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"Solo", de Richard Byrd

“Solo” – Richard Byrd. Volcano Libros, 2017. 284 páginas

Se ha querido mencionar, en este tiempo de aislamiento pandémico, la aventura (epopeya personal u odisea) del piloto estadounidense -Richard Byrd- como un ejemplo llevado al máximo de aislamiento y soledad. Lo suyo, en todo caso, fue ponerse al límite y estar a punto de morir por tratar de resistir en unas condiciones totalmente extremas en la Antártida. Los confinamientos en 2020 habrán tenido -sin duda- cientos o miles de episodios dramáticos por otras circunstancias, entre personas con dificultades económicas, de maltrato, de enfermedad... Pero, volvamos al protagonista del libro.

 En 1934, Richard Byrd estaba a los mandos de una expedición científica en el Polo Sur. “Vivía”, junto con varias decenas de compañeros en una base denominada Little América. Como aquello le parecía poco, se fraguó un plan para adentrarse e instalarse -durante el invierno polar- en lo que denominaron “Base Avanzada”. Como era el jefe de aquella base polar, y aún en contra de la opinión de algunos de sus hombres, su propuesta se llevó adelante. Diseñaron y construyeron un refugio que debía ser llevado, desmontado, hasta la máxima distancia de Little América, en dirección al polo sur. Utilizando tractores especiales (como tanques con orugas) y un grupo reducido de hombres se internarían en la superficie polar y realizarían la instalación. En principio debía de albergar a tres hombres (por diversas razones de índole personal y de comportamiento humano en circunstancias extremas, Byrd había descartado que fueran dos los ocupantes). Finalmente, por las dimensiones del habitáculo, provisiones, etc. decidió que lo ocuparía solo una persona y, como no quería elegir a uno concreto para una misión de alto riesgo, decidió que sería él quien se iba a confinar en la Base Avanzada. Básicamente se trataba de realizar mediciones meteorológicas en unas condiciones extremas. Pero Byrd parece que perseguía dos objetivos. El primero tenía que ver con una circunstancia vital: fundirse con la naturaleza salvaje y disfrutar de la soledad. El segundo, aunque él no lo expresara, estaba relacionado con una sed de gloria que en su tiempo le arrebataban otros exploradores de renombre como Scott, Amundsen o Shackelton. Byrd quería ser como ellos, pero era consciente de que no era "uno de ellos". Y la manera que encontró de entrar en el club fue desafiando los límites de lo razonable.

 A finales del mes de marzo, de 1934 se produjo el viaje y la instalación de Base Avanzada. Byrd dio a sus hombres una orden tajante, antes de iniciar la vuelta: no volver a recogerlo hasta octubre, hasta la primavera austral y eso bajo ningún concepto. Luego se quedó en la cabaña en la más absoluta soledad, dispuesto a pasar el invierno más al sur que cualquier otro ser humano en la historia. Ese era un reto que, de salir bien, le colocaría a la altura de quienes habían realizado hazañas históricas. Empezó la rutina de desembalar materiales, colocarlos en la mejor disposición para poder usarlos -sobre todo en situaciones de emergencia- y empezar las mediciones meteorológicas: tomar datos de temperaturas, fuerza y dirección del viento, observación de auroras boreales, etc. Debía salir cada día del refugio para realizar algunas observaciones y eso le colocó en situaciones desesperadas, como perderse en una ocasión que quiso dar un paseo más largo de lo habitual o no encontrar la trampilla a la hora de volver de otro paseo para resguardarse en el refugio y estar a punto de morir congelado si no es porque encontró una pala que recordaba haber dejado días atrás enterrada en la nieve. Algunos días la temperatura llegó a 80 grados bajo cero y muchos días, andaba entre 50 y 70 grados bajo cero. Si buscaba emociones extremas, había recalado en el mejor sitio posible.

 Escribía en su diario, aunque en ocasiones tuviera serias dificultades porque la temperatura en el interior del habitáculo podía ser de 50 grados bajo cero y sus manos no siempre estaban ágiles y despiertas. Alternaba días de ánimo y disfrute de la soledad con otros de desesperación debido a las condiciones extremas en las que vivía. Los medios de que disponía para calentarse y para descongelar y calentar algunos alimentos se vieron alterados en su funcionamiento, debido a la nieve que caía y taponaba el tubo de salida de humos o por malas combustiones. Ello le provocó una situación durísima en la que casi pierde la vida. Fue en el mes de mayo, cuando cayó en uno de los túneles, debido a haber respirado monóxido de carbono. El gas inundó sus pulmones, su bazo, su hígado, sus ojos y quedó enormemente disminuido hasta el punto de que salir del saco protector de dormir para ponerse de pie le requerían un gasto de energía y una fuerza de la que no disponía.

 En el citado diario reflejaba sus rutinas: comer, mantener la cabaña en condiciones confortables, dar pequeños paseos por el exterior cuando el tiempo lo permitía, atender las comunicaciones diarias por radio con Little América, el cuidado de los equipos de medición: calibración, cambiar las hojas para que se imprimieran los datos o reponer la tinta de los instrumentos... Desde su intoxicación, esas tareas aumentaron enormemente su dificultad. Le costaba un esfuerzo sobrehumano ascender por las escaleras para llegar a la trampilla o desplazarse hasta los túneles para aprovisionarse de combustible o de alimentos... Sus únicas distracciones eran la lectura, que se complicaba por la baja temperatura de la cabaña y el fonógrafo, en el que iba escuchando algunos discos... Para evitar respirar gases tóxicos, intentaba sobrevivir con la estufa apagada el mayor número de horas al día que podía aguantar.

 En todo ese tiempo, no les comunicó a los compañeros de Little América su situación extrema. Siempre decía encontrarse bien, aunque en la citada base empezaron a sospechar que no decía la verdad. Byrd consideraba un deshonor rendirse y que fueran a buscarle antes del tiempo que había fijado y, por otra parte, no quería poner en peligro la vida de quienes hubieran formado un grupo de rescate para socorrerle. Cuando se averió la radio y debía utilizar otro equipo de transmisión que funcionaba con pedales, la cosa se agravó porque esa tarea lo dejaba exhausto y las comunicaciones se cortaban o eran tan breves que hicieron aumentar las sospechas de que algo no iba bien.

 Entonces, en Little América "se inventaron" una expedición curiosa, de observación de meteoritos. Con esa excusa, los componentes de la expedición podrían hacerle una visita. Byrd tenía que dar el consentimiento, porque era el jefe. Y les costó a sus compañeros convencerle de que se trataba de una misión importante y con garantías. Richard Byrd, enfermo y al borde de la inanición o la muerte por congelación, se opuso por orgullo, porque para él hubiera sido una humillación. Al final lograron convencerlo y un equipo de tres miembros, sobreponiéndose a dificultades varias, lograron llegar hasta Base Avanzada y socorrer a Richard Byrd. Allí pasaron los cuatro el tiempo que restaba hasta el fin de la aventura, dos meses de invierno. Ni él verbalizó su situación extrema ni los recién llegados le dijeron que habían venido por ello.

Cuatro años después de vivir en el infierno del frío y la soledad, Byrd escribió este libro que, si lo lees en verano te refresca, pero si lo lees en invierno, tienes que hacerlo bien abrigado porque de sus páginas sale un frío primigenio que te congela.

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