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Estampas danesas (III)

A estas alturas de viaje y todavía no he hablado del coleccionismo de chapas… ¡Imperdonable! Los viajes al extranjero suelen ser buenos momentos para aumentar la colección de chapas de Daniel, cuyo número sobrepasa los 10.500 ejemplares diferentes, de un centenar largo de países distintos. Y uno de los recursos más utilizados es recogerlas del suelo. Especialmente en parques, grandes o pequeños, si hay bancos, cerca de las estaciones, en los parterres donde crecen árboles… es fácil encontrar ejemplares que han sido tirados allí por los consumidores. Por eso es conveniente llevar una bolsita a mano, para ir colocando dentro los ejemplares encontrados, siempre que estén en condiciones aceptables y sin suciedad excesiva… Luego, de vuelta al hotel, se lavan convenientemente y, al día siguiente ya pueden guardarse en la bolsa o caja en la que llegarán a España. Aunque encontramos chapas en todas las ciudades danesas en las que estuvimos, las ciudades alemanas, aseguraba Daniel, eran una mina (según había leído reiteradamente en el foro de coleccionistas) y lo pudimos comprobar, sobradamente, en Colonia. Él ya lo había comprobado en anteriores viajes “erasmus”…

Bueno, y después de esta excursión dialéctica por las aficiones, volvamos al viaje y a los últimos apuntes del mismo.

 Aarhus. De todas las ciudades visitas en Dinamarca, Aarhus es la más próxima a Horsens, por lo que el viaje resultó breve; muy breve comparado con las “excursiones” de los días precedentes. Viajamos a Aarhus con la intención de visitar un museo singular: el “Den Gamle By”. Se trata de un amplísimo recinto cerrado, en el que se fueron levantando (y todavía se sigue construyendo) casas de diferentes épocas. Estas casas tienen varias particularidades. Están hechas a tamaño real, se puede entrar en casi todas ellas y recorrerlas tranquilamente por su interior y muchas de ellas albergan, a su vez, un pequeño museo o una muestra significativa de los instrumentos y de las realizaciones de algunos oficios. En estos casos, mamparas de vidrio o, en su defecto, de un material transparente separan al visitante de la exposición para evitar sustracciones y manipulaciones descuidadas.

 Una de las primeras casas con la que nos encontramos fue la reproducción de una escuela de mediados del siglo XIX. Al lado del edificio sorprendía encontrar “el huerto del maestro”, vallado y bien cuidado, y en el que crecían diferentes hortalizas. Entramos en la escuela para encontrarnos con largas mesas de madera con bancos incorporados, para cinco o seis niños cada una y con nombres grabados “a navaja”. Apoyados en la pared, una docena de réplicas en madera de fusiles de la época para que los niños, cuando hacían la gimnasia, fueran ya tomando contacto con algunas “faenas del futuro”. Nos sorprendió encontrar una pizarra de arena, horizontal, como un cajón largo que se abriera de la cajonera, en la que los principiantes, armados de palitos, podían ir haciendo letras o escribiendo las primeras palabras…Material pedagógico sorprendente, ¡vaya!

 Durante casi tres horas anduvimos recorriendo calles, entrando en las construcciones y echando un vistazo, más o menos largo, a lo que se guardaba dentro, fuera un taller de fabricación de sombreros, una imprenta, un taller de soplado de vidrio, uno de zapatería; un sastre, una farmacia, un huerto de plantas medicinales, una panadería (que además, vendía productos de verdad)…

 El citado recinto albergaba un museo del juguete, en el que se exhibían muchos ejemplares antiguos: coches, camiones de bomberos, dirigibles, aviones, bicicletas, motos con sidecar o sin, soldados, simulaciones de oficios, molinos de viento, trenes, estaciones, casas de muñecas, peonzas,… Había muñecas, yoyós, pelotas de trapos o de gomas, tirachinas, juguetes de madera, de construcciones… En general, creemos que había demasiadas cosas y poca iluminación, lo que impedía observar el interior de algunas vitrinas con nitidez, pero los materiales exhibidos parecían realmente interesantes.

 El segundo museo era sobre cartelería mural. En un edificio nuevo, construido de manera muy aparente para mostrar lo que guardaba, podían verse colgados de las paredes decenas de carteles sobre Dinamarca, tanto exaltando algunos de sus valores paisajísticos, literarios, culturales, etc.; como relacionados con acciones solidarias desarrolladas en países necesitados: impresionaba una sirenita sin cabeza y emocionaba uno dedicado a proteger la Amazonía; los había dedicados a Skagen o a la misma Aarhus y varios hacían referencia al icono nacional, Hans Christian Andersen… En la tienda del recinto no pude evitar comprar un pequeño librito sobre juguetes mecánicos(del que solo entiendo las fotografías) y que se titula: “Mekanisk Legetoj” y otro sobre un ABCdario (del que entiendo todavía menos, je, je, pero como soy adicto a los ABCdarios…) y que, por lo que he podido ver, han elegido una palabra para cada letra, del recinto del “Den Gamle By”, ilustrado con bonitas imágenes: Apoteket – Boghandlen – Cykler…; así como otros objetos relacionados con los carteles…

Finalmente, salimos del recinto y nos fuimos a comer a un parque próximo donde encontramos un hermoso banco a la sombra de unos árboles. Una vez finalizado el yantar y, tras una descansada sobremesa, recorrimos algunas zonas acuáticas y arbóreas del citado parque: cuidadas y muy bonitas. Caminamos, posteriormente, hasta la catedral de la ciudad y visitamos el interior (¡qué frescos estábamos sentados dentro!). ¡Cuánta madera albergan las iglesias y catedrales de las ciudades danesas!: bancos enormes con adornos esculpidos con gran delicadeza y precisión; púlpitos con bases de madera profusamente esculpida con caras, escenas diversas; retablos de buen tamaño…Callejeamos un rato todavía y subimos al primer piso de un establecimiento a tomarnos un capuchino y mirar por el ventanal el deambular de los transeúntes que subían y bajaban por la calle comercial en la que estábamos. ¡Qué descansado es ver caminar a la gente y observar sus movimientos o imaginar sus conversaciones…! Iniciamos el regreso y nos desviamos ligeramente del itinerario matinal para ver y llegar a un lugar realmente sorprendente: Ejer Baunehoj.

 Mollehoj/Ejer Baunehoj. Se trata, ni más ni menos, que del punto más elevado del país, con una altitud pasmosa: 170, 86 metros sobre el nivel del mar. En el punto exacto se eleva un monumento, de unos quince metros de altura. Se puede ascender hasta lo alto, a través de escaleras y también de un ascensor. Subimos caminando y nos quedamos pensando por dónde podía llegar, hasta dónde estábamos, el condenado ascensor que habíamos visto abajo. En esas estábamos, cuando escuchamos el ruido de subida del aparato y, a la vez, el de la apertura automática de una parte del suelo (una trampilla metálica de dos hojas). Cuando se detuvo el ascensor, se elevaba casi todo él por encima del nivel del suelo en el que estábamos y su techo se convertía por un momento en el punto más alto de Dinamarca. No pude evitar acordarme del famoso ascensor de cristal de Charlie, uno de los libros de Roald Dahl.

 Lo cierto es que en un país llano como la palma de la mano, una pequeña elevación como el Ejer Baunehoj, con 360 grados de visibilidad, permite ver hermosos paisajes, donde se alternan campos de cereal, campos de hierba, setos de separación, pequeños bosquecillos, granjas y casas rurales… Estuvimos un rato contemplando los alrededores y haciendo fotos de todo lo que, desde allí, se divisaba.

Cuando descendimos, nos acercamos a un edificio, que era como un centro de interpretación (que ya estaba cerrado a media tarde) en el que había distintas informaciones en danés y en inglés, en paneles exteriores. Una curiosa, titulada “Danske naturlige bjergtoppe – top 20”, era una lista de los veinte puntos más elevados del país, en orden decreciente. El número 1, como ya se ha dicho, alcanzaba los 170´86 metros y el número 20, 133 metros exactos… ¡Mal país para practicar la escalada!

Y ya, tras disfrutar un rato más del entorno, regresamos a nuestra base de Horsens, porque había que comprar algunas cosas para encarar el último día en Dinamarca y el inicio del regreso, en coche.

 Horsens de nuevo. Pasamos un día entero en nuestro campamento base. Había que hacer maletas y dejar el apartamento en buenas condiciones. Para ese último día en Dinamarca, habíamos dejado dar una vuelta por algunos espacios de la ciudad que todavía no habíamos visto. Nos acercamos a una zona marítima del Báltico, poco concurrida, con una franja de playa de un metro de ancho y, a continuación, una extensa pradera. Muy agradable la sensación de ver el mar delante de nosotros y donde se acababa el agua, una línea verde oscura de tupido arbolado. Nos acercamos seguidamente a un parque que no habíamos visitado, con árboles de circunferencia imponente y sorprendentes estatuas. No sé qué significa “Todesfigur” realizada por Christian Lemmerz, pero impresionaba aquella figura humana que se cubría con una capucha, pero que no tenía rostro y que te “miraba” (es un decir) desde lo alto de su pedestal. Un parque, como he dicho, lleno de estatuas solitarias o de conjuntos escultóricos más complejos y difíciles de interpretar. Otra de las que fotografié: un busto más convencional en lo alto de una columnata fue la dedicada a Emil Bojsen, que vivió entre 1854 y 1898. Me hizo gracia encontrarme con un “quinto” del 54, aunque de cien años antes. Un parque en el que había varios refugios subterráneos rehabilitados, señalados e indicados, aunque cerrados en aquel momento. A lo largo del viaje, los restos de la IIª Guerra Mundial o los monumentos que recordaban a las víctimas o a los combatientes daneses que dieron su vida por el país o que condenaban el nazismo, han sido bastante frecuentes. Muy diferente de lo que ocurre en nuestro país, que para honrar la memoria de los que fueron asesinados por el franquismo hay que hacerlo casi clandestinamente, mientras aún quedan lápidas en las fachadas de algunas iglesias y monumentos aislados que recuerdan a los que perpetraron el golpe de estado: ¡una auténtica vergüenza!

 Horsens es ya una ciudad importante en nuestras vidas. Sobre todo, por el tiempo que Daniel ha estado viviendo y estudiando en ella, claro (y aún estará, pues regresa la última semana de agosto de nuevo), pero también porque nosotros hemos pasado allí unos cuantos días y gozado de la oportunidad de ir conociendo el resto de Jutlandia, utilizándola como campamento base. El día 19 de julio, por la mañana, emprendimos el viaje escalonado de regreso.

Un último pensamiento me asalta antes de abandonar suelo danés; en ocho días solamente hemos visto una pareja de policías y no hemos pagado ni un céntimo en ninguna autopista. El único pago, como ya dije en el primer capítulo, el paso del largo puente que une las dos islas principales. 

 (Continuará…)

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