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La Nueve. Los españoles que liberaron París

La Nueve. Los españoles que liberaron París”. Evelyn Mesquida. Ediciones B. Barcelona, 2016. 332 páginas

Aquellos años no pueden olvidarse... Creo que fuimos la última generación que luchó por unos ideales. Teníamos la esperanza de ver un mundo mejor” (Faustino Solana, ex combatiente de La Nueve).

La mayoría de los hombres que componían La Nueve tenían menos de veinte años cuando cogieron las armas por primera vez en 1936, para defender la República española. Ninguno sabía entonces que los supervivientes ya no las abandonarían hasta ocho años después...”

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Buen trabajo el realizado por la autora de este libro, reconstrundo algunos acontecimientos bélicos de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial y dando la palabra a algunos de los grandes olvidados (sobre todo en este país): los que lucharon, murieron o sobrevivieron en La Nueve; una compañía formada por españoles, la mayoría anarquistas, admirados por su valor y decisión, temidos por eso mismo y porque ya habían vivido una guerra y estaban curtidos en el campo de batalla. Enarbolando la bandera republicana, fueron los primeros en entrar en París el día de la liberación y escoltaron con sus vehículos semiorugas, half-tracks, (a los que les habían puesto nombres de batallas de la guerra civil: Teruel, Belchite, Ebro, Madrid, Santander, Guernica, Don Quichotte, Guadalajara,...) al mismísimo Charles De Gaulle en el desfile de la victoria.

Pero antes de llegar a ese punto, conocemos un larguísimo itinerario. Primero en España (con el final de la guerra y la retirada a Francia); luego en el país vecino, Norte de África, otra vez en Europa, poblando diversos campos de concentración en los que sobrevivir a palizas, hambre, trabajos forzados, enfermedades, parásitos, humillaciones, castigos y a la muerte, tan presente alrededor... (En uno de ellos, el campo argelino de Djelfa, el comandante Caboche recibía a los hombres con la fusta en la mano y con un “amable” saludo: “Españoles, habéis llegado al campo de Djelfa. Estáis en pleno desierto. De aquí solo os liberará la muerte”) y finalmente, luchando contra los alemanes para liberar Francia, a las órdenes del General Leclerc, aunque como recuerda Luis Royo: “La verdad es que yo nunca pensé que luchaba para liberar a Francia sino que estaba luchando por la libertad”.

Nombres como Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, Gurs, Le Vernet, Septfonds, Brams, Agde, Rieucros... golpearon la vida y el recuerdo de tantos y tantas como pasaron por esos campos de concentración, dejando unos su vida y otros sobreviviendo con enormes apuros, después de soportar lo indecible. Y más de cincuenta campos en Argelia, Túnez y Marruecos: Relizane, Bou-Arfa, Camp Morand, Setat, Kenadsa, Tandara, Ain-el-Ourak, Hadjerat M´Guil, Meridja o Djelfa, entre otros muchos, contribuyeron también a que la experiencia vital de tantos españoles fuera un calvario continuo...  Algunos historiadores cifran en más de 30.000 el número de españoles que fueron encerrados en estos campos africanos; la mayoría rebasando con creces el escarnio de la dignidad humana..., vigilados por verdugos salvajes que disfrutaban con la vejación, las palizas y los castigos bestiales a que sometían a los internos... Max Aub, se refería en un poema a uno de los verdugos: “Cómo quieres que te olvide, tú, Gravelas, hijo de puta, hiel surcada de vinagres...”

La mayoría de los integrantes de La Nueve recibieron distinciones, medallas y condecoraciones, así como menciones honoríficas por su valor, decisión y compromiso en la defensa de Francia y en su liberación: la Cruz de Guerra con estrella de plata o con estrella de bronces y alguno hasta la Legión de Honor...

De los 144 españoles registrados en La Nueve antes del desembarco de Normandía, al final de la guerra sólo quedaban válidos dieciséis. Moreno, Bernal, Arrúe, Lozano, Pujol y Hernández fueron algunos de los que estuvieron también en el Nido de Águilas del führer, cuando fue conquistado... Ellos y los que murieron antes que ellos siempre pensaron que para ellos, la guerra, una vez finalizada, continuaría en España, ayudados por las tropas vencedoras, como muchos les habían prometido, pero eso nunca llegó a ocurrir...

Terminada la Primera parte del libro: “Paisaje de guerras y hombres”, en la que se hace un recorrido por los acontecimientos bélicos en los que los componentes de La Nueve estuvieron presentes, la autora ofrece una segunda parte, titulada: “Paisaje de hombres en guerra”.

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Abandona la narración y da la palabra a los supervivientes de aquella durísima aventura personal y colectiva. El valenciano Germán Arrúe: “Cuando llegó la República, yo tenía 14 años... Había mucha emoción en toda España, mucha emoción. En el pueblo enseguida abrieron varias escuelas muy modernas donde se aprendía incluso el esperanto, la lengua internacional...” “Durante el tiempo que estuvimos en Marruecos tuvimos una mascota. Era un mono que se llamaba Saud y venía a hacer la instrucción cada día. Al final, uno le hizo un fusil de madera y cuando íbamos a formar la compañía, él se ponía a nuestro lado con el fusil en el hombro, como nosotros....”; el almeriense Rafael Gómez: “... Yo creo que los españoles jugaron un buen papel en las tropas de Leclerc. Siempre estábamos en primera línea de fuego y procurando no retroceder. Era una cuestión de honor. Dronne nos apreciaba mucho...” “En Colmar sufrimos batallas muy duras también. Hacía un frío terrible y muchos hombres iban con los pies, los dedos, la nariz o las orejas heladas, hasta el punto de que algunos tuvieron que ser amputados. Otros no pudieron continuar. Hubo un gran número de bajas. Cuando mataron al coronel Putz yo no estaba allí... La muerte de Putz la vivimos como la muerte de uno de los nuestros...” El andaluz Daniel Hernández: “Mi padre era un hombre que sabía leer y, como había muy pocos que leían, se reunía con algunos en la puerta de casa y, a la luz de una vela o un quinqué, acompañados con una botica de vino y un poco de pescado salado, les leía el periódico y les contaba y comentaba lo que ocurría en el mundo”; el jerezano Manuel Lozano: “... En mi pueblo había un ambiente muy fraternal. A pesar de que eran muy pobres, se ayudaban unos a otros... Entré muy joven en el sindicato de arrumbadores y en las juventudes libertarias. En aquella época, los jóvenes se reunían para hacer periódicos y revistas, para ir a conferencias, para hacer teatro. Muchos de esos jóvenes recorrían kilómetros y kilómetros a pie para dar clases y charlas en los cortijos, donde se reunían los peones agrícolas tras una dura jornada de trabajo, a la luz de un candil. Yo sabía leer y escribir y pertenecía a uno de esos grupos que iban a dar clases y a comentar textos de escritores libertarios...” El catalán, Fermín Pujol: “Después de liberar Normandía, llegamos hasta París. Los americanos querían que nos paráramos en las afueras y dieron la orden a Dronne, nuestro capitán. Cuando llegó Leclerc le dijo que no tenía por qué acatar órdenes estúpidas y que entrara rápido en la capital, con nosotros. Dronne cogió a todos los españoles y a algunos franceses. Y con una sección de tanquetas y otra de tanques, llegamos hasta el mismo Ayuntamiento”; el catalán Luis Royo: “Mi madre y mi padre eran aragoneses. Los dos habían emigrado separadamente a Barcelona y se habían conocido allí. Cataluña era la patria del anarquismo y mi padre era anarquista. Un anarquista nada violento que hablaba de libertad y que me repetía que la vida de un hombre no tiene precio”(...) “Se pasaba mucha hambre. Algunos iban a cazar gatos y hacían luego una sopa de gato que se comían encantados. Yo nunca pude. Durante mucho tiempo me alimenté sobre todo de caracoles y nabos”; el santanderino Faustino Solana: “El general Leclerc era un hombre muy derecho, muy justo. Cuando le daba las órdenes a Dronne, yo le oía decir: <dígales que tengan cuidado>. Siempre se preocupó mucho por sus hombres. En muchos de los combates nos lo encontrábamos dirigiendo en primera línea”; el asturiano Manuel Fernández: “En el pueblo –Marentes-, mi padre era uno de los pocos que sabían leer y escribir y muchas noches los hombres venían a casa y se sentaban en el corral, para que mi padre les leyera el periódico. Mi hermano y yo nos sentábamos con ellos. El periódico que leían se llamaba el Heraldo de Madrid y lo recibía a medias con un amigo porque la gente era pobre y pagarlo entre los dos era más llevadero... Cuando llegó la República yo era un chiquillo, pero supe que había ocurrido algo importante. Aquel día en el pueblo se hizo una gran fiesta. Menos el cura y tres o cuatro, todo el pueblo lo celebró...” El gallego Víctor Lantes: “... De Zaragoza nos llevaron luego a Santander en unos vagones donde íbamos como ganado y después a mí me llevaron al penal de Santoña. Pasé el invierno con un frío terrible. Vivíamos en la suciedad y los piojos, tiritando de frío sin parar. Después me enviaron a los Escolapios de Bilbao, donde había unos cinco mil prisioneros, y allí vivimos con el clarín por la mañana, la bandera y el <Cara al sol>... Creo que aún me sé la canción...” El valenciano Amado Granell, oficial de la Legión de Honor. La autora relata el periplo vital de Amado, quien murió en un accidente de coche en Valencia, años antes de concebirse este libro y vivió con anterioridad en la clandestinidad durante varios años en Santander, Barcelona y Madrid. “El 26 de agosto de 1944, tras rendir homenaje a las tropas del general Leclerc instaladas frente al Arco del Triunfo y especialmente a La Nueve, el general De Gaulle inició a pie, rodeado de sus hombres, el desfile de la Victoria por los Campos Elíseos. Delante, por el centro de la avenida, el teniente Amado Granell abría el desfile conduciendo un vehículo blindado que portada dos banderas, la de la Cruz de Lorena de la Francia Libre y la bandera republicana española”.(...) El general Leclerc apoyó la concesión de la Legión de Honor al sereno y reservado Amado Granell con la siguiente afirmación: “si es verdad que Napoleón creó la Legión de Honor para premiar a los bravos, nadie la merece como usted”.

El almeriense José Hernández: “Yo tenía ocho años cuando llegó la República. Nos incitaban a ir al colegio, aunque yo no quería...Después lo he sentido mucho, toda mi vida, porque me di cuenta de que hace mucha falta ir a la escuela. Yo todavía no sé leer ni escribir. Siempre lo he ocultado. Me ha pesado mucho...” “La última vez que vi a mis compañeros de La Nueve fue cuando murió el general Leclerc. Fue un golpe muy duro para todos. Nos encontramos en París y desfilamos juntos para rendirle honores. Ninguno de nosotros creía que su muerte hubiese sido normal. Pero ahí quedó todo... ¿Sabe usted? Fue importante ser de La Nueve. Yo siempre me he sentido muy orgulloso... Aunque luego nos hayan olvidado”.

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.. “En el batallón todos los españoles éramos diferentes, teníamos tendencias políticas diversas, pero a todos nos unía el odio por los alemanes, el ansia de libertad y la convicción de que los aliados nos ayudarían a liberar España. Los franceses supieron aprovechar bien ese odio. Todos habíamos hecho una guerra difícil, sabíamos luchar y estábamos dispuestos. Para Leclerc, que venía a veces a charlar y fumarse un cigarrillo, nosotros no éramos los perdedores de la Guerra Civil, sino los combatientes de una cruzada por la libertad”, recuerda Manuel Fernández.

.. “Todo el mundo luchaba, hay que decirlo, pero es verdad que cuando había expediciones más difíciles, casi siempre enviaban a La Nueve. La Nueve era una compañía aparte. Una compañía donde además de saber luchar, se tocaba la guitarra, se cantaba flamenco o se cantaban las canciones de la Guerra Civil. Nosotros, aun siendo de otra compañía, casi siempre íbamos juntos”, recuerda Víctor Lantes.

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.. “Los supervivientes españoles, vencedores junto a los aliados en la gran contienda internacional, recibieron la victoria al mismo tiempo que la traición: las grandes potencias habían negociado ya con el franquismo. El nuevo orden eliminaba la esperanza de liberar España. Los soldados de ocho años de combate enfrentaron la paz con el sabor de una gran injusticia, presintiendo el comienzo de un oscuro y largo invierno.”

El libro encarta en el centro, en un papel satinado, 65 fotografías que ponen cara a muchos de los componentes de La Nueve y a otros héroes de la liberación de Francia.

La autora, bajo el título de “Semblanzas”, retrata brevemente a 35 personajes que participaron y sufrieron, directa o indirectamente, en ambas contiendas: Guerra Civil y Segunda Guerra Mundial: Max Aub, Manuel Azaña, Omar Nelson Bradley, Albert Camus, Pau Casals, Leonard Townsed Gerow, Pablo Iglesias, Victoria Kent, Rodolfo Llopis, Antonio Machado..., entre otros. Con los agradecimientos y una amplia bibliografía termina este libro homenaje a quienes lucharon por la libertad, entregando –muchos de ellos- su vida. Y ya que hablamos de Machado, terminamos con unas líneas que el libro dedica a los últimos días de Don Antonio Machado:

“... Pocos días antes de su muerte, pidió a su hermano que lo acompañara hasta el mar, a unos trescientos metros de distancia. Allí permanecieron contemplando el horizonte, sentados sobre unas barcas varadas en la arena. <Quién pudiera vivir ahí, detrás de esas ventanas, libre de toda preocupación>, dijo Antonio, señalando unas sencillas casas de pescadores”. (Página 37). Y allí, parece que esbozó un último poema que no llegó a terminar: “Estos días azules y este sol de la infancia...” 

 

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