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LA PALABRA MANUSCRITA

Es incuestionable que nuestros buzones particulares se sienten ávidos de recibir algún sobre con letra manuscrita. Dejando de lado esa personificación, esa figura literaria, una mayoría de dueños y dueñas de los referidos buzones ya ni recuerdan cuándo fue la última vez que recogieron en el interior un sobre, dirigido a sus personas, escrito a mano.

 Hace tiempo que se anuncia la muerte de la carta manuscrita, pero quienes practicamos desde siempre esa posibilidad comunicativa, seguimos “erre que erre” deslizando nuestros pensamientos y nuestros dedos -armados de pluma o bolígrafo- por el folio en blanco o de color, rayado o cuadriculado.

 Hay algo de ritual amable, afectivo y creativo en el hecho de escribir a mano. Uno piensa en la persona a la que va a escribir, la trae del libro-puzzle de la memoria hasta la portada de la misma; recuerda la última vez que hablaron, la última vez que se escribieron… Tiene delante la última carta recibida, que acaba de releer y hace una prospección de lo que le quiere contar. Contesta interiormente a algunos interrogantes: ¿por qué ha elegido ese día y esa hora para escribirle?, ¿qué hecho o suceso ha motivado esa preparación que acabará en una carta personal?, ¿qué estado de ánimo le ha llevado a tomar esa decisión de escribir?... Si la relación con el destinatario o la destinataria de esas reflexiones previas es larga y frecuente o breve y reciente, el repaso mental por encuentros, charlas, comunicaciones por diversos medios tendrá distinto calado, pero será el humus, el terreno abonado sobre el que se construirá el texto que está a punto de iniciarse.

 Escribir a mano es dibujar letras, que forman palabras y frases, que transmiten todo aquello que queremos comunicar y cada línea, cada párrafo, cada folio se convierte en una obra única, y muy probablemente irrepetible.

 Además, cuando escribimos para que alguien nos lea, tenemos un plus motivacional que nos hace escribir con más claridad, ordenar mejor nuestras ideas, ser más claros en la exposición…, con la finalidad legítima de generar un documento que se entienda perfectamente, que seduzca y contente al receptor de nuestros pensamientos y de nuestros afectos.

 Desde pequeño escribí cartas a embajadas, a editoriales y revistas… buscando que me fueran enviados folletos, libritos, revistas, etc. Desde pequeño asumí en mi casa el responder las cartas familiares que recibían mis padres, las felicitaciones navideñas… También les vi escribir a ellos, tanto a mi padre como a mi madre, cartas a los parientes u otras que tenían otros objetivos. Desde pequeño les escribí frecuentemente cuando estaba interno… Y aquellas cartas que escribía y aquellas respuestas que recibía hablaban de la vida, de lo cotidiano en una situación alejada del hogar familiar y eran un consuelo y una recomposición del ánimo. Y fueron frecuentes y encendidas las cartas de amor de la juventud, aquellas que ayudaban a minimizar la distancia y las ausencias repetidas. Escribí muchas cartas a la prensa, en un tiempo en el que, aquello que me soliviantaba era canalizado y asimilado mejor, tras la descarga de escribirlo y verlo publicado… Y he seguido escribiendo hasta la actualidad: cartas reflexivas, cartas emocionadas, cartas que acompañan regalos editoriales… Y aún encuentro algunos corresponsales que también sienten esa necesidad y que también se emocionan escribiendo y recibiendo textos manuscritos Y también escribo (y mucho) correos electrónicos desde hace años y plasmo mis reflexiones en distintos blogs, sin hacer ascos –ni mucho menos- a las herramientas comunicativas que la tecnología ha puesto en nuestras manos.

 Y no nos conformamos con escribir nosotros. Quienes estamos conviviendo con las criaturas en edad escolar, animamos a éstos a escribir. Y procuramos que la correspondencia escolar sea una actividad que les dé la posibilidad de practicar ese intercambio, más o menos personal en este caso, con otros chicos y chicas de similar edad que viven a muchos kilómetros de distancia. A lo largo de los años, han sido muchos los intercambios escolares realizados, a través de la correspondencia: Santander, Mallorca, Lleida, Asturias, Valencia, Managua, Badajoz… Nuestras cartas han viajado acompañando dibujos, trabajos, revistas, cuentos, poesías… y el cartero o la cartera trajo de vuelta nuevas cartas llenas de noticias, acompañadas también de los mismos ingredientes que ya he señalado. Y también usamos las nuevas tecnologías en ese proceso de intercomunicación, pero no abandonamos lo manuscrito…

 Es frecuente que alguien que recibe una carta manuscrita, se alegre enormemente (después de estar meses recibiendo solamente propaganda comercial, cartas con facturas del teléfono, el agua, la luz, el gas, las basuras o la contribución…) Y lo exprese de manera muy efusiva: “¡No sabes qué alegría me llevé al ver el sobre manuscrito y, al abrirlo, encontrarme con tu carta…!” Por eso, no deberíamos abandonar esta práctica, porque tiene indudables efectos afectivos y anímicos. Por eso, en las escuelas, deberíamos insistir en practicar el arte de escribir a mano con finalidades concretas que permitan aumentar notablemente la motivación de chicos y chicas… A veces, esas experiencias calan hondo y tienen unos efectos terapéuticos insondables, pero objetivamente  recomendables…

 Para terminar, aporto este texto que me envió, por e-mail, mi amiga SilviaLuz, desde la Patagonia argentina. Un texto, cuya lectura ha motivado estas reflexiones previas (algo confusas, creo yo), pero que os aclarará perfectamente Guillermo Jaim Etcheverry, autor del texto siguiente, titulado: “Escrito a mano”. Jaime es educador y ensayista.

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 “¿Cuánto hace que no experimentamos el placer de recibir una carta manuscrita en letra cursiva? La caligrafía es una habilidad humana en rápida extinción, porque ya casi no se enseña en las escuelas.

 En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía. En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.

 Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.

 En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.

 Por su parte, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.

 Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros.

 Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.

 Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere.

 En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva.

 Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en la revista Time, titulado: Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible”. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia.

 La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: “dentro de un tiempo, no la podremos leer”. Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo...”   

2 comentarios

Mariano -

Hola, Silvia:
Tengo guardadas todas las cartas recibidas, desde hace muchos años: son ya varias cajas y paquetitos atados con cuerdas. Escribo muchos e-mails, pero reconozco que, cuando escribo una carta a mano, mi disposición para hacerlo es diferente. Lo primero que hago, al contrario que cuando respondo con un e-mail, es dedicar el tiempo que haga falta a escribirla; no me invade la prisa, sino el pensamiento en aquella persona y en la relación que he tenido o tengo con ella, qué puntos de conexión nos son comunes, etc. Además, me gusta escribir en cuadernos, citas de libros que me resultan interesantes y, por supuesto, escribo casi diariamente en mis cuadernos-agenda, año tras año, desde hace muchos. Me gusta dibujar palabras hablando de la vida.
El que aproveche tu regalo del libro o el texto que me hiciste llegar es porque, seguramente, hay algunos latidos que compartimos, ¿no crees? Un abrazo.

Silvia Luz -

Hola Mariano! veo que te estoy dando letra para tus post, me alegro. "Meacuerdo" yo también de las innumerables cartas que recibí y respondí cuando todavía no usábamos esta tecnología. Mi familia siempre vivió lejos del resto de los parientes y las cartas eran el único modo de comunicación, de manera que las extensas misivas contaban vida y milagro de todos (y son muchos). Al mudarme a la Patagonia, hace ya casi 30 años, dejé otra tanda de amigos y parientes en Buenos Aires, con los que continué la relación epistolar y que aún conservo, recuerdo de los primeros tiempos, me gustaría leer algunas de las cartas que yo envié, para revivir emociones. Hasta hace muy poco seguía recibiendo, y devolviendo, cartas manuscritas a una ex compañera de colegio, ella se negaba a la tecnología, pero al fin sucumbió y ahora sólo nos enviamos algunos mensajes cortos cuando estoy por viajar a Buenos Aires para encontrarnos, parece mentira pero antes sabía más de su vida que ahora, que puedo hacerlo al instante.
Espero tus comentarios sobre lo hermoso que se pondrá el Sobrarbe con la próxima primavera y por supuesto las fotos en el "Feis". Yo tengo que arreglar un problemita del ordenador que me impide subirlas a mi perfil.
Un abrazo, Mariano, me encanta leerte.