LA TRAVESÍA DE LA VIDA (I)
No sé si sabré escribir el texto que quiero… El caso es que la vida, como de todos es sabido, siempre acaba mal, porque al final, se nos escapa brusca e inesperadamente o se va diluyendo lentamente hasta agotar todas las reservas vitales. Desde que nacemos estamos abocados a desaparecer un día de este hermoso y maltratado planeta; al menos de esa parte viva que te permite pasear, mirar las estrellas, comunicarte con los amigos, escribir cartas, hablar por teléfono, ducharte por la mañana, tomarte un vaso de vino, leer un libro, fundirte en un abrazo, comerte un bocata de jamón o picar en un plato de berberechos…Imagino que algo de nosotros sigue vivo en el recuerdo de quienes nos conocieron y apreciaron, pero, claro, eso ya es otra cosa.
Mi padre cumplió el pasado 25 de abril, 90 años, que ya son palabras mayores. Hasta los 88 fue capaz de mantener una actividad reservada a muy pocos; gente de la cosecha del 18 (justo los que tenían 18 años cuando empezó, un 18 de julio, una sangrienta guerra civil); me refiero a una actividad física impropia de esas edades, como es cultivar un par de huertos grandes no se vaya usted a creer, y tenerlos como jardines, utilizando profusamente como tecnología punta, la “jada” y el “bigós”.
De un tiempo a esta parte, su salud se ha resquebrajado y progresivamente ve mermadas sus facultades; algo, por otra parte, razonable cuando se llega a estas edades. La enfermedad de mi padre, al margen de algunos desarreglos concretos e identificados, es la vejez y contra eso, hay poco que hacer (aunque la ciencia está empeñada en prolongarla), salvo hacer compañía y atender a las personas del entorno familiar que han tenido la suerte de vivir hasta esas edades, con una entereza y una fuerza poco comunes. En resumidas cuentas, estas vacaciones y como consecuencia de ello, están teniendo un sesgo especial, diferente, inesperado (porque el bajón más notable se ha producido en este tiempo). Sentado, a su lado, una vez se le ha levantado de la cama, comparto silencios y conversaciones y voy observando con curiosidad y también con un punto de pena, su evolución. Su estado de ánimo es diferente cada día y lo mismo puede estar animado, despierto y hablador, como con gesto contrariado, adormilado y poco colaborador con las atenciones que hay que prodigarle: ayudarle a comer, darle de beber, llevarlo al lavabo, etc. Con la práctica se aprende y cosas que nunca habías pensado que harías, al cabo de tres o cuatro días, las incorporas ya a lo cotidiano y se hacen con toda normalidad.
Uno de los momentos que más cuesta aceptar es el proceso de olvido de la identidad personal que ha sufrido. El día que me preguntó: “Y tú, ¿de qué familia eres?”, yo traté de explicarle: “¡Papá!, yo soy de tu familia, porque tú eres mi padre y, por tanto, yo soy tu hijo”. Él recibió mi explicación y no dijo nada, sin dejar de mirarme durante unos segundos. Intermitentemente acierta cuando le preguntas cómo se llama o cómo se llaman algunos de los miembros de su familia: hijos e hijas, nietos y nietas, su esposa… Sonríe o ríe abiertamente cuando alguien llega y lo saluda, contestando su habitual “¡bien!, ¿y tú?” y hay momentos en los que se muestra muy afectivo, sobre todo con mi madre, y necesitado de que le den un beso o se sienta cogido de la mano. A pesar de las conversaciones que tenemos, que tiene, con el resto de la familia, lo que más lamentas es que, probablemente, ya nunca podrás decirle aquello que no le dijiste, porque hay algo roto en el interior que le impide procesarlo debidamente (bueno, al menos eso es lo que pienso yo, que soy lego en la materia).
Muestra todavía memoria, aunque disminuyendo progresivamente, para rememorar acontecimientos de su vida pasada y a lo largo de estos días, me ha contado muchas cosas. Hace un par de días recordaba a su amigo Manolo B. con el que habían hecho muchas “pescatas” nocturnas con artes ilegales (sobre todo con “tresmallo”): “éramos como hermanos”, decía “… y me salvó la vida”. Durante la guerra civil, una noche en una cuneta de una carretera, mi padre recibió un disparo en la cabeza. La bala le entró por detrás y salió por el pómulo izquierdo; cayó inconsciente y le produjo una hemorragia que, de no estar allí su amigo Manolo para buscar ayuda, se hubiera desangrado. Con los ojos cerrados, repetía parte de la historia y mostraba una gratitud infinita hacia el amigo desaparecido hace muchos años. Nos había contado ese suceso, uno más de los que atesora su “currículo” de hombre aparentemente frágil –no fue ni alto ni grueso, ni fuerte- pero difícil de derribar; como un roble de buenas raíces contra el que no pueden ni las lluvias ni el vendaval.
A ratos, le salen ramalazos humorísticos y recuerda algunas coplas: “Cásate y tendrás mujer / y vivirás lindamente / y llegarás a coronel / sin haber sido teniente”. Yo, entonces, le pregunté si recordaba una copla que él me había contado hace ya unos años (y que, como la anterior, está recogida en algún número de El Gurrión), copla que cantaba Miguel de Manolico, uno de esos personajes que hubo en los pueblos y que se recuerdan por su sentido del humor, por sus “salidas”. Decía Miguel: “Si quieres saber quién soy / y de qué familia vengo/ levántame la camisa / y verás qué cola tengo”. Curiosamente, nada más terminar, se echó a reír mientras asentía y recordaba una copla que había pasado la criba del tiempo y, en su caso, la del olvido aleatorio. En otro momento, recuerda otra que nunca me había contado: “Por una miajica de aire / que se me escapó del cuerpo / me llevaron a la cárcel / y luego me llamaron puerco” y que nos permite compartir unas risas.
En ocasiones, rompe a llorar como un crío, cuando algún recuerdo emotivo pasa por su mente o cuando está hablando y cae en cuenta de algo, reconoce momentáneamente a alguien; llora en silencio unos segundos, roto por dentro seguramente y eso también produce que quienes estamos alrededor en ese momento lo cojamos del hombro o de la mano y guardemos un respetuoso silencio o tratemos de consolarlo. Se sorprende de dónde está y lo hace de manera muy expresiva: “Oye, no había estau nunca aquí. ¡Joder qué maderos! Estos, los sacarían de as Coronillas o d´as Planas…”, aventura, mirando los maderos del techo del comedor de su casa (que hace ya tiempo que no reconoce). En otro momento, se expresa así: “Me dejan embobau esos que se ponen a hablar tres horas y no paran, ¿no es una cosa grande tener ese don…?” Y le explicas que según cómo se mire, que también puede resultar insoportable aguantar tanta verborrea…
Mi padre habla de casas del pueblo, de fiestas, de pueblos, de personas, de faenas agrícolas que cree que tiene que hacer o que cree que acaba de hacer: “He estau regando una almendrera que estaba seca del todo. Ahora mismo he terminau”. Cada vez que lo saluda su nieto Daniel, le dice lo mismo: “Paece qu´as medrau…” Con frecuencia, cuando quiere decirte una cosa, empieza la frase en un tono de voz, éste va decreciendo hasta que se queda en silencio; cierra los ojos y pone los labios como si fuera a emitir un silbido y aquella frase ya nunca más tendrá continuación. Intercala algunas sentencias curiosas: “El cuento español: ya l´arreglaremos, ya… y no arreglamos nada”. “Cenaremos cebada con piedras”. “”No´n saldremos!”. “Hay que morir y n´a mas!” “Las madres tienen más amor que los padres”. “Yo cuando estoy con amigos, disfruto”, y le pregunto, “y yo soy tu amigo?” Y me contesta: “Tú eres más que un amigo, porque hace mucho tiempo que nos conocemos…” A veces los diálogos son propiamente kafkianos o surrealistas… La lista de momentos sería interminable. Yo sigo tomando algunas notas de este tiempo fragmentado que está viviendo en el que los recuerdos parciales, los movimientos de las manos simulando que come, que bebe, que coge, que deja… alimentos u objetos imaginarios, las miradas perdidas; los breves monólogos… ponen, probablemente, las últimas pinceladas a una larga travesía de vida.
Dice, entre otras muchísimas cosas: “Hace días que no he probado el pan…” O “lo menos hace diez años que no he estau en os tozales. ¡Miá lo que te digo!” (en Los Tozales –una partida de monte de su propiedad- pasó muchos días de varios otoños limpiando el bosque y sembrando bellotas de carrasca, al estilo del protagonista de la novelita de Jean Giono “El hombre que plantaba árboles”) y, por último, para no alargarme más, hay una expresión sorprendente de verdad: “Me preocupa llevar tantos días sin trabajar”. Esto, dicho por un hombre de 90 años, en un país donde hay tanto geta que se escaquea y que lo único que quiere es vivir sin trabajar, no deja de ser significativo y revelador de los fundamentos internos atesorados por algunas personas de generaciones anteriores. Y estas son algunas pinceladas de este acompañamiento veraniego en la parte final de la travesía de la vida de mi padre.
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P.D.: Recién publicado este post, ha comenzado la ceremonia oficial de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín. Seguro que todo resulta espectacular y, una vez más, se mostrará la capacidad del ser humano de crear cosas bellas y se ocultará la cara oscura de China, la de millones de personas que viven en condiciones indignas y para quienes los juegos no habrán traído nada interesante. Estas macrofiestas mundiales esconden siempre mucha hipocresía, para ser suaves con el calificativo.
8 comentarios
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Mariano -
Os mando un saludo muy cariñoso y os garadezco vuestra sensibilidad hacia esta aventura que hemos vivido este verano. Como veréis en un post posterior, ya terminó todo...
Luisa M. -
Me emocionó tu relato. Siento mucho el empeoramiento en la salud de tu padre. Seguro que es muy duro para ti y tu familia. Mucho ánimo y sigue mostrando ese cariño, respeto y admiración que se nota le tienes.
Entro con frecuencia en tu blog y me interesa mucho todo lo que publicas sobre libros y biblioteca, pero hasta ahora no había escrito ningún comentario.
Saludos cariñosos.
Pepe -
Acabo de entrar en tu blog y he leído alguna de las últimas cosas que has escrito.
Me ha conmovido lo que escribes de tu padre, repleto de enorme sensibilidad y de ternura,
y que me ha gustado que nos hagas partícipes de las frases y comentarios que te va regalando
cada día.
De alguna manera me he sentido reflejado en algunas de las cosas que escribes en
relación con Rosa. También se encuentra bastante mermada en sus capacidades físicas,
pues se encuentra muy débil y apenas puede dar cinco pasos sin sentir una enorme fatiga,
lo cual le lleva a estar sentada o acostada todo el tiempo.
Bueno, Mariano, ahora se nos presentan estas situaciones, seguramente para que aprendamos
alguna lección y la podamos aplicar a nuestra vida
Te envío un fuerte abrazo solidario.
Mariano -
Nati: es posible que sea hermoso, pero además, es durillo. Cuando cuidas a alguien y en el horizonte está la recuperación y la mejoría..., pero cuando vez que es un acompañamiento mientras dure la vida y el aliento, hay momentos de desánimo, a pesar de los ejercicios de realismo que hay que hacer para aceptar algo que es inevitable. Bueno, ahí estaremos... Un abrazo, Nati.
nati -
José Luis -