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CANALES Y BICICLETAS

No podía imaginar que tardaría tantos días en escribir sobre el viaje por los Países Bajos… ¿La razón, o la culpa?, un inesperado catarro de verano que me ha dejado con poca energía y sin ganas de hacer nada que no sea estar tumbado o “dondiar” de un lado para otro, incapaz de concentrarme. Por tanto, ya desde el inicio, dirijo mi maldición a todos los aires acondicionados, que bien podrían llamarse “aires malintencionados”, porque someten a nuestros cuerpos a variaciones térmicas poco recomendables…

El pasado 19 de julio volamos desde Barcelona hasta Ámsterdam, con algo de retraso por esa huelga de celo de los controladores (¡qué denominación más acertada!, pues controlan los vuelos y las vacaciones, los tiempos, de las personas que caemos en su entorno de influencia) y nos instalamos en la Plaza Dam; sin duda, uno de los centros neurálgicos de la ciudad holandesa; concretamente en el hotel Krasnapolsky (con un nombre, creemos, más ruso que holandés, pero de administración española). Con el plano de la ciudad en la mano, a lo largo de los días que hemos estado en Ámsterdam, nos hemos dedicado a patearla a base de bien para tener una idea completa de su estructura y de su vida.

Nos ha parecido una ciudad singular, atractiva por el respeto a la apariencia antigua de las fachadas de sus casas, por esa estructura de canales que la convierte en una ciudad silenciosa, debido a la limitación de la circulación de coches y al uso habitual de la bicicleta. Quedamos asombrados de la cantidad de bicicletas que vimos aparcadas en los lugares más insospechados (algunas, es verdad, que tenían toda la pinta de ser inservibles por estar con ruedas deshinchadas o pinchadas o con telarañas entre los radios de sus ruedas o entre el manillar y la baranda del puente donde se apoyaban) y sobre todo, quedamos asombrados de la cantidad de gente que la utiliza habitualmente: hombres, mujeres, niños; hombres o mujeres con mochila a la espalda; hombres o mujeres bien vestidos; mujeres con zapatos de tacón, faldas cortas y bolso de ir de fiesta; mujeres u hombres conduciendo con una mano y sujetando el móvil con la otra, mientras llevan una divertida conversación (a juzgar por la amplia sonrisa mostrada); parejas cada cual en su bici y cogidos de la mano; bicicletas con dos personas: una de ellas sentada de costado en el “portabultos”; bicicletas con un carrito delante donde llevan a los chicos o a media docena de gatos… Miles y miles de bicicletas silenciosas, en definitiva, que circulan por todos lados y que te dan unos cuantos sustos cada día, porque cada poco rato estás al borde del atropello. Pero, bicicletas que ofrecen un paisaje urbano diferente, con muy poco ruido y con calles despejadas y sin humos; bicicletas que abogan por un ciclismo popular en pleno Tour de Francia…

Paseamos por muchas calles, nos sentamos en algunos bancos y nos sorprendimos de la quietud y del silencio en pleno corazón de la ciudad. A ello, sin duda, también contribuye la visión casi constante del agua mansa de los canales, surcados por silenciosos barcos de turistas, por piraguas o por pequeñas embarcaciones que permiten paseos románticos o pequeñas excursiones de reducidos grupos de amigos. Continuamente, la calle se torna puente cuando llegas a un canal y el andar llano en subir y bajar el mismo, mientras una procesión intermitente de bicicletas recorre todas las direcciones posibles. Muchas flores por todos los lados, muchas terrazas de bar ocupando todo el espacio disponible con las sillas y las mesas muy juntas y mirando hacia la calle para ver pasar al personal (un desfile inacabable de personas multicolores, tanto en sus facciones como en la vestimenta); fachadas estiradas de distintos colores con originales y muy atractivos motivos arquitectónicos; escaparates muy vistoso en sus tiendas y bastante basurilla por el suelo, todo hay que decirlo. No nos pareció una ciudad limpia, Ámsterdam; quizás la culpa la tengamos los turistas (me refiero a los que son incapaces de usar las papeleras para deshacerse de los envases después de haber comido y bebido), pero en algunos puntos de la ciudad y también en algunos recovecos de los canales, se encontraba uno con demasiada suciedad… Estuvimos en el museo de Van Gogh, con mucha gente visitándolo. La instalación ofrece una parte significativa de la obra de este genio de la pintura que no pudo disfrutar de los favores del público en vida y que ahora es mundialmente admirado. Nos encontramos por casualidad con una bonita estatua dedicada al escritor y maestro Theo Thijssen quien (según nuestra eficiente informadora, Anny) fue un maestro innovador y hoy día se concede un Premio de Literatura Infantil, en Holanda que lleva su nombre. La sensación que uno tiene en Ámsterdam es la de vivir en una ciudad en la que cada cual hace lo que quiere sin importarle nada lo que hagan o piensen los demás…

Con un Thalys (que no mejora en nada a nuestros AVEs) nos trasladamos hasta Bruselas, para alojarnos cerca de la catedral, de la estación central y de la Grand Place. Como en el hotel están todavía acondicionando la habitación, nos acercamos a ver la catedral y podemos sentarnos, bien fresquitos, a escuchar un concierto que está ofreciendo una orquesta joven venida de Inglaterra. Pasamos casi una hora encantados de la vida. Todas las iglesias, catedrales, y demás centros de culto se visitan gratis y sin restricción alguna… ¡A ver cuándo aprendemos por aquí, coño!

Con la compañía de nuestra amiga Anny visitamos la Bruselas monumental, con grandes edificios: Palacio Real, Biblioteca, sedes de grandes compañías, antiguos palacios, iglesias… ¡Nada que ver con lo que habíamos podido ver en la capital de Holanda! Terminamos el recorrido en la Grand Place, admirando los anárquicos edificios que la rodean, delimitando entre todos un espacio mágico que concentra cada tarde-noche a bandadas de turistas que miran esta fachada, luego la otra y así sucesivamente, mientras sus cámaras digitales no dejan de disparar instantáneas a diestro y siniestro. Una de las noches que acudimos hasta allí, asistiremos a un espectáculo de luz y sonido bastante sorprendente. Era sábado y era el día que más gente había en la plaza.

Llaman nuestra atención la cantidad de tiendas de recuerdos, tiendas de cervezas y de chocolates que vamos encontrando por la ciudad, sobre todo, en el entorno de esa zona histórica tan atractiva.

Desde la Estación Central salen trenes continuamente que comunican la capital con el resto de las ciudades del país. Tomamos un tren y viajamos hasta Brujas. En el andén, nos espera Anny, que nos acompañará el resto del día. Pasamos toda la jornada recorriendo calles, plazas, visitando monumentos, haciendo fotos, descubriendo rincones insólitos… Brujas es una ciudad con un casco histórico extensísimo y extraordinariamente bien conservado: los canales, las fachadas, las puertas y ventanas, los adornos añadidos, los escaparates de las tiendas, los arriates con flores… Interminable la lista de rincones bellos que llaman nuestra atención.

A medida que pasan las horas, son más y más las personas que deambulan por sus calles. En la Plaza, que recuerda vagamente a la Gran Place de Bruselas, hay ya un número importante de gente comiendo en los restaurantes y paseando por entre los caballos y las carretas que cargan turistas todo el día para darles un paseo por la zonas más celebradas de la ciudad. Terminamos el día encantados de los paseos y de todo lo que hemos visto. Una ciudad que, a ratos, parece de cuento, muy bien conservada…

Al día siguiente nos ocupamos de Bruselas nuevamente: visitamos el Museo del cómic, hacemos una visita fugaz al Manneken Pis y una foto a la chapa que indica “Rue des Moineaux o Mussen Straat” (calle de los gorriones). Callejear los contornos o los entornos de la Gran Place siempre ofrece novedades y curiosidades. Nos acercamos, usando el metro, al Atomiun: el símbolo de la ciudad, resto que dejó la Exposición Universal de 1958 que se celebró en la capital belga y, tras recorrer jardines y visitar alguna iglesia regresamos por delante del estadio Heysel (hoy llamado Rey Balduino) donde se produjo la matanza de aficionados de la Juventus, en la final de la copa de Europa, contra el Liverpool, en 1985, para coger de nuevo el metro y volver al centro.

Gante es el objetivo del penúltimo día del viaje. Es domingo, pero no hay problema de transporte. Tomamos un tren en la Estación Central y en el andén de salida, en Gante, ya tenemos a Luc y Anny esperando nuestro desembarco. A lo largo del día iremos recorriendo la ciudad en la que nació Carlos V, mientras escuchamos, incesantes, los sonidos de la fiesta. Son fiestas mayores en Gante y algunos garitos, toldos y escenarios dificultan la vista de algunos edificios emblemáticos o algunos paisajes callejeros, pero esas son cosas inevitables y circunstancias con las que debemos vivir… El recorrido urbano nos lleva a descubrir edificios emblemáticos, fachadas muy bien restauradas, rincones deslumbrantes: una ciudad con un pasado histórico importante y con una fuerza económica que la hizo también muy importante; aún lo es, desde luego. Luc y Anny nos van proponiendo y nos acompañan en un recorrido ciudadano que nos lleva a descubrir callejas, edificios, monumentos… la torre inmensa de la Biblioteca Universitaria o la fachada de una escuelita Freinet (Freinetschool de Harp); un castillo de cuento en medio de la ciudad o la monumental atalaya que la “protege”; una vieja casa de fachada restaurada convertida en restaurante o una casita esquinera que alberga una extraordinaria tienda de chocolates… En definitiva, una ciudad llena de encantos que pateamos a lo largo de todo el día. Luc y Anny, tras invitarnos a cenar tempranamente en su casa, nos acercaron a la estación de tren y allí tomamos uno para regresar a Bruselas, dispuestos a pasar la última noche y la última mañana en la ciudad…

Nos preparamos para el regreso, después de ocho días de viaje, y recorremos algunas zonas comerciales de Bruselas para realizar las últimas compras (sobre todo las relacionadas con los chocolates y bombones que tantas veces hemos visto en los escaparates). Y hay un pensamiento recurrente para cuando lleguemos a Barcelona: cenar tortilla de patata, comer pan con tomate, tomar un café con leche normal… Bueno, ya se sabe, esas cosas a las que uno está acostumbrado y que echa de menos… Pensando en las bicicletas, en los canales, en los puentes que comunican unas calles con otras, en los escaparates, en los tranvías, en las delicias de chocolate que “te miran” desde los ventanales de las tiendas, en las fachadas que a medida que ascienden se adelgazan, en las huellas que ha ido dejando la historia, en las vetustas piedras y en los modernos edificios…

 

3 comentarios

Mariano -

Un abrazo para las dos. Anny y SilviaLuz. El catarro parece que está ya casi controlado. Han sido unos días de desgana y ánimo bajo, que chocaban con las buenas sensaciones de un viaje que resultó prácticamente redondo. Gracias por la información adicional, Anny (queda pendiente la tortilla de patata) y gracias una vez más por vuestra inestimable compañía.
Y, en cuanto a Silvia, me cuesta imaginarte en invierno, de verdad y a ver si sale ese viaje por tierras españolas. Un abrazo de abrigo.

Silvialuz -

Hola Mariano!
Como bien dice Anny, espero que mejores del catarro con unos mimos culinarios españoles. Bueno, ya me has adelantado algo del viaje que quiero hacer: conocer Brujas y Gante, he visto fotos y vídeos y me parecen fascinantes. Ahora el viaje se me alarga un poco porque también quiero conocer Huesca, el Sobrarbe que veo en fotos y el Pirineo todo porque vi sólo el sur y de pasada por la autopista viniendo de Francia, también Segovia, que nos quedó en el tintero y ahora Juan José García me ha tentado con sus fotos, en fin, veremos cuándo.
Me daba gracia lo que contabas de la gente en bici porque acá algunas familias enteras se desplazan así, unos subidos sobre otros, alzados, sentados en el caño, sobre el portapaquetes... llegué a contar cinco personas en una sola bici entre chicos y grandes, lo cual me parece atroz, pensando en lo peligroso que es. Claro que ellos lo hacen por necesidad económica, no por necesidad vial como allá.
Reitero mis deseos de mejor salud, yo, pese al frío, todavía voy invicta este año, es que ha hecho mucho frío en julio y lo que va de agosto, estos días las mínimas andan por los -8 Cº y las máximas no superan los +8. Un abrazote entonces con narices frías.

Anny -

Hola Mariano

Espero que tu 'catarro de verano' se ha ido con la ayuda del calor de tu tierra y unas buenas porciones fortificantes de tortilla de patata, pan con tomate y café 'normal' (jeje, nosotros que sí aquí bebemos un café anormal). Por razones evidentes no voy a comentar el relato de vuestro viaje, solamente quiero decir que vuestra compañia ha sido muy agradable y estamos contentos que pudieramos mostraros algunos rincones de ciudades históricas flamencas. En relación con el nombre de vuestro hotel, Krasnapolsky, poco holandés, tu 'eficiente informadora' te comunica que fue alguien de Ucraina que llegó en Amsterdam a finales del siglo XIX y compró un comercio Poláco para convertirlo en un restaurante y después..en un hotel.
Un abrazo