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AQUÍ JAPÓN

1. Ver las imágenes que proyectan las televisiones o las fotografías que publican los periódicos sobre las consecuencias del terremoto de Japón y el posterior tsunami, me producen como a la inmensa mayoría de la gente impotencia, tristeza y horror. El mismo que experimentamos hace algo más de un año cuando vimos lo ocurrido en Haití o hace algunos años más (2004) en los países del Índico: Sumatra, Indonesia, Malasia, etc. o el producido en la ciudad iraní de Bam (2003) y tantos otros. El mismo horror, en realidad que se repite con frecuencia cada vez que una catástrofe natural llega por sorpresa a un enclave geográfico y arrasa viviendas, construcciones de todo tipo, vías de comunicación, instalaciones industriales o energéticas y cientos o miles de vidas humanas que ven cercenada bruscamente su existencia por efecto de ese fenómeno natural convertido en azote mortal.

 Es cierto que hay otras catástrofes más silenciosas o más lentas que padecen millones de personas de manera casi permanente: guerras, hambre, enfermedades, esclavitudes diversas, expulsión de sus países… Es cierto que vivimos en un mundo lleno de injusticias, en el que una minoría disfrutamos de unas condiciones de vida envidiables y que una mayoría deben vivir conviviendo con estrecheces de todo tipo y, en muchos casos, con carencias graves o totales de lo fundamental… Pero también es cierto que ver en directo la destrucción, la fuerza del mar desatado, el efecto brutal de que la Tierra se mueva y todos los efectos derivados de esos devastadores golpes nos dejan sobrecogidos y sin saber qué hacer, qué decir, cómo levantarnos al día siguiente…

 Japón siempre ha sido visto desde este lado como un país curioso: gente educada, silenciosa, amables y risueños, tranquilos y pacientes…Un país cuidado y equilibrado entre la presencia y el respeto de lo tradicional y estar, por otro lado, en la vanguardia de la tecnología más puntera. Ese equilibrio podríamos verlo simbolizado en la silueta perfecta del monte Fuji…  Aunque quizás la percepción que teníamos de sus gentes era otra cuando éramos jóvenes y leíamos con fruición los tebeos de Hazañas Bélicas, en los que los soldados japoneses salían siempre malparados porque se suponía que eran el enemigo (al menos para quien componía aquellos fancines que tanto nos gustaban). Recuerdo, como único ejemplo, el titulado “Desembarco en Okinawa” (no acierto a entender por qué se me ha quedado ese único título en la memoria), con aquella estética bélica y aquel perfil heroico y glorioso de los protagonistas de cada historieta.

 2. Leo en el cuaderno de noticias que vamos escribiendo en el aula, que hace pocas fechas nos hicimos eco de dos de ellas, relacionadas con el país del Sol Naciente. El día 15 de febrero, en El País se publicaba un pequeño artículo que hablaba del compromiso del primer ministro japonés de encontrar y desenterrar los restos de más de doce mil soldados japoneses: casi la mitad de los que murieron en una de las batallas más sangrientas de la Segunda Guerra Mundial, la librada con los estadounidenses en la isla de Iwo Jima (aquella en la que el fotógrafo Joe Rosenthal hizo la mítica foto, en la que un grupo de marines izaban la bandera en el monte Suribachi). Iwo Jima, una isla cementerio en la Guerra del Pacífico; una batalla que dejó 21.600 soldados japoneses muertos por 6.800 estadounidenses, entre febrero y marzo de 1945. Pensar ahora en ello, tras la tragedia de la semana pasada, produce cierto desánimo y una sensación de acumulación de sucesos luctuosos que la historia y el azar se han encargado de unir de una manera dramática.

 Dos días después, el 17 de febrero, la noticia tenía que ver con la suspensión de la caza de ballenas en la Antártica, por parte de Japón. Un asunto largamente controvertido por las excusas y las dudosas justificaciones que se han puesto para su caza: “por motivos científicos” (¡vaya manera más curiosa de llamar ahora a cazar ballenas para comercializarlas!). Parece que las presiones ecologistas por un lado y, sobre todo, la poca rentabilidad de la flota ballenera, podrían explicar esta suspensión. Suspensión que ha sido muy bien recibida por quienes llevan años luchando por la protección de estos cetáceos gigantes.

 3. Tras este paréntesis de noticias previas a la gran tragedia, es obligado recordar que Japón acumula ya las dos experiencias más extremas y brutales relacionadas con la energía nuclear. No debemos olvidar que es el único país del mundo que soportó la explosión de dos bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki (http://gurrion.blogia.com/2005/080901-nagasaki.php); explosiones que causaron una enorme devastación y miles de víctimas. Allí se puso en práctica, a prueba o en funcionamiento la cara oscura de uno más de los descubrimientos humanos que, como casi todos, tienen una cara amable y otra perversa. La energía nuclear que parecía un filón energético sin fondo, se usaba con fines bélicos, altamente destructivos, con consecuencias que nadie podía prever con exactitud y que se prolongaron en el tiempo de manera altamente dramática… ¡Quién le iba a decir a este país, tan sensibilizado con todo ello que, 66 años más tarde, iba a sufrir en sus carnes, los efectos de la supuesta cara amable de la energía nuclear que, cuando se desborda resulta imparable, impredecible y casi incontrolable… Ahí está Fukushima (como antes fue Chernóbil) para recordarnos que algunas fuerzas nos superan y pueden autodestruirnos y que el uso, en este caso, de la energía nuclear con fines pacíficos esconde un elevado riesgo que se torna desesperante, desolador, doloroso y hasta mortal para quienes se ven obligados a vivir episodios  de exposición a las invisibles radiaciones. Es necesario aprender algo de estas sorprendentes e indeseadas lecciones…

 4. Hoy, 17 de marzo, he comenzado a leer en clase, en voz alta, el libro de Samuel Alonso, El grito de la grulla. Me ha parecido que podía ser un aceptable gesto de reconocimiento y reflexión ante el dolor generalizado del pueblo japonés y que entre hoy y mañana, que es cuando pienso terminar la lectura de las 88 páginas del libro, tendremos tiempo de hablar y aprender algo más sobre la geografía del dolor y sobre las claves de la esperanza. No sé, pero en todo caso, la atención que ha mostrado el alumnado ante la lectura de hoy ha sido realmente especial… Paralelamente a este comienzo, hemos estado leyendo un texto de invitación a “doblar grullas” de papel, símbolo de  buena suerte en Japón:

“Makiko, una joven japonesa residente en Madrid, ha recuperado la leyenda de las mil grullas de papel para pedir a los internautas que se unan a esta iniciativa de abrazo y ánimo a Japón que simboliza la paz.

A través de una página web llamada ’Las 1.000 grullas’, Makiko pide ayuda para completar las mil grullas de papel de las que habla la leyenda. Quien las complete, recibirá un deseo. Y ése, ahora mismo, no es otro que el fin de la amenaza de catástrofe nuclear y la mejor de las suertes para todos los damnificados. Las grullas de origami (papiroflexia) se hicieron famosas a nivel mundial con la historia de la niña Sadako Sasaki, víctima de la bomba atómica de Hiroshima durante la II Guerra Mundial. Superviviente de la explosión, a los nueve años cayó enferma de leucemia. Una amiga le recordó la tradición de los origamis y se propuso completar las mil para pedir como deseo la curación de los afectados y la paz. Pero Sadako no lo consiguió y falleció. Sin embargo, había nacido un símbolo para todos. Sus compañeros de clase completaron las figuras de papel que faltaban y años después Hiroshima levantó un monumento en su recuerdo en el Parque de la Paz, epicentro de la explosión y donde aún un edificio en ruinas recuerda aquella tragedia” (fragmento escrito por Álvaro Carvajal).

 

5. Cuando tenía 11 ó 12 años y estudiaba en el Instituto de L´Aínsa, escribí a varias embajadas de países extranjeros en España, solicitando que me enviasen folletos, libros, mapas, etc… La primera que me contestó fue la Japón, enviándome un librito apaisado que se titulaba “Aquí Japón”, con ilustraciones en blanco y negro y algunas en color. Muchos años después, ya desde el colegio donde trabajo, escribimos de nuevo a muchas embajadas y volvieron a mandarnos otro libro-folleto titulado “Aquí Japón”, con imágenes en color y algo más grueso que el primero… Estos días me he acordado de esa curiosidad. Cuando tenía 11 ó 12 años seguía teniendo en mi casa muy pocos libros, por lo que esos envíos recibidos de algunas embajadas (cuando tenían formato libro) los guardaba como si lo fueran y todavía los conservo. Conservo algún lejano recuerdo de que la lectura de algunos párrafos de aquel documento me impresionaron; fundamentalmente por tener en mis manos una fuente informativa (interesada, claro, pues era de una embajada) que me desvelaba secretos de un país que, a aquellas edades y en aquellos tiempos, uno no alcanzaba a calibrar realmente a la distancia que se encontraba, pero que intuía especial y diferente…

 6. No puedo quitarme de la cabeza el gesto desolador de algunos ancianos y ancianas que vivieron los episodios nucleares de 1945 y que ahora están obligados a abandonar su tierra por un nuevo episodio nuclear; tampoco las lagrimas desesperadas de las personas que visitan las improvisadas morgues en busca de sus familiares desaparecidos; tampoco la mirada serena de algunos niños y niñas delante del aparato que les mide la magnitud de las posibles radiaciones que hayan podido quedar adheridas a su cuerpo… No puedo quitarme de la cabeza las imágenes del mar entrando en las ciudades, ocupando sus calles, derribando sus casas, arrastrando sus coches, como si fueran corchos flotando en un riachuelo… No puedo quitarme de la cabeza el fuego en la central, las humaredas, las explosiones, los derrumbes… No puedo quitarme de la cabeza la paradoja de que Japón sea un archipiélago "flotando", precisamente, en el Océano Pacífico...

En el país de la tecnología digital, todo ha quedado filmado. El fantasma de las imágenes nos perseguirá siempre.

5 comentarios

Mariano -

Bienvenidos y bienvenidas, Silvialuz, Lobo estepario, Mamen y Pedro. Todos los días habría motivos más que suficientes para hacernos eco y reflexionar sobre las desgracias y las catástrofes, es cierto. He escrito sobre Japón, por esas circunstancias que he nombrado en el post, que me han empujado a ello. El mundo, sabéis, es brutalmente injusto y las televisiones es posible que hayan ayudado a trivializar los problemas y nosotros aprendido a convivir con las imágenes más duras posibles, mientras engullimos nuestra comida o pretendemos relajarnos un rato tras un día de trabajo. No sé, todo es muy confuso y esta cuota individual de preocupación por lo que ocurre a miles de kilómetros, junto con la sensación de poder hacer poca cosa (si descartamos el ir físicamente a esos sitios a ponernos a trabajar) no te deja precisamente “buen cuerpo”.
Un saludo para todos y todas, a ver si la primavera nos trae alguna buena noticia…

Pedro Villar -

¡¡¡Siempre es un placer leerte Mariano!!! Un fuerte abrazo

Mamen -

Hola Mariano.
Mañana empezaré el grito de la grulla yo también, en voz alta...y les hablaré de las 1000 grullas. Buena idea. Ya te contaré que sale de todo ello, qué aprendemos de todo lo visto, escuchado y sentido. Gracias
(no podemos quitarnos de la cabeza muchas imágenes)
Un abrazo

LOBO ESTEPARIO -

No te sientas mal por querer ver una y otra vez las imágenes, acéptalo como parte de nuestra biología y cultura, algunos filósofos y psicólogos dicen que necesitamos ver morir a otros para saber en nuestro interior que nosotros estamos vivos, no lo se si esto es acertado, pero prefiero reflexionar y decirme: no he elegido, mi biología o la cultura donde me toco nacer, pero si puedo elegir lo que hago con lo que soy. Por ello si quieres hacer grullas adelante, lo importante es lo que haces.

Silvialuz -

Hola Mariano!
El fantasma de las imágenes, has dicho bien, es un imán que atrae para sentirnos mal, impotentes, angustiados, doloridos. Me ocurrió lo mismo con las torres gemelas, los atentados de Atocha, los tsunami varios, huracanes, terremotos, volcanes y demás desastres naturales o no, y pienso ¿por qué miro hipnotizada esos espectáculos una y otra vez? ¿Es un morbo el que nos hace estar pendientes de las catástrofes? ¿sentimos que al ver lo que les sucede a otros estamos más cerca de ellos, que los acompañamos? no se, es difícil saberlo. Normalmente no miro las noticias amarillistas, me molesta que siempre pasen los robos, asesinatos o asaltos y no las buenas noticias que sin duda debe haber, pero con estas cosas no puedo sustraerme a verlas. Y le debe pasar a mucha gente ya que todos los tipos de periodismo le dan más tiempo a estas noticias que a las otras, pero...mal de muchos, consuelo de tontos, decía mi abuela. En fin, creo que la naturaleza humana tiene estas cosas incomprensibles.