioritario, claro).
Nos llama la atención también la amplitud de las plazas (do Comercio, Rossio, etc.) y de algunas avenidas y la cantidad de productos fabricados con el corcho, procedente de los tallos del alcornoque: bolsos, billeteros, monederos, postales, marcapáginas, cuadros... También el grosor y la altura de muchos de los árboles que contienen sus parques; éstos, al igual que calles y aceras, muestran un déficit de cuidados, en general. En muchos momentos, percibimos que es una ciudad silenciosa, aunque hay alguna zona especialmente ruidosa. Visitamos la Biblioteca Nacional y cada tres o cuatro minutos la sobrevuela un avión en dirección al aeropuerto próximo. El ruido de los motores se escucha desde el interior de la misma, lo cual es un evidente fastidio. Una vez dentro, visitamos una exposición de libros, láminas y algunas fotografías, convenientemente contextualizadas con textos adecuados, sobre la I Guerra Mundial, titulada "Portugal e a Grande Guerra" y, a continuación, otra curiosa, también de libros y grabados sobre "Uma história de jardins. A sua arte na tratadística e na literatura". lamentamos el estado de descuido de los aledaños de la biblioteca, la falta de señalización exterior.
En Lisboa se celebró la Exposición Universal de 1998, del 22 de mayo al 30 de septiembre de ese año, con el enunciado siguiente: "Los océanos: un patrimonio para el futuro". La zona escogida para albergar el recinto de la Expo fue el límite oriental de la ciudad, junto al río Tajo. Se construyeron diversos pabellones que permanecen al servicio de los habitantes y visitantes integrados en el ahora llamado Parque das Nações (Parque de las Naciones), destacando el Oceanário, un pabellón multiusos y un complejo de transportes con metro y conexiones ferroviarias. Además, hay grandes hoteles, centros comerciales gigantes, paseos con el agua siempre presente, un teleférico que recorre un tramo de la orilla del Tajo, etc. Allí nace también el puente Vasco de Gama, de 17 kilómetros de largo que cruza el estuario. Paseando por esa zona, uno tiene la sensación de que está en otra ciudad distinta de la que ha visto los días anteriores. Como todos estos recintos "expositivos" es de desear que no se abandone ni se deteriore, aunque ya hay signos incipientes de lo dicho. Nos trasladamos en teléferico de un lado a otro y contemplamos bonitas vistas desde las alturas.
Antes de tomar el taxi para volver al aeropuerto e iniciar el viaje de vuelta, nos acercamos, en metro, hasta la estación de Saldanha. Algunas estaciones del suburbano están decoradas con vistosos o sugerentes paneles de mosaicos. En esa estación hay textos por las paredes y, aunque resultan difíciles de fotografiar, quiero reseñar aquí esa circunstancia con un par de ejemplos: "os olhos sào para ver e o que os olhos vêem só o desenho o sabe" o bien "A geometria e a mediçao da naturaleza com o entendimento humano". Cada letra en una baldosa; en ocasiones, la frase es lineal y no hay cámara que la pille. Una de ellas, venía a decir que "Entré en una librería para contar los libros que había para leer y los años que tenía de vida y me di cuenta que solo tenía para poder leer la mitad de la librería" (traducción libre): "Entrei numa livraria para contar os livros que hà para ler e os anos que terei de vida. Nao chegan, nao duro nem para metade da livraria". Se alarga ya mucho el texto, así que voy terminando. Hemos vuelto encantados del viaje. Nos hemos dejado muchas cosas para otra vez, pero hemos visto otras muchas, desconocidas hasta ahora, que nos han hecho muy felices. Definitivamente, si los nombres de las ciudades pueden ser masculino o femenino, Lisboa es claramente femenina; menina o moça..., o las dos cosas a la vez.
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