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gurrion

¡Ay, tachún, tararachún, ay tachún tarará!

 La verdad es que no sé por dónde empezar. Llevo demasiados días sin escribir en este blog; sin ofrecer una reflexión, contar una excursión o realizar una observación sobre algo ocurrido en el devenir diario. Y no será porque falten temas, pero así es la vida. En ocasiones nos pasamos el tiempo recordando algunas cosas que deberíamos hacer, pero sin encontrar un momento adecuado para hacerlas. Hace días que me invade esa sensación, de que una voz interior me susurra: “tendrías que escribir algo, ¡hombre!”, pero lo voy dejando para mañana, sin darme casi cuenta que todos los días tienen “un” mañana…

 Reconozco que en estos tiempos convulsos en lo económico y en lo político, podría encontrar un buen filón para escribir; ¡bien que lo han encontrado diariamente y desde hace meses los medios de comunicación! Así que, aunque solo sea tangencialmente, voy a intentar ocuparme de ello, para decir un par de cosas.

Me parece que este ataque generalizado hacia la salud y la educación que están realizando los nuevos gobiernos regionales es claramente un ataque al futuro; o, al menos, a un tipo de futuro determinado (también, desde luego, un futuro claramente imperfecto), en el que la salud y la educación públicas hayan disminuido su presencia y, en buena parte, se hayan privatizado. No tiene nada que ver con la calidad ni se nos puede vender la mentira de que “no pasa nada”, de que todo sigue igual, a pesar de esos recortes que afectan a personas y servicios. En el tema de la enseñanza, no es igual dar clase a grupos de más de veinticinco o treinta chicos y chicas que a grupos de quince y eso tiene que ver con el número de maestros y maestras, de profesorado que puedan trabajar La enseñanza pública debería de cuidarse especialmente puesto que a los centros públicos acude la mayor parte del alumnado proveniente de la emigración y de todos los sectores sociales más desfavorecidos y ello requiere más personal para atender problemáticas que la escuela concertada se quita de encima haciendo una “selección natural” que daría risa sino porque es un asunto muy serio. Arrastramos, en este país, un problema gordo desde el principio. Aquí deberían de existir dos tipos de centros, los públicos, sostenidos con fondos públicos y los privados, pagados por las familias que quisieran optar por ellos. Todo lo demás resulta tan hipócrita y tan vergonzoso… Recortar en salud y en educación, ¡qué disparate! ¿Acaso alguien puede querer que la población de su país goce de mala salud y tenga unos niveles educativos deplorables? ¡Pues, menudo futuro!

 Podríamos recortar en armamento; podríamos eliminar cientos de cargos burocráticos, nombrados a dedo por los políticos de turno que nadie sabe para que sirven, más allá de colocar a los amigos y familiares o de tener alrededor gente sumisa en quien apoyarse; podríamos revisar las cadenas autonómicas de televisión, la mayoría escandalosamente deficitarias, ¿a qué intereses sirven?; podríamos ahorrar en infraestructuras inútiles (tenemos 50 aeropuertos, algunos no se estrenarán nunca y la mayoría con déficits millonarios. En Alemania funcionan 18); podríamos olvidarnos de las campañas electorales que empiezan tres meses antes de la fecha en la que deben comenzar y que suponen un gasto millonario en viajes, comidas, propaganda, alquileres de recintos, regalos, hoteles… Podríamos reducir el número de políticos: municipales, comarcales, provinciales, autonómicos, nacionales, europeos… Quizá así los “castings” fueran más efectivos y seleccionando más se quedaran fuera los incompetentes y los deshonestos… Ahora hay tantos que, por lo visto, hasta esos tienen sitio en las tareas de representación. Y podríamos seguir hablando del fraude fiscal, de la existencia de los paraísos fiscales…

 Sobre la capitalización de los bancos, realizada con dinero público, llevamos un cabreo descomunal. No sé si en alguna época los banqueros han sido de fiar, seguramente sí. Actualmente –en general, claro; alguna excepción habrá- han dado una lección terrible de desvergüenza y de amoralidad (si es que pueden darse lecciones de algo así). Anduvieron un tiempo reclutando amablemente, con todos los elementos de seducción posibles, a ingenuos clientes (algunos quizá no tan ingenuos) para que compraran todo aquello con lo que soñaban (y si no lo habían soñado, los banqueros se encargaban de que lo soñasen a partir de la entrevista), utilizando todas las hipotecas posibles, a devolver con todas las facilidades habidas y por haber. Cuando se desinfló la economía virtual, los hipotecados cayeron bruscamente de la nube, se despertaron violentamente del sueño y se encontraron en la indigencia. Los banqueros cerraron las puertas de sus “tiendas” y ya no conocían a nadie. Los hipotecados perdieron el coche y el piso (éste pasó a ser propiedad del banco) y se decretó que, aún en esas circunstancias, debían seguir amortizando la hipoteca. ¡Qué legislación! ¡Qué derroche de justicia! Mientras tanto, los bancos han seguido aireando beneficios de manera un tanto indecente y los directivos, cobrando sumas estratosféricas (incluso cuando han llevado al banco o a la caja a la bancarrota), como indemnización. ¡Qué legislación! ¡Qué derroche de justicia!

 Cada noticia relacionada con esos asuntos, hace que nos acordemos de Islandia y de la persecución de los responsables de lo que allí pasó… Porque, ¡qué pasa!, ¿Qué aquí no ha habido ningún responsable de nada? Desconozco los procesos judiciales que se abren en otros países, en los que se cuestiona la honradez y la responsabilidad de personas cercanas a los poderes financieros, económicos, políticos, empresariales, etc. pero en este país nuestro estamos hartos de que esos procesos se alarguen en el tiempo hasta límites insospechados. Al final, los ciudadanos inmersos en asuntos de vida cotidiana, ya no recordamos si fue condenado aquel sinvergüenza, si fue absuelto indebidamente aquel ladrón de guante blanco o si todavía dura el proceso contra el que se enriqueció escandalosamente en pocos años (por supuesto, sin trabajar, que es como últimamente se amasan las grandes fortunas). La verdad es que estamos bien servidos de mangantes, de gente sin escrúpulos, de tipos que medran amparados en amiguismos, en invisibilidades sospechosas y que les importa un pimiento que un elevado número de personas las pasen estrechas o vean el futuro realmente negro y comprometido para encontrar estímulos que animen a seguir viviendo. Personalmente, siento asco con frecuencia de esta situación; siento vergüenza de vivir en un país que no se acaba de quitar ese lastre de pillería, de doble moral, de hipocresía sin fin y de envidia generalizada…Tenemos para todo ello una asombrosa y nada envidiable fecundidad.

 Estos días del largo puente del Pilar, con fiestas mayores en Fraga, hemos estado por Sobrarbe. En otro post hablaré de ello. Y una de las cosas que he hecho ha sido escuchar profusamente dos CDs de un dúo aragonés que comenzó en la canción popular a principios de los setenta (del siglo pasado, claro). Me refiero a La Bullonera: Javier Maestre y Eduardo Paz. Han pasado 35 años y escucho y leo las letras de algunas de sus canciones y veo que son perfectamente actuales. Las podían haber escrito para describir lo que hemos vivido y estamos viviendo y lo que he contado anteriormente. Debo decir que la música popular sobre la que construyeron buena parte de sus canciones y las ingeniosas letras creadas por ellos, forman un tandem poetico-musical que resulta maravilloso escucharlo. He disfrutado escuchándolas una y otra vez y, de paso, me han ayudado a conjurar (o a exconjurar, ya que estamos en Sobrarbe) toda la mierda que uno percibe a su alrededor.

 Comenzaremos con una afirmación del valor del trabajo honrado y recordaremos para ello la canción que encabezaba el primero de sus discos: “Venimos simplemente a trabajar”. Para mí una de las más hermosas que compusieron y que dice: “No hemos venido aquí para deciros / que está dura la vida aquí debajo; / para eso está el jornal, la ley, el palo: / por eso la miseria, el herido, el condenado”. (…) “Venimos simplemente a trabajar; / como uno más, a arrimar el hombro al tajo. / Esta es nuestra herramienta: nuestras voces. / Esta nuestra canción: nuestro trabajo”. (…) “Queremos cantar al campesino, / al obrero industrial, al estudiante, / a los hombres y mujeres de esta tierra, / todos juntos dando un paso hacia adelante. / Venimos a hablar, pues, sobre la vida / desde un lugar familiar para nosotros, / que es el mismo lugar que en todas partes / le reserva al oprimido el poderoso. / Venimos simplemente a trabajar…”

 En la que se titula “La bolsa o la vida”, dicen cosas tan reales y “divertidas”, tan actuales como: “Al que roba en una casa / si lo pillan lo encarcelan; / al que especula con ellas / no hay guardia que lo detenga. Ya no van con palanqueta / ni pistola ni antifaz/ que tienen inmobiliarias / los ladrones de verdad”. Y más adelante, en la misma canción, escuchamos: “Dicen que la economía / se está poniendo fatal: / porque los obreros piden / que les suban el jornal.  Lo dice la patronal, / lo dice y sabe que miente; / miente para conservar / sus privilegios de siempre… Y todo ello adornado con un estribillo de chufla que coreábamos con mucho contento y que podríamos volver a cantar, cada vez que escuchamos una declaración altisonante o un disparate cotidiano, salido de la boca de nuestros próceres: ¡Ay, tachún, tararachun, ay tachún, tarará…!

 También resulta agradable escuchar la que se titula “Canción de la esperanza unida”, en cuya letra podemos encontrar nuevos motivos para leerla y cantarla: “Oigo que se levantan voluntades hermanas / y prenden en el aire sus hermosas palabras / llenando este silencio con vientos de esperanza / por encima del miedo, el terror, la amenaza. Pongo mi voz, / para quien quiera usarla / como su propia voz / como su propia arma”.

 Y cuando pensábamos que los “americanos” habían abandonado ya todas las bases en suelo español, resulta que un nuevo acuerdo bilateral ha llevado al actual Gobierno a permitir de nuevo que la base de Rota sea utilizada por ellos. Así que habrá que volver a escuchar la primera parte de sus celebradas “Jotas de ronda”: “Ya te pues traer aviones, / chiclé, leche en polvo o queso, / que mi pueblo ha dicho no / al forajido extranjero. Y más te vale irte ahora / que se nos hinchen los huevos / y caigas del Puente Piedra / de cabecica hasta el Ebro”. Rupu – rrupu – rún / rupu – rrupu – rún vienen los aviones / Rupu – rrupu – rún / rupu – rrupu – rún traen a Smith y a James. / Rata – tata – tá / rata – tata – tá no van a salir / ni los aeroplanos / ni los aeroplanos / ni el James ni Smith”.

 Y ya para terminar este singular y modesto homenaje a La Bullonera, dos jotas: la primera relacionada con la educación y lo que ya se intuía: “Para tener en la vida / educación esmerada: / viva Dios, viva la Virgen / y la enseñanza privada”. y la segunda, viendo la sequía atroz en la que estamos metidos, para que nos sirva de rogativa festiva y laica, a ver si empieza a llover de una vez: “Cuando empezaba el Diluvio, / todos estaban alegres, / diciéndose unos a otros: / ¡Qué buen año va a ser éste!” Y no me digan que estos chicos de La Bullonera no eran unos profetas…

 P.D.: El 12 de agosto de 1977, La Bullonera actuó en la Plaza Mayor de Labuerda.

3 comentarios

Mariano -

Hola, Pilar:

¡Bien cantado!, dices…, por La Bullonera, claro. De cuando en vez, uno se reencuentra con melodías y letras por las que parece que no ha pasado el tiempo y eso me ha pasado a mí con esas canciones que han envejecido poco, tras casi cuarenta años… Lo cual no sé si es bueno o malo…

Buenas noches, José Miguel:

Gracias por lo que escribes. Totalmente de acuerdo con tus agudas precisiones. Las expones de manera sintética y brillante. Un abrazo.

José Miguel -

Mariano sigue escalando peldaño a peldaño por la escalera de la sabiduría y el sentido común, poniendo en román paladino un fresco de la actualidad que compartimos (casi)todos. Tan sólo por echar también la de cal, diría que en nuestras propias manos esta cambiar muchas de las cosas (que no todas) que reprobamos. A nuestros políticos los elegimos nosotros, deberíamos empezar por adquirir criterio a la hora de ejercer ese sagrado derecho. Eso pasa por involucrarnos, meternos en harina y no dejar que las cosas "fluyan" por si solas, porque la sociedad la formamos todos y la democracia es demasiado importante como para dejarla en determinadas manos (las de los políticos). Participación, compromiso, esfuerzo, trabajo en común, solidaridad, etc etc Son valores que cada cual debemos cultivar y promover. Un espacio sin valores lo ocupa ipso facto su contrario, una sociedad desmovilizada y adocenada es el terreno ideal para el cultivo del mangante en sus multiples variedades. En fin, supongo que sólo estoy diciendo obviedades y lo que quería era, antes que nada, saludar y celebrar a mi querido Mariano.

Pilar C. -

¡Bien dicho! ¡Bien cantado!