ÁRBOLES ENCENDIDOS
Guardo en la retina el esplendor del otoño en Ordesa. El pasado fin de semana anduve por Sobrarbe y aunque nevó en las alturas y llovió en cotas más bajas, pude apreciar esa sensación de fuego otoñal que nos regalan los árboles de hoja caduca: las hayas y los arces; los chopos y las moreras; el almez y los nogales ponen en estas fechas un punto luminoso en su inevitable decadencia otoñal. Perderán sus hojas, quedarán desnudos, pero ese oro vegetal que atisban nuestros ojos es un grito de despedida y un regalo para la sensibilidad.
Las cascadas de Arripas, del Estrecho o de la Cueva se mostraban con enorme fuerza... Desniveles que favorecían el lucimiento de un río Arazas pletórico de caudal. Las Gradas de Soaso blanqueaban de espuma y se ponían a juego con la nieve que flanqueaba el canal montañoso que conducía al circo del mismo nombre. Sólo un pero, la multitud de gente que nos dimos cita en ese día de final de octubre y en ese punto geográfico, ¡y eso que hacía mal tiempo! Caminábamos, casi en caravana. Era necesario sortear grupos de diez, doce personas continuamente... ¡Qué buena labor realizan los Parques Nacionales!, acude tanta gente hasta ellos, que garantizan que los espacios geográficos aledaños se conserven vírgenes, pues todo el mundo acude al mismo reclamo. En ese sentido, el establecimiento de esos espacios geográficos y naturales protegidos son la mejor salvaguarda del resto del paisaje.
Estuve en Labuerda, pero la lluvia persistente del lunes, día 1 de noviembre, me impidió acercarme con tranquilidad hasta la huerta y fotografíar algunas moreras. No he visto nunca árboles autóctonos tan amarillos como las moreras; emiten una extraña luz que me fascina y nunca las fotos igualan a la imagen que queda prendida en la retina, después de contemplarlas un rato.
El otoño se ha apoderado definitivamente del calendario y después de mucho remolonear, se ha presentado de improviso, retirándonos pronto a casa cada tarde para que, al calor de la estufa, del radiador de calefacción o del fogaril abramos un nuevo libro e invitemos a nuestra mente a realizar piruetas imaginativas con cada historia contada, con cada paisaje imaginado, con cada personaje que trata de decirnos algo nuevo e interesante.
Las cascadas de Arripas, del Estrecho o de la Cueva se mostraban con enorme fuerza... Desniveles que favorecían el lucimiento de un río Arazas pletórico de caudal. Las Gradas de Soaso blanqueaban de espuma y se ponían a juego con la nieve que flanqueaba el canal montañoso que conducía al circo del mismo nombre. Sólo un pero, la multitud de gente que nos dimos cita en ese día de final de octubre y en ese punto geográfico, ¡y eso que hacía mal tiempo! Caminábamos, casi en caravana. Era necesario sortear grupos de diez, doce personas continuamente... ¡Qué buena labor realizan los Parques Nacionales!, acude tanta gente hasta ellos, que garantizan que los espacios geográficos aledaños se conserven vírgenes, pues todo el mundo acude al mismo reclamo. En ese sentido, el establecimiento de esos espacios geográficos y naturales protegidos son la mejor salvaguarda del resto del paisaje.
Estuve en Labuerda, pero la lluvia persistente del lunes, día 1 de noviembre, me impidió acercarme con tranquilidad hasta la huerta y fotografíar algunas moreras. No he visto nunca árboles autóctonos tan amarillos como las moreras; emiten una extraña luz que me fascina y nunca las fotos igualan a la imagen que queda prendida en la retina, después de contemplarlas un rato.
El otoño se ha apoderado definitivamente del calendario y después de mucho remolonear, se ha presentado de improviso, retirándonos pronto a casa cada tarde para que, al calor de la estufa, del radiador de calefacción o del fogaril abramos un nuevo libro e invitemos a nuestra mente a realizar piruetas imaginativas con cada historia contada, con cada paisaje imaginado, con cada personaje que trata de decirnos algo nuevo e interesante.
2 comentarios
Daniel -
Anónimo -
gracias
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