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gurrion

EN CUENCA...

- Y eso, ¿dónde dices que está?

- Pues, ¡en Cuenca!

No es un diálogo inventado, seguro que lo has escuchado alguna vez, como sinónimo de algo que está lejos o que no sabemos muy bien dónde está…

El caso es que he regresado de Cuenca –una ciudad que tiene montones de rincones originales, sorprendentes y cautivadores-. Me gusta fotografiar sus fachadas de colores, las enormes rejas de hierro, las puertas, los llamadores, los balcones, los edificios antiguos, la catedral, los paisajes que la rodean... De los últimos cuatro meses de julio (de los últimos cuatro años), he estado en tres de ellos, en esta capital castellano-manchega y siempre regreso muy contento y con ganas de volver. Han sido viajes relacionados con asuntos de formación, para impartir un taller relacionado con las “Acciones para intervenir en bibliotecas escolares e infantiles”: cuatro horas charlando con los participantes y mostrándoles materiales y algunas ideas. En las tres ocasiones, he recibido palabras admirativas y elogiosas y presumo que las valoraciones que hacen de esas horas de trabajo y de las aportaciones ofrecidas deben ser buenas; en caso contrario, los organizadores, no me invitarían, como sería razonable y lógico. En este caso, se estaba celebrando el V Máster de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil, iniciado el día 12 (al día siguiente de proclamarnos Campeones del Mundo de fútbol, je, je qué momentazo) y cuyo último acto tendrá lugar el día 23 de julio de 2010.

 Desde aquí quiero ya felicitar al casi medio centenar de alumnas y alumnos (docentes de Infantil, Primaria y Secundaria; bibliotecarias/os, editoras/es…) por su respetuosa acogida y por su actitud participativa. Me hizo mucha ilusión encontrarme con un importante colectivo venido de diversos países latinoamericanos que participaron con entusiasmo… Espero y deseo que algunas de estas personas, cuyos nombres desconozco en su mayoría (como suele pasar en estos eventos) se pongan en contacto conmigo y podamos intercambiar materiales y afectos. Como siempre hago, ofrecí mis direcciones de contacto para hacer posible esa comunicación, una vez pasen los días, venga la reflexión y lo que ayer pareció muy interesante, siga siéndolo. Siempre me entristece la sensación de no poder intimar y charlar más tiempo con las personas asistentes y conocer sus expectativas, sus opiniones, sus problemáticas…

También tengo que agradecer la acogida y el acompañamiento de esta gente del CEPLI (Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil) de la Universidad de Castilla-La Mancha, que ya cumplieron 10 años y que están haciendo un trabajo para quitarse el sombrero, amén de contar con un fondo de publicaciones propio: reflexión, investigación, creación, trabajo de campo… realmente admirable, cuidado y de gran calidad: Pedro, César, Santiago, Cristina, Sandra, Mª Carmen, Tatiana… ¡Con gente así, se puede ir a cualquier sitio! También fue entrañable el reencuentro con Fernando Alonso (el escritor, claro) y las conversaciones que aún pudimos tener antes de que él marchara.

 Hice el viaje el martes, 13 (que ya hay que tener valor para ponerse en carretera en un día así). Como estaba en Labuerda, bajé con Mercè hasta Barbastro; allí cogí un autobús hasta Lérida; esperé en la estación algo más de tres horas hasta la salida del tren que me llevaba a Madrid. Tomé un taxi para acercarme a la estación de autobuses y tomar un “exprés” que me llevara sin parar a Cuenca. Total que salí de Labuerda a las nueve de la mañana y llegaba al hotel de Cuenca a las 9 de la noche. El regreso de hoy lo he iniciado a las 7 de la mañana, en el tren “pendular” (le llamo así por el traqueteo que lleva, que casi te impide leer. Puedes desayunar el café por un lado y la leche por otro. Luego te montas en el tren y tranquilo que, con el movimiento, la mezcla en el estómago está asegurada y será muy, muy homogénea, je, je) y ha durado hasta las dos, que es cuando he llegado a Fraga… Todo esto, cuando se está de vacaciones y te tratan tan bien, no es más que una anécdota festiva.

 El caso es que ayer por la tarde, materializamos alguna propuesta de escritura con el personal del curso y les prometí que podrían verla publicada en este blog. Es un pequeño acto de agradecimiento y la generación de un texto especial y colectivo, realizado con las aportaciones de quienes me dejaron su hojita de escritura. En este caso, tomamos la fórmula de los “meacuerdos” (ideada por Joe Brainard en su libro “I remember”). Les pedí que escribieran cinco recuerdos cada uno; leímos en directo algunos de ellos y ésta sería una selección de los que me entregaron: un recital de olores que han quedado para siempre impregnados, sentimientos emocionados, amores primeros, lecturas que dejaron huella, personas que fueron importantes, lugares inolvidables… En definitiva, algunos breves fragmentos significativos de muchas vidas…

“Me acuerdo de una tarde de invierno con mi primera novia en el instituto. Me acuerdo cuando vinieron los príncipes del Japón a mi pueblo y fuimos todo el colegio con banderitas a saludarlos. Me acuerdo de cantar “caracol-col-col” para que los caracoles sacaran sus cuernos al sol. Me acuerdo del olor del tomillo y el romero en el camino hacia mi casa. Me acuerdo de la risa de mi padre. Me acuerdo de la primera vez que me zambullí en una novela de tal manera, que creí que debía de estar escrita para mí. Me acuerdo, cuando yo era niño, de las historietas que nos contaba en clase un cura. Me acuerdo de cuando un vecino, a las doce de la noche, venía borracho y no podía abrir la puerta de la calle. Me acuerdo del sabor y aroma del bocadillo de tortilla francesa que mi abuela me preparaba y yo comía en la calle cuando era la hora de cenar. Me acuerdo del nogal al que subía con mis amigas y nos tumbábamos en sus grandes ramas. Me acuerdo de la cara de mis primeros alumnos cuando les conté un cuento en el que se asustaron. Me acuerdo de mi maravilloso viaje a Argentina, sus paisajes, sus gentes y el sabor tan exquisito de sus alfajores y sus carnes a la brasa.

 Me acuerdo de cuando Marco buscaba a su madre. Me acuerdo cuando llenaba las mangas de mi jersey de cerezas recién robadas. Me acuerdo de mi abuelo Santiago; siempre me acuerdo… ¡Me acuerdo tanto de “los 7”, de “los 5”; gracias a ellos me picó el bichito de la lectura. Me acuerdo cuando cinco golpes de mano traspasaban –TE-QUIE-RO-MU-CHO- e iban de mi padre hacia mí; eran las veredas recorridas de mi infancia y la fortaleza para caminar. Me acuerdo de los títeres de Pedreka y de las películas vistas en patios con olor a naranjas. Me acuerdo cuando grité a mi madre: “¡Salí de allí!” Se había sentado en la silla donde estaba mi amiga invisible. Me acuerdo de un verano caluroso cuando me picó una abeja en las nalgas. Me acuerdo de los patios arenosos de mi escuela, donde las rodillas sangraban al caer jugando. Me acuerdo de la primera vez que levanté una mano en el jardín de infancia para dar una respuesta correcta. Me acuerdo de miss Marjorie, la bibliotecaria inglesa de mi escuela: coja, vieja y fea. Me acuerdo de mi primera muñeca que se transformó en mi hija por muchos años. Me acuerdo del terremoto del 85 en Chile, cuando el suelo se movió para todos lados. Me acuerdo de los abrazos de mi abuela.

 Me acuerdo de mi perro Martín, mi primera mascota. Me acuerdo de la risa de mi hermana pequeña. Me acuerdo de la emoción de mi padre el día que aprobé la oposición. Me acuerdo del olor de la casa de mis abuelos. Me acuerdo del día que decidí ser profesor. Me acuerdo del olor a mantecados que surgía al abrir la caja poco antes de iniciar la navidad. Me acuerdo de cómo nos hacía callar en clase la señorita de 3º (nunca más volví a ponerme cola). Me acuerdo de la primera vez que fui al cine sola y acabé llorando, sin pañuelo y sin nadie con quien compartir la pena que te transmitía aquella película. Me acuerdo de la primera vez que vi a David. Me acuerdo del olor de mi abuela Teresa. Me acuerdo de ir todas las tardes con mi padre a regar al campo. Me acuerdo de salir con patines y mi perro en el carricoche de juguete y decir: ¡mira, la vida me va sobre ruedas! Me acuerdo de la paciencia de mi madre para jugar conmigo siempre que se lo pedía. Me acuerdo del delicioso olor a bizcocho recién hecho. Me acuerdo de la pelota roja con la que jugaba de pequeño. Me acuerdo de cuando aprendí a montar en bicicleta. Me acuerdo de mi primer beso. Me acuerdo del huerto de mi abuelo. Me acuerdo de la primera vez que vi la televisión en color. Me acuerdo de la fiesta del día de mi boda. Me acuerdo cuando leí Cien años de soledad. Me acuerdo cuando mi padre me leía cuentos a la luz de una vela, porque en mi pueblo muchas veces había apagón. Me acuerdo del perfume de la flor de madreselva. Me acuerdo de lo que lloré el primer día que fui al colegio. Me acuerdo del olor a asfalto mojado en verano. Me acuerdo de Pili y el olor de su biblioteca. Me acuerdo de la angustia al bajar al pozo de la mina.  Me acuerdo cuando me levantaba por la mañana y desayunaba leche recién catada.

 Me acuerdo de la primera vez que fui a la biblioteca. Me acuerdo de cuando mi hermano empezó a andar. Me acuerdo de las manos grandes, ásperas y trabajadas de mi abuelo. Me acuerdo de la hospitalidad y amabilidad de mi abuela. Me acuerdo del agotamiento que sentía después de las clases de natación en agosto. Me acuerdo de la primera vez que vi el mar…; fue decepcionante. Me acuerdo de la primera vez que olí el mar…; fue maravilloso. Me acuerdo que cuando llegaba a casa de pequeña, mi abuela estaba siempre leyendo. Me acuerdo de cómo me enteré de que los Reyes Magos eran los padres. Me acuerdo de cómo se lo conté (lo de los Reyes) a niñas y niños del barrio, mayores, que no lo sabían aún. Me acuerdo que siempre me han gustado los árboles de hojas pequeñas. Me acuerdo de las escuelas por las que he pasado. Me acuerdo del olor del café cuando lo están tostando. Me acuerdo del Pirineo en veranos jacetanos. Me acuerdo de los refranes de mi abuela.

Me acuerdo del paisanaje y paisaje rumanos. Me acuerdo de las celebraciones de cierre de año del colegio, cuando estaba en primaria, porque eran una bonita oportunidad de compartir en familia mis logros académicos. Me acuerdo de mi experiencia como fundadora de un periódico escolar con varios colegios…; solamente tenía 15 años y me sentía ya muy “grande”. Me acuerdo de un piano que me regaló mi papá porque no sabía que lo había comprado y al llegar a casa él estaba esperándome con el piano. Me acuerdo del incesante repicar de un corazón cuando él pasaba. Me acuerdo del helado de chocolate y limón, de la dulce espera en un banco del parque. Me acuerdo del perfume de mi madre; el tesoro inalcanzable que guarda en su mesita de noche. Me acuerdo de la primera y última bofetada de mi padre. Me acuerdo de la primera vez que leí a Benedetti. Me acuerdo del día que nació Aitana. Me acuerdo de cantar “que canten los niños…” con mi clase de 3º. Me acuerdo de las Fiestas de la Luna, en mis años locos en Tarragona. Me acuerdo de Rafa. Me acuerdo de cuando nació Bruno, era diciembre y la luz que iluminaba el pasillo anunciaba algo hermoso. Me acuerdo de Rosalía, mi bisabuela; nunca me he sentido tan consentida y preferida por alguien. Me acuerdo de Germán y yo en la secundaria, nos sentíamos tan plenos… aún somos tan felices…”

 Después de tantos “meacuerdos”, siempre es conveniente pensar que cada uno de ellos no es más que el título de una, seguramente, hermosa y larga historia. Sea pues esto una invitación a tomar un cuaderno, tenerlo a mano  e ir escribiendo lo que vamos recordando, “condensando la vida”.

4 comentarios

Mariano -

Estimada Mónica:

Me alegro que te quedaran tan buenas sensaciones de ese tiempo de estancia en Cuenca. Yo, siempre que voy, lo paso bien y regreso igualmente con muy buen cuerpo. Y ya si ganamos un campeonato mundial de fútbol en esos días, pues es evidente que las pulsiones positivas se amplifican un poco, je, je.
Seguro que tienes razón en eso del hablar especial “de los de cerca de los Pirineos”, aunque también es cierto que no soy un prodigio de dicción y que la prisa por contar todo, me lleva muy frecuentemente a hablar con excesiva velocidad… Bueno, espero no obstante que tu mirada retenga algunos de los materiales que viste y que puedas –cuando te apetezca- darte una vuelta por el blog o por la web para ir leyendo y comentando. Yo seguiré en el “campamento base” dispuesto a recibir sugerencias, críticas, peticiones de materiales y lo que haga falta. Te agradezco mucho que hayas escrito y aunque no sé desde dónde lo haces, deseo que pases un estupendo verano allí donde te encuentres. Fue un placer ejercer de maestro, por unas horas, de un grupo de personas tan participativas y entusiastas.

Mónica -

Mientras recordaba algunas de las voces de los me acuerdo de:....sentí un poco de nostalgia de haber terminado esos días de contarnos qué leíamos y en dónde... y en los brindis del partido que festejamos todos los que estabamos en el V Cepli unidos por el idioma... hablando de idioma te cuento que me tuve que acostumbrar a la forma de contar tus experiencias de la biblioteca... allá cerca de los Pirineos se habla más cerrado... pero el material ofrecido y tu dinámica abierta a escucharnos y a traspasar nota por nota lo dicho me parece muy generoso y se suma a todo lo que me ha brindado este viaje a Cuenca.
. moni

Mariano -

Hola, Anny:
A mí me gustan mucho tus comentarios y tu sentido del humor. Lo del “rollo, repollo” es posible que sea una expresión urbana; apostaría a que no la has oído nunca en Sobrarbe, aunque también podría haber salido de la boca de algún chico o chica joven. Manolito la usa con frecuencia, es verdad. No cabe duda que la serie de libros de Elvira Lindo ofrecen un castellano especial, propio de barriadas periféricas de cualquier gran ciudad... Aquí en Huesca, un “rollo repollo” es sencillamente “un peñazo”, je, je.
Los “meacuerdos” del máster tienen su gracia y eso que no sugerí que estuviesen tamizados por el sentido del humor o que se centrasen en situaciones especialmente humorísticas... Como digo en el texto, regresé muy contento, a pesar de esos largos viajes, de las esperas y de hacerlos en solitario... Un abrazo

Anny -

Hola Mariano
Me alegro que tu visita (o expedición) haya resultado interesante y agradable a todas luces, una visita a la Cuenca lejana, la Cuenca de las “Casas Colgadas” dos palabras que comienzan con la misma letra, y curiosamente en la traducción en Néerlandés, también: de “Hangende Huizen”...De verdad una ciudad bonita que visitamos hace 25 años (que rápido va el tiempo). Aunque en una estación hay muchas cosas y personas a observar, tres horas de espera pueden ser un rollo (repollo) – una expresión que aprendemos en el curso de noche –no sé si se utiliza mucha- (sí lo hace Manolito García Moreno, mejor conocido como Manolito Gafotas..), Seguro que para ti, no ha sido un problema, y que esperando el tren a Madrid has leído 25 libros y escrito unas decenas de textitos. No? A través de tu blog yo aprendo muchas cosas. No sabía que exista algo como un “Máster de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil” ni un “Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil”. Bueno, ahora lo sé gracias a este nuevo poste. He leído los meacuerdos con interés. Otra vez, el sistema de escribir meacuerdos da una literatura agradable que incita a muchas otras memorias...
Un abrazo
Anny