LATIDOS VERANIEGOS (III): COSAS DE NIÑAS Y DE NIÑOS (con algo de humor)
Durante el curso escolar, mi oficio me permite estar trabajando todo el día con chicos y chicas. Como me gusta mi oficio, disfruto con el trabajo, aunque uno viva ratos de todo, como les ocurre a otras personas en sus trabajos respectivos. En cambio, cuando estoy de vacaciones, prefiero dedicarme a otras cosas y lo que menos me apetece es ver niños y niñas pululando a mi alrededor. Ya cumplí mi parte en “la tarea universal de la reproducción de la especie” y contribuí a la cría y educación de una parejita.
Los chicos son geniales, como lo fuimos todos a esa edad, y con evidente rapidez e imaginación, convierten en parque temático un trozo de tierra, una sala de espera o el vagón de un tren, dando rienda suelta a un amplio repertorio de saltos, carreras, ruidos, gritos…Es inevitable, pero algunos progenitores asisten al espectáculo de sus cachorros con absoluta complacencia (y parece que esperan que el resto estemos encantados de que sus vástagos nos alegren la mañana o nos distraigan del sopor vespertino) y ni se les pasa por la cabeza comentarles que están en un espacio público y que quizá molesten algo a otras personas que no tienen nada que ver con la decisión de procrear que ellos tomaron un día. A veces, se espera de estos adultos tan pasivos un poco más de control y algún gesto condescendiente con el personal ajeno, que estamos compartiendo el mismo espacio, a la fuerza. Lean esto, en todo caso, filtrado con algo de sentido del humor, así lo digerirán mucho mejor:
.. Barcelona. 10:30 horas de un día cualquiera de finales de julio. Nos encontramos sentados en la terraza de un bar desayunando, a la sombra. A esa hora de la mañana, escuchamos con nitidez el canto alegre de varias cigarras, pegadas a los troncos de los arbolitos del seto próximo. Comentamos la cuestión, pues resulta curioso, en plena Diagonal de la ciudad, escuchar el canto monocorde de estos insectos que uno siempre relaciona con el tronco de una almendrera o de cualquier otro árbol de un campo de Sobrarbe.
Hago un alto en el bocadillo de jamón para echar el contenido del sobre de azúcar en el café con leche y, mientras estoy revolviendo la mezcla para lograr una adecuada disolución, ¡zas, se acaba la bucólica tranquilidad alimentada por el canto de las cigarras!, observo la aproximación de una cordada de criaturas de tamaño variable. Espero verlos pasar por delante, pero, justamente se detienen en un triángulo de piedras grandes que alberga también dos palmeras urbanas de porte majestuoso, a dos metros de donde nos encontramos. Son 22 tipos pequeños; la mitad no han llegado al metro de altura que son conducidos por un joven y dos “jóvenas”, presuntos monitores de la cordada. Han decidido parar allí para pedir al camarero que les saque un café, antes de terminar la excursión en un parque próximo. Los chavales se desprenden de sus mochilas costilleras y comienzan a explorar el territorio. Descubren en seguida que difícilmente van a encontrar otro terreno más abonado y gratis para la aventura, así que se dedican (los más pequeños y las más pequeñas) a saltar de piedra en piedra haciendo equilibrios, yendo y viniendo sin parar, atravesando el triángulo de todas las maneras posibles: la hipotenusa, los dos catetos y el área interior… Y yo pensando en voz alta, “¿no habrá en todo Barcelona otro sitio para aparcar un rato a veinte críos, que no sea delante del bar donde yo estoy desayunando?” Y nos echamos unas risas…
.. Aeropuerto de Menorca. 19 horas de un día cualquiera de julio. Estamos en la sala de espera contemplando en el panel informativo que el vuelo hacia Barcelona sufrirá un pequeño retraso. A la derecha de donde nos hemos aposentado se halla un clan familiar, formado por abuelos, madre y dos criaturas: niña y niño, junto a otra madre que lleva otra niña. El silencio se rompe (en realidad, se hace añicos) con la idea, que no sé quien lanza, de jugar a canciones con palmadas. La niña con la madre, cada niña con su madre, la niña con la otra niña, las dos niñas con las dos madres… con un amplio repertorio temático, refrescado de vez en cuando por la abuela que le va sugiriendo a la nieta nuevos títulos y que ella acompaña con la voz, para luego tomar el relevo de la madre, cuando ésta (¿cansada?) hace como que va a preguntar algo y se aleja del recreo. El abuelo sonríe pero no participa directamente en los juegos. El clan hace bastante bulla, pero ahí estamos. Llaman para embarcar y yo comento: “estos, seguro que nos tocan al lado”, pero ¡joder, en un avión hay 30 filas de asientos!, mal será que… Una vez arriba, comprobamos con “enorme placer y mucho contento” que, efectivamente, detrás de nuestra fila –la 16- están nuestros amigos “palmeros”, en la 17. Menos mal que los aviones tienen eso…, que quien más quien menos, anda preocupado por si tiene o no salvavidas debajo del asiento (¿se habrá salvado alguna vez alguien con el salvavidas de un avión?, pregunto) o pensando si bajará o no la máscara antigás en caso de despresurización (máscara que dicen que está donde está, pero que nunca vemos) o mirando fijamente a la azafata o al azafato que interpretan una vez más, con gráciles movimientos, el texto que oímos por megafonía. Esas preocupaciones disuaden de otras cosas y sólo escuchamos el llanto cabreado del chico que no había dicho nada en tierra, pero que quiere ir en la ventanilla y no en el asiento del medio. Su madre le explica que en el viaje de ida ya ocupó ese asiento “privilegiado” y que ahora le toca a su hermana, la de las canciones.
.. Estación de Sants, Barcelona. 19:30 horas de un día cualquiera del mes de julio. Esperamos la orden para poder acceder a los andenes a tomar un Avant. Pasan por delante de nosotros, a toda velocidad, dos tipos menudos, con mochila a la espalda, conduciendo ruidosas e imaginarias motos, ante la mirada complacida de sus dos progenitores que arrastran un carrito de estación repleto de maletas y bolsas. Los progenitores en cuestión no parecen nada preocupados por pedirles a sus cachorros que disminuyan la velocidad o aminoren el exceso de decibelios. Hay un momento en que el más pequeño cae de bruces en el suelo y hace amago de llorar, pero se contiene; y arranca de nuevo “con un par”.
Llega por fin el momento de bajar a los andenes y uno, que en estas cosas, tiene toda la suerte que le falta cuando juega a la lotería o rellena alguna quiniela, piensa: “¡Joder, no creo que vayan también en nuestro vagón!”, aunque algo sospecha porque, de momento, van en el mismo tren… Miramos los billetes, coche 1. La familia de cuatro camina delante: pasamos el coche 4, el coche 3, el coche 2 y ellos siguen adelante. ¡Bingo! Allí los tenemos, como compañeros de viaje. Arranca el tren y, tras algunos tonteos, el padre desactiva a la pareja llevándosela al vagón donde hay un pequeño bar cerrado. ¡Gracias, progenitor!, porque los últimos 20 minutos, una vez regresan a nuestro vagón, se los pasa la parejita de enanos corriendo el vagón de un lado para otro, con los motores encendidos, o cabalgando cual vaqueros intrépidos en imaginarios caballos, mientras a los demás se nos va encendiendo la sangre…
.. Labuerda. Bar de la Plaza. 23:00 horas de un día de finales de julio. En el restaurante del establecimiento está cenando “Bernardo”, personaje entrañable de ese programa de humor, llamado “Cámara café”, el medio novio de la inclasificable y divertida Mari Carmen. Unas cuantas niñas que están “veraneando” en Labuerda, junto con las que viven aquí todo el año, andan como locuelas, con libreta y bolígrafo en mano, pidiéndole que les firme algún autógrafo. Estoy con mi amigo Enrique, tomándonos un chupito en la barra del bar. Las zagalillas pasan y traspasan por delante, hasta que abordo a una de ellas y le pregunto. Me explica que le ha firmado Bernardo dos autógrafos con dedicatoria. Yo, entonces, le digo, “si piensas hacerte una colección, casi mejor que yo mismo te firme otro”… “Y tú, ¿quién eres?”, me pregunta cargada de razón. “Yo soy el Ayudante del Alcalde del pueblo, una persona importante y necesaria”. Tras un segundo de razonable titubeo, me dice “bueno, vale, fírmame”, y me acerca su libreta con una página en blanco. “¿Cómo te llamas?”, le pregunto. “María”, me responde. Y allí le escribo, más sorprendido que ella un rápido “Para María, con cariño, del Ayudante del Alcalde”. A continuación le sugiero que le pase la libreta a mi amigo el Alcalde que tiene que improvisar también dedicatoria. Tras la firma, ella cierra la libreta y se va más contenta que unas pascuas a contar a sus amigas que ya tiene dos autógrafos más en su recién comenzada colección…
Bueno, sólo quería escribir un texto algo desenfadado a favor de los niños, claro. Si no hubiera niñas y niños ¿qué haríamos las maestras y maestros; las pediatras y los pediatros; las escritoras y los escritores de literatura infantil; las monitoras y monitores de tiempo libre; las catequistas y los catequistas; los diseñadores y diseñadoras de trajes de primera comunión; las tiendas de ropa especialmente dedicada al público infantil; los fabricantes de columpios y parques infantiles; las payasas y los payasos; los vendedores de triciclos o de cochecitos para bebés; los fabricantes de colonias para menudos; los que fabrican chupetes y sonajeros, las Asociaciones de Padres y Madres… y otros gremios menos presentables de los que no voy a hablar, además de un largo etcétera de personas y oficios que sólo tienen sentido, pensando en ese publico infantil? Pues eso, feliz verano, con o sin niños.
9 comentarios
Mariano -
Bueno, anécdotas así podríamos contar unas cuantas... Sin ir más lejos, he recibido un correo de una amiga uruguaya (después de haber leído el blog) y me comenta lo "bonito" que resulta hacer un viaje en de unas seis horas en omnibús, con unos cuantos pequeños que sus papás mandan solos a casa de sus abuelos cuando tienen vacaciones. Experiencia irrepetible.
Buen verano.
Fina -
Mi hijo Carlos es propenso a las otitis, el pobrecito lo pilla todo en el oído izquierdo y pasamos la mitad del verano en la sala de espera del ambulatorio. Hoy, después de una mañana "de locos" en el almacén hemos vuelto al pediatra, y por supuesto una hora esperando no te la quita ni Dios, y para deleitarnos durante nuestra espera una niña de unos 4 años con 3 muñecas diferentes a cual más insoportable: una lloraba, la otra reía y la última hablaba....las 3 muñecas gritando a la vez.
Te juro que he estado a punto de levantarme y darle una bofetada a la pobre niña y a su madre por permitir tal alboroto... es que para colmo hay cartelitos colgando de desconectar el movil, de no hablar y hasta de no poner los pies en las sillas, pero claro, ningun cartel avisa de no molestar con muñecas...
Algunas veces ODIO a los niños...:):)
Mariano -
Sí, lo más jodido es que los progenitores esperan de ti que te guste lo que hace su hijito o su hijita. Creo que hay padres y madres que no han pasado de la adolescencia y no entienden nada del asunto. No olvides nunca este comienzo de libro:
«Ocurre una cosa graciosa con las madres y los padres. Aunque su hijo sea el ser más repugnante que uno pueda imaginarse, creen que es maravilloso». (Matilda de Roald Dahl)
Como quien lo dijo fue Roald Dahl, autor de culto, yo ni quito ni añado.
Saludos y buen verano
Fina -
He recordado un día que Santi y yo nos fuimos a Madrid un fin de semana aprovechando la rapidez del AVE los dos solitos, pero el viaje de vuelta fué realmente insoportable gracias a un niño supermegahablador que se sentó justamente en el asiento delantero y se pasó todo el viaje levantándose y contándonos (a su manera) que era de Zaragoza y venía de ver a su papá...no paró de hacer gracias y molestar en un trayecto que hubiera sido de lo más relajante sino hubiera sido por él. Lo peor es que su madre le seguía el juego y nosotros parecíamos dos personas de lo más antipático por no reir todas sus gracias...
Felices vacaciones
Mariano -
Bueno,menos mal que no estábais en el apartamento... ¡Qué cosas pasan, a veces! Bueno, espero que no me pase a mí, como dices. Saludos y que vaya bien.
Hola, Carlos:
me alegra que coincidamos. En cuanto a lo de la suerte, a la hora de la verdad, uno tiene que mirar para casa: si está bien con los suyos, si tiene un trabajo que le gusta, si mantiene unas aceptables relaciones con un número significativo de personas, si puedes levantarte y salir a la calle con la cabeza bien alta... Yo creo que la suerte es tener todo eso. Yo soy un tipo con suerte, la verdad.
Me acabas de desmontar uno de los tópicos urbanos más antiguos: "pisar una mierda trae suerte". Tú, por lo visto, podrías testificar que no es así. Un abrazo.
Mariano -
Bueno, no es mala idea esa de la separación de ambientes. Ya se hace entre fumadores y no fumadores, por ejemplo. También habría que extenderla a quien piensa hablar con el móvil y quien no lo lleve encendido o no lleve móvil. De esto ya nos ocuparemos otro día. Saludos
Carlos -
En cuanto a lo de la "suerte" te puedo decir que pisé una "caca" de perro enorme y ese mismo día me tocó el ser tribunal (menuda suerte;-( desde luego no me apetecía nada de nada.
Judit Ainoza Codina -
¿Cómo estas?
Al final nos vamos a Cambrils porque en el apartamento te Miami playa se quemo la cocina porque exploto la calefacción, ¡que mala suerte!
Bueno espero que a ti no te pase lo mismo.
Saludos.
ana -
De todas maneras sigo pensando que los transportes colectivos (avión, tren, autobús...) deberían tener una zona especial para las familias con niños, una zona insonorizada y con actividades, juegos y películas para ellos.
Un beso