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El infinito en un junco

El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo. Irene Vallejo. Madrid, Siruela. Diciembre de 2019 – 449 páginas

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“Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad. Alejandro recorrió las rutas de África y de Asia sin separarse de su ejemplar de la Iliada, al que acudía, según dicen los historiadores, en busca de consejo y para alimentar su afán de trascendencia. La lectura, como una brújula, le abría los caminos de lo desconocido”.

 

Lo primero que quiero decir es que cuando cayó el libro en mis manos, no había escuchado o leído nada relacionado con él. Conocía a Irene y había leído algunos de sus textos. Al saber que el libro hablaba de “La invención de los libros en el mundo antiguo”, me interesó desde el principio porque mi vida está íntimamente relacionada con los libros: de la carencia inicial a la fundación de “pequeñas bibliotecas”. Por otra parte, la palabra junco me llevaba directamente a mi infancia, a esa patria personal a la que vuelvo de manera intermitente. Los juncos crecían en los caminos, cerca de las acequias o al lado de manchas de humedad, de pequeños manantiales. Eran elementos presentes en nuestros juegos y juguetes, sobre todo fabricando pequeñas y toscas estructuras que depositábamos en las acequias o en el barranco simulando barcos que navegaban a la velocidad a la que discurría el agua, entre otros aprovechamientos lúdicos. Una metáfora simple de lo que ha hecho Irene en este libro: navegar (yendo y viniendo) desde la antigüedad hasta la actualidad con un barco de palabras...

Entre mediados de enero y primeros de febrero leí el libro y quedé gratamente impresionado. Me pareció una obra coral, llena de pequeñas historias (que agilizaban enormemente la lectura), escrita con una singular maestría. Los días 20 y 21 de enero viajé a Toledo y Albacete. Participaba, como ponente, en unas jornadas, denominadas: “Literatura Popular de Tradición Infantil y bibliotecas del siglo XXI”. En las dos reuniones en dichas capitales, recomendé a las personas asistentes, la lectura de “El infinito en un junco”. Aquellos días debía de andar yo por la mitad del libro, pero ya me parecía estar ante una obra muy recomendable. A mediados de febrero, abandonamos el nido de Labuerda por unas semanas, que más tarde, con ocasión de la declaración del Estado de Alarma y el confinamiento, se alargaron varios meses. El libro, ya terminado y pendiente la redacción de una reseña como la que estás leyendo, se quedó en Labuerda y ésta -la reseña- aparcada hasta que volviera de nuevo a mi pueblo natal. Eso ocurrió a primeros de junio y entonces decidí darme el gusto de volver a leer el libro antes de ponerme a escribir nada, porque con todo lo que había pasado, había olvidado algunos detalles. Y eso es lo que hice, releerlo descubriendo nuevos matices que en la primera lectura no había apreciado.

Después de esta larga introducción, no me queda más remedio que abordar la prometida reseña (aunque, en realidad, más que una reseña es un texto, algo despendolado, generado a partir de la lectura). Y no resulta fácil encontrar el tono para hacerla. Si volviera a la práctica de copiar citas textuales y llevarlas a mis cuadernos manuscritos, no cabe duda que llenaría varias páginas, aún sin ser exhaustivo, porque en este libro hay muchísimas frases que encierran informaciones curiosas o relevantes, relaciones textuales sorprendentes y pensamientos o afirmaciones de la autora que merecen releerse y meditarse:

-       “El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática” (p. 46)

-       “La Biblioteca de Alejandría no nació solo para ofrecer un refugio al pasado y su herencia. Era también la avanzadilla de una sociedad que podríamos considerar globalizada, como la nuestra. Esa primitiva globalización se llamó ”. (p. 51)

-       “El alfabeto fue una tecnología aún más revolucionaria que internet. Construyó por primera vez esa memoria común, expandida y al alcance de todo el mundo”. (p. 126)

-       “La escritura y la memoria no son adversarias. De hecho, a lo largo de la historia, se han salvado la una a la otra; las letras resguardan el pasado; y la memoria, los libros perseguidos” (p. 129)

-       “La historia de la literatura empieza de forma inesperada. El primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer”. (p.164)

-       “Es un error pensar que cada novedad borra y reemplaza las tradiciones. El futuro avanza siempre mirando de reojo al pasado” (p. 319)

Me ha llamado la atención la capacidad pedagógica de Irene para, a partir de unos pocos mimbres (o juncos de mi infancia), de algunas breves informaciones fragmentarias, establecer hipótesis creíbles de cómo pudieron ocurrir algunos acontecimientos en la antigüedad... De la misma manera, quiero resaltar su enorme habilidad y maestría para relacionar acontecimientos antiguos con prácticas actuales que parecen las continuadoras de lo anterior, varios milenios más tarde. Y no es desdeñable su fino sentido del humor al referir algunas historias, a la hora de interpretar otras o en el afán de aportar citas de otros autores que ofrecen esa visión relajada y divertida sobre algunos aspectos tratados. Su prosa muestra agilidad expresiva, rigor interpretativo, conocimiento profundo de lo que habla y discurso inteligente. Cuando hablo de rigor, por ejemplo, me refiero al manejo de una enorme cantidad de documentación para escribir este trabajo; documentación cuyas referencias ofrece al lector, a la lectora en 26 páginas de bibliografía (405-431), señalando qué documentos ha utilizado para cada capítulo de su libro. Cuestión que puede animar a quien lee el libro a leer o consultar algunos de los más accesibles.

Uno de los aspectos llamativos también es su habilidad para entrelazar algunos aspectos de su vida personal con los relatos y las referencias al mundo clásico. En el capítulo titulado “Tejedoras de historias”, después de “una lista provisional de escritoras casi borradas”, dedica un emocionado y caluroso recuerdo y homenaje a su profesora de griego, Pilar Iranzo: “De aquellos dos años aprendiendo de ella, recuerdo el placer del descubrimiento, del vuelo, la asombrosa alegría del aprendizaje”.

No olvido la primera biblioteca de mi infancia (...), de la mano de mi padre a una biblioteca pequeña en el Parque Grande”.

Mi madre quiso enseñarme a leer y yo me negué. Tenía miedo”, escribe Irene y seguidamente cuenta el caso de Alvarito, hijo de maestros, que estaba en su colegio y que, cuando todos los demás todavía tartamudeaban al intentar leer, él lo hacía con soltura. La venganza se desencadenó en el patio de recreo...

Irene rememora su estancia en Oxford para aprovechar su beca de investigación y los formalismos incomprensibles a los que debió hacer frente..., hasta que consiguió reconciliarse con las personas y las normas rígidas de la institución. Allí descubrió que Lewis Carrol estudió y dio clase en Oxford durante veintiséis años.

Refiriéndose a la Gran Biblioteca de Alejandría, escribe: “... me fascina -a mí, la pequeña marginada del colegio de Zaragoza-, porque inventó una patria de papel para los apátridas de todos los tiempos”.

Las listas de personajes y lugares donde empezaron a tejerse libros de diversos materiales: papiro, arcilla, piel, madera, metal, papel..., las transacciones con ellos, la fundación de bibliotecas y museos, las destrucciones continuas, las luchas de poder, las guerras de exterminio en las que se vieron involucrados, etc., etc. llenan las páginas de este libro y resultan  interminables: Alejandría, Alejandro, Ptolomeo, Macedonia, Homero, Iliada, Odisea, Cleopatra, Marco Antonio, Darío, Persia, Egipto, Demetrio de Falero (inventor del oficio de bibliotecario), Herodoto, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Estrabón, Aristóteles, Platón, Hesíodo, Orestes, Cirilo, Marcial, Grecia, Roma, Siria, Cicerón, Tiranión, Julio César, Juvenal, Ausonio, Pompeya, Horacio, Catulo, Trajano, Tiberio J. Celso, Tito Livio, Virgilio, Ovidio, Plinio el Joven, Eneida, Sulpicia, Plutarco, Julia Agripina, Cornelia, Eurídice, Caracalla... son solo unos cuantos de los que la autora da razón y cuenta perfiles, relaciones, influencias, vicios, fortalezas y debilidades... Y al índice onomástico me remito...

Múltiples referencias

Incorpora, a lo largo del libro, muchísimas otras voces, como si se tratara de organizar una asamblea de gentes que aprecian los libros, en cualquier formato y la lectura y la escritura como estrategias de expresión, comunicación y memoria. Y cuando el lector o lectora ha leído también esos libros, se produce una corriente aún mayor de empatía con la autora, por compartir referencias literarias. Ahí están, entre otros:

.. Ray Bradbury y su Fahrenheit 451 son recordados por aquel país en el que estaba prohibido leer y los bomberos, en lugar de apagar fuegos provocan incendios quemando todos los libros que encuentran... Pero hay un grupo de personas que “han aprendido de memoria libros enteros y los guardan en sus cabezas, donde nadie puede verlos ni sospechar de su existencia”.

.. Bernhard Schlink, en “El lector” cuenta la oscura historia de Hanna, guardiana de un campo de concentración nazi. Su amante adolescente le lee en voz alta y esa práctica será una exigencia cada día que se encuentren, antes de la ducha y el sexo. Aquella mujer también hacía que las prisioneras le leyeran libros, noche tras noche, antes de que partiesen en el tren que las llevaba a Auschwitz... El joven estudiante se horroriza al conocer la vida de su amante...

.. Helene Hanff y su “84, Charing Cross Road”, un intercambio epistolar y librero que genera afectos y complicidades entre un librero inglés y una lectora estadounidense...

.. George Orwell y su distopía 1984 contiene un Ministerio de la Verdad encargado de llevar adelante un gran proyecto consistente en reescribir toda la literatura del pasado...

.. Milan Kundera, quien en su novela “La broma” explica que la risa tiene una enorme capacidad de deslegitimar el poder y por eso inquieta y es castigada. Y añade Irene: En general, los amados líderes de todas las épocas han aborrecido y perseguido a los cómicos que osaban ridiculizarlos... Y aún seguimos así en pleno siglo XXI.

.. Alberto Manguel y su “Historia de la lectura”. Umberto Eco y “El nombre de la rosa”. Christopher Morley y “La librería ambulante”. Borges y “La biblioteca de Babel”. Joe Brainard y sus “Me acuerdo” ...  Y una larguísima lista: Cavafis, Lawrence Durrell, JRR Tolkien, J.M. Coetzee, César Vallejo, Wislawa Szymborska, Nabokov...

Hay abundantes referencias cinematográficas para explicar algunos acontecimientos: “Qué bello es vivir”, “Ciudadano Kane”, “Rashomon”, “Cartas desde Iwo Jima”, “Alexander”, “Sin perdón”, “Django desencadenado”, “La invención de Hugo”, “Vivir para gozar” ...

Relaciones antigüedad-actualidad: Batalla de Salamina entre griegos y persas y “Los soldados de Salamina”, la novela deJavier Cercas. (pp. 178-179)

El viaje a la India, como corresponsal, de Ryszard Kapuscinsky, en 1955, en compañía de un grueso volumen de tapa dura: “Historias” de Herodoto (pp. 184-185)

Herodoto que se esforzó en enseñar a sus compatriotas que “la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo”. (p. 180)

Los capítulos del libro

El libro está dividido en dos partes. La primera está dedicada a Grecia (Grecia imagina el futuro) y la segunda a Roma (Los caminos de Roma). Cada una de estas partes consta de diversos capítulos que, a su vez se subdividen en apartados sin titular, numerados correlativamente; hasta 87, en la primera parte y 48, la segunda. Cuatro páginas de “epílogo”, agradecimientos, amplia bibliografía y un índice onomástico.

Copio los títulos de los capítulos, que no están numerados, pero algunos resultan muy explícitos o son muy sugestivos y originales. En la primera parte: “Grecia imagina el futuro”: La ciudad de los placeres y los libros. Alejandro: el mundo nunca es suficiente. El amigo macedonio. Equilibrio al filo del abismo: La Biblioteca y el Museo de Alejandría. Una historia de fuego y pasadizos. La piel de los libros. Una tarea detectivesca. Homero como enigma y como ocaso. El mundo perdido de la oralidad: un tapiz de ecos. La revolución apacible del alfabeto. Voces que salen de la niebla, tiempos indecisos. Aprender a leer sombras. El éxito de las palabras díscolas. El primer libro. Las librerías ambulantes. La religión de la cultura. Un hombre de memoria prodigiosa y un grupo de chicas vanguardistas. Tejedoras de historias. Es el otro quien me cuenta mi historia. El drama de la risa y nuestra deuda con los vertederos. Una apasionada relación con las palabras. El veneno de los libros, su fragilidad. Las tres destrucciones de la Biblioteca de Alejandría. Botes salvavidas y mariposas negras. Así empezamos a ser tan extraños.

En la segunda parte: “Los caminos de Roma”: Una ciudad con mala reputación. La literatura de la derrota. El umbral invisible de la esclavitud. En el principio fueron los árboles. Escritores pobres, lectores ricos. Una joven familia. Librero: oficio de riesgo. Infancia y éxito de los libros de páginas. Bibliotecas públicas en los palacios del agua. Dos hispanos: el primer fan y el escritor maduro. Herculano: la destrucción que preserva. Ovidio choca contra la censura. La dulce inercia. Viaje al interior de los libros y cómo nombrarlos. ¿Qué es un clásico? Canon: historia de un junco. Añicos de voces femeninas. Lo que se creía eterno resultó efímero. Atrévete a recordar.        

Epílogo

Después de tantos “biblioincendios” a lo largo de la historia, el siglo XX aún subió el listón de la biblioclastia (o del memoricidio): bibliotecas bombardeadas en las guerras mundiales, hogueras nazis, las purgas soviéticas, librerías atacadas con bombas, regímenes censores con destrucción de millones de libros, bombardeo y destrucción salvaje de la biblioteca de Sarajevo... ¡Inacabable! Y el siglo XXI empezó con el saqueo indecente de las bibliotecas y museos de Irak, “donde la escritura caligrafió el mundo por primera vez”. Recuerda Irene la frase atribuida a Heinrich Heine en 1821: “Allí donde queman libros, acaban quemando personas” y eso ha ocurrido casi siempre así... “Mariposas negras” llamaron los habitantes de Sarajevo a las cenizas de los libros destruidos que caían sobre los transeúntes...”

Y hay otras formas de destrucción, aparentemente menos dramática, pero igualmente efectiva, de unos objetos: los libros, que como dice la autora “son, sobre todo, frágiles” y añade: “Mientras lees estas líneas, una biblioteca arde en algún lugar del mundo. Una editorial destruye ahora mismo sus fondos no vendidos para para volver a fabricar pulpa de papel. No lejos de ti, una inundación sumerge en el agua alguna valiosa colección. Varias personas se deshacen de una biblioteca heredada en un contenedor cercano. Te rodea un ejército de insectos cuyas mandíbulas están abriendo túneles de papel para depositar sus larvas en un universo de pequeños laberintos en infinitas estanterías...”

(Y cuando ya tenía este texto avanzado, sufrí a finales de agosto un accidente cardiaco que me llevó al hospital durante trece días que, sumados a la convalecencia, han retrasado nuevamente la finalización del mismo.)

De modo que, voy a acabar con dos citas que me atañen directamente. Leo en la página 278: “En aquellos tiempos, en que no había editoriales, cuando un autor daba su libro por concluido encargaba un determinado número de copias y empezaba a regalarlas a diestro y siniestro”. Y en la página siguiente (279): “El doctor Johnson, gran ilustrado inglés, decía que nadie, salvo un cabeza de alcornoque, ha escrito jamás por otra razón que no fuera el dinero”, ja, ja. Aquí, un cabeza de alcornoque “johnsoniano”. A lo largo de mi vida he escrito muchos artículos para diversas publicaciones y algunos libros. La inmensa mayoría de las veces, con la única recompensa de ver publicadas mis reflexiones. Y sigo, realizando pequeños libritos en la imprenta y regalándolos a mis amistades “como cuando no había editoriales”, je, je.

El infinito en un junco” es un libro al que acudir frecuentemente para degustar la hermosa prosa de Irene Vallejo y para consultar múltiples datos históricos, perfiles de algunos personajes, frases generadoras y reflexiones de hondo calado. Hemos tenido mucha suerte, quienes apreciamos los libros, en tener a nuestra disposición esta magna obra que nos alivia un poco de los sinsabores de este endiablado 2020.Yo me he limitado a escribir unas páginas, estimulado por la lectura de un libro que me parece extraordinario y que se puede recomendar sin miedo a que quien lo lea pueda sentirse defraudado.

Mariano Coronas Cabrero - Septiembre de 2020

2 comentarios

Mariano -

Gracias, Pilar por escribir en este viejo blog. Como bien dices, es un libro imposible de resumir. Me metí en un buen fregado cuando decidí escribir sobre él y he salido como he podido, je, je. Es un gran libro que te sorprende en cada página con referencias, pequeñas historias, mucha sabiduría y una prosa cautivadora... Un abrazo fuerte y gracias por tus buenos deseos.

Pilar Ciutad -

Magnífica reseña ( como no podía ser de otro modo) de un magnífico libro. Tam magnífico como difícil de resumir. Yo he osado también ha hacer lo propio y casi me sale un mini ensayo sobre el ensayo original... Te animo a que la publiques en el próximo gurrión, quizás para los lectores no es "un libro que nos cambie la vida" pero que nos refuerza en nuestra convicción de que "los libros cambian las vidas". Las nuestras, las particulares, y la vida de los pueblos y de la Humanidad.Te deseo mucha salud, muchas lecturas y muchos gurriones.