Blogia
gurrion

FRÍO Y SOLEDAD

Ayer cerramos la puerta de la casa de Labuerda y regresamos al lugar de trabajo con el que teníamos hoy una cita ineludible. Hacía un frío de mil demonios, el coche estaba rebozado de escarcha y el ambiente gélido se apoderaba de uno a poco que permaneciese en la calle, inactivo.

 

Tuve un sentimiento de tristeza al girar la llave y sacarla de la puerta, al darme la vuelta y montar en el coche y durante un rato, iniciado ya el regreso, pensé en ello sin poderlo evitar: apagada la calefacción, bajadas las persianas y cerrados los postigos, el interior quedaba a oscuras y, poco a poco, recuperando la temperatura ambiente; es decir, poco más de cero grados centígrados.

 

A veces, cuando estoy sentado en mi silla y mesa de trabajo e, intermitentemente, miro hacia los muebles, hacia las paredes de la sala de trabajo, hacia los estantes de los libros, tengo la sensación de que los objetos cobran vida, de que la mirada de las personas que aparecen en las fotografías se torna más dulce, de que en los libros de los armarios y de las estanterías  palpitan las historias y pugnan los personajes por salir de su sueño profundo y se ofrecen para ser leídos y por tanto, resucitados… El calor de los radiadores, la luz de las bombillas o la que llega directamente del exterior por el balcón o las ventanas, la música que desafía con melodías y palabras al silencio y mi presencia crean esa sensación de que se anima lo inanimado; calor, luz, palabras y compañía parecen buenos ingredientes para vivir.

 

Me gusta pensar en ello, en que todo lo que me rodea, todo lo que guardo a mi alrededor en el “salón-estudio” donde me encuentro agradece mi presencia; a fin de cuentas, está allí porque yo lo compré como un recuerdo o lo rescaté de un abandono definitivo en el bosque o en un barranco; lo adquirí en una tienda de viejo o lo fotografié expresamente antes de que fuera destruido o poco después de haberlo descubierto; está allí porque es un libro leído y sus personajes ya tuvieron una oportunidad de vivir o porque sus formas caprichosas –caso de los fósiles- cautivaron mi atención durante unas cuantas excursiones; está allí acompañado, sin saberlo, por la persona que me lo regaló o como señal inequívoca de un viaje realizado; está allí como pieza de una colección más amplia o como testigo directo de un reconocimiento recibido; está allí porque fijaba un momento fugaz o porque es un eslabón que me une con otro tiempo… Para todos esos objetos he buscado un espacio agradable que, a su vez, haga agradable mi estancia en su compañía. Todo junto conforma una geografía de tamaño razonable que enmarca, de alguna manera, lo que uno es y lo que va haciendo.

 

Igual ocurre con el resto de la casa: todo se silencia, se detiene: nadie abrirá por un tiempo el cajón de los cubiertos; ninguna silla será separada de la mesa para que alguien descanse sobre ella; no se encenderá el fuego del hogar; los grifos permanecerán cerrados; la nevera no verá encenderse la luz interior y el hule de la mesa añorará las caricias diarias de la bayeta; las pinzas de la ropa seguirán todas juntas en el recipiente de mimbre blanco…

 

Por eso, en invierno, cuando se cierran las ventanas, se apaga la luz y también la calefacción, todo el interior de la casa se sumerge en la oscuridad, en el frío y la soledad y tengo la sensación de que esos objetos de mi entorno de trabajo, de lectura, de reflexión…, entran en una situación desfavorable; siento que sienten el frío y que se entristecen con la obligada soledad y que les gustaría sentirse iluminados más de vez en cuando. Desde la distancia, evoco esa situación y, como decía, hay en mí un asomo de tristeza.

 

No sólo las bajas temperaturas son responsables del frío, también la soledad obligada y el silencio que se deriva deben producir esa sensación. Lo experimento en Labuerda desde hace muchos años. En mi pueblo, hay calles que en los meses invernales están permanentemente desiertas, que no es posible entablar una conversación con nadie, simplemente porque todas las casas que las jalonan están cerradas. Me cuesta poco recordar la vida treinta años atrás y poner cara a las personas que vivían en cada casa: en ésta, un matrimonio de avanzada edad; en la siguiente seis personas: la abuela, los padres y tres hijos que acabaron emigrando a la ciudad; en la otra los padres con un hijo; en otra un matrimonio hoy fallecido… y así sucesivamente. Hoy, recorro las puertas con la mirada y levanto un acta desoladora: ésta sólo se abre para las fiestas; ésta otra un mes en verano; la siguiente lleva ya diez años cerrada; en esta otra, sólo algún fin de semana y unos días en verano… Recorrer algunos rincones de Labuerda en invierno es duplicar la sensación de frío: el atmosférico, lógico y razonable por la estación en la que estamos y otro tanto como consecuencia de la soledad y el espeso silencio que allí se respira.

 

A más de cien kilómetros de distancia de esos parajes de infancia, de esos lugares donde uno empezó a curtir la piel, a descubrir algunos significados de la vida, donde fraguó las primeras amistades y despertó a los primeros amores; a más de cien kilómetros de esa geografía amarilla, construida a base de recuerdos, pero actualizada con cada visita, con cada estancia vacacional, evoco estas sensaciones de silencio, frío y soledad.

 

……………………………………….

 

(Abro paréntesis). Las imágenes que llegan de Gaza y los testimonios extraoficiales que leemos en Internet producen cortantes escalofríos. Lo siento, no logro entender nada, como decía al final del post anterior. La única salida es el diálogo y las potencias mundiales y los líderes responsables de las mismas, deberían obligar a las partes a sentarse a negociar: ni un muerto más, ni una ocupación de tierras que alargue el conflicto, no más muros, no más lanzamientos de proyectiles… No se puede permitir que en el siglo XXI se produzcan matanzas de esta índole como si no pasara nada, en ninguna parte del mundo. No hemos aprendido nada de tanta barbarie como nos ha legado la historia. Resulta vergonzosa la doble moral permanente para juzgar determinadas actuaciones y resulta vergonzoso el comercio de armas, un negocio para algunos y la sentencia de muerte para otros.

12 comentarios

Julen -

A mí Mariano este texto de Labuerda me ha gustado ya que explicas los Inviernos en Labuerda. Cuando dejas la casa y cierras las persianas, cuando cierras los cajones, pones las sillas en su sitio, los cubiertos no se tocan, etc
También te vas a recorrer las calles acordándote de quién es la casa y cuándo vienen a visitarla, que si en verano un mes, que si dos días, etc
A mí me ha parecido triste que tengas que irte de Labuerda con el coche lleno de escarcha.
En fin, cuando se ha de hacer, se de hacer; en este caso se ha de hacer por mucho que no se quiera.

Alba Buisán Navas -

En verano, por el mes de Junio, me voy a la huerta, ya que mi padre es agricultor. Cuando llego a la huerta, veo que está solo, pero durante 3 meses, estaremos allí día y noche. Este verano pasado, tenemos una gata, y crió 5 gatos, justo para Septiembre cuando ya nos íbamos a ir. La última noche, yo pensé, que cuando nos fuéramos se quedaría solo, sin nadie, sin vecinos… Mi padre y mi abuelo me dijeron que cada día ellos vendrían, darían comida a los gatos… Pero yo seguía pensando, que durante casi un año, estaría todo cerrado. Ahora mismo, solo quedan 2 gatos de 5. Yo, sigo sintiendo FRÍO Y SOLEDAD.

Mariano -

Hola, Fina:

Me doy por felicitado. No he escrito nada sobre el premio porque ya escribí sobre él el pasado 12 de diciembre y no hay que cansar al personal.
De todos modos, el acto resultó largo por esa manía que tienen los políticos de tener que echar su discursito. Presidía el acto Marcelino Iglesias y nada, nos echaron unas fotos, nos dieron el diploma (imagino que el importe del cheque lo ingresarán en la cuenta de la revista…) y nos invitaron a un suculento pica-pica.
Agradezco tus elogios sobre mis textos. Me alegra que leas habitualmente el blog y que, en algunos casos, lo que yo escribo pueda emocionarte o te permita sentir lo que se cuenta… Para eso es la escritura, para comunicar las emociones, los sentimientos y la vida… Un abrazo.

Fina -

Entraba en el blog para felicitarte por la entrega el viernes del merecidísimo premio Felix de Azahara por el Gurrión y veo que todavia no has escrito nada sobre ello.

Hace unos cuantos dias que apenas me siento frente al ordenador, salvo para pasar facturas, artículos e intentar cerrar la contabilidad trimestral y anual y ahora he aprovechado para leer tus últimos comentarios. ¡¡No hay derecho!! unos con tanta facilidad de palabra y otros (como yo) que para escribir 4 lineas necesitamos 4 horas...sé que siempre te digo lo mismo pero es que...sigue impresionándome tu forma de narrar y describir las cosas, las emociones...has conseguido que Labuerda sea como mi segundo pueblo (y eso que nunca he estado allí). He sentido el silencio de sus vacias calles en invierno y sigo vuestras largas caminatas de verano. Tú lo cuentas y yo lo vivo.

Aunque no puedo ser constante escribiendo en tu blog si lo soy leyéndolo siempre que puedo.

Un saludo

Mariano -

Charo:
Un saludo muy cariñoso. Los que somos felizmente “de pueblo”, pero en absoluto “paletos”, conocemos el valor de algunas cosas y la profundidad de algunos secretos. Buen año también para ti. Este invierno está durando una eternidad y es realmente frío. Un abrazo.
Ana Fumanal:
Te veo un pelín pesimista. Lo que nos une a ciertas geografías es una suma de cosas: las personas, las vivencias, los recuerdos, los objetos, incluso nuestra imaginación que las altera en provecho propio, las magnifica, a veces… Cuantos más años cumplimos más gente va quedando atrás, tendremos (estemos donde estemos) que apechugar con las ausencias, no queda más remedio. Pero estamos obligados a mirar hacia delante y a seguir construyéndonos mientras se nos permita seguir en esta única vida… Ya te ir´ñe mandando fotos de Labuerda, de vez en cuando, para animarte un poco. Un fuerte abrazo.
Ana Sarrato:
No esperaba esta joven visita por mi blog. Bienvenida. No hay más que leer tus reflexiones para caer en cuenta que ya dejaste de ser una niña hace tiempo. Bueno, es cierto lo que dices. La vida es hermosa (para quienes estamos en este cuadrante privilegiado del mapamundi) y el camino que abrimos al vivir se ve jalonado de gentes que llegan y gentes que se van: se fue tu abuela, se fue mi padre, llegan las nietas y nietos del “escodalobos” y así sucesivamente. Así fue siempre y así seguirá siendo. Es conveniente, por tanto, saber aprovechar el día a día, sosegarnos un poco más y disfrutar de lo cotidiano, de lo pequeño: el afecto, la amistad, el sol de la tarde, la ténue luz que nos ayuda a abstraernos en la lectura, la conversación, un paseo, la música, la lectura de un número cualquiera de la revista “EL GURRIÓN” (gracias por la felicitación).
Espero, como prometes, que no tardes tres años en volver a asomarte a este ventanico. Un abrazo y recuerdos a toda tu familia (incluido el infiltrado de Salas Bajas).

Ana Sarrato -

¡Hola mariano!
Estaba yo mirando en favoritos una página que me guardé hace mucho para un trabajo y he encontrado el link de aquella vez que nombraste al "infiltrado de Salas Bajas" y a su familia, como asistentes de las Jornadas Culturales en Salas Altas.
Así que me he metido y he leído mi comentario del 27/11/2005. Han pasado algo más de tres años desde entonces, ahora María ya entiende lo de infiltrado (está en 6º de primaria) y yo ya no escribiría sobre la vida de los treceañeros, sino sobre la de los dieciseisañeros camino de los diecisiete.
Hoy la abuela Carmen ya no está con nosotros y hace poco el "escodalobos" y su mujer han sido abuelos por tercera vez...
¡Tantas cosas en tres años! Así que imagino las que han pasado en Labuerda desde que te fuiste a estudiar fuera con 14 años.

Aprovecho que te estoy escribiendo para felicitarte el año a ti y a los tuyos de parte de toda la familia y darte la enhorabuena por el premio “Félix de Azara” que vas a recibir mañana en Huesca (que me he enterado).

Un abrazo cálido para estos días tan fríos de parte de los cuatro.


PD: prometo que la próxima vez, no tardaré tres años en pasarme por aquí.


Ana -

Mariano:

Como bien sabes, hace mucho tiempo que no voy a Labuerda en invierno, pero no por eso dejo de sentir lo mismo que tú.

Mi casa, mi rincón, mis cosas siguen ahí, cargadas de recuerdos que van acompañados de un montón de seres queridos que nadie me podrá quitar.

Pero aún en épocas no de tanto frío, cuando voy, lo sigo sintiendo. El pasear por las calles de siempre y no ver a nadie, y pegarte la "charradeta". O ver a gente desconocida,que, por supuesto, no rechazo, pero que no forman parte de tí como otros.

En Navidades nos llegaban felicitaciones y llamadas de personas, que sentías parte de tu familia. Además de que las costumbres han cambiado, ya no están los que las mandaban.
Y eso se nota aún a quinientos y pico Km de distancia.

Este año en agosto me vine a Madrid con un sabor agridulce.
La noche anterior, ocurrió un incidente familiar y cuando se enteraron los vecinos de toda la vida, allí los teníamos a todos para ayudarnos. Todavía siento el calor de ellos y no lo voy a olvidar. Con eso me quedo. El paisaje, tu casa, tus cosas sin tus seres queridos, no son nada.

Un abrazo Mariano.

Charo -

No era mi intención aparecer anónimamente.
Debe ser que el invierno está congelando mis neuronas.
Saludos, otra vez

Anónimo -

En estos días pensé en tí, cuando por estas tierras del sur estamos pasando frío, cuando los chaquetones no nos los quitamos, ni tan siquiera, dentro de las clases y cuando estos críos se quejan de que no pueden salir al patio, en varias ocasiones he pensado ¡peor está Mariano!, aunque esté acostumbrado.
Me han gustado tus reflexiones y me han devuelto a mi infancia,también soy "de pueblo" y también se va quedando desierto.
Sirva esto de saludo y deseo de un año mejor que el vivido (por desear que no quede), para todos y especialmente para el pueblo palestino.
Saludos, dsede una Sevilla con temperaturas nada habituales.

Mariano -

Estimado Evaristo:

A los 14 años debí marcharme a estudiar lejos de mi casa y de mi pueblo. Desde entonces, salvo el primer año de trabajo como maestro en Boltaña, no he vuelto a vivir diariamente en Labuerda. La mayoría de los fines de semana siempre terminaban el domingo por la tarde, pues era entonces cuando había que iniciar el regreso al lugar de estudio o de trabajo. Hubo siempre un sentimiento de abandono temporal de lo más querido, de aquello con lo que más me identificaba… A la vez esas sensaciones eran las que te hacían volver, las motivaciones para no perder el contacto con la tierra.
Me alegra que te hayan gustado mis reflexiones y me aterra pensar en “palestino”, saber que unos vecinos más poderoso militarmente y apoyados por otros más poderoso aún pueden borrar de un plumazo todo mi pasado y aniquilarme… ¡Cómo se puede vivir así!
Un abrazo, amigo.

Querida Silvialuz:

Confieso que prefiero algo de frío que tanto calor, pero es que este invierno dura ya mucho, se está haciendo muy largo. Podríamos bajar la temperatura de la Patagonia en 15 grados y traérnoslos por aquí, ¿cómo lo ves?
Un abrazo fuerte, amiga argentina.

Silvialuz -

Hola Mariano! qué placer leer tus reflexiones. Me transporto a tu pueblo y lo "veo". ¿En qué fechas resides allí?. Un abrazote.
(no es para envidiar, acá hacen unos 38º a 40º C, y no sé dónde meterme.)

Evaristo -

Nos llegan al Mediterráneo tus palabras tan llenas de silencio, frío y soledad, pero acompañadas de respeto, calor, luz y compañía. La lectura de esas palabras me hacen recordar cortas estancias, y largos paseos, en Labuerda y en los valles vecinos.
También nos recuerdas (entre paréntesis)la brutalidad a la que estamos asistiendo "mientras (casi todo) el mundo calla".