MI MADRE, MI HIJO Y EL PAQUETE SORPRESA
Septiembre es siempre un mes atractivo. Está incluso algo mitificado y quizá, no sin razón. A algunas personas nos gustaría tener vacaciones en septiembre; intuimos que el tiempo y el volumen de personal son aspectos más favorables que los que ofrece el caluroso y atiborrado agosto. Por descontado, ya hemos dejado la posibilidad de hacer una comprobación eficiente de tales hipótesis para cuando podamos gozar de la merecida jubilación. Hasta entonces no podremos salir de dudas.
Septiembre es el mes de inicio de cada curso escolar; el tiempo del reencuentro gozoso o desasosegado con personas que trabajan a tu lado y con las que tienes diferentes pálpitos relacionales. Ha habido un tiempo veraniego consumido y es momento de ponerse las pilas, mirar al horizonte del curso y comenzar a mover las piernas y enchufar las neuronas para organizar el trabajo, seleccionar estrategias, fabricar materiales, planificar actuaciones…
Septiembre, desde hace 91 años, es también el mes del cumpleaños de mi madre. Ella repite con frecuencia, “nunca me había pasado por la cabeza que podría vivir tanto…” Hace unos años (algunas décadas) probablemente ni ella ni sus hijos contemplábamos esos niveles de longevidad (mi padre falleció con los 90 cumplidos, también), pero ahí está María Teresa con su bastón subiendo y bajando las 14 escaleras, que van del patio a la vivienda, unas cuantas veces cada día; haciendo la comida para ella y su cuidadora y cualesquiera que acudamos a casa; leyendo todos los días el periódico al que está suscrita y poniéndote al día respecto de algunas noticias cuando la llamas por teléfono. En esas condiciones, el hecho de cumplir años es un acontecimiento gozoso porque la cabeza rige todavía y la vida sigue teniendo sentido; otro sentido, es verdad, para quien ha perdido a su compañero de más de medio siglo de vida, pero aún quedan algunos alicientes para seguir viviendo.
Uno no se explica cómo pudieron trabajar tanto mis padres (y por extensión las personas que nacieron en las dos o tres primeras décadas del siglo XX) a lo largo de toda su vida. ¡Qué tesón más increíble mantuvieron, incluso a una edad que sobrepasaba en muchos años la edad razonable de jubilación! Desconocían el significado de la palabra vacaciones y vivieron para trabajar, para proporcionar a su familia lo importante, lo esencial. Cuando veo a mi madre o pienso en ella, con esas arrugas en el rostro llenas de dignidad y esas manos heridas por la artrosis, recuerdo el trajín continuo en los años cincuenta y sesenta: criar cuatro hijos, hacer de comer, lavar cada día en el barranco, ir a la huerta a recoger frutos o ayudar en la cuadra con las vacas, preparar la pastura para los cerdos, ocuparse de gallinas y conejos… Y todos los días del año… Y estirar muchos días la jornada para realizar faenas estacionales, con toda la familia, en la cocina de casa, cuando ya el otoño enfriaba las noches y las ilusiones. En todo ese proceso de vivir y trabajar a pleno pulmón, hay un silencioso mensaje de ejemplaridad que hijos e hijas, en primer lugar y también, de algún modo, las nietas y los nietos han podido observar, aprender e interiorizar.
El pasado 5 de septiembre cumplió, como decía, los 91 años y justamente ese día, le enviamos por correo, a nuestro hijo Daniel una caja con diversas cosas que no pudo llevarse, por exceso de peso, el pasado 21 de agosto cuando viajó a su nuevo destino. Daniel está estudiando con el programa “Erasmus” en una ciudad danesa: Horsens. La caja contenía fundamentalmente ropa, algún libro, algo de comida envasada al vacío, útiles de aseo y otros pequeños objetos que necesitaba y que nos había demandado. El paquete que enviamos el lunes lo ha recogido Daniel, hoy sábado, día 10, en la oficina de correos de Horsens. Lo ha abierto y todo había llegado en perfectas condiciones, incluida la botella de aceite de oliva virgen.
Recordábamos que cinco años atrás, la beneficiaria de los envíos era nuestra hija Ana, que estaba también de “Erasmus”, pero en París. Hay textos en este viejo blog que hablan de aquella época (uno se titula “Arde París” y otro “Viaje a Francia”). Aunque esa cuestión ha variado poco; me refiero a la necesidad de tener que mandar, de vez en cuando, algún paquete para completar el equipaje inicial con el que emprendieron el viaje, hay otro asunto que sí ha cambiado totalmente: la comunicación. Hace cinco años ya había teléfonos móviles, pero ahora, a través de Skype y haciendo uso de las webcam, podemos hablar todos los días y podemos vernos las caras, lo que permite comprobar si el niño nos come bien o se le ve desganado; incluso si tiene la habitación ordenada y otros asuntos, je, je. Hablando en serio, lo importante es el cara a cara diario en el que nos vemos y nos hablamos.
Es realmente gozoso que los hijos aprovechen estas oportunidades que la vida les va ofreciendo. Nosotros no pudimos hacer estas cosas, pero les hemos dado ánimos para que, si les apetecía, pudieran hacerlo sin problemas. Creo que es una oportunidad única y, si las cosas transcurren razonablemente bien, la experiencia será inolvidable, ¡seguro!: jóvenes de diferentes países en un entorno geográfico, histórico, cultural y universitario diferente, comunicándose en una lengua no usada habitualmente y teniendo a su disposición algunas posibilidades nuevas de aprendizaje, relación, organización personal, diversión… Además del mencionado Skype, la generalización del facebook también posibilita la publicación de fotografías, el intercambio de mensajes, el chat… Posibilidades que rebajan el impacto de la aventura y permiten una comunicación fluida que debe ser dosificada para que quien se ha marchado no esté permanentemente conectado al ombligo familiar… El vuelo debe ser libre y, una parte al menos, en solitario.
El caso es que todo lo anterior tiene alguna relación. Cuando yo estudiaba interno en Huesca, al final de la década de los sesenta, tenía infinitamente menos comunicación con mi familia: no teníamos teléfono y había que escribir cartas o postales para dar y recibir noticias. En ese sentido, la distancia entre Labuerda y Huesca era muy superior a la que existe actualmente entre Fraga y Horsens (Dinamarca). El caso es que, estando interno con 14 y 15 años de edad, debía mandar periódicamente la ropa sucia a Labuerda para que la lavara mi madre. Esto lo hacía cada quince días. Tenía una bolsa grande de tela recia y blanca en la que la iba colocando y cuando llegaba el día (aprovechaba los sábados por la tarde) la llevaba a una agencia de recaderos. Tenía un trayecto largo caminando; trayecto que realizaba con el saco al hombro, convirtiéndome por un rato en el “hombre del saco”. Luego, el viaje de vuelta era más agradable porque la bolsa la depositaban en el hall del colegio y solo tenía que subirla a la habitación. ¿Qué por qué cuento esto? Porque cuando recibía la ropa limpia siempre había dentro una caja o paquete sorpresa. Y ese recuerdo está además lleno de gratitud hacia mis padres (y especialmente hacia mi madre que era la que se ocupaba de acondicionar su interior). Es difícil cuantificar el deseo, la alegría, la sorpresa con la que tomaba la caja en las manos, cortaba las cuerdas con las que venía atada y escrutaba con rapidez su contenido: unas galletas o un buen trozo de torta de bizcocho, rosquillas, un trozo de longaniza y otro de chorizo de casa; un tarrito de paté casero y uno o dos de mermelada de tomate; un botecito de almendras garrapiñadas o de nueces; una bolsa de caramelos; una pastilla de chocolate…
Hay algunos olores, hay algunas imágenes que se adhirieron a la piel y a los sentidos y no se han borrado nunca. Durante unos días, era el niño más feliz del mundo: tenía cosas extras para comer y todas tenían el sabor y el olor de mi madre, de mis padres y me recordaban constantemente que yo era de un pueblo pequeño que se llamaba Labuerda y venía de una familia muy trabajadora que se sacrificaba hasta lo indecible para que yo estudiara y acabara mejorando aquel estatus duro e inacabable de trabajo y privaciones. Sin duda, también servía como generadora de impulso y responsabilidad ante los estudios.
El caso es que estos días primeros de septiembre se han producido estas coincidencias y he querido recordar y relacionar. Pasa el tiempo, pasan los años, pero hay pequeñas acciones repetidas: una caja sorpresa, envuelta en ropa viajaba en 1969 entre Labuerda y Huesca; una caja de ropa con sorpresas viaja más de cuarenta años después desde Fraga (España) hasta Horsens (Dinamarca); ambas para hacer momentáneamente felices a sus destinatarios. Así es la vida; sin tener plena conciencia de qué cosas ocurrirán, hay coincidencias que el azar estimula y fija… Y esta es la pequeña historia de mi madre, yo, mi hijo y un paquete de contenido secreto. Espero que les haya gustado.
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P.D. 1.- Escribo esto el día 10 de septiembre y cuando hablo con mi madre, por la noche, me cuenta que ha subido a buscarla su sobrino, mi primo Federico, para llevarla a la Virgen del Monte. En Escanilla, su pueblo de nacimiento, la gente es fervorosa devota de ese pequeño santuario, en el que se celebra y agasaja a “la Virgen de septiembre” y adonde acuden gentes de Escanilla, de Lamata, de Abizanda y descendientes que viven en diversos lugares. Me ha dicho mi madre: “he pasado una tarde preciosa, he hablado con muchas personas a las que hace tiempo no veía y me han echado muchos piropos”. Seguro que era la mayor, la de más edad. Estaba algo cansada del viaje pero muy contenta. Llegar a estas altitudes de la vida así es un privilegio.
P.D. 2.- Hoy es once de septiembre. En 1973, un militar chileno que no pienso nombrar traicionó todos sus juramentos y promesas y propició un golpe de estado en el que murió el presidente constitucional Salvador Allende. Miles de personas fueron detenidas a partir de ese día y miles desaparecieron bajo la tortura y el asesinato. Un episodio negro y vergonzoso para Chile y para la humanidad; una traición a la ética, a la moral; y una iglesia irresponsable y cómplice que no dejó de acoger, bendecir y dar la comunión al sangriento militar que provocó ese desastre.
Casi tres décadas después, en 2001, otro 11 de septiembre para recordar. Un grupo de terroristas secuestraron varios aviones en suelo estadounidense y los estrellaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono, con los resultados ya conocidos. A veces, algunas fechas del calendario toman un protagonismo excesivo y sangriento, hasta convertirse en inolvidables. Unas veces nos conmueven porque representan episodios de dolor y otras nos alegran porque nos ofrecen la cara amable de la vida.
7 comentarios
Mariano -
José Luis -
Estoy dando una vuelta pausada por los blogs y los artículos que no había seguido durante el verano y ahora acabo de tener la fortuna de leer este. Es precioso y con un potente efecto evocador.
En este mundo raro de cojones, como dices por alguna parte, me parece que lo único que queda al final son esas emociones con los que quieres y con los que te quieren. El jamón y las palabras tan sentidas.
Un fuerte abrazo.
Mariano -
En un tiempo, en el que la comunicación telefónica era muy precaria; la televisión la veían cuatro y en blanco y negro; el acceso a la prensa resultaba dificultoso en los pueblos, solo quedaba la radio y la escritura de cartas. Yo me entregué con pasión a esto último y sigo cultivándolo.
Recibir un sobre con tu dirección escrita a mano o con ordenador, con sorpresas en el interior creo que en cualquier persona genera expectación, curiosidad, deseo, sorpresa Deberíamos escribir más, intercambiar más
nig -
Gracias por tus recuerdos y por despertar los nuestros, aunque sean diferentes...
Mariano -
Ya sabes que hay una creciente desaparición de la correspondencia escrita y de los envíos postales en general (incluidos los que llevan dentro paquetito de jamón, por ejemplo). Es esta una de las pérdidas más tontas e inexplicables porque da la casualidad que todo el mundo manifiesta que le hace una gran ilusión recibir cartas, tarjetas postales, paquetes, etc., pero no quiere dedicar unos minutos a contestar o a escribir a las amistades, a la familia, etc. Este país es raro de cojones, no creas.
Bueno, me alegra que te conmoviera un poco. Sabes que fuiste tú la que me insinuaste que podría tocar esos dos aspectos: el cumpleaños de mi madre y la aventura viajera de Daniel.
Por otra parte, la vida y el mundo están llenos de casualidades y de coincidencias. Un abrazo
ana -
ana -
Y la alegría que sentí cuando recibí el paquete de cosas que no me pude llevar y también venía con sorpresas, entre otras un paquete de jamón serrano que estaba "sudado" después de tanto viaje y que nos lo comimos esa misma noche como si de un manjar se tratara.
La verdad es que son sensaciones difíciles de explicar pero fáciles de recordar.
Yo he tenido la suerte de estar en Labuerda este fin de semana y ver la cara que traía la abuela cuando llegó de la romería, estaba feliz por todas las muestras de afecto y piropos que le habían dedicado.
También tengo la suerte de ir viendo a Daniel cada día que hablo con él y tengo que decir que se le ve muy bien, parece que le prueba bien Dinamarca y lo está aprovechando al máximo.
Gracias por seguir adelante con el blog y escribir textos como éste.
un beso