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gurrion

ARDE PARÍS


 

  Hace unos pocos años, Ana Belén cantaba con éxito una canción que llevaba este título y que decía, entre otras cosas: "Hoy he visto arder París sobre el fuego de tu espalda"; frase que podríamos cambiar por: "hoy he visto arder París, justo encima del asfalto". También decía: "Detrás de ese incendio dicen se ahogan los principios de la guerra; detrás de ese incendio dicen, muere el bien y el mal". La popular canción sonaba en la TV cuando los ciclistas españoles daban la vuelta de honor por los Campos Eliseos de París cada vez que Miguel Indurain ganaba una nueva edición de “le Tour de France”.


Desde hace más de dos semanas, y por motivos bien distintos, ha venido a la mente de muchas personas el título de esa canción. En ese tiempo, cada noche, ha ardido literalmente París, concretamente las poblaciones que rodean el extrarradio de la ciudad. Parece ser que el detonante fue la muerte de dos jóvenes que se refugiaron en un transformador y murieron electrocutados. En realidad el caldo de cultivo no es de ayer ni de hoy; se ha ido gestando poco a poco. El caldo de cultivo es la pobreza, la exclusión, la insostenible separación de las condiciones adecuadas de vida que sufren millones de personas en el mundo y miles o cientos de miles en los países desarrollados. Hace mucho tiempo que se denuncia que la política de guetos no es ni de largo la más adecuada para la integración de las personas en los países a los que llegan buscando trabajo, seguridad y una vida mínimamente digna. Los cinturones de las grandes ciudades de casi todo el mundo suelen nutrirse de esas personas, con un punto de desesperación en su vida; personas que con ese éxodo desde las zonas rurales o desde otros países tratan de mejorarla. Si a esa corriente, imparable desde hace unos años, se une el hecho de que en algunos países, como es el caso de Francia, hace mucho más tiempo que llegaron personas desde las colonias y su integración no ha sido suficientemente bien orientada, el problema se agudiza y basta cualquier excusa para que estalle, salpicando aquí y allá. Muchas de las personas que estos días han convertido las noches parisinas del extrarradio en macabras barbacoas son franceses, deberían ser franceses, pero se les denomina en los medios “inmigrantes de 2ª o de 3ª generación”. Ese es un lenguaje claramente racista. No creo que las palabras del ministro Sarkozy (al que también le recuerdan sus orígenes inmigrantes, por cierto) beligerantes contra quienes soportan unas condiciones de vida miserables y un horizonte de esperanza totalmente tapado por la niebla hayan ayudado a calmar los ánimos y a reconducir la situación. La actitud de las bandas que actúan por las noches, quemando los coches de muchas personas de sus barrios (y por tanto, personas que están en sus mismas condiciones) no merece tampoco ninguna consideración, salvo la de que deben acabar con esa ola trágica de destrucción. Y todo ello debe llevar a reflexionar sobre los modelos de integración que Europa ha acuñado en los últimos años y que ahora devienen en bombas de efectos retardados pero letales. Probablemente, desde el famoso mayo del 68, la capital de Francia no haya vivido tantas jornadas violentas consecutivas. Probablemente esta revuelta (que se ha extendido también a otras ciudades de Francia y a algunas de otros países) sea un nuevo toque de atención que obligue a reconducir determinadas prácticas.
  En nuestro caso, hemos vivido esa situación con una preocupación añadida, pues nuestra hija, que está estudiando en la “Université de Cergy-Pontoise”, a 25 km. de París ha sufrido en su residencia la quema de coches, el intento de incendiarla, el desalojo y la reubicación temporal en otra. Ante esa situación, casi, casi de preguerra se ha venido unos días por la “pacífica España” para rebajar la tensión y ver a la familia. No obstante, se vuelve de nuevo a tierras francesas a terminar su Erasmus y a aprovechar la experiencia impagable de estudiar en otro país, con todo lo que eso lleva de conocimiento, intercambio y relación con otras personas y con otras culturas.
Nosotros esperamos que en París, en Lille, en Marsella, en Toulouse y en el resto de las ciudades se acaben las hogueras y se tomen medidas para que las personas excluidas dejen de estarlo; medidas efectivas y reales, no palabras engañosas, palabras vacías de significado. Alguien dijo hace un tiempo que “Siempre nos quedará París”, pero no será así si lo queman... La canción, mucho más amable que las imágenes que estamos viendo, decía: "Arde París, arde París y en tu piel se quema el tiempo; arde París, arde París... conmigo dentro". ¡Que se apaguen los fuegos y que suenen las palabras que traigan los compromisos y el entendimiento!


3 comentarios

Guillem -

MARIANO ¿ ESTA ANA ES LA CANTANTE?. ME PARECE INTERESANTE QUE ABLES LO QUE PASO EN PARIS Y ADEMAS CADA DIA ME GUSTAN MAS LOS LIBROS.NO LES HE ENSEÑADO A MIS PADRES POR QUE SON SENTIMIENTIOS QUE SOLO QUIERO QUE LOS SEPAS TU.ADIOS MARIANO ALO DE HELLO FUI YO.
¡FFFFFFFIIIIIIIN¡

Mariano -

Creo que debéis escribir lo que habéis vivido. Yo me comprometo a echarle un vistazo y sugerir alguna modificación, si es necesario. Escribir es, muchas veces, una terapia adecuada para descargar una tensión acumulada.

ANA -

Solo comentarte que el texto está muy bien y que refleja bastante la realidad que se vive en estos momentos en Francia, ahora me toca a mi reflejar la realidad de todo lo que hemos vivido nosotros en nuestra estancia. Un saludo