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Escuaín es un enclave casi imposible en la comarca de Sobrarbe: situado allí donde es una osadía imaginar un lugar para vivir. Conocidas son sus posibilidades barranquistas, paisajísticas o de espeleología. A veces se olvida que fue un pueblo habitado (ahora también viven algunas personas), por personas que lucharon a brazo partido contra una naturaleza amiga y adversa a la vez (en todas partes suele ser así, aunque el tanto por ciento de amistad o adversidad sean diferentes).
Empezamos con Mercè el mes de noviembre paseando por los alrededores del núcleo de Escuaín. Vimos sus casas y sus ruinas, los caminos recuperados, los restos de la vida y los alrededores, llenos de colores y tonalidades que estremecen de placer: arces, hayas, chopos, abedules, fresnos, cerezos silvestres… Cascadas majestuosas crecidas al amparo de las últimas lluvias. Mires donde mires te envuelve una sensación de hermosura, de esplendor natural. La gama de colores es variada: rojos, amarillos anarajandos, verdes de distintas tonalidades… alfombras bajo los árboles como consecuencia de la caída de las hojas que incesantemente van planeando hasta el suelo formando una capa descolorida por efecto de las lluvias y del paso del tiempo. La cámara de fotos y los prismáticos van de mano en mano, tratando de contemplar y de atrapar tanta hermosura. El camino de vuelta, cubierto de hojas multicolores, lleno de humedad como consecuencia de las lluvias de los últimos días y adornado con los colores del otoño es un recorrido muy especial, mágico, luminoso (de los árboles encendidos, claro), lo hacemos despacio, parando repetidamente y disparando fotos mientras los arrendajos vuelan delante de nosotros avisando al resto de la fauna de la presencia de dos intrusos. La excursión nos ha servido para cargarnos de energía y de sensaciones agradables y naturales.
Hoy he regresado de Orihuela, ciudad de la provincia de Alicante, conocida por ser el lugar de nacimiento del poeta Miguel Hernández Gilabert (el 30 de octubre de 1910). Tanto el viaje de ida como el de vuelta han sido largos, a pesar de que he viajado en trenes cómodos y relativamente rápidos. Me llevaron hasta allí para hablar de cómo animar a leer, cómo trabajar en la biblioteca escolar y cómo ser un maestro creativo en el trabajo cotidiano… Lo cierto es que no tengo respuesta para ninguna de las tres cuestiones, aunque sí puedo ofrecer mi experiencia, algunas ideas y muchos materiales (suelo guardarlo todo desde hace muchos, muchos años y eso suelen agradecerlo mucho los maestros y las maestras que acuden a estos eventos). Desde el CEFIRE de Orihuela me convenció su directora Mª Carmen para acudir al encuentro y una vez allí me reencontré con Félix Benito Morales y José Antonio Gómez (viejos conocidos en publicaciones y encuentros relacionados con las bibliotecas escolares y la educación documental), quienes junto con su esposas me acompañaron en la comida del día de mi llegada.
Yo quiero ser llorando el hortelano
Y que termina con estos cuatro versos:
“A las aladas almas de las rosas
La casa de Miguel Hernández es una casa sencilla, con su huerto y con su higuera, adornadas las pobres estancias con fotografías del poeta: en su niñez, en sus viajes, en el frente de guerra leyendo o recitando sus poemas, como hombre comprometido socialmente que fue… Un hombre al que los sublevados y a la postre triunfadores de la guerra civil deben contabilizar entre las bajas del enemigo, porque permitieron que Miguel enfermase y fuera pudriéndose por distintas cárceles (Palencia, Yeserías, Ocaña, el reformatorio de Adultos de Alicante) hasta morir, enfermo de tuberculosis el 28 de marzo de 1942.
Vientos del pueblo me llevan,
Un hombre que en 1935 participó en las Misiones Pedagógicas, lo que le permitió viajar por muchos pueblos divulgando la cultura.
Si la elegía a Ramón Sijé resultó una composición profunda y emocionada, la “Canción del esposo soldado” también nos toca bien adentro:
“He poblado tu vientre de amor y sementera,
“Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
Todos estos versos, y algunos más, los leí en el viaje de ida y los volví a leer en el de vuelta. Sentí la necesidad de hacerlo, de acercarme a la tierra de Miguel evocando su figura, reconociendo su valor literario y humano y lamentando (como cuando estuve en la Huerta de San Vicente visitando la casa de Lorca) que la irracionalidad de una gente y de un tiempo privaran a nuestro país de dos personas con tanta sensibilidad y tanta inteligencia. Miguel, a pesar de una formación religiosa en la infancia (en Orihuela hay más de treinta iglesias, mucho más ostentosa que la casa de Miguel desde luego y más colegios religiosos entonces y ahora concertados que públicos), fue un republicano activo y militante que no renunció a serlo ni cuando sus verdugos le imponían esa condición para eludir la cárcel.
Hace unos pocos años, Ana Belén cantaba con éxito una canción que llevaba este título y que decía, entre otras cosas: "Hoy he visto arder París sobre el fuego de tu espalda"; frase que podríamos cambiar por: "hoy he visto arder París, justo encima del asfalto". También decía: "Detrás de ese incendio dicen se ahogan los principios de la guerra; detrás de ese incendio dicen, muere el bien y el mal". La popular canción sonaba en la TV cuando los ciclistas españoles daban la vuelta de honor por los Campos Eliseos de París cada vez que Miguel Indurain ganaba una nueva edición de “le Tour de France”.
Desde hace más de dos semanas, y por motivos bien distintos, ha venido a la mente de muchas personas el título de esa canción. En ese tiempo, cada noche, ha ardido literalmente París, concretamente las poblaciones que rodean el extrarradio de la ciudad. Parece ser que el detonante fue la muerte de dos jóvenes que se refugiaron en un transformador y murieron electrocutados. En realidad el caldo de cultivo no es de ayer ni de hoy; se ha ido gestando poco a poco. El caldo de cultivo es la pobreza, la exclusión, la insostenible separación de las condiciones adecuadas de vida que sufren millones de personas en el mundo y miles o cientos de miles en los países desarrollados. Hace mucho tiempo que se denuncia que la política de guetos no es ni de largo la más adecuada para la integración de las personas en los países a los que llegan buscando trabajo, seguridad y una vida mínimamente digna. Los cinturones de las grandes ciudades de casi todo el mundo suelen nutrirse de esas personas, con un punto de desesperación en su vida; personas que con ese éxodo desde las zonas rurales o desde otros países tratan de mejorarla. Si a esa corriente, imparable desde hace unos años, se une el hecho de que en algunos países, como es el caso de Francia, hace mucho más tiempo que llegaron personas desde las colonias y su integración no ha sido suficientemente bien orientada, el problema se agudiza y basta cualquier excusa para que estalle, salpicando aquí y allá. Muchas de las personas que estos días han convertido las noches parisinas del extrarradio en macabras barbacoas son franceses, deberían ser franceses, pero se les denomina en los medios “inmigrantes de 2ª o de 3ª generación”. Ese es un lenguaje claramente racista. No creo que las palabras del ministro Sarkozy (al que también le recuerdan sus orígenes inmigrantes, por cierto) beligerantes contra quienes soportan unas condiciones de vida miserables y un horizonte de esperanza totalmente tapado por la niebla hayan ayudado a calmar los ánimos y a reconducir la situación. La actitud de las bandas que actúan por las noches, quemando los coches de muchas personas de sus barrios (y por tanto, personas que están en sus mismas condiciones) no merece tampoco ninguna consideración, salvo la de que deben acabar con esa ola trágica de destrucción. Y todo ello debe llevar a reflexionar sobre los modelos de integración que Europa ha acuñado en los últimos años y que ahora devienen en bombas de efectos retardados pero letales. Probablemente, desde el famoso mayo del 68, la capital de Francia no haya vivido tantas jornadas violentas consecutivas. Probablemente esta revuelta (que se ha extendido también a otras ciudades de Francia y a algunas de otros países) sea un nuevo toque de atención que obligue a reconducir determinadas prácticas.
En nuestro caso, hemos vivido esa situación con una preocupación añadida, pues nuestra hija, que está estudiando en la “Université de Cergy-Pontoise”, a 25 km. de París ha sufrido en su residencia la quema de coches, el intento de incendiarla, el desalojo y la reubicación temporal en otra. Ante esa situación, casi, casi de preguerra se ha venido unos días por la “pacífica España” para rebajar la tensión y ver a la familia. No obstante, se vuelve de nuevo a tierras francesas a terminar su Erasmus y a aprovechar la experiencia impagable de estudiar en otro país, con todo lo que eso lleva de conocimiento, intercambio y relación con otras personas y con otras culturas.
Nosotros esperamos que en París, en Lille, en Marsella, en Toulouse y en el resto de las ciudades se acaben las hogueras y se tomen medidas para que las personas excluidas dejen de estarlo; medidas efectivas y reales, no palabras engañosas, palabras vacías de significado. Alguien dijo hace un tiempo que “Siempre nos quedará París”, pero no será así si lo queman... La canción, mucho más amable que las imágenes que estamos viendo, decía: "Arde París, arde París y en tu piel se quema el tiempo; arde París, arde París... conmigo dentro". ¡Que se apaguen los fuegos y que suenen las palabras que traigan los compromisos y el entendimiento!
1.- A veces, suceden cosas que convierten algunos momentos escolares en memorables. Ayer comencé a leerles a los chicos y chicas de la clase –en voz alta, claro- el libro de Gonzalo Moure “Palabras de Caramelo”. Es la historia de un niño saharaui (Kori), sordomudo que se encariña de una cría de camello, a la que llamará Caramelo. Kori interpreta lo que dicen las personas observando el movimiento de los labios y lo mismo hace con Caramelo; las “palabras de Caramelo” serán precisamente las que cree leer en los labios del pequeño rumiante, cada vez que se acerca a acompañarlo a los corrales que hay a las afueras del poblado de jaimas en el que viven. Kori aprenderá a escribir, ayudado por su maestra y acabará siendo un poeta reconocido en su pueblo. Por el camino vivirá dramáticamente el necesario sacrificio de Caramelo, pues el pueblo saharaui necesita comer y un camello es un camello, claro. También por el camino, Gonzalo Moure va desgranando datos y detalles de las condiciones duras de vida en las que está sumido este pueblo, expulsado de su tierra y refugiado en territorio argelino.
Hoy he terminado la lectura del libro. El silencio en la clase, hasta el final, se podía cortar. La historia les ha interesado de verdad, les ha conmovido. Nada más terminar la lectura, una niña se ha puesto a llorar desconsoladamente, hipando con fuerza. En principio me he quedado preocupado hasta que ella me ha explicado que lloraba “porque sentía mucha tristeza por lo que acababa de escuchar”. Luego ha habido otros niños y niñas que han comentado haber soltado alguna lágrima o haberse tapado para evitar que otros las descubrieran resbalando por su cara… Creo que cuando ocurren cosas así es cuando uno siente que ha asistido a algo conmovedor e importante. Cuando la lectura de un libro, de un poema consigue removernos las entrañas, nos hace reflexionar, nos interroga, nos provoca una risa abierta y distendida o una tristeza infinita… es cuando la lectura es una actividad significativa y algo revolucionaria. Noelia ha llorado, pero Lupe ha comentado: “Yo no he llorado por fuera, pero me ha dolido por dentro”, añadiendo un “Gracias, Mariano, por leernos libros”.
“Gracias a que Mariano nos lo ha leído muy bien, estos últimos capítulos me han producido tristeza en mi interior, aunque al final también he sentido algo de alegría, al ver cómo Kori se recupera de su tristeza por perder a su amigo. Este libro es el mejor que le leído en mi vida y nunca había tenido unos sentimientos como éstos”, dice Guillem.
“Es un libro precioso, aunque la historia sea triste. Es una historia que me entra en el corazón y me deja sin palabras. Doy gracias porque esta historia haya llegado a mis oídos”, escribe Santi.
"Creo que este libro lo cogeré para leérmelo bastantes veces porque me ha llegado al corazón de verdad. Me ha gustado muchísimo", confiesa Maika.
Por escuchar o leer palabras como las anteriores (y las que siguen) es por lo que merece la pena ser maestra o maestro.
2.- Mercé también practica con sus chavales el rito frecuente de la lectura en voz alta. La maestra coge un libro entre sus manos y lee un cuento tratando de atrapar la atención de los oyentes. Al final de la lectura (y al margen de comentarios espontáneos, de preguntas, etc.) un niño o una niña se encarga de escribir (más bien, dibujar) una reflexión en forma de frase que complete el inicio siguiente:
Cuando me leen en voz alta…
“A mí me tranquiliza”
“A mí me relaja”
“A mí me alegra”
“A mí me entretiene”
“A mí me ayuda a imaginar”
“A mí me da nuevas ideas”
“Yo descubro sentimientos”
“Yo entro en un mundo de fantasía”
“A mí me ayuda a trabajar”
“A mí me hace pensar”
"A mí me hace soñar"
"A mí me encanta"
"Yo escucho atentamente"
"A mí me inspira".
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