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La naturaleza desatada. Inundaciones en Valencia

Es imposible estos días no pensar en el final del camino... ¡Tantas personas a las que una mala jugada del destino, con la ayuda inestimable de una gestión humana inadecuada, les arrebató la vida! Se pasa rápidamente al otro lado del espejo; bastan unos minutos de zozobra para que se silencien los latidos, se borren los recuerdos, se escape el aliento de la vida... Viendo imágenes y escuchando testimonios, se humedecen los ojos y el corazón late apesadumbrado. Aunque no conozcas a nadie, compartes el dolor y la angustia que sienten los familiares de quienes no aparecen o de quienes sí lo hacen, sin vida y el enorme desastre material que se ha generado en esos pueblos (muchos de ellas de nombre desconocido, hasta ahora). Estamos inmersos en un drama humano, en una catástrofe de la que todavía no conocemos todos los detalles; una catástrofe cercana. Ésta la ha provocado un fenómeno atmosférico de extrema violencia: una lluvia torrencial que ha desbordado barrancos, ríos, ramblas..., con una fuerza casi inimaginable. Dejo a un lado la irresponsabilidad continuada y manifiesta de quienes autorizaron, promovieron y construyeron donde no debían. Lo seres humanos somos tenazmente imbéciles y desafiamos todas las señales, todos los avisos, toda la historia...

Casualmente, en estas fechas, millones de personas han visitado los cementerios para recordar a sus familiares y amigos difuntos. Hay coincidencias que añaden un punto más de dolor. Y, como no todo es apocalíptico, las columnas de personas voluntarias dispuestas a caminar horas y a trabajar ayudando con su presencia y su esfuerzo en tareas de acompañamiento y limpieza, muestra la cara más amable y solidaria de la naturaleza humana. Como también la ayuda material y económica enviada desde diferentes puntos del país para paliar, en parte, tanta destrucción, tanta soledad en la desgracia.

No puedo pasar por alto en esta reflexión, algo que siento y he expresado en otras ocasiones. La naturaleza se basta y se sobra para borrarnos del mapa cuando se desencadena con todo su imparable vigor: incendios, inundaciones, nevadas, volcanes, terremotos, desbordamientos, tsunamis, etc. resultan casi imparables. No hace falta que los amantes de las guerras y la destrucción; de la fabricación y comercio de armas..., colaboren en esa tarea. Por eso es tan inconcebible el genocidio de Gaza o la brutalidad de los ataques contra el Líbano o la guerra ruso-ucraniana o las múltiples guerras en territorio africano... (La lista es suficientemente amplia y con todo ello se van escribiendo páginas y páginas en la Historia Universal de la Infamia). Por eso la pena es aún más grande, al ver cómo el sentimiento de dolor y desolación se va diluyendo a medida que nos alejamos del foco principal del desastre.

Si lees esto, no te olvides de Valencia y echa una mano de la manera que te sea posible.

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