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Estampas danesas (I)

A veces andamos con un despiste mayor de lo necesario y cometemos torpezas infantiles. Comencé en Dinamarca a escribir esta crónica y la dejé iniciada con casi una página en la que narraba el viaje de ida… Hace un rato (hoy 31 de julio) pasándola con un “pendrive” del ordenador de Daniel al mío, he borrado el archivo y me he quedado a dos velas… Así que tendré que volver a empezar. Y ahí voy, de nuevo, a intentar escribir algunas anécdotas y a contar algunos detalles de nuestro viaje a Dinamarca, un país que nos ha dejado un gratísimo sabor de boca y en el que nos hubiéramos quedado más tiempo. Aunque quiero ser lo más breve posible en las explicaciones, es imposible contarlo todo en un solo texto, de modo que voy a irlo publicando por entregas. Esta es la primera.

Viaje en avión. El día once de julio llegamos en taxi al aeropuerto de Barcelona; pasamos, tras la facturación del equipaje, el control policial y nos acomodamos en uno de los bares del interior. Nada más sentarnos en una mesa, nos percatamos de la presencia en la mesa de al lado de Eduard Punset, acompañado de una joven. Se dirigió a nosotros para preguntarnos la hora y certificar que era la que la compañera le indicaba, mientras ésta nos decía: “mira que es desconfiado” y Mercè justificaba la pregunta “debe ser por su mentalidad científica que tiene que comprobarlo todo”. Nos reímos juntos; como volvimos a echarnos unas risas cuando, aprovechando que la compañera iba a hacer alguna gestión, le escondió la maleta debajo de la mesa y nada más llegar le preguntó por la citada maleta… Mercé le explicó a ella que le había parecido un comportamiento extraño y que había pensado que era un hombre desconfiado… No había pensado en la broma. Finalmente se despidieron y nos deseamos buen viaje.

Cuando, finalmente, subes al avión, toca encajarse en el asiento asignado: 31 filas: 6 asientos en cada fila. Un solo niño de un año o menos en el pasaje, ¿dónde creéis que tenía su asiento? En la fila 5, justo detrás de mí… No me lo podía creer. Mercè en ventanilla y yo en el asiento del medio. Mis rodillas tocan el asiento delantero; no me puedo mover y el viaje va a durar unas tres horas. Hemos comprado el periódico. ¿Hay algo más difícil que cambiar de página de un periódico en un avión así? Cada vez que quiero pasar página, tengo que levantarlo por encima de mi cabeza y hacer piruetas en el aire; una vez doblado, nuevo doble para que quepa en la exigua mesita que, al abrirla, me toca en la tripa, con lo que estoy totalmente inmovilizado. Más incomodidades, imposible.

Finalmente, llegamos a Copenhague. La espera de la salida de las maletas es siempre un tiempo que se vive con intensidad y con incertidumbre. Tras una espera considerable vemos que sale la nuestra por la cinta y respiramos. Recuperada, al fin, nos dirigimos a la salida y comentamos, entre bromas: “a ver si Daniel tiene un detalle y está esperándonos con un cartel en la mano”… Y nos echamos a reír porque, efectivamente se cumple a rajatabla nuestro comentario: allí está nuestro hijo con un cartel con nuestros nombres y apellidos; de modo que las primeras fotos en suelo danés son de Daniel con el cartel y la que él nos hace sosteniéndolo.

La capital, situada en la isla de Saeland. Caminamos por Copenhague (Kobenhavn) y visitamos algunos puntos de interés, guiados por Daniel. Uno de los más curiosos es el Museo de David; una instalación modélica en cuanto a solidez y forma de presentar los documentos y materiales que alberga, que es de visita gratuita y que guarda documentos y objetos árabes e islámicos, perfectamente informados y conservados; muchos de ellos llegados de España. Hay tantas cosas para ver que acaba uno saturado, pero merece la pena visitarlo. La vista del “Diamante negro”, que es como llaman a la Biblioteca Nacional o algunos de sus numerosos canales; el grandioso edifico del ayuntamiento, el Nyhavn con sus casas de colores (lleno de turistas, montando en barcos y haciendo fotos)… La sirenita de mirada melancólica  recostada en una roca, a la espera de turistas que la inmortalicen más aún… Una calle peatonal con la tienda de Lego y algunas figuras grandotas en su interior, realizadas con las piezas mágicas, y universales;  las atracciones del Tívoli; la gran estación de tren; los carriles bici y la gran cantidad de ciclistas que los usan… Entramos y dimos una vuelta por Christiania: una especie de ciudad autónoma dentro de la capital, con muchas particularidades. Curiosa y sorprendente la leyenda que se encuentra a la salida del recinto, escrita en lo alto de una especie de pancarta de madera: “You are now entering the UE”; es decir: “Ahora estás entrando en la UE”… Unas breves pinceladas para hablar de esta ciudad, abierta al mar y que nos gustó. Y una compra inesperada. Entramos en un espacio de una iglesia protestante donde vendían toda clase de libros a 50 coronas cada uno (un poco más de 7 euros). Compramos, en inglés, sobre juegos y juguetes infantiles: “A history of toys” y dos de exlibris, en danés, (había una gran cantidad de libros sobre este tema, muy popular en algunos países del centro y norte de Europa).

Roskilde. Nada más comenzar el viaje hacia Odense, y sin dejar la primera isla, nos desviamos hacia esta localidad, con una catedral espectacular, la más antigua de Dinamarca, rematada con dos torres de altísimas agujas que las hacen visibles desde varios puntos alejados. Alrededor de la misma se arremolina un barrio de casas viejas y estructura antigua, que unido a la poca gente que encontramos y la ausencia de ruido, no parece que estemos en una ciudad con varios miles de habitantes. Casas con amplias ventanas, sin cortinas ni persianas; fachadas pintadas en tonos amarillos, en las que se hacen visibles los entramados de madera que también forman parte de ellas. No me canso de fotografiarlas (como también haré en casi todas las poblaciones que visitamos). En una de las plazas, amplísima, hay un mercadillo donde puedes encontrar no solo productos alimenticios, sino también artesanías y antigüedades. Compro dos cajas metálicas viejas. Daniel se hace con una chapa gigante de Calsberg (de las que se colocaban en las fachadas de los bares) y Mercè se agencia un bonito collar.

Visitamos el museo vikingo (Vikingeskibs museet): un espacio muy grande donde se guardan restos de barcos vikingos sacados del fondo del mar (por lo que es imposible encontrar ninguno completo); hay varios audiovisuales y paneles que explican cómo se encontraron, cómo se actuó para poder sacar las partes que aún no se habían desintegrado y cómo se restauraron… Además, en otras zonas se ven procesos reales de construcción de pequeñas embarcaciones: herramientas, tratamiento de troncos hasta convertirlos en piezas de construcción… Es un espacio grande con diversos puntos de atracción, al que no cesa de llegar gente. Después de dos horas de dar vueltas, mirar y empaparnos visualmente de cultura vikinga, decidimos comer en una cantina “vikinga” y allí sí que empezamos a añorar la comida española: una pechuga de pollo entera asada, un chusco de pan cortado por la mitad y un montón de hierbas de la pradera próxima, de acompañamiento; sin más aliño que una pequeña tarrina de mantequilla… Imagino que los viejos vikingos debían comer otras cosas; en caso contrario dudo que sus espeluznantes aventuras sean de verdad, je, je.

  Odense. En el viaje desde la capital, se abandona una isla (Seeland), para entrar en otra: Fyn o Fionia, y ello se hace circulando por un enorme, descomunal puente, de unos 15 kilómetros, en el que hay que pagar derecho de pontaje, como en la edad media… Ya en Copenhague, cerca del ayuntamiento, encontramos una gran estatua de Hans Christian Andersen y también el nombre de una de sus avenidas. Además, entramos en una tienda dedicada a vender, sobre todo, recuerdos relacionados con esta figura inmortal de la Literatura Infantil y de los personajes de sus obras. En el interior había una estatua a tamaño natural del escritor, realizada con piezas de lego, ¡sorprendente, de verdad! Y en el exterior de la tienda, sentado al lado de una mesa, como evidente reclamo, un personaje vestido como el escritor, que tuvo la gentileza de dejar que lo fotografiáramos leyendo un ejemplar de El Gurrión.

 La ciudad de Odense está volcada con su hijo más universal: estatua en el parque más importante de la misma; casa donde vivió, museo, tienda, semáforo próximo con su figura, cuando se pone rojo o verde; Andersen da nombre a diversos eventos que se celebran a lo largo del año en la ciudad. Tuvimos la mala suerte de que el día que visitamos Odense era sábado por la tarde y estaban las instalaciones cerradas. Nos hicimos una foto con Mercè leyendo la revista El Gurrión y, aprovechando que llevaba un boletín Bibliotelandia, posé también con el mismo al lado de la estatua del parque: Como todas las ciudades danesas, es amplia, con edificios de poca altura, salvo algún raro ejemplar. Paseamos buena parte de la ciudad, casi vacía y acompañados de una excelente climatología y nos tomamos unos helados exquisitos. Pudimos observar y pude fotografiar fachadas y ventanas de casas bajas, bien conservadas, repetidas en todas las ciudades danesas que recorrimos, pero que son muy bonitas, llaman mucho la atención, tanto por la gran cantidad de ventanas, como por los colores de las fachadas.

 Horsens. Éste ha sido, sin duda, el nombre de ciudad más veces pronunciada en casa, en estos últimos dos años. Daniel está allí desde agosto de 2011 cursando estudios. Teníamos ganas de conocerla. Antes de llegar a la residencia, donde vive Daniel, nos llevó hasta el campo de fútbol donde suele entrenar y jugar los partidos con su club danés, el Horsens Freja, en una amplia zona deportiva, con varios campos y edificios de vestuarios y reuniones.

La siguiente parada fue ya delante de la residencia. Subimos maletas y nos instalamos y, rápidamente, nos llevó a visitar el edificio central de la universidad. Con su tarjeta de estudiante y su código, puede entrar sin problemas en el recinto. Un edificio nuevo, moderno, acristalado por todas partes, con muchas zonas comunes para reuniones de trabajo, de descanso, de lectura…. Subimos a la azotea, desde donde se divisa toda la ciudad.

Resulta que uno de los hijos más conocidos de esta ciudad, es nada menos que Vitus Bering, el descubridor del estrecho que separa Rusia de Alaska (EEUU) y que lleva su mismo nombre: “Estrecho de Bering”. Estuvimos en el exterior de su casa (Bering Hus), en la plaza que lleva su nombre (Vitus Berings Plads) y en el parque dedicado a él y donde hay un conjunto escultórico con el que se le recuerda (un gran mural con un mapamundi, en el que se señala claramente el estrecho de su nombre).

Horsens se convirtió en el campamento base durante los cinco días siguientes, mientras realizábamos incursiones y excursiones a diferentes localidades de la península de Jutlandia. La ciudad está bañada por las aguas del Báltico, aunque sus playas son de pequeña extensión; tiene edificios notables, parques sorprendentes; un cementerio-parque lleno de encanto y al lado mismo de la universidad, una extensa zona húmeda, con un camino para poder pasear o hacerlo en bicicleta; un observatorio de aves…Y, hasta una vieja tienda con una colección importante de planchas viejas; aquellas que se calentaban por contacto o con brasas en su interior y que pudimos ver en un viejo escaparate, (je, je, ¡cómo nos tira el tema del coleccionismo!) ¡Lástima que no pueda ilustrar todo lo que escribo con imágenes, para redondear la información!

 (Continuará)

4 comentarios

Mariano -

Amigo "Sobrarbense". Gracias. Ahí va el segundo capítulo. El tercero tendrá que esperar unos días pues salimos de viaje. Un abrazo

Mariano -

Querida SilviaLuz:
El hecho de viajar con nuestro hijo nos ha liberado de la preocupación por entendernos ya que nuestro inglés es bastante precario (sobre todo el mío). Es cierto que todos hablan inglés, además de danés y, como dices, seguramente alguno más. Un abrazo caluroso desde Aragón a la fría Patagonia.

Silvialuz -

Hola Mariano!
Qué delicia leer tus apuntes de viajes, ya lo veo en mi imaginación, aunque me gustaría ver las fotos también, supongo que subirás algunas al "feis".
En uno de mis viajes desde Europa, me tocó de compañero de asiento un danés, un geólogo que viajaba a Buenos Aires a dar unas conferencias, nos entendimos en inglés, el pobre hombre hacía esfuerzos sobrehumanos para entenderme, pero pude conocer algo de la cultura danesa, me contaba que la mayoría de las personas hable tres idiomas: danés, por supuesto, inglés y alemán o neerlandés, esto me maravilló, ya que en nuestras escuelas apenas se enseña inglés y casi todos lo olvidan una vez terminado el secundario.
Bueno, estaremos atentos a la segunda parte, un abrazote desde la fría y hoy ventosa, Patagonia Argentina.

sobrarbenses -

Me ha gustado mucho lo que has escrito... esperaré el capítulo 2. Saludos