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TURISMO RURAL

Empiezo a escribir este texto, hoy sábado 8 de noviembre, veremos cuándo lo acabo. Como decía, hoy hemos enfilado, pronto por la mañana, hacia la Conca de Tremp. Ahora la comarca se llama Pallars Jussà, pero Mercè asegura que toda la vida se llamó la Conca de Tremp. Yo le digo lo de siempre, que las palabras ya hace tiempo que fueron secuestradas…

 

Quienes podemos disponer de libre acceso a las casas familiares, aquellas que apuntalaron o consolidaron nuestros padres y que, posteriormente hemos vuelto a arreglar y acondicionar al uso de los tiempos, creo que somos muy afortunados. Cuando nos alojamos en ellas, los fines de semana o los periodos de vacaciones, sentimos algunas fuerzas especiales, algunas energías que nos envuelven y que nos hacen la estancia más plena, más feliz probablemente. Hay una conexión casi automática con otro tiempo, se reavivan caras y momentos, recreos escolares, gambadas por los campos y viñas; otra época, en definitiva, coloreada por la inconsciente tonalidad de la infancia.

 

Hemos parado en el Pont de Montañana a tomar un buen almuerzo y a comprar pan, pues vamos a Figols de Tremp y allí no hay ni panadería ni tienda, ni bar, ni restaurante (aunque sí hay algo de turismo rural); casi no hay gente, pero hay silencio y un espacio abierto (coloreado de otoño, para gozo y disfrute de la vista y de otras sensibilidades). Paramos a unos cuatro kilómetros antes de llegar para mirar un trocito de bosque en el que hace unos años encontramos setas. Nada más introducirnos en la zona arbolada, nos encontramos con un vecino de Figols, muy conocido nuestro, que nos muestra lo que ha cogido: varios ejemplares de “fredolic”, negrilla, en castellano y Tricholoma terreum, como nombre científico… No conocíamos esa variedad (de hecho sólo buscamos robellones), pero en poco rato, cogemos un par de docenas de ejemplares que nos parecen suficientes para continuar viaje.

 

Nada más llegar a la casa, hemos encendido el hogar con leña vieja que el padre de Mercè cortó y almacenó hace muchos años: básicamente trozos de “olivera” y cepas que arrancó en su día. La leña, después de tanto tiempo, está muy seca y arde con fuerza y rapidez, llenando el espacio anexo de calor y compañía (el fuego hace compañía, ¿no lo sabías?)

 

Hace un día bastante bueno para el tiempo que estamos, aunque lejanas nubes difuminan el horizonte por el este. No obstante, como hay nieve en los altos pirenaicos, el día es bastante fresco y, a ratos, corre un vientecillo que baja considerablemente la temperatura de las orejas (ayer me corté el pelo y noto más ese frescor). El calorcillo del hogar invita a sentarse a su vera y no salir al exterior, pero no sólo hemos venido a hacer fuego… Fuera hay un espectáculo que no nos podemos perder: arces, almeces, robles, chopos, granados, higueras, membrilleros, perales, almendros… se han vestido de fiesta y lucen sus otoñales “modelos-fuego” iluminando los paisajes que vemos desde las ventanas o desde la terraza. Buscaremos un momento para fotografiarlos y conservar ese fulgor para cuando “vengan tiempos peores”: más frío, más invierno, árboles deshojados…

Una vez establecidos y habiendo puesto la casa en marcha, preparamos la comida; comemos pronto para aprovechar la tarde, (¡las breves tardes de noviembre!). Antes de las tres, salimos medianamente pertrechados al encuentro de las “almendreras”, con algo de retraso, es cierto, pues otros años para estas fechas ya teníamos la faena hecha. Tendimos mantas, vareamos y fuimos recogiendo el fruto.

A las cinco y cuarto de la tarde, el viento soplaba a baja temperatura y nos refugiamos ya en casa. Con el fuego reactivado, comenzó la tarea de “escoscar” lo que habíamos recogido: separar las hojas, quitar las cáscaras, separar las almendras agujereadas y sin “lulo”. A la faena de “escoscar” (término aragonés, usado en mi pueblo), en Figols le llamaban “escarfollar” (es verdad que el término no lo recoge el “Pompeu Fabra, Diccionari General de la Llengua Catalana” y que en Barcelona dudo que nadie sepa el significado de la palabra, más allá de aventurar connotaciones eróticas, pero yo me creo a Mercè, claro y no dudo que la faena que hacemos, como la hacemos en Cataluña, será “escarfollar”).

 

Sentados frente a frente, en la mesa de la cocina, cerca del fogaril encendido, comienza la tarea. La radio musical nos acompaña mientras, absortos en la faena, vamos hundiendo la uña del pulgar en cada almendra para arrancarle su cáscara. Al vaciar los cubos sobre la mesa, vamos descubriendo parte de la fauna asociada a los almendros: arañas pequeñitas, de diversas coloraciones y de ágiles movimientos, tijeretas (el popular “cortapichas” cuyo nombre tanto nos intrigó en nuestra infancia), mariquitas de diversos tamaños (es curiosa la capacidad que tiene para darse la vuelta: las colocas boca arriba y rápidamente, abren sus alas, se impulsan y se dan la vuelta, colocándose sobre sus patas), un pequeño saltamontes, un pequeño escarabajo, gusanos pequeños y otros insectos de formas que no reconocemos. Nos reímos viendo y tratando de identificar toda esa fauna que circula por la mesa sobre la que trabajamos, que caen al suelo o se echan a volar… ¡Toda una lección de etología! Una de las piezas que no suele faltar ningún año, cuando se cogen las almendras, es la almendra siamesa: dos almendras unidas lateralmente formando un solo ejemplar doble. La guardamos por si trae buena suerte. Y hablando de almendras, recuerdo, ahora, una “contraseña poética” que aprendimos de Miguel Hernández:

 

“Yo quisiera, quisiera / yo quisiera ser campo,

la cabeza de almendra, / los cabellos de esparto”.

 

El fogaril sigue quemando la vieja leña almacenada desde hace años y los restos de las obras últimas, realizadas para reacondicionar la casa: maderos del tejado, tablas, viejas puertas, etc. El calor que nos envuelve, junto al cansancio acumulado, nos van sumiendo en un sopor progresivo que nos hace finalizar la jornada para recuperar energías.

 

Estas faenas que nos entroncan con la tierra, aquella que cultivaron generaciones anteriores, tienen un gran componente simbólico y es necesario saber “leerlas”. Sirven también para recordar a nuestros padres (al de Mercè y al mío, los dos ya fallecidos) que tanta vida consumieron en el esfuerzo diario de acariciar la tierra y hundir en ella las semillas de las que brotarían las anuales cosechas. La tierra sigue siendo el gran elemento fértil del que procede nuestra alimentación; aunque se hayan inventado muchas cosas, en el origen de cada alimento envasado que compramos en las tiendas, hay un producto vegetal que inicia la cadena… La tierra nos recuerda, como ya he insinuado, nuestros orígenes y está bien no perder de vista ese componente básico original para no correr el riesgo de elevarnos demasiado aprovechando determinadas coyunturas…  El sábado pasado, sin ir más lejos, estábamos en Madrid, en un hotel del Paseo de la Castellana; ocupamos parte de la mañana y de la tarde en visitar el Museo del Prado y, tras un rato de descanso, nos acercamos al teatro Alcázar a ver la obra: “Un dios salvaje”. Fue una jornada completa y muy agradable, pero también la de hoy lo ha sido, en este rincón maravilloso de la Conca de Tremp, donde el tiempo transcurre mucho más lentamente y uno tiene la sensación de que ha estado más tiempo viviendo del que el reloj marca. Este “turismo rural”, con actividades como coger setas, buscar fósiles, fotografiar los árboles y plantas, escuchar los sonidos y observar a los animales, coger almendras o nueces o membrillos y dar buena cuenta de algunas delicias gastronómicas (para atender de buena manera al espíritu y al cuerpo), es muy recomendable…

 

Por tanto, moraleja:

“No olviden nunca leer  la tierra y el paisaje;

en esas lecturas, siempre hallarán lo importante”.

 

7 comentarios

Fina -

Cuentas todo con tal calidad de detalles que quitar las cáscaras a las almendras hace que parezca una obra de arte...si lo hubiera descrito yo simplemente diria que me he "pelao" de frio cogiendo almendras y han salido un montón de bichitos cuando las sacábamos de su cáscara....
si es que no hay nada como tener don de palabra y de escritura ¿verdad?...:)

Bromas aparte, me encanta leer tus relatos de excursiones por escarpadas montañas y valles tranquilos y las emociones que describes al volver a vuestros orígenes.

Un saludo

Mariano -

Querida Silvia:

Me siento muy honrado con tus palabras, con saber que en la Patagonia argentina hay una persona que lee y escribe en mi blog. Constituyó un descubrimiento extraordinario para mí esta herramienta que me permite escribir y que se ha convertido en un pequeño territorio de intercambio y complicidad. Me agrada que hables de fotografías. Desde el principio, decidí que no habría imágenes, que las imágenes tendría que fabricarlas cada lector o lectora en su mente. Las palabras desnudas deben sugerir, acariciar y comunicar… Te mando un abrazo fuerte y te invito a seguir con estos esporádicos contactos.

Silvia Luz -

Hola Mariano! cuando comencé a leer tu relato me dije: le voy a pedir a Mariano que ponga unas fotos en el blog para ver esa maravilla, pero a medida que iba leyendo me di cuenta que no hacía falta, todo quedó plasmado en mi mente como si lo estuviera viendo. Precioso relato, me muero de envidia por escribir así y por vivir así. Un besote patagónico.

Ana -

Mira de que forma me entero que has estado en Madrid. Aunque ya sé que vas muy ocupado, si tienes un hueco me llamas.
Un abrazo
Ana

ana -

Lo de que me estoy haciendo mayor cada vez lo noto más en según que aspectos pero lo llevo bien por el momento. Tu lo ves como fines de semana complementarios pero también se puede ver como fines de semana descoordinados, ;)
Ya te queda menos para tenerme en casa una semana entera, así que ya puedes ir cargándote de paciencia que ya llego en breve...
un beso

Mariano -

Eso es que te vas haciendo mayor, Ana. A mí me gusta que, de vez en cuando, dejes algún comentario en el blog. Suelen ser breves valoraciones con mucho sentido común... En este caso, con fines de semana complementarios: cuando yo estaba en Madrid, tú estabas en Labuerda y cunado tú estabas en Madrid, yo estaba en Figols. ¡Cuando menos, curioso!

ana -

tal y como lo relatas me ha dado la impresión de haber estado allí éste fin de semana, aunque no ha sido así, el mio ha sido un poco más multitudinario... pero te diré que en el fondo me da envidia, cada vez me apetece más viajar hasta Figols o Labuerda, será por los recuerdos o será por cualquier otra cosa pero lo que estoy segura es que ambos destinos son muy especiales.
un beso