CATÁSTROFES NATURALES
Imagina un mundo donde todo estaba por hacer, donde ningún ser humano poblaba los paisajes, donde nadie había puesto una piedra sobre otra, donde sólo los animales campaban a sus anchas por los valles vírgenes, por las llanuras, por los bosques y selvas, mientras la vida vegetal crecía sin freno tiñendo de colores las tierras del planeta
Imagina un mundo donde los herbívoros comían vegetales y los carnívoros daban buena cuenta de los herbívoros. Éstas eran las luchas más sangrientas, junto a aquellas resultantes de las disputas de los machos por aparearse con las hembras
Imagina un mundo en el que los volcanes, los terremotos, las inundaciones, las sequías, los huracanes, las olas violentas, los maremotos, las enormes riadas, las lluvias torrenciales, los vientos fortísimos, las nevadas colosales, las fuertes heladas acudían puntualmente a la cita causando transformaciones del relieve o del paisaje, devastando algunos rincones del planeta, borrando o levantando islas en lugares remotos
Luego, ya se sabe, aparecieron unos seres que fueron desarrollando algunas habilidades para trabajar la piedra, se irguieron sobre sus patas traseras, liberaron dos extremidades transformadas en manos, aumentaron el tamaño de su cerebro, empezaron a relacionarse con palabras, se organizaron en grupos, inventaron la escritura y desarrollaron múltiples tecnologías para dominar aquel mundo primigenio ¡Lástima que paralelamente a esos avances que convertían a aquellos seres en los más evolucionados y perfectos que poblaban el planeta, nacieran también los conflictos y su solución violenta! La piedra que, convenientemente tallada o pulimentada, servía como herramienta pacífica, también tuvo acomodo como arma letal Y así ocurrió con los metales y con tantos otros descubrimientos que el ser humano ha venido haciendo hasta la actualidad. Y la violencia y las guerras fueron diezmando las poblaciones y la miseria, la conquista, la esclavitud, la indignidad, la vejación y el aplastamiento fueron periódicamente castigando a grupos humanos que, en la mayoría de los casos, sólo querían vivir, amar, querer, proteger y ver amanecer cada día.
Y así seguimos La naturaleza a lo suyo. De vez en cuando, desata su incontenible furia en forma de riadas imparables, de volcanes incendiarios, de sacudidas inimaginables, de vientos incontenibles, de sequías atroces y nos coloca en nuestro lugar: seres indefensos, incapaces de hacer frente a la magnitud de esas fuerzas naturales devenidas en catástrofes que, en el corto tiempo de unos segundos o unos minutos son capaces de eliminar a cientos de miles de seres humanos y destruir las obras que éstos han levantado con esfuerzo.
Los países que bordean el Océano Índico son hoy una improvisada y enorme tumba donde yacen miles de personas que en unos minutos pasaron de la vida a la muerte, que no se creían lo que estaba pasando y que no pudieron despedirse de sus familiares, ni dar el último beso, ni recibir la última caricia que fueron arrancados violentamente de la tierra en la que nacieron o en la que disfrutaban Si la naturaleza se cobra periódicamente su cuota de vidas y futuro no sería necesario que en esa inevitable tarea colaboren algunos seres humanos de manera tan alegre: organizando guerras, violentando a sus vecinos, maltratando, destruyendo y arruinando vidas para aumentar aún más el sufrimiento, la miseria y la desigualdad Las inevitables catástrofes naturales deberían hacernos reflexionar lo suficiente como para modificar en buena medida nuestro comportamiento y nuestra actitud ante las personas, los paisajes y la vida.
Imagina un mundo donde los herbívoros comían vegetales y los carnívoros daban buena cuenta de los herbívoros. Éstas eran las luchas más sangrientas, junto a aquellas resultantes de las disputas de los machos por aparearse con las hembras
Imagina un mundo en el que los volcanes, los terremotos, las inundaciones, las sequías, los huracanes, las olas violentas, los maremotos, las enormes riadas, las lluvias torrenciales, los vientos fortísimos, las nevadas colosales, las fuertes heladas acudían puntualmente a la cita causando transformaciones del relieve o del paisaje, devastando algunos rincones del planeta, borrando o levantando islas en lugares remotos
Luego, ya se sabe, aparecieron unos seres que fueron desarrollando algunas habilidades para trabajar la piedra, se irguieron sobre sus patas traseras, liberaron dos extremidades transformadas en manos, aumentaron el tamaño de su cerebro, empezaron a relacionarse con palabras, se organizaron en grupos, inventaron la escritura y desarrollaron múltiples tecnologías para dominar aquel mundo primigenio ¡Lástima que paralelamente a esos avances que convertían a aquellos seres en los más evolucionados y perfectos que poblaban el planeta, nacieran también los conflictos y su solución violenta! La piedra que, convenientemente tallada o pulimentada, servía como herramienta pacífica, también tuvo acomodo como arma letal Y así ocurrió con los metales y con tantos otros descubrimientos que el ser humano ha venido haciendo hasta la actualidad. Y la violencia y las guerras fueron diezmando las poblaciones y la miseria, la conquista, la esclavitud, la indignidad, la vejación y el aplastamiento fueron periódicamente castigando a grupos humanos que, en la mayoría de los casos, sólo querían vivir, amar, querer, proteger y ver amanecer cada día.
Y así seguimos La naturaleza a lo suyo. De vez en cuando, desata su incontenible furia en forma de riadas imparables, de volcanes incendiarios, de sacudidas inimaginables, de vientos incontenibles, de sequías atroces y nos coloca en nuestro lugar: seres indefensos, incapaces de hacer frente a la magnitud de esas fuerzas naturales devenidas en catástrofes que, en el corto tiempo de unos segundos o unos minutos son capaces de eliminar a cientos de miles de seres humanos y destruir las obras que éstos han levantado con esfuerzo.
Los países que bordean el Océano Índico son hoy una improvisada y enorme tumba donde yacen miles de personas que en unos minutos pasaron de la vida a la muerte, que no se creían lo que estaba pasando y que no pudieron despedirse de sus familiares, ni dar el último beso, ni recibir la última caricia que fueron arrancados violentamente de la tierra en la que nacieron o en la que disfrutaban Si la naturaleza se cobra periódicamente su cuota de vidas y futuro no sería necesario que en esa inevitable tarea colaboren algunos seres humanos de manera tan alegre: organizando guerras, violentando a sus vecinos, maltratando, destruyendo y arruinando vidas para aumentar aún más el sufrimiento, la miseria y la desigualdad Las inevitables catástrofes naturales deberían hacernos reflexionar lo suficiente como para modificar en buena medida nuestro comportamiento y nuestra actitud ante las personas, los paisajes y la vida.
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Daniel -