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ESTAMOS SECOS. DE PANTANOS Y ESAS COSAS

Los ríos Cinca y Ara bajan, en este otoño atípico y menguado en lluvias, con un caudal paupérrimo. Se arrastran pesadamente dejándose llevar por los suaves desniveles que ofrecen sus cauces, como pidiendo nubes preñadas de agua y tiempos de fuertes lluvias, que no acaban de llegar…

 1. Hace unos días estuvimos en Mediano y caminamos durante casi dos horas por “el fondo de un pantano”. ¡Vaya viaje más desolador! Antes de iniciar ese recorrido, consulté mis álbumes de fotos y descubrí que en septiembre de 1998 los bajos niveles de agua eran similares a los de este año. Consulté también los “gurriones” de esas fechas y pude releer un artículo, titulado “Viaje al fondo de un pantano” que se publicó en la página 7 del número 73 de la revista, aparecida en noviembre de 1998, con una foto ilustrativa. También en la portada del número 75 (mayo de 1999) aparece una foto que reflejaba esa situación de bajos niveles de agua embalsada. La vida es cíclica, al decir de algunos, y algo de razón deben tener cuando se repiten visiones y sensaciones que uno cree haber vivido ya…

 Estamos, pues, ante un fenómeno que, no por menos repetido, causa honda preocupación. Porque los embalses, una vez construidos y aceptados o superados todos los aspectos negativos que producen, lucen espléndidos cuando la cota de agua acumulada es elevada y dan pavor cuando se ve la tierra reseca y cuarteada del fondo o cuando asoman ruinas que habitualmente están sumergidas. Y es que esa circunstancia, al margen de otras consideraciones, afecta a la memoria de cuando la vida transcurría, lenta pero diaria y emocionante, por los entresijos del tiempo habitado.

 Mediano, en esta primera parte del otoño, tiene el rostro lúgubre de un cadáver que ha sido desenterrado en unas excavaciones. Se hace visible la elevada y orgullosa torre, la desvencijada iglesia adosada, pero todavía en pie, y la sorprendente exconjuradera, con un agujero hacia las nubes en su curiosa bóveda interior. En las inmediaciones, nos topamos con las ruinas de las casas derruidas por las bienintencionadas autoridades “para que nadie tomara mal”; ruinas que son claros exponentes del cataclismo que se cernió sobre el pueblo. Aún son visibles maderos y vigas, entre las piedras y los cascotes de hormigón y los “marueños” de aquéllas en posición caótica. Podemos contemplar gruesos bloques pétreos en paredes que aterrazaban algunas zonas de cultivo y que según desde dónde las enfocas, ofrecen a su espalda la visión de montañas emblemáticas de la comarca, como la Peña Montañesa, los Treserols o las Tres Marías (esta vez, sin una gota de nieve en las altivas cimas), como poniendo unas gotas de poesía paisajística a su duro estado actual, o dulcificándolo, sin conseguirlo.

 Y más allá, un paisaje lunar, formado por pequeñas o suaves hondonadas de antiguos barrancos, de desniveles que llevan muchos días, muchos años siendo el fondo de un mar interior, por mor del interés común y del progreso.

Hay esqueletos de árboles submarinos que se mantienen enhiestos, como esperando primaveras imposibles; árboles que han quedado como fosilizados, desprovistos de ramas, de flores y de frutos; testigos de antiguos paisajes, hoy a la fuerza, imaginarios. Troncos desnudos sobre los que vuelven a posarse algunos pájaros que, tal vez, ablanden o revitalicen su duro corazón de madera.

Los puentes que unieron a gentes y lugares, hoy ya no van a ninguna parte; mantienen, eso sí, sus columnas o su arco; los malecones que delimitaban su extensión o la barandilla metálica que, incomprensiblemente, no se oxida bajo el agua.

Todo, con un color blanquecino, donde la tierra se convirtió en lodo y éste en polvo que el viento levanta y deposita sin ningún sentido ni finalidad. Bandadas de pájaros picotean por la reseca tierra que, en los antiguos campos ofrece pírricos frutos de cosechas malogradas.

 ¡Qué buen momento éste para las visitas guiadas! La Confederación Hidrográfica del Ebro, o quienquiera que sea dueño de esta geografía ahora visible, debería promover viajes de reconocimiento entre sus afiliados. Las comunidades de regantes deberían organizar, entre sus socios, excursiones para conocer de primera mano los efectos devastadores que sus legítimas aspiraciones de regar más tierras, causaron y causan en los territorios donde se construyen los pantanos. Sería una acción pedagógica de mucho interés. Cuando los embalses están llenos, quedamos admirados por esas enormes manchas azules que prometen generosas cosechas, agua de boca y energía para fabricar electricidad, pero cuando los niveles bajan hasta los extremos de este otoño, les aseguro que hasta los ojos acaban doloridos de contemplar la imagen de la desolación.

 Y si miras hacia el norte, lo que ven tus ojos tampoco anima. La barrera montañosa de los Pirineos centrales se muestra imponente, pero no se adivina ni una mancha blanquecina, ni una gota de nieve, cuyo deshielo aportaría aguas frías y saltarinas al débil caudal del Cinca. De modo que, tras el largo paseo y los disparos de la cámara de fotos, comenzamos el regreso. Desandamos el camino, alejándonos del núcleo desolado de un pueblo que desapareció bajo las aguas y que emerge de tanto en tanto para recordarnos el precio que pagaron los vecinos que allí vivían y que fueron obligados a abandonarlo. Regresamos con un rictus de tristeza en nuestros rostros y con la única esperanza posible: que empiecen pronto las lluvias para que el agua crezca y tape esa herida reseca y dolorosa que resulta menos punzante cuando no la vemos.

 

2. Y cambiando de sitio, al día siguiente de este singular viaje, ascendemos el valle del Ara hasta Albella. El Ara, como ya he comentado semeja, en muchos tramos, una mancha inmóvil de agua, tan escaso es su caudal. En los alrededores de Boltaña, contemplamos preciosas imágenes del otoño, personalizadas en formaciones de chopos amarillos que crecen en sus orillas y que ponen un tono poético a la escasez. Atravesamos el Ara por el puente de Ligüerre y continuamos por la carretera estrecha que nos lleva hasta Albella. Estamos frente al valle de La Solana, iluminada por el sol otoñal de la tarde, en la que se intuyen algunos núcleos abandonados, casi tragados por una vegetación selvática. Nada más llegar a Albella, nos encontramos con Concha, a quien conocemos. Nos deja las llaves de la ermita de San Úrbez y hacia allí nos dirigimos con Mercè para verla y para contemplar los paisajes que desde el pequeño altozano en el que está ubicada se ofrecen ante nuestros ojos. Abrimos con tres llaves otros tantos candados y accedemos a un recinto pequeño, con varios altares laterales profusamente decorados con pinturas murales y repletos de imágenes religiosas. Nos llama poderosamente la atención el suelo de piedras de río colocadas formando dibujos geométricos, muy vistosos y cuidados. Este Úrbez debió ser un santo de cuidado, pues le conocemos, por lo menos, tres ermitas: la de Añisclo, ésta de Albella y la de Nocito, sin descartar que haya otras. Esa extraña ubicuidad, seguro que generó un gran número de devotos y devotas. Por fuera, la construcción es curiosa, con varios tejadillos, rematados con una sencilla espadaña, que alberga una pequeña campana y todas las fachadas pintadas de blanco inmaculado. Frente a la verja de la puerta crece un airoso almez (laitonero, en esta tierra), repleto de frutos (laitóns) maduros. La tarde tiene una luz brillante, no sé si otoñal, y puedo hacer fotos a discreción. Me gusta una en la que puedo encuadrar perfectamente la ermita en primer plano y la Peña Montañesa en el fondo (también desde aquí se ve la Peña). Había fotografiado antes esta ermita pero desde lejos (fue portada del número 95 de El Gurrión, publicado en mayo de 2004). Por cierto, la vieja baldosa adosada a la pared de la entrada principal, tiene escrito “Hermita”, una falta de ortografía festivamente perpetuada que, creo, revaloriza la baldosa en cuestión.

 Regresamos al pueblo por otra calle para poder fotografiar la portada de la iglesia y la casa consistorial y casa escuela que se encuentra casi adosada. Ambas se encuentran en estado ruinoso. El tejadillo de la torre está semiderruido, así como el tejado de la casa consistorial. Está cerrado con vallas el acceso a la iglesia por razones obvias.

 En el resto del lugar se aprecian muchas obras de rehabilitación; entre ellas una vistosa casa de turismo rural, a la que le llegan cuatro clientes mientras estamos por allí. Concha nos acompaña hasta su casa, casa Cebollero, de fachada grandiosa, en la que podemos ver el suelo del patio trabajado con piedrecitas de río, haciendo diversas figuras y algo deteriorado, nos dice, por ser paso de caballerías durante mucho tiempo. A pesar de todo, de mucho interés. Luego subimos hasta la gran sala-comedor que tiene un suelo como los comentados de la ermita y el patio. Mucho más trabajado, con figuras muy variadas y realizadas con enorme precisión. Por las dimensiones y los dibujos, una auténtica obra de arte que han sabido preservar, a pesar de los inconvenientes para barrerlo y mantenerlo limpio, nos comenta Concha. Alargamos un poco la conversación y nos despedimos porque queremos visitar todavía los pueblos de Planillo y San Felices y hasta allí llegamos para recorrer sus pequeños recintos, comprobar que en ambos se rehabilitan y reconstruyen casas y hacer fotos de escudos nobiliarios, chamineras, portaladas, campanarios y algunas muestras del otoño, visibles en chopos, arces, caixigos, etc.

 Vemos al frente La Velilla, derruida, y hacia lo alto, el enclave vacío y sin esperanza de Cámpol que visitamos hace menos de un mes y recordamos las ruinas de Lacort, al otro lado del Ara y las de Jánovas que no vemos pero que intuimos debajo de un monte delante nuestro. Hemos pasado de un Mediano inundado a un Jánovas de papel y constatamos que tanto el pantano que se hizo como el que no se hizo han producido similares resultados, sobre todo ahora que Mediano está vacío. Y, por encima de todo, constatamos el esfuerzo de muchos sobrarbeses por levantar lo caído, por recuperar lo perdido, como un grito que reafirme su existencia. En medio de todo y, a pesar de las ruinas tapadas por los zarzales, una señal de esperanza.

6 comentarios

Mariano -

Seguro que tendrás muchas oportunidades de recorrer esos y otros caminos que te acerquen a la naturaleza. La provincia de Huesca tiene, en su parte norte especialmente, parajes bien preservados de la influencia humana y se ofrecen brillantes la caminante, al montañero que decide hollar con sus pisadas los viejos caminos y sendas o trepar por riscos y barranqueras. Además, ya sabes que en Sobrarbe puedes contar conmigo como guía. Un abrazo, Santi.

Santiago -

Recuerdo perfectamente esos senderos de la única vez, que mis pies pisaron su suelo. Eran verdes y extensas praderas; montañas enormes montañas vestidas de frondosos bosques; el agua fresca y limpia del deshielo; y un sol espléndido. Fue maravilloso poder ver esa naturaleza genuina que me dejó impactado. Quise estar de nuevo, pero aunque fueran muchas las intenciones, no llegué a volver. Posiblemente en un futuro, esperando el momento oportuno...
Saludos...

Mariano -

Me alegro mucho cada vez que veo un comentario tuyo, Siu. Y esta vez, la alegría es doble, porque además has viajado a Ordesa. Bueno, yo conozco ese territorio bastante bien. Ordesa pertenece a la comarca de Sobrarbe y mi pueblo natal (Labuerda) también. He estado ahí unas cuantas veces y he llevado a varios grupos de niños y niñas de tu antiguo colegio (y el mío actual) a visitar ese valle. Visitarlo en otoño es un placer añadido porque los árboles y los arbustos se tiñen (o se destiñene, vete tú a saber) de muchos colores y forman paisajes espectaculares.
Miraré ese enlace que me ofreces. Espero que te vaya todo bien, que trabajes mucho y tengas suerte en la vida. Cuando quieras, a través de este blog, podemos encontrarnos. Un abrazo

siu -

hola mariano ¿que tal estas yo muy bien yo fui a Ordesa y fue muy bonito mientras caminabamos nos bajaba una montaña de hojas la vistas eran muy bonitas te recomendaria ir a ordesa y ver la cola de caballo es muy bonito la escursion me encanto en esta epoca del año es muy bonita y te recomiesndo que veas esta pagina que lo hacen jovenes queven de una forma distinta el mundo. http://desmotivaciones.es/

Mariano -

Hola, Mamen:

La distancia entre la esperanza y la des-esperanza es pequeñísima. Uno quiere creer que algunas cosas serán todavía posibles, pero no puede dejar de pensar que tal vez no lo sean nunca (en ese espacio-tiempo, tan breve de una vida humana, me refiero). La maleza coloniza las ruinas, las envuelve, las invisibiliza… No es fácil mantener una apuesta reivindicativa tan larga en el tiempo, cuando se notan tan pocos gestos que alimenten esa esperanza en que algo cambiará en un inmediato futuro… ¡Complicado hasta de explicarlo!
Espero que si decides recorrer alguna parte de Sobrarbe, esa comarca y sus paisajes te reciban como te mereces…, je, je.

Mamen -

Es que existe ¿verdad? Aunque no se pudiera recuperar, pero sí que da esperanza todo esfuerzo pensando en positivo...
El próximo "finde", haré esta ruta que tan bien has descrito, deseosos mis ojos de muestras del otoño allí (mi memoria lo recuerda como espectacular) Ya veremos que se nos ofrece.
Un abrazo