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Se muestran los artículos pertenecientes a Agosto de 2013.

Estampas danesas (I)

A veces andamos con un despiste mayor de lo necesario y cometemos torpezas infantiles. Comencé en Dinamarca a escribir esta crónica y la dejé iniciada con casi una página en la que narraba el viaje de ida… Hace un rato (hoy 31 de julio) pasándola con un “pendrive” del ordenador de Daniel al mío, he borrado el archivo y me he quedado a dos velas… Así que tendré que volver a empezar. Y ahí voy, de nuevo, a intentar escribir algunas anécdotas y a contar algunos detalles de nuestro viaje a Dinamarca, un país que nos ha dejado un gratísimo sabor de boca y en el que nos hubiéramos quedado más tiempo. Aunque quiero ser lo más breve posible en las explicaciones, es imposible contarlo todo en un solo texto, de modo que voy a irlo publicando por entregas. Esta es la primera.

Viaje en avión. El día once de julio llegamos en taxi al aeropuerto de Barcelona; pasamos, tras la facturación del equipaje, el control policial y nos acomodamos en uno de los bares del interior. Nada más sentarnos en una mesa, nos percatamos de la presencia en la mesa de al lado de Eduard Punset, acompañado de una joven. Se dirigió a nosotros para preguntarnos la hora y certificar que era la que la compañera le indicaba, mientras ésta nos decía: “mira que es desconfiado” y Mercè justificaba la pregunta “debe ser por su mentalidad científica que tiene que comprobarlo todo”. Nos reímos juntos; como volvimos a echarnos unas risas cuando, aprovechando que la compañera iba a hacer alguna gestión, le escondió la maleta debajo de la mesa y nada más llegar le preguntó por la citada maleta… Mercé le explicó a ella que le había parecido un comportamiento extraño y que había pensado que era un hombre desconfiado… No había pensado en la broma. Finalmente se despidieron y nos deseamos buen viaje.

Cuando, finalmente, subes al avión, toca encajarse en el asiento asignado: 31 filas: 6 asientos en cada fila. Un solo niño de un año o menos en el pasaje, ¿dónde creéis que tenía su asiento? En la fila 5, justo detrás de mí… No me lo podía creer. Mercè en ventanilla y yo en el asiento del medio. Mis rodillas tocan el asiento delantero; no me puedo mover y el viaje va a durar unas tres horas. Hemos comprado el periódico. ¿Hay algo más difícil que cambiar de página de un periódico en un avión así? Cada vez que quiero pasar página, tengo que levantarlo por encima de mi cabeza y hacer piruetas en el aire; una vez doblado, nuevo doble para que quepa en la exigua mesita que, al abrirla, me toca en la tripa, con lo que estoy totalmente inmovilizado. Más incomodidades, imposible.

Finalmente, llegamos a Copenhague. La espera de la salida de las maletas es siempre un tiempo que se vive con intensidad y con incertidumbre. Tras una espera considerable vemos que sale la nuestra por la cinta y respiramos. Recuperada, al fin, nos dirigimos a la salida y comentamos, entre bromas: “a ver si Daniel tiene un detalle y está esperándonos con un cartel en la mano”… Y nos echamos a reír porque, efectivamente se cumple a rajatabla nuestro comentario: allí está nuestro hijo con un cartel con nuestros nombres y apellidos; de modo que las primeras fotos en suelo danés son de Daniel con el cartel y la que él nos hace sosteniéndolo.

La capital, situada en la isla de Saeland. Caminamos por Copenhague (Kobenhavn) y visitamos algunos puntos de interés, guiados por Daniel. Uno de los más curiosos es el Museo de David; una instalación modélica en cuanto a solidez y forma de presentar los documentos y materiales que alberga, que es de visita gratuita y que guarda documentos y objetos árabes e islámicos, perfectamente informados y conservados; muchos de ellos llegados de España. Hay tantas cosas para ver que acaba uno saturado, pero merece la pena visitarlo. La vista del “Diamante negro”, que es como llaman a la Biblioteca Nacional o algunos de sus numerosos canales; el grandioso edifico del ayuntamiento, el Nyhavn con sus casas de colores (lleno de turistas, montando en barcos y haciendo fotos)… La sirenita de mirada melancólica  recostada en una roca, a la espera de turistas que la inmortalicen más aún… Una calle peatonal con la tienda de Lego y algunas figuras grandotas en su interior, realizadas con las piezas mágicas, y universales;  las atracciones del Tívoli; la gran estación de tren; los carriles bici y la gran cantidad de ciclistas que los usan… Entramos y dimos una vuelta por Christiania: una especie de ciudad autónoma dentro de la capital, con muchas particularidades. Curiosa y sorprendente la leyenda que se encuentra a la salida del recinto, escrita en lo alto de una especie de pancarta de madera: “You are now entering the UE”; es decir: “Ahora estás entrando en la UE”… Unas breves pinceladas para hablar de esta ciudad, abierta al mar y que nos gustó. Y una compra inesperada. Entramos en un espacio de una iglesia protestante donde vendían toda clase de libros a 50 coronas cada uno (un poco más de 7 euros). Compramos, en inglés, sobre juegos y juguetes infantiles: “A history of toys” y dos de exlibris, en danés, (había una gran cantidad de libros sobre este tema, muy popular en algunos países del centro y norte de Europa).

Roskilde. Nada más comenzar el viaje hacia Odense, y sin dejar la primera isla, nos desviamos hacia esta localidad, con una catedral espectacular, la más antigua de Dinamarca, rematada con dos torres de altísimas agujas que las hacen visibles desde varios puntos alejados. Alrededor de la misma se arremolina un barrio de casas viejas y estructura antigua, que unido a la poca gente que encontramos y la ausencia de ruido, no parece que estemos en una ciudad con varios miles de habitantes. Casas con amplias ventanas, sin cortinas ni persianas; fachadas pintadas en tonos amarillos, en las que se hacen visibles los entramados de madera que también forman parte de ellas. No me canso de fotografiarlas (como también haré en casi todas las poblaciones que visitamos). En una de las plazas, amplísima, hay un mercadillo donde puedes encontrar no solo productos alimenticios, sino también artesanías y antigüedades. Compro dos cajas metálicas viejas. Daniel se hace con una chapa gigante de Calsberg (de las que se colocaban en las fachadas de los bares) y Mercè se agencia un bonito collar.

Visitamos el museo vikingo (Vikingeskibs museet): un espacio muy grande donde se guardan restos de barcos vikingos sacados del fondo del mar (por lo que es imposible encontrar ninguno completo); hay varios audiovisuales y paneles que explican cómo se encontraron, cómo se actuó para poder sacar las partes que aún no se habían desintegrado y cómo se restauraron… Además, en otras zonas se ven procesos reales de construcción de pequeñas embarcaciones: herramientas, tratamiento de troncos hasta convertirlos en piezas de construcción… Es un espacio grande con diversos puntos de atracción, al que no cesa de llegar gente. Después de dos horas de dar vueltas, mirar y empaparnos visualmente de cultura vikinga, decidimos comer en una cantina “vikinga” y allí sí que empezamos a añorar la comida española: una pechuga de pollo entera asada, un chusco de pan cortado por la mitad y un montón de hierbas de la pradera próxima, de acompañamiento; sin más aliño que una pequeña tarrina de mantequilla… Imagino que los viejos vikingos debían comer otras cosas; en caso contrario dudo que sus espeluznantes aventuras sean de verdad, je, je.

  Odense. En el viaje desde la capital, se abandona una isla (Seeland), para entrar en otra: Fyn o Fionia, y ello se hace circulando por un enorme, descomunal puente, de unos 15 kilómetros, en el que hay que pagar derecho de pontaje, como en la edad media… Ya en Copenhague, cerca del ayuntamiento, encontramos una gran estatua de Hans Christian Andersen y también el nombre de una de sus avenidas. Además, entramos en una tienda dedicada a vender, sobre todo, recuerdos relacionados con esta figura inmortal de la Literatura Infantil y de los personajes de sus obras. En el interior había una estatua a tamaño natural del escritor, realizada con piezas de lego, ¡sorprendente, de verdad! Y en el exterior de la tienda, sentado al lado de una mesa, como evidente reclamo, un personaje vestido como el escritor, que tuvo la gentileza de dejar que lo fotografiáramos leyendo un ejemplar de El Gurrión.

 La ciudad de Odense está volcada con su hijo más universal: estatua en el parque más importante de la misma; casa donde vivió, museo, tienda, semáforo próximo con su figura, cuando se pone rojo o verde; Andersen da nombre a diversos eventos que se celebran a lo largo del año en la ciudad. Tuvimos la mala suerte de que el día que visitamos Odense era sábado por la tarde y estaban las instalaciones cerradas. Nos hicimos una foto con Mercè leyendo la revista El Gurrión y, aprovechando que llevaba un boletín Bibliotelandia, posé también con el mismo al lado de la estatua del parque: Como todas las ciudades danesas, es amplia, con edificios de poca altura, salvo algún raro ejemplar. Paseamos buena parte de la ciudad, casi vacía y acompañados de una excelente climatología y nos tomamos unos helados exquisitos. Pudimos observar y pude fotografiar fachadas y ventanas de casas bajas, bien conservadas, repetidas en todas las ciudades danesas que recorrimos, pero que son muy bonitas, llaman mucho la atención, tanto por la gran cantidad de ventanas, como por los colores de las fachadas.

 Horsens. Éste ha sido, sin duda, el nombre de ciudad más veces pronunciada en casa, en estos últimos dos años. Daniel está allí desde agosto de 2011 cursando estudios. Teníamos ganas de conocerla. Antes de llegar a la residencia, donde vive Daniel, nos llevó hasta el campo de fútbol donde suele entrenar y jugar los partidos con su club danés, el Horsens Freja, en una amplia zona deportiva, con varios campos y edificios de vestuarios y reuniones.

La siguiente parada fue ya delante de la residencia. Subimos maletas y nos instalamos y, rápidamente, nos llevó a visitar el edificio central de la universidad. Con su tarjeta de estudiante y su código, puede entrar sin problemas en el recinto. Un edificio nuevo, moderno, acristalado por todas partes, con muchas zonas comunes para reuniones de trabajo, de descanso, de lectura…. Subimos a la azotea, desde donde se divisa toda la ciudad.

Resulta que uno de los hijos más conocidos de esta ciudad, es nada menos que Vitus Bering, el descubridor del estrecho que separa Rusia de Alaska (EEUU) y que lleva su mismo nombre: “Estrecho de Bering”. Estuvimos en el exterior de su casa (Bering Hus), en la plaza que lleva su nombre (Vitus Berings Plads) y en el parque dedicado a él y donde hay un conjunto escultórico con el que se le recuerda (un gran mural con un mapamundi, en el que se señala claramente el estrecho de su nombre).

Horsens se convirtió en el campamento base durante los cinco días siguientes, mientras realizábamos incursiones y excursiones a diferentes localidades de la península de Jutlandia. La ciudad está bañada por las aguas del Báltico, aunque sus playas son de pequeña extensión; tiene edificios notables, parques sorprendentes; un cementerio-parque lleno de encanto y al lado mismo de la universidad, una extensa zona húmeda, con un camino para poder pasear o hacerlo en bicicleta; un observatorio de aves…Y, hasta una vieja tienda con una colección importante de planchas viejas; aquellas que se calentaban por contacto o con brasas en su interior y que pudimos ver en un viejo escaparate, (je, je, ¡cómo nos tira el tema del coleccionismo!) ¡Lástima que no pueda ilustrar todo lo que escribo con imágenes, para redondear la información!

 (Continuará)

03/08/2013 08:20 gurrion #. sin tema Hay 4 comentarios.

Estampas danesas (II)

Una de las cosas que sorprende de este país es la gran cantidad de córvidos que uno puede ver, tanto en espacios ciudadanos como rurales: cuervos negros, grajos… que picotean en los parques, en las orillas de las carreteras y autovías, se posan en los edificios, etc. También los carriles bici que discurren paralelos a las carreteras y que ofrecen la posibilidad de recorrer todo el país en bicicleta. Hay muchísimas personas que se desplazan en bici y muchísimas bicicletas aparcadas por todos los sitios. Es una estampa frecuente, una o dos bicis apoyadas en la fachada de una casa, de esas con ventanas sin cortinas, madera oscura cuadriculando la fachada y el resto pintada de color. Y otro denominador común es la abundancia de árboles entre las casas de las ciudades; la proliferación de parques. Del mismo modo, nos resultó sorprendente la cantidad de campos de cereales, de hierba y de maíz que pudimos ver desde las carreteras por las que circulábamos…Sorprendente para nosotros, que en este tiempo de verano, haya algo de luz natural a las 11 de la noche y se haga de día a eso de las 3:30 de la madrugada, más o menos…

 Skagen. Se trata de la ciudad que está más al norte de Jutlandia. Desde allí hasta el final de la península (Grenen) todavía queda un trecho. Grenen es un punto especial porque allí se juntan las aguas del Mar del Norte (realmente impetuosas y erizadas) y las del Báltico, más tranquilas que las primeras. Y, además, hay una línea de color que muestra esa unión-separación de los dos mares, de las aguas de ambos mares. El viento sopla en esa latitud y en ese territorio descarnado con una fuerza extraordinaria; además arrastra arena de la extensísima playa. Se hace difícil caminar, envueltos en nubes de arena (que penetra en los bolsillos, en las mochilas, en el calzado, en la ropa, en el pelo…) Hay quien acorta el tiempo y aminora el esfuerzo de llegada a la línea divisoria marítima y disminuye el efecto del viento al realizar la aproximación, utilizando un servicio de tractores que llevan enganchados, en lugar de un remolque, una especie de vagón de tren o de autobús cerrado para evitar molestias con la marca “SANDORMEN” pintada en el lateral. Es alucinante la “procesión” de gente que camina con dificultades hasta el punto nombrado. La imagen de esa retahíla de gente, azotada por el viento es impactante. Daniel recuerda que estuvo en invierno con unos amigos, que no había nadie y que vieron una colonia de focas… Hasta ese punto septentrional de Dinamarca hemos llevado un ejemplar de El Gurrión y nos hacemos unas fotos con la revista. En el horizonte que se abre ante nosotros, se ven abundantes barcos que atraviesan esa zona marítima del Skagerrak, luego el Kattegat y los dos Belt (según estudiamos en geografía), los estrechos que han comunicado siempre el Mar del Norte con el mar Báltico y los puertos de importantes ciudades escandinavas.

 Comemos tortilla de patata y pechugas rebozadas (preparadas en el apartamento de Horsens la noche anterior), en un parquecito de la ciudad de Skagen; ciudad con casas individuales, todas con un patrón danés inconfundible: fachada de colores, con predominio del amarillo, ventanas grandes, madera cuadriculando la fachada y tejado de tejas rojas. Recorremos algunas calles de la ciudad (parece de segundas residencias), con un puerto también muy potente que no llegamos a ver porque queremos parar, al regreso en la ciudad de Alborg. Desde Horsens hasta Skagen hemos recorrido 350 kilómetros. Estos recorridos, casi longitudinales, ofrecen al viajero una radiografía bastante precisa del país; al menos de la riqueza agrícola y forestal y de algunas instalaciones industriales, centrales energéticas, instalaciones de aerogeneradores (nunca en grandes concentraciones), etc.

 Alborg. Es la segunda ciudad de Dinamarca, en número de habitantes. Le dedicamos muy poco tiempo, por razones de logística; aún así dimos un amplio paseo, en el regreso de Skagen a Horsens y también nos tomamos unos “capuchinos” a seis euros la unidad… Si vas a comprar a un supermercado, puedes encontrar alimentos a un precio similar al que pagamos en España, pero si quieres tomarte una cerveza, un café, comer, etc. en un establecimiento público, la cosa se dispara y, aunque se pague en “coronas”, a nosotros en ningún sitio nos hicieron precio especial, a pesar de ser la familia “Coronas”. Nos introdujimos en un recinto cerrado; una plaza grandiosa, totalmente rodeada de edificios “típicamente daneses”: en este caso, fachadas blancas, con muchas ventanas y cuadriculadas y triangulizadas por maderas que le daban un aspecto muy atractivo. Era la AALBORGHUS SLOT (1539), con cámaras subterráneas que pudieron servir también como refugios antiaéreos en momentos de conflicto. En origen, parece que era un establecimiento militar; ahora no había ningún signo de que actualmente se dedicara a actividades militares.

Alborg se encuentra en el interior de Jutlandia, pero hay un fiordo que atraviesa la península desde las orillas del Báltico hasta las del mar del Norte. En realidad, lo que queda hacia arriba sería técnicamente una isla… Paseamos por la orilla del mar hacia el que se abre la ciudad con muchas instalaciones portuarias… Daniel nos había contado varias veces el famoso carnaval de Alborg, al que ha acudido un par de años, y que se celebra en el mes de mayo. Es uno de los más famosos de Europa y realmente multitudinario. Dura una semana y el final de la fiesta es un desfile que empieza ya por la mañana y en el que participan miles de personas, disfrazadas y alegres.

Con la parada en Alborg, retomamos la ruta de vuelta y parece que se nos hace más corto el viaje de vuelta hasta llegar de nuevo a Horsens. Aún tenemos tiempo de ir a comprar algunas cosillas para cenar…

Esbjerg. Es el puerto más importante de Dinamarca, en el Mar del Norte. Nuestro guía particular –Daniel- conduce el coche directamente hasta una zona de playa donde nos encontramos frente a frente con cuatro colosos blancos, sentados mirando al mar. Los reconocimos con rapidez por las fotos que él nos había mostrado de alguna visita anterior con amigos “erasmus”. La primera imagen que nos viene a la cabeza, al verlos, es la de los moais de la isla de Pascua. Ni son iguales, ni hay tantos, ni le dan la espalda al mar, pero ese porte colosal y esa expresión-inexpresión de sus rostros y su cuerpo, nos lo recuerda… Se trata del conjunto escultórico, denominado “Mennesket ved Havet”, creado en 1995 por el artista danés Christian Wiig Hansen: “hombres mirando al mar”; estatuas de 9 metros de altura que no nos cansamos de mirar y de fotografiar, desde distintos ángulos y con variadas perspectivas. La verdad es que son espectaculares y cuanto más las miras, más te llaman la atención. Delante de las esculturas hay una inmensa y estrecha playa, que ese día está casi vacía. En cuanto se acaba la arena, empieza la hierba (césped natural) y por la hierba caminamos un buen rato, paralelos a las líneas que marcan el agua y la arena. Recorremos una parte de la ciudad, con plazas amplísimas, iglesias enormes y llegamos a un cementerio-parque, lleno de setos cuidados, de árboles grandioso, de rosas de colores y una original fuente, fácil de entender viéndola fotografiada y difícil de explicar con palabras. Sorprende, en este recinto encontrar, entre las lápidas que recuerdan a  los muertos, espacios para que disfruten los que aún seguimos vivos: una muchacha tumbada en la hierba, tomando el sol en bikini; tres señoras mayores instaladas con sus sillas, una mesa y una sombrilla comiendo como si tal cosa; otros, como nosotros, paseando… Como la mayoría de las ciudades danesas; está es silenciosa, limpia, extensa, abierta… Sin tiempo de verla entera (ni mucho menos) nos subimos al coche y circulamos en dirección a Ribe. Paramos por el camino a hacer unas fotos de los campos extensos y de las instalaciones de energía eólica. En ningún sitio hemos encontrado concentraciones de “molinos”, lo que reduce claramente la contaminación visual. La carretera transcurre por extensas llanuras, en ocasiones, jalonada por tupidos setos arbolados o pequeños bosquecillos. En uno de ellos, convenientemente señalizado, paramos a comer. Encontramos, en sombra, una mesa con bancos; comemos, con la chaquetilla puesta, de los tupper que hemos preparado antes de salir de Horsens y estamos un rato de sobremesa, tras tomarnos el café. Una mañana espléndida por lo que hemos visto y por el excelente tiempo que nos acompaña. La tarde, la ocuparemos en visitar la localidad de Ribe.

 Ribe. Dice nuestro guía que es el pueblo más antiguo de Escandinavia. Bajando desde Esbjerg, en dirección a Alemania, en la misma costa del Mar del Norte, llegamos a Ribe. La ciudad, o al menos la parte que nosotros recorremos, es como un museo al aire libre. Todas las casas tienen un encanto extraordinario. Como llegamos un poco tarde, están recogiendo el mercadillo que habrá estado abierto toda la mañana. Aún vemos alguna cosa interesante, pero todos los vendedores están embalando o guardando los objetos que pusieron a la venta… Las calles, como en otras ciudades danesas están adoquinadas y limpias; las casitas de colores tienen aparcadas, frecuentemente, una o dos bicicletas apoyadas en la fachada y, con mucha frecuencia, rosales, llenos de rosas enormes y hermosas. Todos los rincones que encontramos son dignos de detener un rato la mirada y hacer alguna fotografía. La iglesia es muy voluminosa, rodeada de estatuas de notables, imaginamos y situada en un espacio abierto, sin ningún inmueble adosado que dificulte rodearla y contemplarla. Por delante de la misma pasa la calle “Skolegade” (entendemos que será “calle de la escuela”). En una de las fachadas de esta calle, encontramos una placa grande que habla de Jacob A. Riis, según entendemos, un hijo de Ribe que emigró a EEUU, donde murió (1849-1914). Fue periodista y fotógrafo y terminó siendo un filántropo. Recorremos una calle y otra calle admirando las casas que las jalonan; entramos en un parque frondoso, con una gran superficie acuática poblada por diversas aves y allí nos topamos con un busto dedicado al mismo Jacob A. Riis. Y lo más inesperado lo encontramos en un pasadizo: en el techo se ha pegado o montado un campo de fútbol y en diferentes partes del mismo están pegados gran cantidad de “clips de playmobil”; todos boca abajo. No entendemos nada, ni quién o quienes tuvieron la idea, ni con qué fin se hizo; simplemente resulta sorprendente y divertido encontrarse con ello. Las dos paredes blancas del pasadizo están llenas de grafittis, de frases en diferentes idiomas, y dibujos con lápiz, rotuladores, bolígrafos, etc.: “Love is a verb. Love is a doing word!” (Amar es un verbo. Amar es algo que hacer…). Ahora una en alguna lengua escandinava: “Hvis hun ikk ka fa´en i ae smykkeskrin ka´ hun fa´en i ae morring!”, por si algún lector o lectora puede traducirla, como recuerdo. Finalizamos con otra en inglés, esperanzadora y dulce, aunque dice Daniel que incompleta: “Life is like a box of chocolate”. Cuando abandonamos Ribe, en dirección a Horsens, volvemos a circular por buenas carreteras, jalonadas de grandes campos de cereal, hierba o maíz, separados por setos naturales de árboles y arbustos. Todo verde, todo llano…

(Continuará)

04/08/2013 07:46 gurrion #. sin tema Hay 2 comentarios.


Estampas danesas (III)

A estas alturas de viaje y todavía no he hablado del coleccionismo de chapas… ¡Imperdonable! Los viajes al extranjero suelen ser buenos momentos para aumentar la colección de chapas de Daniel, cuyo número sobrepasa los 10.500 ejemplares diferentes, de un centenar largo de países distintos. Y uno de los recursos más utilizados es recogerlas del suelo. Especialmente en parques, grandes o pequeños, si hay bancos, cerca de las estaciones, en los parterres donde crecen árboles… es fácil encontrar ejemplares que han sido tirados allí por los consumidores. Por eso es conveniente llevar una bolsita a mano, para ir colocando dentro los ejemplares encontrados, siempre que estén en condiciones aceptables y sin suciedad excesiva… Luego, de vuelta al hotel, se lavan convenientemente y, al día siguiente ya pueden guardarse en la bolsa o caja en la que llegarán a España. Aunque encontramos chapas en todas las ciudades danesas en las que estuvimos, las ciudades alemanas, aseguraba Daniel, eran una mina (según había leído reiteradamente en el foro de coleccionistas) y lo pudimos comprobar, sobradamente, en Colonia. Él ya lo había comprobado en anteriores viajes “erasmus”…

Bueno, y después de esta excursión dialéctica por las aficiones, volvamos al viaje y a los últimos apuntes del mismo.

 Aarhus. De todas las ciudades visitas en Dinamarca, Aarhus es la más próxima a Horsens, por lo que el viaje resultó breve; muy breve comparado con las “excursiones” de los días precedentes. Viajamos a Aarhus con la intención de visitar un museo singular: el “Den Gamle By”. Se trata de un amplísimo recinto cerrado, en el que se fueron levantando (y todavía se sigue construyendo) casas de diferentes épocas. Estas casas tienen varias particularidades. Están hechas a tamaño real, se puede entrar en casi todas ellas y recorrerlas tranquilamente por su interior y muchas de ellas albergan, a su vez, un pequeño museo o una muestra significativa de los instrumentos y de las realizaciones de algunos oficios. En estos casos, mamparas de vidrio o, en su defecto, de un material transparente separan al visitante de la exposición para evitar sustracciones y manipulaciones descuidadas.

 Una de las primeras casas con la que nos encontramos fue la reproducción de una escuela de mediados del siglo XIX. Al lado del edificio sorprendía encontrar “el huerto del maestro”, vallado y bien cuidado, y en el que crecían diferentes hortalizas. Entramos en la escuela para encontrarnos con largas mesas de madera con bancos incorporados, para cinco o seis niños cada una y con nombres grabados “a navaja”. Apoyados en la pared, una docena de réplicas en madera de fusiles de la época para que los niños, cuando hacían la gimnasia, fueran ya tomando contacto con algunas “faenas del futuro”. Nos sorprendió encontrar una pizarra de arena, horizontal, como un cajón largo que se abriera de la cajonera, en la que los principiantes, armados de palitos, podían ir haciendo letras o escribiendo las primeras palabras…Material pedagógico sorprendente, ¡vaya!

 Durante casi tres horas anduvimos recorriendo calles, entrando en las construcciones y echando un vistazo, más o menos largo, a lo que se guardaba dentro, fuera un taller de fabricación de sombreros, una imprenta, un taller de soplado de vidrio, uno de zapatería; un sastre, una farmacia, un huerto de plantas medicinales, una panadería (que además, vendía productos de verdad)…

 El citado recinto albergaba un museo del juguete, en el que se exhibían muchos ejemplares antiguos: coches, camiones de bomberos, dirigibles, aviones, bicicletas, motos con sidecar o sin, soldados, simulaciones de oficios, molinos de viento, trenes, estaciones, casas de muñecas, peonzas,… Había muñecas, yoyós, pelotas de trapos o de gomas, tirachinas, juguetes de madera, de construcciones… En general, creemos que había demasiadas cosas y poca iluminación, lo que impedía observar el interior de algunas vitrinas con nitidez, pero los materiales exhibidos parecían realmente interesantes.

 El segundo museo era sobre cartelería mural. En un edificio nuevo, construido de manera muy aparente para mostrar lo que guardaba, podían verse colgados de las paredes decenas de carteles sobre Dinamarca, tanto exaltando algunos de sus valores paisajísticos, literarios, culturales, etc.; como relacionados con acciones solidarias desarrolladas en países necesitados: impresionaba una sirenita sin cabeza y emocionaba uno dedicado a proteger la Amazonía; los había dedicados a Skagen o a la misma Aarhus y varios hacían referencia al icono nacional, Hans Christian Andersen… En la tienda del recinto no pude evitar comprar un pequeño librito sobre juguetes mecánicos(del que solo entiendo las fotografías) y que se titula: “Mekanisk Legetoj” y otro sobre un ABCdario (del que entiendo todavía menos, je, je, pero como soy adicto a los ABCdarios…) y que, por lo que he podido ver, han elegido una palabra para cada letra, del recinto del “Den Gamle By”, ilustrado con bonitas imágenes: Apoteket – Boghandlen – Cykler…; así como otros objetos relacionados con los carteles…

Finalmente, salimos del recinto y nos fuimos a comer a un parque próximo donde encontramos un hermoso banco a la sombra de unos árboles. Una vez finalizado el yantar y, tras una descansada sobremesa, recorrimos algunas zonas acuáticas y arbóreas del citado parque: cuidadas y muy bonitas. Caminamos, posteriormente, hasta la catedral de la ciudad y visitamos el interior (¡qué frescos estábamos sentados dentro!). ¡Cuánta madera albergan las iglesias y catedrales de las ciudades danesas!: bancos enormes con adornos esculpidos con gran delicadeza y precisión; púlpitos con bases de madera profusamente esculpida con caras, escenas diversas; retablos de buen tamaño…Callejeamos un rato todavía y subimos al primer piso de un establecimiento a tomarnos un capuchino y mirar por el ventanal el deambular de los transeúntes que subían y bajaban por la calle comercial en la que estábamos. ¡Qué descansado es ver caminar a la gente y observar sus movimientos o imaginar sus conversaciones…! Iniciamos el regreso y nos desviamos ligeramente del itinerario matinal para ver y llegar a un lugar realmente sorprendente: Ejer Baunehoj.

 Mollehoj/Ejer Baunehoj. Se trata, ni más ni menos, que del punto más elevado del país, con una altitud pasmosa: 170, 86 metros sobre el nivel del mar. En el punto exacto se eleva un monumento, de unos quince metros de altura. Se puede ascender hasta lo alto, a través de escaleras y también de un ascensor. Subimos caminando y nos quedamos pensando por dónde podía llegar, hasta dónde estábamos, el condenado ascensor que habíamos visto abajo. En esas estábamos, cuando escuchamos el ruido de subida del aparato y, a la vez, el de la apertura automática de una parte del suelo (una trampilla metálica de dos hojas). Cuando se detuvo el ascensor, se elevaba casi todo él por encima del nivel del suelo en el que estábamos y su techo se convertía por un momento en el punto más alto de Dinamarca. No pude evitar acordarme del famoso ascensor de cristal de Charlie, uno de los libros de Roald Dahl.

 Lo cierto es que en un país llano como la palma de la mano, una pequeña elevación como el Ejer Baunehoj, con 360 grados de visibilidad, permite ver hermosos paisajes, donde se alternan campos de cereal, campos de hierba, setos de separación, pequeños bosquecillos, granjas y casas rurales… Estuvimos un rato contemplando los alrededores y haciendo fotos de todo lo que, desde allí, se divisaba.

Cuando descendimos, nos acercamos a un edificio, que era como un centro de interpretación (que ya estaba cerrado a media tarde) en el que había distintas informaciones en danés y en inglés, en paneles exteriores. Una curiosa, titulada “Danske naturlige bjergtoppe – top 20”, era una lista de los veinte puntos más elevados del país, en orden decreciente. El número 1, como ya se ha dicho, alcanzaba los 170´86 metros y el número 20, 133 metros exactos… ¡Mal país para practicar la escalada!

Y ya, tras disfrutar un rato más del entorno, regresamos a nuestra base de Horsens, porque había que comprar algunas cosas para encarar el último día en Dinamarca y el inicio del regreso, en coche.

 Horsens de nuevo. Pasamos un día entero en nuestro campamento base. Había que hacer maletas y dejar el apartamento en buenas condiciones. Para ese último día en Dinamarca, habíamos dejado dar una vuelta por algunos espacios de la ciudad que todavía no habíamos visto. Nos acercamos a una zona marítima del Báltico, poco concurrida, con una franja de playa de un metro de ancho y, a continuación, una extensa pradera. Muy agradable la sensación de ver el mar delante de nosotros y donde se acababa el agua, una línea verde oscura de tupido arbolado. Nos acercamos seguidamente a un parque que no habíamos visitado, con árboles de circunferencia imponente y sorprendentes estatuas. No sé qué significa “Todesfigur” realizada por Christian Lemmerz, pero impresionaba aquella figura humana que se cubría con una capucha, pero que no tenía rostro y que te “miraba” (es un decir) desde lo alto de su pedestal. Un parque, como he dicho, lleno de estatuas solitarias o de conjuntos escultóricos más complejos y difíciles de interpretar. Otra de las que fotografié: un busto más convencional en lo alto de una columnata fue la dedicada a Emil Bojsen, que vivió entre 1854 y 1898. Me hizo gracia encontrarme con un “quinto” del 54, aunque de cien años antes. Un parque en el que había varios refugios subterráneos rehabilitados, señalados e indicados, aunque cerrados en aquel momento. A lo largo del viaje, los restos de la IIª Guerra Mundial o los monumentos que recordaban a las víctimas o a los combatientes daneses que dieron su vida por el país o que condenaban el nazismo, han sido bastante frecuentes. Muy diferente de lo que ocurre en nuestro país, que para honrar la memoria de los que fueron asesinados por el franquismo hay que hacerlo casi clandestinamente, mientras aún quedan lápidas en las fachadas de algunas iglesias y monumentos aislados que recuerdan a los que perpetraron el golpe de estado: ¡una auténtica vergüenza!

 Horsens es ya una ciudad importante en nuestras vidas. Sobre todo, por el tiempo que Daniel ha estado viviendo y estudiando en ella, claro (y aún estará, pues regresa la última semana de agosto de nuevo), pero también porque nosotros hemos pasado allí unos cuantos días y gozado de la oportunidad de ir conociendo el resto de Jutlandia, utilizándola como campamento base. El día 19 de julio, por la mañana, emprendimos el viaje escalonado de regreso.

Un último pensamiento me asalta antes de abandonar suelo danés; en ocho días solamente hemos visto una pareja de policías y no hemos pagado ni un céntimo en ninguna autopista. El único pago, como ya dije en el primer capítulo, el paso del largo puente que une las dos islas principales. 

 (Continuará…)

08/08/2013 08:21 gurrion #. sin tema No hay comentarios. Comentar.

Estampas danesas (y IV)

El regreso. Teníamos por delante casi 2500 km, en coche; de modo que decidimos volver en varias etapas. Planificamos la vuelta para aprovechar las visitas a algunas ciudades que no conocíamos y, aunque la estancia iba a ser breve en cada una de ellas, al menos nos haríamos una idea… El día 19 salimos de Horsens con el coche cargado a tope. Nos dirigimos hacia la frontera con Alemania; una frontera inexistente en lo físico, como tantas otras, y un paisaje continuación de lo que habíamos visto en Dinamarca.

Las autopistas alemanas iban llenas de coches, aunque no sufrimos ningún parón considerable. Cada hora y media o dos horas salíamos en algún área de servicio o “parking” a descansar un rato y sorprendía encontrarlos llenos de coches y de gente… En uno de ellos, paramos a comer.

 Habíamos pasado cerca de Kiel, de Hamburgo y de Bremen y enfilamos en dirección a una enorme “conurbación” (no sé si lo es, exactamente). Recuerdo, cuando estudiaba, que esa unidad urbanística se anunciaba como una solución de futuro para las grandes aglomeraciones humanas y urbanísticas y, recuerdo, que como ejemplo se ponían algunas áreas de Japón, concretamente, las ciudades de Osaka, Kioto, Kobe, Nagoya… Recuerdo, y como el recuerdo es lejano, es posible que no sea del todo exacto.

 Colonia. El caso es que nuestro destino -final de la primera etapa- estaba en la ciudad de Colonia (Köln), pegadita (por eso lo de la conurbación) a Dusseldorf, Bonn, Duisburgo, Essen…¡Vaya concentración de ciudades y de gente en pocos kilómetros! Con ayuda del GPS (hasta hora no nombrado, pero eficacísimo), llegamos, sin problemas al hotel, situado en el centro de la ciudad, en una plaza despejada y grande y con un hermoso lago delante (¡vaya nivel, Maribel!).

Una vez dejamos las maletas en la habitación y nos hicimos con un plano de la ciudad, salimos disparados a recorrer Colonia. Desde la ventana de la habitación habíamos visto las dos agujas de la catedral  relativamente cerca y hacia allí queríamos ir; y hacia allí fuimos. En el itinerario que seguimos, volvimos a comprobar que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos (desde la ventana de la habitación del hotel, veíamos la catedral mucho más cerca, je, je); aún así, en veinte minutos estábamos ya asombrados mirando hacia arriba… Habíamos visto fotografías de la catedral de Colonia y sabíamos que  era monumental, pero no imaginábamos que fuera tan alta, tan grande y que estuviera toda, toda llena de filigranas. ¡No había manera de tomar una foto para que cupiese entera! ¡Vaya con la “Hohe Domkirche Köln” o “Cologne Cathedral”!

 Entramos en el interior, sin necesidad de pagar, y también el interior nos impresionó por su altura, por los espacios y, sobre todo, por las enormes vidrieras, auténticas obras de arte que iluminan el interior de manera rotunda. En la plaza que rodea el templo se aglomeraba una gran cantidad de gente y se hacían cientos de fotos, tratando de meter en el encuadre aquel monumento. Y mientras miras en todas direcciones, no puedes dejar de pensar en quienes la pensaron y la construyeron; en quienes treparon a los rudimentarios andamios y se encaramaron a las agujas (que casi se pierden de vista); en cómo se pudo hacer una obra de esas características sin los artilugios que hoy día se emplean en la construcción… ¿Cuánto mide alto? ¿Cuándo comenzó su construcción? ¿Cuándo finalizó la construcción de la misma? ¿Cuántas corrientes o estilos arquitectónicos hay reflejadas en ella?... Preguntas que te vas haciendo a medida que miras y que no respondo aquí, para que quienes leáis esto busquéis esa información, si estáis interesados, je, je.

 Muy cerca de la catedral pasa el Rin, con una anchura y un caudal desconocidos por estas tierras nuestras. Llegamos hasta las orillas del río, cerca de un puente por donde circula el metro y los trenes. Delante se abre una amplia extensión de zona verde que, aquel viernes, estaba tomada por grupos de personas que no paraban de comer, de beber, de charlar, de reírse…; celebrando una gran fiesta ciudadana. Donde se acababa el verde, empezaban las terrazas de diversos bares y restaurantes, llenas también (desmintiendo ese tópico de que los alemanes solo salen de marcha en España); allí había cientos de personas comiendo y bebiendo… ¡Y, eso sí, el césped y los caminitos de alrededor estaban llenos de chapas! En lugar del “botellón” que se estila por aquí, allí el personal bebe “botellín” individual y la chapa la deja donde está sentado; los botellines no vimos si los tiraban a la papelera, los llevaba a algún contenedor de vidrio o los dejaban sobre la hierba esperando que la brigada de limpieza los recogiera por la noche o al día siguiente. Cenamos en la terraza de uno de los bares, en un ambiente más ruidoso y multitudinario que el que habíamos vivido en Dinamarca. Luego regresamos andando al hotel; volvimos a detenernos delante de la catedral, aprovechando la última luz del día y escuchando a un pianista que estaba tocando música delante de la puerta de la catedral para todos los viandantes.

 Llegamos a la plaza de nuestro hotel y también había una gran concentración de gente viendo un espectáculo musical y circense: ¿homenaje al Tour? Colgados de una grúa, dos tipos con bicicleta, pedaleaban en el aire. Noche oscura; iluminados con un potente foco, hicieron un sprint que nos dejó alucinados. Cansados del viaje, nos retiramos a dormir.

Al día siguiente, nos levantamos con hora y desayunamos en la terraza del hotel. La mañana era fresquita, pero lucía el sol. Disfrutamos del silencio de aquella mañana de sábado y tras engullir un copioso almuerzo, cogimos los bártulos, recogimos unas chapas, cargamos el coche y empezamos la segunda etapa. Ésta era la más corta de la cuatro, por lo que circulamos sin preocuparnos de horario. El destino era la ciudad de…

 Luxemburgo. Teníamos ganas de conocer esta ciudad, capital de un estado de esos que uno casi ni se cree que exista… Desde los tiempos de estudiante, cuando ya se había fundado una organización supranacional, denominada Benelux, me había llamado la atención Luxemburgo.

Tras dos horas y media de viaje, más o menos, llegamos desde Colonia a la capital y esta vez teníamos el hotel en las afueras. Como el tema de aparcamientos estaba delicado, según nos informaron, nos aconsejaron que cogiéramos el autobús y eso hicimos después de tomar posesión de la habitación.

En el viaje hasta el centro, pasamos por la zona moderna, con edificios elevados y acristalados, donde se encuentran distintos organismos de la UE, uno de los soportes económicos del país que, por otra parte, dispensa un trato fiscal a los que tienen mucho, muy favorable (y hasta ahí puedo leer).

 Tuvimos tiempo de pasear por la ciudad, que encontramos lujosa y limpia. Nos encontramos un mercado al aire libre, donde se vendían muchos objetos antiguos. Me llamó mucho la atención la gran cantidad de figuritas de búhos que ofrecía uno de los vendedores, todos diferentes. Seguramente, coleccionó toda su vida búhos y ahora, ya mayor, los vendía. Medité sobre el destino de las pequeñas colecciones que hacemos las personas y que pueden tener ese final… Compré por 4 euros dos cajitas metálicas de cigarros. Son guapas… Recorrimos la plaza donde estaba el edificio del Ayuntamiento y una de las calles aledañas que nos llevaban a uno de los palacios de los duques de Luxemburgo (Le Palais Grand-Ducal). En esa calle nos topamos con una tienda de vajillas, entre otras cosas, y de precios muy elevados. La menciono porque en su escaparate ofrecía platos, fuentes, bols, tazas, etc. decoradas con escenas de juegos infantiles: la pídola, las canicas, la gallina ciega, el columpio, los zancos, la comba, etc. Una taza salía por 40 euros y un bol por 63… Ver y no tocar, ¡vaya! pero, en todo caso, original y bonita la decoración.

Después de comer, recorrimos varias calles, plazas y rincones: la fachada de la Biblioteca Nacional y una enorme iglesia adosada al recinto bibliotecario, de interior espectacular. Curiosamente, para los fieles más alejados del altar, habían dispuesto un televisor de plasma y yo pensé que igual este enorme presidente que tenemos en el país, en alguno de sus viajes a Luxemburgo (donde no sé si ha estado, por otra parte) vio el artilugio y se le ocurrió utilizar el sistema para aquella declaración famosa…

 Delante de la biblioteca y la iglesia, nos encontramos con dos sorprendentes elefantes, instalados en pequeñas plataformas y decorados de manera distinta. En nuestro recorrido por la ciudad, nos encontramos con otros muchos, todos del mismo tamaño, pero todos pintados y decorados de manera diferente… Nos enteramos que se trababa de una campaña en defensa del elefante asiático. Cada uno de ellos había sido trabajado artísticamente por una persona diferente y tenía un nombre particular. Por ejemplo: Beauty in Freedom; Tartiphant; Farbenfant; Elefant im feuer; Beauty in pink; Dheva Ngen; etc. Sólo en los jardines, de la llamada Plaza de los Mártires (Place des Martyrs) había cuatro elefantes sorprendentes. Por cierto, la plaza recibía ese nombre “En conmemoración de los deportados, de los alistados a la fuerza y de todas las víctimas del nazismo”; un espacio público más para no perder la memoria. Habíamos visto otro memorial, dedicado a todos los voluntarios que participaron en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial para defender el país, en el que se habían grabado también unas palabras pronunciadas por la Grande-Duchesse Charlotte, en su homenaje, el 16 de abril de 1945.

En el parque mencionado, pudimos contemplar una preciosa escultura de Henry Moore: “Mother and child”, al lado de la que me hice una foto leyendo El Gorrión. Todavía nadie ha mandado una foto leyendo la revista desde Luxemburgo, de modo que “otro país conquistado”, je, je.

 Llegamos caminando hasta la estación de trenes, con edifico emblemático; como emblemáticos y ostentosos son los edificios que albergan a algunos bancos (y en este país hay muchos). Cuando me acercaba a un edificio que parecía un palacio, me sorprendió leer que era la sede de la Caisse de Epargne, una entidad financiera.

Y ya cuando la tarde se hacía tarde, cansados de caminar y caminar; de mirar, de hacer fotos… cogimos de nuevo el autobús y regresamos al hotel. Al día siguiente nos esperaba de nuevo un largo trayecto hasta la ciudad de Lyon.

 Día 21 de julio. Día de mi cumpleaños. Un año más, de viaje por esos mundos de dios. Madrugamos. Almorzamos en el hotel y partimos. Comimos bastante bien en un área de servicio y llegamos a Lyon por la tarde. Tuvimos que cruzar la ciudad hasta llegar al hotel (con nuestro fiel GPS, sin problemas). Llegamos ya casi sin fuerzas y con pocas ganas de movernos de allí. Estuve leyendo “Le Matin”, un diario que cogí por la mañana en Luxemburgo y estaba tan ensimismado practicando mi francés que el aire acondicionado se me metió dentro y cuando quise darme cuenta había pillado un buen resfriado (aún no me lo he quitado de encima, tres semanas después). Cuando el resto del personal se recompuso con una mediana siesta tardía, salimos con intención de cenar. Como era domingo estaba casi todo cerrado y nos salvó un Mcdonals. No pudimos acercarnos a Gerland (el campo del Olimpique de Lyon) ni visitamos nada de la ciudad. Era el día más caluroso. Cuando se está acabando un viaje, el cuerpo anda ya pidiendo reposo y aún nos quedaba la última etapa. El lunes, 22, madrugamos más que ningún día, pero aún así, las carreteras y autopistas ya estaban llenas; especialmente de caravanas holandesas que se dirigían a la zona de Marsella o a la Costa Brava española, supusimos. Con las paradas de rigor, los pagos en los peajes y calorcito del bueno porque se nos había medio averiado el aire acondicionado, llegamos a Barcelona a la hora de comer. Y comimos con mucho fundamento. Al día siguiente viajamos a Fraga y colorín colorado, este viaje fantástico se ha terminado.

12/08/2013 07:54 gurrion #. sin tema Hay 1 comentario.

El viejo granero y el joven salón

Antes fue granero... El espacio en el que me encuentro ahora escribiendo, antes fue granero, pero no solo. Cada año, después de la siega y de la trilla, el trigo o el ordio recogidos eran subidos en pesadas “talegas” hasta este segundo piso de la casa familiar donde se ubicaba el granero. Aquí se vaciaban los sacos y, dependiendo del estado en que se encontrase el grano, mi padre iba removiéndolo con una pala de madera para que se airease y perdiese la humedad que pudiera tener. Si llegado el momento, era conveniente o necesario vender una parte de la cosecha, había que volver a llenar sacos y realizar el camino inverso, bajarlos hasta la calle para cargarlos en el remolque y llevarlos al Servicio Nacional del Trigo…

 Pero no era solo granero este espacio que ahora ocupo, totalmente remodelado. De la mayor parte de los dieciséis maderos de 4,5 metros de luz que forman el techo, colgaban en su momento racimos de uvas, blancas o negras; manzanas y membrillos; cestas con orejones; morcillas, longanizas, chorizos y salchichones en la época del mondongo; cestas vacías o llenas; algún jamón… Cuando se mataba el cerdo o los cerdos (muchos años eran dos), el primer lugar al que se llevaba carne era al granero, para lo que se habían habilitado un par de cañizos sobre los que se depositaban los jamones, las espaldas, los lomos y costillares, los blancos, patas y rabo, vísceras aprovechables, etc. Cuando se iniciaba el mondongo, se iban bajando las distintas piezas al primer piso (a la cocina o a la masadería) donde se realizaban las labores propias de “mondonguiar”: repelar, cortar, mezclar, especiar, cocer, embutir… Durante algunos años, aquellos cañizos que habían acogido los iniciales despieces, acogían las “tortetas” y las morcillas (éstas, hasta que, al cabo de unos pocos días, se colgaban de los maderos). La cosecha de nueces y de almendras también se esparcía por el suelo del granero para que se secaran los frutos y allí estaban también una o dos canastas de judías secas, blancas o pintas…Todo lo anterior dotaba a la estancia de un olor especial, con aromas variados, procedentes de los productos que he ido nombrando; un olor de esos que se quedan pegados a la memoria…

 Como ya he dicho, no solo era granero, este salón que me acoge y en el que leo y escribo; en el que me siento a charlar con los visitantes y amigos que acuden a casa… Cuando llegaban los veranos y el exceso de gente en casa no se correspondía con el número de habitaciones y de camas, un rincón del mismo servía de habitación para uno o dos de nosotros; dormir en el granero resultaba bien agradable, había menos ruido por las mañanas y, en ocasiones, se olvidaban que estabas allí y tardaban en llamarte para iniciar una nueva jornada laboral… Y en el balcón del granero, como en el de la sala, situado debajo del primero, solíamos colgar pinochas de panizo, atadas por as codas de dos en dos para que se secaran, antes de proceder a desgranarlas.

 Cuando se hicieron obras en la falsa de la casa, muchos de los trastes que albergaba ésta, acabaron en el granero (aunque ya hacía tiempo que no se utilizaba para guardar grano); de modo que el viejo granero que cumplió varios decenios con una honrosa función, como se ha explicado, pasó a convertirse en el cementerio momentáneo de todo lo inútil que suele guardarse en una casa. Hace unos pocos años, su remodelación fue total. Tan solo los viejos maderos del techo recuerdan al viejo granero y, aunque es un salón con armarios empotrados, armarios-vitrina que guardan libros, objetos variados, fósiles, colecciones de cajas de cerillas, etc. sillones, mesa de trabajo, cajas, estanterías, etc., en ocasiones aún nos referimos a él como “el granero”…

Y, bien mirado, no es un nombre que deshonre su nueva función. Si el granero guardaba el grano que se recogía cada año, del que saldría la harina y luego el pan… Ahora, este nuevo salón es un espacio que guarda libros, de cuya lectura se obtienen ideas y esas ideas se transforman en reflexiones y pensamientos o en textos escritos que acaban en libros, en revistas o en periódicos. Materias primas, el trigo y las palabras, de productos elaborados que colman y calman el cuerpo o el espíritu…

 En estos momentos, cuando escribo estas líneas, suena en el aparato de música un CD doble de José Antonio Labordeta. Se titula “Canto a la libertad” y contiene cuarenta canciones. Me lo regalaron los compañeros de CGT Huesca, hace un par de años, por lo menos, con motivo de participar en un curso, organizado por ellos y ellas en el que impartía una ponencia de nombre algo rimbombante y, a la vez, muy claro. El curso se titulaba “Filosofía para docentes (III). Pensar la educación” y la ponencia: “Tres horas de clase con Mariano Coronas”…, y cumplí con el tiempo establecido, je, je.

 La música de José Antonio Labordeta suena aquí de una manera especial; no en vano, estoy a un paso de la Plaza Mayor de Labuerda y hace 38 años que “el abuelo” actuó en nuestro pueblo por primera vez y 37 que lo hizo por segunda vez… y puedo asegurar que en los años 75, 76,… un recital de Labordeta no era cualquier cosa y menos en un pueblo tan pequeño como Labuerda, que se llenó aquella primera noche para escuchar a un tipo serio, con un poblado bigote y una voz que cuando probaba el micro a la luz de un atardecer de agosto, dejaba al personal petrificado… Cuando escucho muchas de sus canciones, no puedo evitar trasladarme años atrás con el pensamiento, activar el recuerdo de aquellas primeras actuaciones y acordarme de algunas ausencias ya definitivas: mi padre, José Mari Pardina, Enrique Pardina, Ramón Bosch,…

 “Ya ves / que fuimos puente herido / de abrazos detenidos / por ver la libertad”.

 “Siempre te recuerdo vieja / sentada junto al hogar / acariciando la lumbre / la cadiera y el pozal… Siempre te recuerdo vieja / sentada frente al portal / repasando antiguas mudas / que ya nadie se pondrá…”

 “Rosa, rosae / y también el valor de pi, / y el recuerdo final por los muertos / de la última guerra civil…”

 “… Que queda de ti, / viejo compañero / del primer impulso / contra tanto miedo / que hubo que empujar / para devolvernos / nuestra dignidad…”

 “… Me estoy quedando sin ti / igual que el monte en invierno / cuando la nieve lo duerme / bajo un manto de silencio / guardando bajo sus sombras / agosto con sus recuerdos…”

 “He puesto sobre mi mesa / todas las banderas rotas / las que nos rompió la vida / la lluvia y la ventolera / de nuestra dura derrota.”

 Son solo algunos de sus versos tomados al azar, a la vez que escucho, recuerdo y ubico cada canción… Lo cierto es que, cuando he comenzado este post, no tenía la intención de hablar de Labordeta, pero en la vida siempre pasan cosas inesperadas y ésta, además, resulta extraordinariamente agradable. Siempre es tiempo de escuchar a Labordeta y masticar sus canciones para sentir la fuerza de sus letras, la profundidad de sus mensajes. Ahora suena la “albada”, esa canción que casi te obliga a ponerte en pie para escucharla con emoción: “Esta albada que yo canto / es una albada guerrera / que lucha porque regresen / los que dejaron su tierra”. ¡Maldita sea! ¿Cuántos jóvenes se ven obligados a salir del país para buscar en otros lo que aquí se les niega? ¿No es actual este mensaje, esta denuncia?

 Miro algunas fotos que cuelgan de la pared o están depositadas sobre armarios y estantes y cada una va tocando una fibra, despertando un sentimiento: los padres de Mercè con nuestro hijos o mis padres también con Ana Y Daniel; mis padres con sus cuatro hijos… Hay fotos que cuando las haces no piensas que algún día adquirirán un simbolismo especial. Veo una en la que mi padre y el de Mercè están charlando apoyados en una barandilla que se asoma a un pequeño estanque en la pinada de Fraga… Eran tiempos de reuniones familiares y festivas, imposibles ya de repetir. Esa conversación quedó truncada con el fallecimiento de ambos… Hay varias fotos de Ana y Daniel, y algunas en las que estamos Mercè y yo. Éstas, unas y otras, son fotografías alegres que muestran el paso del tiempo, inexorable, pero agradable a la vez, porque muestran el crecimiento de los hijos y también la belleza serena de Mercè y las entradas (o salidas, depende desde dónde se mire...) que adornan mi cabeza… Estamos en el camino y no podemos saltarnos ninguna estación…

 Y libros por todos los armarios, encima y debajo de la mesita, que custodian los sofás, amontonados en un rincón. Ahora mismo, muy a la vista: “Futbolistas de izquierdas”, “Sobrarbe a tiempo parcial”, “El Pirineo aragonés antes de Briet”, “El primer hombre”, “La lectura y la vida”, “La palabra amenazada”…, por poner algunos ejemplos de los que ando leyendo y hojeando…

 Y la Peña Montañesa, iluminada en este momento por la luz del atardecer, que puedo ver desde esta mesa en la que escribo y que me produce un gran placer porque solo tengo que levantar la vista para contemplarla en su esplendorosa quietud, cada día con una cara diferente, siempre majestuosa, imponente, mítica…

 El viejo granero, devenido en salón de lectura, de conversación, de estudio, de escritura, de vientre acogedor de libros, colecciones, recuerdos, fotografías… sigue cumpliendo su fértil función: los granos de cereal ahora son las palabras; y la cosecha o el mondongo, los libros leídos y por leer; los textos escritos en diversos soportes, expresando nobles sentimientos, percepciones emotivas, fantasías soñadas… Hablo del viejo granero, que ya es un recuerdo amable en el nebuloso túnel del tiempo, por el que uno viene transitando hace ya varias décadas y lo hago desde el nuevo salón que me acoge y me inspira, que huele a papel encuadernado, a papel impreso…; pero que si cierro los ojos y me pongo a pensar, no me resulta difícil encontrarme con olores antiguos: de manzanas y orejones, de trigo recién “aventado” o de alegre mondongo...

26/08/2013 15:08 gurrion #. sin tema Hay 4 comentarios.


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