VIAJE A FRANCIA
Ayer, domingo, nuestra hija Ana viajó desde Fraga hasta Barcelona. Hoy ha cogido un avión con dirección a París. Desde el aeropuerto de Orly se ha trasladado hasta Cergy Saint Christophe ( a 25 kilómetros de París) donde tiene la residencia y donde cursará el primer cuatrimestre de tercero de Turismo, en la facultad de Pontoise. Se va con el Erasmus ese que dicen que facilita el intercambio entre estudiantes en Europa. Lo que no suelen decir es que, al menos en España, son las familias quienes deben costear el famoso Erasmus, porque nadie te da facilidades para nada. Bueno, sabemos que ha llegado bien y que ya se estará instalando en su habitación de la residencia.
En casa estamos un poco inquietos porque es la primera vez que se marcha tan lejos para un tiempo tan largo. Son cosas que una vez u otra deben suceder y debemos estar preparados para que los hijos y las hijas se separen de nosotros y vayan encauzando su vida. Para ella tampoco será fácil al principio: ha viajado sola, está en otro país, con otra lengua y con otras concepciones culturales. Además es un país con mayor nivel de vida y, por tanto, con argumentos para gestionar el dinero de manera más rigurosa.
Recuerdo, al hilo de este viaje de mi hija, que mi primera salida de casa (de Labuerda) fue también para estudiar. Fui interno a un colegio de Huesca a hacer el bachillerato superior. Había cumplido 15 años en julio y me incorporé al colegio en septiembre. Me acompañaron mis padres y mis tíos y, sin ninguna dificultad, puedo evocar el momento en el que me despedí de ellos, un domingo lluvioso de septiembre. Estuve un rato sentado en el patio de dicho colegio, sólo y llorando. En aquellos tiempos viajar de Labuerda a Huesca costaba bastante más que volar de Barcelona a París. No teníamos teléfono en mi casa y la comunicación más utilizada era la carta. Durante casi un mes mantuve la maleta sin deshacer del todo, porque en muchas ocasiones tuve la tentación de escaparme a la estación de autobuses y volverme para mi pueblo. Luego, pasó el tiempo y acepté aquel desgarro como algo necesario en mi formación, animado como estuve siempre por mis padres. Pasaba meses sin ir a casa y la comunicación más agradable se producía cada unos quince días. Era el tiempo que tardaba en enviar un saco-bolsa de ropa sucia a Labuerda y en recibir el mismo saco-bolsa con la ropa limpia y SIEMPRE con una caja dentro; una caja sorpresa que podía contener: un bote de mermelada de tomate, una latita de leche condensada, un trozo de torta casera, media longaniza y medio chorizo, unos caramelos, una tableta de chocolate... recibir aquello era una auténtica fiesta y algo que nunca le agradeceré bastante a mi madre. Un día de estos, tendremos que mandarle algún paquetito a Ana y procuraremos que contenga alguna de estas sorpresas que te conectan directamente con el nido familiar, con el sitio del que viniste. Y es que la vida no para de dar vueltas y vueltas y vueltas...
En casa estamos un poco inquietos porque es la primera vez que se marcha tan lejos para un tiempo tan largo. Son cosas que una vez u otra deben suceder y debemos estar preparados para que los hijos y las hijas se separen de nosotros y vayan encauzando su vida. Para ella tampoco será fácil al principio: ha viajado sola, está en otro país, con otra lengua y con otras concepciones culturales. Además es un país con mayor nivel de vida y, por tanto, con argumentos para gestionar el dinero de manera más rigurosa.
Recuerdo, al hilo de este viaje de mi hija, que mi primera salida de casa (de Labuerda) fue también para estudiar. Fui interno a un colegio de Huesca a hacer el bachillerato superior. Había cumplido 15 años en julio y me incorporé al colegio en septiembre. Me acompañaron mis padres y mis tíos y, sin ninguna dificultad, puedo evocar el momento en el que me despedí de ellos, un domingo lluvioso de septiembre. Estuve un rato sentado en el patio de dicho colegio, sólo y llorando. En aquellos tiempos viajar de Labuerda a Huesca costaba bastante más que volar de Barcelona a París. No teníamos teléfono en mi casa y la comunicación más utilizada era la carta. Durante casi un mes mantuve la maleta sin deshacer del todo, porque en muchas ocasiones tuve la tentación de escaparme a la estación de autobuses y volverme para mi pueblo. Luego, pasó el tiempo y acepté aquel desgarro como algo necesario en mi formación, animado como estuve siempre por mis padres. Pasaba meses sin ir a casa y la comunicación más agradable se producía cada unos quince días. Era el tiempo que tardaba en enviar un saco-bolsa de ropa sucia a Labuerda y en recibir el mismo saco-bolsa con la ropa limpia y SIEMPRE con una caja dentro; una caja sorpresa que podía contener: un bote de mermelada de tomate, una latita de leche condensada, un trozo de torta casera, media longaniza y medio chorizo, unos caramelos, una tableta de chocolate... recibir aquello era una auténtica fiesta y algo que nunca le agradeceré bastante a mi madre. Un día de estos, tendremos que mandarle algún paquetito a Ana y procuraremos que contenga alguna de estas sorpresas que te conectan directamente con el nido familiar, con el sitio del que viniste. Y es que la vida no para de dar vueltas y vueltas y vueltas...
2 comentarios
Mariano -
Acabo de ver y de disfrutar en TV3 un programa especial dedicado a Lluis Llach con motivo de su actuación el pasado mes de abril en el teatro Trianon de la capital francesa.
Ana Coronas -