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Estampas danesas (y IV)

El regreso. Teníamos por delante casi 2500 km, en coche; de modo que decidimos volver en varias etapas. Planificamos la vuelta para aprovechar las visitas a algunas ciudades que no conocíamos y, aunque la estancia iba a ser breve en cada una de ellas, al menos nos haríamos una idea… El día 19 salimos de Horsens con el coche cargado a tope. Nos dirigimos hacia la frontera con Alemania; una frontera inexistente en lo físico, como tantas otras, y un paisaje continuación de lo que habíamos visto en Dinamarca.

Las autopistas alemanas iban llenas de coches, aunque no sufrimos ningún parón considerable. Cada hora y media o dos horas salíamos en algún área de servicio o “parking” a descansar un rato y sorprendía encontrarlos llenos de coches y de gente… En uno de ellos, paramos a comer.

 Habíamos pasado cerca de Kiel, de Hamburgo y de Bremen y enfilamos en dirección a una enorme “conurbación” (no sé si lo es, exactamente). Recuerdo, cuando estudiaba, que esa unidad urbanística se anunciaba como una solución de futuro para las grandes aglomeraciones humanas y urbanísticas y, recuerdo, que como ejemplo se ponían algunas áreas de Japón, concretamente, las ciudades de Osaka, Kioto, Kobe, Nagoya… Recuerdo, y como el recuerdo es lejano, es posible que no sea del todo exacto.

 Colonia. El caso es que nuestro destino -final de la primera etapa- estaba en la ciudad de Colonia (Köln), pegadita (por eso lo de la conurbación) a Dusseldorf, Bonn, Duisburgo, Essen…¡Vaya concentración de ciudades y de gente en pocos kilómetros! Con ayuda del GPS (hasta hora no nombrado, pero eficacísimo), llegamos, sin problemas al hotel, situado en el centro de la ciudad, en una plaza despejada y grande y con un hermoso lago delante (¡vaya nivel, Maribel!).

Una vez dejamos las maletas en la habitación y nos hicimos con un plano de la ciudad, salimos disparados a recorrer Colonia. Desde la ventana de la habitación habíamos visto las dos agujas de la catedral  relativamente cerca y hacia allí queríamos ir; y hacia allí fuimos. En el itinerario que seguimos, volvimos a comprobar que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos (desde la ventana de la habitación del hotel, veíamos la catedral mucho más cerca, je, je); aún así, en veinte minutos estábamos ya asombrados mirando hacia arriba… Habíamos visto fotografías de la catedral de Colonia y sabíamos que  era monumental, pero no imaginábamos que fuera tan alta, tan grande y que estuviera toda, toda llena de filigranas. ¡No había manera de tomar una foto para que cupiese entera! ¡Vaya con la “Hohe Domkirche Köln” o “Cologne Cathedral”!

 Entramos en el interior, sin necesidad de pagar, y también el interior nos impresionó por su altura, por los espacios y, sobre todo, por las enormes vidrieras, auténticas obras de arte que iluminan el interior de manera rotunda. En la plaza que rodea el templo se aglomeraba una gran cantidad de gente y se hacían cientos de fotos, tratando de meter en el encuadre aquel monumento. Y mientras miras en todas direcciones, no puedes dejar de pensar en quienes la pensaron y la construyeron; en quienes treparon a los rudimentarios andamios y se encaramaron a las agujas (que casi se pierden de vista); en cómo se pudo hacer una obra de esas características sin los artilugios que hoy día se emplean en la construcción… ¿Cuánto mide alto? ¿Cuándo comenzó su construcción? ¿Cuándo finalizó la construcción de la misma? ¿Cuántas corrientes o estilos arquitectónicos hay reflejadas en ella?... Preguntas que te vas haciendo a medida que miras y que no respondo aquí, para que quienes leáis esto busquéis esa información, si estáis interesados, je, je.

 Muy cerca de la catedral pasa el Rin, con una anchura y un caudal desconocidos por estas tierras nuestras. Llegamos hasta las orillas del río, cerca de un puente por donde circula el metro y los trenes. Delante se abre una amplia extensión de zona verde que, aquel viernes, estaba tomada por grupos de personas que no paraban de comer, de beber, de charlar, de reírse…; celebrando una gran fiesta ciudadana. Donde se acababa el verde, empezaban las terrazas de diversos bares y restaurantes, llenas también (desmintiendo ese tópico de que los alemanes solo salen de marcha en España); allí había cientos de personas comiendo y bebiendo… ¡Y, eso sí, el césped y los caminitos de alrededor estaban llenos de chapas! En lugar del “botellón” que se estila por aquí, allí el personal bebe “botellín” individual y la chapa la deja donde está sentado; los botellines no vimos si los tiraban a la papelera, los llevaba a algún contenedor de vidrio o los dejaban sobre la hierba esperando que la brigada de limpieza los recogiera por la noche o al día siguiente. Cenamos en la terraza de uno de los bares, en un ambiente más ruidoso y multitudinario que el que habíamos vivido en Dinamarca. Luego regresamos andando al hotel; volvimos a detenernos delante de la catedral, aprovechando la última luz del día y escuchando a un pianista que estaba tocando música delante de la puerta de la catedral para todos los viandantes.

 Llegamos a la plaza de nuestro hotel y también había una gran concentración de gente viendo un espectáculo musical y circense: ¿homenaje al Tour? Colgados de una grúa, dos tipos con bicicleta, pedaleaban en el aire. Noche oscura; iluminados con un potente foco, hicieron un sprint que nos dejó alucinados. Cansados del viaje, nos retiramos a dormir.

Al día siguiente, nos levantamos con hora y desayunamos en la terraza del hotel. La mañana era fresquita, pero lucía el sol. Disfrutamos del silencio de aquella mañana de sábado y tras engullir un copioso almuerzo, cogimos los bártulos, recogimos unas chapas, cargamos el coche y empezamos la segunda etapa. Ésta era la más corta de la cuatro, por lo que circulamos sin preocuparnos de horario. El destino era la ciudad de…

 Luxemburgo. Teníamos ganas de conocer esta ciudad, capital de un estado de esos que uno casi ni se cree que exista… Desde los tiempos de estudiante, cuando ya se había fundado una organización supranacional, denominada Benelux, me había llamado la atención Luxemburgo.

Tras dos horas y media de viaje, más o menos, llegamos desde Colonia a la capital y esta vez teníamos el hotel en las afueras. Como el tema de aparcamientos estaba delicado, según nos informaron, nos aconsejaron que cogiéramos el autobús y eso hicimos después de tomar posesión de la habitación.

En el viaje hasta el centro, pasamos por la zona moderna, con edificios elevados y acristalados, donde se encuentran distintos organismos de la UE, uno de los soportes económicos del país que, por otra parte, dispensa un trato fiscal a los que tienen mucho, muy favorable (y hasta ahí puedo leer).

 Tuvimos tiempo de pasear por la ciudad, que encontramos lujosa y limpia. Nos encontramos un mercado al aire libre, donde se vendían muchos objetos antiguos. Me llamó mucho la atención la gran cantidad de figuritas de búhos que ofrecía uno de los vendedores, todos diferentes. Seguramente, coleccionó toda su vida búhos y ahora, ya mayor, los vendía. Medité sobre el destino de las pequeñas colecciones que hacemos las personas y que pueden tener ese final… Compré por 4 euros dos cajitas metálicas de cigarros. Son guapas… Recorrimos la plaza donde estaba el edificio del Ayuntamiento y una de las calles aledañas que nos llevaban a uno de los palacios de los duques de Luxemburgo (Le Palais Grand-Ducal). En esa calle nos topamos con una tienda de vajillas, entre otras cosas, y de precios muy elevados. La menciono porque en su escaparate ofrecía platos, fuentes, bols, tazas, etc. decoradas con escenas de juegos infantiles: la pídola, las canicas, la gallina ciega, el columpio, los zancos, la comba, etc. Una taza salía por 40 euros y un bol por 63… Ver y no tocar, ¡vaya! pero, en todo caso, original y bonita la decoración.

Después de comer, recorrimos varias calles, plazas y rincones: la fachada de la Biblioteca Nacional y una enorme iglesia adosada al recinto bibliotecario, de interior espectacular. Curiosamente, para los fieles más alejados del altar, habían dispuesto un televisor de plasma y yo pensé que igual este enorme presidente que tenemos en el país, en alguno de sus viajes a Luxemburgo (donde no sé si ha estado, por otra parte) vio el artilugio y se le ocurrió utilizar el sistema para aquella declaración famosa…

 Delante de la biblioteca y la iglesia, nos encontramos con dos sorprendentes elefantes, instalados en pequeñas plataformas y decorados de manera distinta. En nuestro recorrido por la ciudad, nos encontramos con otros muchos, todos del mismo tamaño, pero todos pintados y decorados de manera diferente… Nos enteramos que se trababa de una campaña en defensa del elefante asiático. Cada uno de ellos había sido trabajado artísticamente por una persona diferente y tenía un nombre particular. Por ejemplo: Beauty in Freedom; Tartiphant; Farbenfant; Elefant im feuer; Beauty in pink; Dheva Ngen; etc. Sólo en los jardines, de la llamada Plaza de los Mártires (Place des Martyrs) había cuatro elefantes sorprendentes. Por cierto, la plaza recibía ese nombre “En conmemoración de los deportados, de los alistados a la fuerza y de todas las víctimas del nazismo”; un espacio público más para no perder la memoria. Habíamos visto otro memorial, dedicado a todos los voluntarios que participaron en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial para defender el país, en el que se habían grabado también unas palabras pronunciadas por la Grande-Duchesse Charlotte, en su homenaje, el 16 de abril de 1945.

En el parque mencionado, pudimos contemplar una preciosa escultura de Henry Moore: “Mother and child”, al lado de la que me hice una foto leyendo El Gorrión. Todavía nadie ha mandado una foto leyendo la revista desde Luxemburgo, de modo que “otro país conquistado”, je, je.

 Llegamos caminando hasta la estación de trenes, con edifico emblemático; como emblemáticos y ostentosos son los edificios que albergan a algunos bancos (y en este país hay muchos). Cuando me acercaba a un edificio que parecía un palacio, me sorprendió leer que era la sede de la Caisse de Epargne, una entidad financiera.

Y ya cuando la tarde se hacía tarde, cansados de caminar y caminar; de mirar, de hacer fotos… cogimos de nuevo el autobús y regresamos al hotel. Al día siguiente nos esperaba de nuevo un largo trayecto hasta la ciudad de Lyon.

 Día 21 de julio. Día de mi cumpleaños. Un año más, de viaje por esos mundos de dios. Madrugamos. Almorzamos en el hotel y partimos. Comimos bastante bien en un área de servicio y llegamos a Lyon por la tarde. Tuvimos que cruzar la ciudad hasta llegar al hotel (con nuestro fiel GPS, sin problemas). Llegamos ya casi sin fuerzas y con pocas ganas de movernos de allí. Estuve leyendo “Le Matin”, un diario que cogí por la mañana en Luxemburgo y estaba tan ensimismado practicando mi francés que el aire acondicionado se me metió dentro y cuando quise darme cuenta había pillado un buen resfriado (aún no me lo he quitado de encima, tres semanas después). Cuando el resto del personal se recompuso con una mediana siesta tardía, salimos con intención de cenar. Como era domingo estaba casi todo cerrado y nos salvó un Mcdonals. No pudimos acercarnos a Gerland (el campo del Olimpique de Lyon) ni visitamos nada de la ciudad. Era el día más caluroso. Cuando se está acabando un viaje, el cuerpo anda ya pidiendo reposo y aún nos quedaba la última etapa. El lunes, 22, madrugamos más que ningún día, pero aún así, las carreteras y autopistas ya estaban llenas; especialmente de caravanas holandesas que se dirigían a la zona de Marsella o a la Costa Brava española, supusimos. Con las paradas de rigor, los pagos en los peajes y calorcito del bueno porque se nos había medio averiado el aire acondicionado, llegamos a Barcelona a la hora de comer. Y comimos con mucho fundamento. Al día siguiente viajamos a Fraga y colorín colorado, este viaje fantástico se ha terminado.

1 comentario

Silvialuz -

Hola Mariano! muy buena reseña del viaje, no conozco esos lugares. Es bueno andar y ver costumbres y arquitecturas diferentes pero es cansador, nosotros cada vez que emprendemos uno de esos viajes volvemos con ganas de tomarnos unos días de "descanso de las vacaciones".
Los últimos 12 días estuve de viaje por Córdoba y Santa Fe, dos provincias argentinas muy queridas, ya que fueron parte de mi infancia, de hecho fuimos a un encuentro de primos paternos, descendientes de mi bisabuelo, el primer italiano de la familia instalado en este país, llegó con dos hijos, entre ellos mi abuelo, y luego tuvo seis más, todos muy prolíferos, faltaron más de la mitad y éramos más de cien primos, venidos de distintas ciudades y provincias, nosotros estamos a 1600 km, pero como dimos una "vueltecita", casi llegamos a los 5000 en total. Esta vez llevamos a mi nieta que tiene 4 años y se portó divinamente, pude "aprovecharla" bien, ya que vive a 500km de casa y no nos vemos muy seguido, disfrutó mucho del campo. Mis tíos y primos tienen animales y sembrados, toda una experiencia. Comimos más de la cuenta y pasamos un poco de frío, pero contentos.
Me olvidé de llevar mi Gurrión impreso para hacerme una foto allá.
Espero que ya hayas descansado bien y estés listo para un nuevo ciclo escolar, un beso grande a Mercé, que parece muy recuperada y otro para vos.