Blogia
gurrion

Unos días en Figols de Tremp y algunas visitas turísticas

Hemos estado en Figols de Tremp pasando la mayor parte del puente del uno de mayo que para nosotros siempre es también el del dos de mayo (porque es el cumpleaños de Mercè). Ese día dos, pronto por la mañana, cuando me levanté, bajé al huerto y corté dos rosas para Mercé (de un par de rosales que, muy probablemente, plantó su padre hace años), para que cuando se levantara a desayunar las encontrara en un pequeño recipiente con agua: perfumando y saludando la mañana “cumpleañera”, je,je.

 Subimos el día 1, desde Fraga, y realizamos un viaje con paradas en lugares donde no habíamos estado. Cuando repites un recorrido con cierta frecuencia, como nos pasa a nosotros, ves carteles con nombres de pueblos que se hallan a dos o tres o cinco kilómetros de la carretera general y un día te apetece desviarte para conocerlos. Es lo que hicimos este día y lo que hemos ido haciendo en múltiples ocasiones, tanto al subir como al bajar.

 Primero visitamos el pueblo de Baells. Nos llamó la atención un edificio grandioso, aunque con señales de haberse iniciado una restauración no concluida del todo. Una vecina nos informó que era el Palacio de la Marquesa, del que se había restaurado un salón en la planta baja que utiliza el pueblo para realizar algún acto solemne o una comida popular... En la plazoleta que hay delante, se mecían, al compás del viento, unos cuantos rosales, llenos de preciosas rosas de variados colores que me entretuve en fotografiar. La Iglesia es un bello edificio barroco del siglo XVII, cuyo interior no podemos visitar porque solo se abre los días festivos a la hora de la misa. En lo alto de la torre, una cigüeña trajina en el nido y crotorea todo el rato que permanecemos en el pueblo. Las calles de Baells culebrean por el montículo sobre el que se asienta el pueblo y algunos involuntarios miradores ofrecen vistas notables sobre los alrededores: campos de cereal, bosquecillos, setos... que en esta época de primavera nos devuelven una gama de verdes preciosos y brillantes... Recordamos este pueblo, cuando pasamos cerca de él, en otoño, porque tiene una irregular y nutrida formación de chopos que en octubre de cada año, ofrecen una hermosa imagen de “árboles encendidos”.

 Poco después de regresar a la carretera, encontramos el desvío de Nachá. Nos llamó la atención, la primera vez que pasamos por esta carretera para acceder a Figols, el nombre del pueblo y la pintada añadida, debajo del mismo: “NACHA pop”, como aquel grupo musical de los ochenta... La gente siempre está “a la que salta”. Como en el anterior, observamos algunas casas arregladas y nadie por la calle. Una señora mayor trata de enhebrar una aguja y se ha acercado a la gran ventana delantera de su casa para que la luz le permita ser más efectiva. Es una imagen curiosa, vista desde fuera, como la vemos nosotros, casi a su mismo nivel, pues nos hallamos sobre una calle pendiente que sube hacia la iglesia. Ésta es de estilo románico, con modificaciones posteriores, algunas difíciles de entender. La puerta más antigua y adornada se ha quedado “colgada” literalmente, como si fuera un enorme ventanal, por alguna modificación –no sabemos si muy reciente- del entorno de la iglesia. Exteriormente, cuando llegas al complejo iglesia-torre, visto desde el ábside, se observan distintas fases de construcción del conjunto eclesiástico que, restaurado, ofrece una imagen de interés.

A la entrada del pueblo hay un crucero moderno, dedicado a San Antonio, con hornacina acristalada y ramo de olivo en la parte superior.

 Regresamos de nuevo a la vía principal y continuamos viaje, hasta que vislumbramos el desvío de Caladrones (3 Kilómetros). Siempre que pasamos por ese punto kilométrico, comentamos que ¡vaya nombre le pusieron al pueblo! Y ¡vaya carga con la que sus habitantes han tenido y tienen que apechugar! Entramos por una calle estrecha y desembocamos en una plazoleta. Nos extraña no ver la torre de la iglesia, así que nos dirigimos al cementerio, porque hemos vislumbrado una capilla que podría ser interesante. Entramos en el recinto cuidado del cementerio, nos dirigimos hacia la capilla pero no es posible acceder a ella ni verla con detalle. Tomo algunas fotos de una banda de buitres que se elevan en aquellos momentos y vuelan en círculo por encima de nuestras cabezas. Cuando regresamos hacia el coche, vemos que se asoma en la parte alta del pueblo la parte superior de una pequeña torre. Subimos al coche, salimos del pueblo y tomamos una carretera que, creemos nos acercará a la parte superior del pueblo. Fotografiamos allí un cartel metálico con el nombre de CALADRONES, medio tumbado sobre una pared. Vemos varias puertas de corrales y de huertos con “llaves” de madera, como las que podemos encontrar en pueblos de Sobrarbe, que llaman nuestra atención, así como unos bancos de madera, muy rústicos, pero muy sólidos, colocados en diferentes rincones del pueblo y que invitan al descanso y la contemplación. Todo ellos están fechados en el año 2000, lo que indica que fueron fruto de una estrategia diseñada para esas fechas. Fotografío una golondrina que posa pacientemente sobre un cable de la luz, tan negro como ella y unas formaciones delirios que encuentro a la salida del pueblo y que presentan un aspecto florecido, inmejorable.

 Regresamos de nuevo a la carretera y ya no nos detenemos hasta Viacamp. La parada obligada es para comer en el restaurante que hay al lado de la carretera y que hoy, presenta un aspecto inmejorable: está lleno. ¡Buena señal! Comemos ensalada, macarrones a la boloñesa, pollo a la brasa y longaniza a la brasa: dos primeros y dos segundos que compartimos y así degustamos cuatro platos y terminamos con dos tartas: una de queso y otra de tiramisú... ¡Hay que cuidarse! Cuando nos decidimos a salir, necesitamos tomar un rato el aire para que la comida haga asiento, antes de continuar viaje. Son más de las cuatro de la tarde y aún no hemos llegado al límite autonómico entre Aragón y Cataluña...

 Cuando montamos en el coche, lo hacemos para no parar ya hasta nuestro destino. Después de unos quince kilómetros de curvas, no podemos continuar sin detenemos en el mirador que hay bajo la torre de Montllobá (la Torre de Figols, también llamada). Es como un enorme balcón por el que te asomas a la Conca de Tremp. El cielo está lleno de nubes sueltas con tonalidades variadas y formas curiosas; hay luz y el espectáculo visual es realmente sugerente. Hago unas cuantas fotos que luego disfrutaremos descargadas en el ordenador. Hace un viento poco agradable (y donde estamos, nos golpea con fuerza), así que cumplido ese rito de observación paisajística, bajamos el puerto y entramos en Figols y en la casa, en la que las dos últimas veces que hemos venido hasta aquí, no nos hemos quedado a dormir porque la climatología de este pasado invierno lo desaconsejaba.

 Como decía, hace un día soleado, con una luz maravillosa que convierte los sembrados en lienzos ondulantes por efecto del viento; mares verdes, con olas que recorren a gran velocidad toda la extensión de los campos, mientras las golondrinas realizan vuelos en picado, rozando levemente las espigas (o tal vez no lleguen a rozarlas..., pero esa impresión dan). Al final de la tarde, se produce un fenómeno curioso en los cielos. Las nubes de por la mañana, han sido moldeadas por el viento constante de todo el día; ha ido puliendo sus bordes y parecen enormes ballenas navegando los cielos (Me acuerdo de mi amiga gallega María Jesús Fernández que si las viera, seguro que estaría de acuerdo conmigo).

 Me repetiré, pero este silencio... Escuchar nítidamente el canto alborotado de una bandada de abejarucos que sobrevuelan la casa, se posan en un cable eléctrico y acaban despegando todos a la vez, perdiéndose en la lejanía... Sentir a lo lejos, el tableteo intermitente de un pájaro carpintero (un día, hace un tiempo, pudimos observarlo con los prismáticos)... Ver, cada día a eso de la una, una bandada de buitres silenciosos que vuelan describiendo grandes círculos, que ascienden, y descienden finalmente a los aledaños del basurero comarcal (sin duda, la instalación menos glamurosa de este entorno magnífico)... Son sensaciones y vivencias inhabituales en otras geografías (sobre todo en las urbanas). Sentados en la terraza, en silencio, mirándonos o mirando las nubes o el horizonte de la Conca, solo se escuchan los sonidos de la naturaleza: el viento golpeando las ramas de los árboles o silbando, furioso, una ininteligible melodía; el batir de las alas de algunas aves que nos sobrevuelan; el canto interminable de diversos pájaros: unos próximos, otros lejanos... Y, muy de vez en cuando, una voz humana que dice algo a otra persona allá a lo lejos ...

 Dentro de la casa, paso buenos ratos en la pequeña biblioteca que hemos montado en una antigua alcoba, iluminada ahora por dos ventanas y una puerta de salida a la terraza. La carencia de libros en la infancia, muy posiblemente, ha hecho que toda mi vida de adulto haya estado vinculada a los libros. En esta pequeña biblioteca hay libros y revistas, colocados en estantes sólidos que voy ordenando, reordenando, cogiendo, abriendo, mirando, leyendo, ... Estos días, he subido la “bolsa verde” llena de títulos (algunos los compré, como el pasado año, en el mercadillo solidario del colegio y proceden del expurgo que hicimos de los viejos ejemplares de la biblioteca escolar), por lo que he estado colocando y remodelando la organización de los mismos. Cualquiera que venga por estos pagos, podrá encontrar material de lectura para varias horas o para varios días, pues la oferta es amplia y variada. Rodeado de libros que es como decir, rodeado de infinitas posibilidades; de múltiples aventuras por vivir; de muchos autores y autoras dispuestos a entablar una amplia conversación conmigo; de felices reencuentros con personajes e historias ya conocidas... me encuentro feliz y las horas pasan a ritmo lento y en plenitud, pues alterno esas estancias con los paseos, las conversaciones, la preparación de comidas... con Mercè. Me he subido el ordenador portátil: ese que tengo para descargar fotos y para escribir y voy terminando algunos artículos para el número 135 de El Gurrión que tiene que salir durante este mes de mayo y también voy escribiendo estos textos para el blog que tanto me gusta.

 Es sábado por la tarde y aunque aquí se está “de cine”, regresamos a Fraga pues tenemos allí algunas faenas pendientes... Finalmente, ya es martes, cuando consigo darle alguna forma inteligible a este desvarío viajero y lo dejo publicado en este blog que hace tanto tiempo que me acompaña. 

2 comentarios

Anónimo -

Querida Silvia:

Como vez, yo llevaba tiempo sin escribir. Esa odisea de mala salud que he vivido me había dejado sin fuerzas. Parece que las voy recuperando, poco a poco. ¡Hasta escribir me costaba! Un abrazo fuerte. Gracias por estar ahí.

Silvia Luz -

Hola Mariano! tenía días sin leer tu blog, en realidad estuve un poco alejada de la computadora, me saturó con las críticas a diestra y siniestra. Otro viaje a tus tierras! que bellos relatos! En estos días, en el programa Comando Actualidad, vi tu pueblo: Labuerda, un encanto, lástima que fue muy breve el paseo. Hasta pronto Mariano, te leo siempre.