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SEMANA SANTA

 En el calendario individual, estos días de marzo o abril suelen estar debidamente subrayados porque son días de escapada general; y es tanta la alegría con la que llegan, como la velocidad a la que pasan. De modo que si hace “cuatro días” estábamos a punto de iniciar estas peculiares vacaciones de primavera, escribo ya cuando han finalizado las mismas. Para empezar, ahí va una colección de “meacuerdos”, relacionados con otros tiempos personales, de otras “semanas santas”:

 “Me acuerdo de mis tres años de monaguillo. Me acuerdo que el cura hacía una misa diaria y muchos días, además de los que me “tocaba”, me venía a buscar a mí para “ayudarle”. Me acuerdo que sólo “cobrábamos” en las celebraciones extraordinarias: bodas, bautizos y entierros, además del día de San Roque (Fiesta Mayor). Me acuerdo que cuando venían los curas de Robres no les faltaban ayudantes porque, cada día nos daban una moneda de 2´50 pesetas. Me acuerdo de la desagradable sensación de que me cayera ceniza por la ropa en el miércoles de idem. Me acuerdo de la profusión de actos religiosos en cada semana santa. Me acuerdo del cumplimiento pascual y de las confesiones multitudinarias. Me acuerdo de los pecados de pensamiento, imposibles de controlar. Me acuerdo que el domingo de ramos, los chicos y las chicas íbamos a la iglesia con la rama de olivo cargada de dulces de azúcar, caramelos y galletas. Me acuerdo que algunos mayores que ya no llevaban ramo, intentaban coger algo del de los pequeños. Me acuerdo que el domingo de ramos se salía en procesión hasta la Plaza y que era una procesión corta. Me acuerdo que íbamos por las calles del pueblo tocando matracas y carraclas para anunciar los oficios de los días de semana santa, porque estaba prohibido tocar las campanas. Me acuerdo que cantábamos-gritábamos: “¿Dónde está Judas? –En casa Saludas. ¿Dónde está el diablo? –Por aquí ha pasado. Pues a matracalo que ye muy malo”. Me acuerdo que se tapaban las imágenes de la iglesia. Me acuerdo que los que ayudábamos a misa, esa semana, debíamos sustituir la campanilla por la matraca y que ninguno quería tocarla porque resultaba complicado. Me acuerdo que tenía que ir a casa a buscar brasa con el incensario. Me acuerdo que debía hacer el trayecto de casa a la iglesia balanceando el incensario y seguir así en la sacristía hasta que me llamara el cura para utilizarlo. Me acuerdo de los apuros pasados para que las brasas no se apagaran o para evitar que se cayeran por el suelo, con el follón de cadenas del aparato. Me acuerdo que años después supe que en Santiago de Compostela tenían uno mucho más grande que se llamaba “Botafumeiro”. Me acuerdo que mi madre iba a comprar una bula a la iglesia para poder comer carne. Me acuerdo que los viernes de cuaresma comíamos de vigilia. Me acuerdo que el día de viernes santo sacábamos a un cristo en procesión y que había un balcón por donde casi no pasaba. Me acuerdo que íbamos a hacer visitas al “monumento”. Me acuerdo que las madres y abuelas hacían turnos de media hora para custodiar el “monumento”. Me acuerdo que, cuando salía la procesión, los hombres que estaban jugando a cartas en el bar, cerraban los porticones para disimular su presencia. Me acuerdo que me contaban cómo eran las procesiones unos cuantos años antes, con un largo recorrido, fuera del pueblo. Me acuerdo que un año vino un misionero que enardecía a la gente. Me acuerdo verlo subido en la fuente (en una de las procesiones) e imprecar a un conductor que –cosa rara, entonces- trataba de entrar en el pueblo con su coche. Me acuerdo que era un hombre que gritaba, que asustaba y que algunas personas estaban fascinadas con su verbo. Me acuerdo que el lunes de pascua recorríamos el pueblo con el cura. Me acuerdo que bendecía, casa por casa, desde el patio, a cambio de una ración de huevos y, a veces, algo más. Me acuerdo que, tanto el cura como los monaguillos, íbamos vestidos como tales. Me acuerdo que uno de los monaguillos llevaba y hacía sonar la campanilla y el otro llevaba el agua bendita con el hisopo. Me acuerdo que yo no entendía qué podía hacer el cura con tantos huevos. Me acuerdo que pensaba que igual estaba tan gordo de comer tantos huevos. Me acuerdo que decían que los conservaba “enronados” en cal. Me acuerdo que empezamos a tener roces con el cura porque cantábamos algunas noches de la semana santa y porque organizábamos cenas de gente joven. Me acuerdo de la “chiretada”. Me acuerdo que un centenar de personas nos juntábamos a cenar en Casa Turmo el día de sábado santo. Me acuerdo que cenábamos, entre otras cosas, chiretas. Me acuerdo que luego hacíamos baile. Me acuerdo que la semana santa empezó a dejar de ser santa y pasó a ser festiva. Me acuerdo que lo más importante de esas fechas era el reencuentro con los amigos para compartir unos días de vacaciones. Me acuerdo que lo que intentábamos era hacer todos los días baile, con un tocadiscos, para poder mezclarnos con las chicas. Me acuerdo que en las viñas florecían las almendreras y en las huertas otros árboles frutales. Me acuerdo que nosotros (chicos y chicas) también “florecíamos”. Me acuerdo que, alrededor de esos días, todo el mundo sembraba las patatas. Me acuerdo que, sin darnos cuenta, aumentaba la presencia de pájaros y el sonido de sus trinos. Me acuerdo que éramos mucho, mucho más jóvenes. Me acuerdo que un día de sábado santo legalizaron al Partido Comunista…”

 Este año ha hecho un tiempo típico de estas fechas, marcado como siempre por cierta o total inestabilidad. Ha hecho sol, ha habido nubes, ha llovido, ha hecho algo de frío, ha nevado en las alturas… Los días soleados han permitido el disfrute del entorno. Las lluvias de este invierno han regalado una primavera esplendorosa. En Labuerda, los campos de cereal o de hierba, verdean con pujanza y brillantez, entre los setos naturales formados por distintos arbustos y algunos árboles, especialmente robles (“caixigos”) que todavía no han recuperado sus hojas después de la obligada desnudez invernal. Las márgenes de los campos jalonan esos mantos verdes que auguran una buena cosecha.

 Y si el monte está viviendo tiempos de exhuberancia, qué decir del río. El Cinca baja crecido, bravo, cantarín y rumoroso. Sus aguas, algo oscurecidas por los aportes continuos y por pequeños e intermitentes deshielos, recorren veloces el cauce y dan una sensación de abundancia, de fuerza… El Cinca ha hecho perfectamente sus deberes y mantiene llenas sus presas y sus pantanos: accidentes que le impusieron tiempo atrás los seres humanos. En los picos hay una notable acumulación de nieve que anuncia abundantes mayencos cuando la primavera esté más avanzada y seguro que el estado actual de la cuenca dibuja más de una sonrisa entre los regantes de la tierra baja, pensando en los frutales y en el verano.

 Pasear por el monte o hacerlo por las orillas del río, son dos actividades que hemos practicado estos días y que contribuyen a solazar el espíritu, a descargar tensiones y a cargar pilas para abordar el último trimestre del curso. Cierto que cualquier otro fin de semana uno va más tranquilo por la carretera y por algunos caminos; más tranquilo y más relajado, sin que un grupo numeroso preceda tu marcha o vigile tu retaguardia, pero esa multitudinaria coincidencia vacacional, hace inevitables las aglomeraciones.

 Viajamos un día a Figols de Tremp a “recordar” la casa. Salimos lloviendo de Labuerda (parece que cada vez que vamos en aquella dirección, empeora el tiempo e incluso llueve. Parecemos una “rogativa”). Luego el día se arregló y pudimos dar un paseo, aunque bien batido por el viento del norte que llegaba cargado de frío de la nieve caída en las alturas. En casa comimos alrededor del fogaril encendido escuchando el sonido del fuerte viento en el hueco de la chimenea. Las nubes eran zarandeadas violentamente y el fenómeno resultaba vistoso; cada pocos minutos se oscurecía el cielo porque una nube tapaba el sol, pero con rapidez llegaba un claro, al que le sucedía otra nube… Y con esa situación de sol y sombra intermitentes transcurrió la tarde. Dejamos atrás Figols y al cabo de una hora, más o menos, hicimos un alto en el camino para visitar la población de Perarrúa (en el Valle del Ésera). Nos llamaba la atención, cada vez que pasábamos por la carretera, la torre de su iglesia, un puente medieval que vislumbrábamos al pasar por la carretera y la iglesia que hay construida en una plataforma natural elevada pintorescamente del terreno anejo. Dimos una vuelta por el pueblo y visitamos algunos de esos monumentos o los fotografiamos con tranquilidad.

 El día de jueves santo viajamos a Sabiñánigo por la carretera de la Guarguera: una vía poco transitada, que atraviesa montes y pequeños pueblos con poca gente: Campodarve, Mesón de Fuebla, Laguarta, Molino Villobas…, amén de varios anuncios de otros pueblos o aldeas. En Sabiñánigo fuimos directos a visitar el espacio Pirenarium, con la reproducción en miniatura de edificios emblemáticos de Aragón, sobre todo de la provincia de Huesca. La idea nos pareció buena, pero el estado de las maquetas empieza a no ser el adecuado. Creemos que se puede mejorar el mantenimiento de la instalación, aunque es previsible que al estar al aire libre la cosa no sea nada fácil. Comimos y nos acercamos al campo de fútbol, pues esa tarde iba a celebrarse un partido de Tercera División, entre la U.D. Sabiñánigo y la U.D. Fraga. Daniel estaba convocado y lo acompañamos. Nos alegró comprobar que Daniel salía de titular y ver que la jugada más peligrosa del Fraga, en la primera parte, fue una vaselina que Daniel realizó sobre la portería contraria y que el portero evitó el gol en el último momento. Jugó hasta el minuto 20 de la segunda parte y el partido terminó con empate a cero. El regreso lo hicimos por Cotefablo, con bastante más tráfico de autos. Al final, comprobamos que el tiempo invertido había sido el mismo, a la ida que a la vuelta: una hora y media, en cada caso. Fue un día bien aprovechado y muy satisfactorio.

 El domingo por la tarde bajamos con Daniel hasta Samitier. Subimos caminando hasta la zona de los “castillos”: restos de un castillo medieval y ermitas de San Emeterio y Celedonio (en lo alto) y de Santa Valdesca (un poco antes). Creo que no hay otra atalaya en Sobrarbe desde la que se observe un panorama tan espectacular (ya lo comenté en otro post de este blog). Acompañaba el día (a pesar de que había algo de ventisca en Treserols y la masa de agua del pantano se veía de color verde) y disparé un montón de fotografías… Los campos de Lamata y del entorno de Mediano, etc. ofrecían además otro punto de atracción, verde y primaveral. Hacía un viento fuerte en las alturas, pero el sol dulcificaba el ambiente. Descendimos, tras recoger algunos fósiles interesantes y visitamos Samitier: la fuente con cuatro enigmáticas caras, un reloj de sol, varias construcciones viejas y sugerentes, un murciélago en un “trucador” y la torre-ermita del final del pueblo nos llamaron la atención. Iniciado el regreso, paramos de nuevo en las orillas del pantano de Mediano para hacer aún algunas fotografías de la punta de la torre emergiendo, de la Peña Montañesa y Cotiella, de las tres Marías y de Treserols que, a esa hora, se había desprendido ya de las nubes de ventisca que lo cubrían…

 Y hoy, lunes de pascua, “sin huevos que recoger”, cargaremos los bártulos y volveremos a Fraga, después de esta semana de paréntesis que tanto nos ha ofrecido.

 P.D.: Un saludo para José Luis C. y Paula y para Anny  A.y Luc V. que, en días diferentes, pasaron por casa y con quienes pudimos charlar un rato y con quienes esperamos volver a coincidir.

4 comentarios

Mariano -

Hola, Silvia Luz:
Es una buena fórmula de escritura directa y, de paso, sirve para repasar el tiempo vivido, parcelándolo por momentos temáticos. Anímate a intentarlo con algún momento de tu vida, aquí tienes un sitio donde irlos publicando. Además, podemos contrastar algunos de esos momentos vitales vividos a miles de kilómetros de distancia… Aún con ese handicap, seguro que encontraríamos bastantes recuerdos comunes o compartidos, aún sin saberlo.
En cuanto al tiempo, aquí hay ya una sensación de que empieza a asentarse la primavera. Un abrazo.

Silvia Luz -

Hola Mariano! qué bueno eso de los "meacuerdo", yo debería ponerme a escribirlos, pero estoy un poco "fiaca" (perezoza)para escribir por estos días. Demás está decirte que espero las fotos para compartir un poco el goce de esa primavera incipiente. Nosotros tenemos un otoño bastante bueno, tuvimos un par de días fríos pero está muy bueno: templado de día y fresco de noche, como me gusta, las hojas todavía no se caen, seguro que después de la primera heladita comienzan, adoro los senderos de hojas amarillas, ya voy a sacar algunas fotos cuando ocurra. Una abrazo Mariano, a seguir deleitándonos con tus escritos.

Mariano -

Bueno, Anny, una cosa es tener recuerdos y otra que éstos sean necesariamente buenos. He jugado, una vez más con esa propuesta de los “meacuerdos” para relacionar unos cuantos que tienen que ver con un tiempo y una institución: un tiempo de obligaciones y obediencia, oscuro y que, felizmente, parece que no nos dejó ninguna secuela definitiva. Mucho más festivos son los recuerdos de las “chiretadas” que mantuvimos varios años y que se convirtieron en citas obligadas en la noche de sábado santo. Eran fiestas intergeneracionales, en las que participábamos gente joven y otras con “una edad”, siempre con un ambiente alegre y festivo que daba gozo.
Esto de aclimatarse al trabajo cuesta poco en todos los sitios: a lo que llevas media hora en el aula o en la oficina ya se te han olvidado las vacaciones, aunque uno debe confiar en el beneficio interior que han producido, je, je.
Bueno, creo que hemos dejado Sobrarbe en buenas manos y que la próxima vez que volvamos estará de nuevo esplendoroso… Un abrazo

Anny -

Hola Mariano,
Apenas ‘aclimatizada’ y todavia llenas de recuerdos agradables de nuestra estancia en el Sobrarbe, abro tu blog y encuentro el nuevo poste. El viaje de regreso ha pasado muy bien, sin demasiado tráfico. Durante todo el día los chubascos y claros se alternaban, y nos regalaban unas decenas de arcos iris esplendidos. He leído con gusto y interés tus «meacuerdos» con semanas santas del pasado. Para mi, ya en mi infancia la semana santa tenía poca importancia, porque en nuestro país nunca se ha celebrado como en España. Si, el domingo de ramos y el día de Pascua mismo había misa y en ciertos sitios celebraciones tradicionales, pero como yo sale de una familia laica nunca he tomado parte es esto. Pero pienso que esté muy bien tener recuerdos como tu los tienes, tanto a estos tiempos de juventud como a las tradiciones. Solo una tradicíon si existía en la familia y eso fue de buscar pequeños huevos de chocolate que mis padres escondían en el jardín o con mal tiempo, en casa. Pero como había bastantes sitios «tradicionales» (como por ejemplo, siempre en un florero grande que nos regaló hace años un tío, o en una cierta cajetilla que se encontraba en la mesa de trabajo de mi padre), al final, no resultaba tan dificil encontrarlos. De la Chiretada yo también me « acuerdo » ...... porque he leído algo sobre esta tradición en un Gurrión de 1984 (La resurección de una fiesta). Me alegro que hayaís pasado bien los últimos días de las vacaciones y que el partido de Fraga contra Sabiñanigo se ha terminado bien (empate de zero, no?). Un abrazo.