ACTIVIDADES Y DEPORTES DE AVENTURA (I)
El verano siempre es el tiempo de la posibilidad. Si viajas por la comarca de Sobrarbe y observas su naturaleza, con rapidez adivinas las posibilidades que se han abierto con los llamados deportes o actividades de aventura. De tal manera que, en la capital comercial de dicha comarca, proliferan los negocios con ése o con parecidos reclamos. Son actividades que hacen las delicias de los urbanitas: ciudadanos de variada edad y condición que esperan unos días de vacaciones para soltar adrenalina, para vivir con emoción (como si llegar cada día, entre tantos atascos, puntualmente al trabajo no fuera ya emocionante; como si no lo fuera atravesar unos cuantos pasos de cebra, tratando de adivinar si los coches que vienen pararán o no cuando comencemos nuestra travesía; como si no lo fuera la cola de carritos delante de la caja de pagar en la superficie comercial, que va a impedir que lleguemos al colegio a la hora para recoger al hijo o la hija…); urbanitas que quieren ser rurales por unas horas o por unos días.
¡Cómo cambian los tiempos! Hay una oferta de deportes de aventura (todos o casi todos, en la naturaleza, en el mundo rural, por tanto y de nombres ya familiares: puenting, rafting, rapeling…) que, muy pocos, por no decir nadie hubiésemos anticipado hace treinta años. En los años sesenta y setenta del pasado siglo, la aventura más potente era la que protagonizaban cada una de las familias que abandonaban el medio rural -estos pueblos de Sobrarbe por ejemplo- y marchaban con lo puesto a iniciar una nueva vida en Barcelona, Madrid o Zaragoza. ¡Eso sí que era una gran aventura y tenía, con toda seguridad, muy poco de deporte!
Por otra parte, quienes nos quedamos, fuimos quemando etapas en nuestra vida e incorporando diversos grados de aventura a nuestro diario devenir. En los años de la infancia, una aventura era embadurnarse con barro las piernas (¿barding?) y mojarse luego en los “basones” del barranco para limpiar aquel barro (no sabíamos entonces que décadas más tarde, los balnearios ofertarían baños de barro o de chocolate y otros productos exóticos); aventura era tratar de pescar en las badinas, con una cesta, las madrillas que subían del Cinca, después de una tormenta veraniega y un crecimiento súbito del caudal del barranco; era aventura “plantar losetas”) (loseting) en el monte y andar mirándolas al atardecer de los otoños, escuchando los quejidos de las ramas de los árboles baqueteadas por el viento o los gritos solitarios de algunos animales “invisibles”. También era una aventura tratar de fumarnos un “cigarro de petiquera” (petiquering), al amparo de la noche y lejos de las miradas de los mayores Y jugar un partido de fútbol los de un barrio contra los del otro para salvaguardar el honor tribal de dos territorios que empezaban o terminaban en mitad del puente por el que la carretera cruzaba el barranco de San Vicente. Era siempre una aventura salir de casa con un bolsillo lleno de chapas, pitos o carpetas y, tras una tarde intensa de juegos, regresar al domicilio familiar habiendo incrementado el número de ellas significativamente o habiendo quedado definitivamente “esparruchados”. Era una aventura descender con el culo arrastro por los “terreros” (terrering) porque podía pillarte el maestro (castigo asegurado) o descubrirte en casa el roto en la culera del pantalón (otro castigo); era una aventura deambular por la glera del Cinca localizando una buena “horquilla de sarguera” para el tirachinas, aventurarse más allá del “kilómetro 4”, acercarse al monte sin compañía, desafiando la temprana oscuridad en algunas estaciones…
Y a medida que se cumplían años, cambiaba el perfil de los deportes o actividades de aventura que solíamos practicar. Las exigencias del guión eran otras, ¡vaya! Uno de ellos, especialmente repetido en época de verano podríamos llamarlo “levantamiento de paca” (puede que tuviera poco de aventura, pero mucho de deporte); paca de paja o paca de hierba… subida a pulso al remolque, con horca o sin ella. Lo peor del “paquing” es que tenía un primer momento que podríamos llamar “carguing” y que éste llevaba anexo el “descarguing”; es decir, que cuando llegabas a la era correspondiente, había que descargar el centenar aproximado de cada viaje, y por tanto debías repetir el ejercicio para conseguir meter toda la carga en el pajar correspondiente.
Quienes teníamos en casa vacas de leche, practicábamos el “vaquing” con mucho fundamento. Comenzábamos la jornada con la “limpieza de cuadra”: provistos de horca, pala y carretillo, cargábamos media docena de veces el carretillo con las deposiciones y orines que los lustrosos rumiantes habían ido soltando durante la noche. Cada viaje escalábamos el montón de estiércol y hacíamos equilibrios para vaciarlo en el lugar correspondiente, con el riesgo de salirnos de la estrecha tabla y acabar enfangados en el montón (cosa que sucedía de vez en cuando). Y no debías olvidar que había que repetir el ejercicio por la tarde. Luego había que ordeñar a, pongamos por caso, media docena de gentiles mamíferos rumiantes que, una vez te habías aposentado con el cubo entre tus piernas y bajo sus tetas, podían darte una “bofetada” con la “escobilla” de la parte final de la cola (en ocasiones, convenientemente remojada con los productos de deshecho que cualquier lector imaginará produce una vaca) o una coz al cubo en el que estabas ordeñando y otros muchos efectos especiales. Como pueden ver, ordeñar, (el popular “ordeñing”) además de deporte (antes de la máquina ordeñadora se hacía a mano, con “tecnología digital”) era, realmente, una aventura que se repetía dos veces cada día.
Perseguir el agua por las acequias para poder regar el huerto de maíz, el tajo de patatas o los caballones de tomates, pimientos, etc. también era una actividad deportiva, por las veces que había que remontar la acequia para recordar o pedir al “despistado” que te había quitado el agua que, por favor, la dejara correr que estabas tú regando más abajo. Si el tiempo no jugaba a nuestro favor y era necesario regar por la noche (porque por el día, las centrales eléctricas del cauce del río retenían agua en sus procesos de producción energética), especialmente el maíz o algún huerto de alfalfa, la aventura también estaba presente. Noche casi negra, soledad, siluetas fantasmagóricas, ruidos indescifrables, posibilidad en nuestros garbeos de caer dentro de la, casi invisible, acequia o de enfangarnos en la parte regada del huerto cuando andábamos con precisas tareas de comprobación… La huerta ofrecía unas posibilidades interminables. Además del “rieguing”, ya descrito, estaba el “entrecaving”. Proceso éste en el que armados de una azada debíamos recorrer pacientemente los caballones sembrados o plantados para remover la tierra y arrancar las malas hierbas (que igual que los dolores, brotaban sin haberlas sembrado y con evidente profusión). Los movimientos de subida y bajada de nuestro cuerpo, la tensión de las piernas abiertas y el subir y bajar con fuerza de la azada, convertían la actividad en especialmente gimnástica o deportiva (con poca aventura, eso sí)…
No quería agotar el tema y si es necesario, volveremos a él. Quería hacer un repaso por algunas faenas que hacíamos de niños o de adolescentes y jóvenes (en ocasiones, aprovechando las vacaciones, y muchas veces, como premio a aprobar todas las asignaturas del curso de bachillerato correspondiente). Ahora proliferan también los campus, campamentos y colonias, donde grupos de niños y niñas (muchos de ellos sin haber cumplido con sus obligaciones escolares adecuadamente) son entregados por la familias a un grupo de “arriesgados” monitores y monitoras que tratarán de que vivan aventuras pasando un puente, realizando una marcha, bañándose en el río o bajándolo en canoa… Los de mi generación hacíamos cada verano un campamento familiar con las anteriores actividades descritas y otras que han quedado guardadas… ¡Joder, cómo cambian los tiempos! Y, de paso, nos echamos unas veraniegas y refrescantes risas.
10 comentarios
Mariano -
¡Qué alegría verte y leerte por aquí!Muy buenas tus aportaciones, tanto el "transporting" como el "catring" y todo lo que dices. Esperemos que nunca falte ese rincón para mirar las estrellas (y la "Luna") y contar historias. Un fuerte abrazo y buen verano.
dinamita -
Mariano -
Un abrazo, Ana y buen verano. Asómate por aquí, de vez en cuando.
Ana J. -
¡Qué bueno tu comentario! Así eran nuestros veranos, ayudando en el trabajo pero también muy libres con los niños y niñas que entonces había en los pueblos. Hoy esta gente pequeña parece que están en "libertad vigilada", siempre bajo la supervisión de un adulto. Como decía la canción los tiempos cambian que es una barbaridad.
Un abrazo grande y buenas vacaciones.
Ana
Mariano -
José Luis: No creo que cualquier tiempo pasado sea mejor. Cada cual somos hijos de nuestro tiempo, pero resulta inevitable comparar. Esta vez hay un tono irónico en el texto que quiere resaltar la desmesura de los cambios experimentados en pocos años: los que hemos tardado en pasar de una sociedad más bien pobre a una, más bien opulenta (con todas las excepciones). Buen verano, amigo.
Mª Carmen: Geniales vuestros apuntes. Me alegra que pasarais un buen rato con la lectura del texto. Debe haber una segunda parte y ojalá os animéis a escribir una continuación, vais por buen camino Un abrazo
Mari Carmen -
A ver si hay una segunda parte, tal y como anuncias. Hemos encontrado por ejemplo a faltar antes del "paquing" los previos "dalling", "rechiring" y "acordoning".
¡Un aventurado abrazo deportivo!
José Luis -
En mi infancia, los deportes que nombras ya estaban en franca decadencia, pero aún tuve la suerte de poder ayudar a mi abuelo y practicarlos.
Me has provocado abundante nostalgia. He leído que lo de "cualquier tiempo pasado fue mejor" es una especie de ilusión mental muy común. Y lo será, pero puedo asegurar que en mi caso es una ilusión muy persistente.
Un abrazo.
Fina -
Un abrazing
Mariano -
Víctor Juan -
Qué grande eres.