Blogia
gurrion

Prosas de verano. 1

El silencio de La Solana

Dentro de la comarca de Sobrarbe, La Solana es el territorio más destruido, más olvidado. Cuando caminas por las viejas calles, hoy pobladas de zarzas, hiedras y escombros, siempre piensas en que hubo un tiempo que en cada casa había personas y animales que vivían y laboraban, dando sentido a la existencia de un pueblo, levantado con enormes esfuerzos realizados por sucesivas generaciones. Esa sensación de que hubo vida y hubo un momento en el que se borró cualquier vestigio de la misma, me llena de desasosiego. Sobre todo, pensando en cómo se produjo ese cambio: personas ajenas al valle dictaminaron que había que despoblar todos los núcleos de población, levantados desde tiempo inmemorial, en aras del progreso. Aquellos probos funcionarios, al servicio de intereses particulares hicieron bien su trabajo y mandaron a decenas o centenares de personas a las ciudades, cumpliendo con rigor el mandato de desalojo de todas las entidades de población que formaban el valle: Burgasé, Cájol, Cámpol, Castellar(El), Gere, Ginuábel, Giral, Muro de Solana, Puyuelo, San Felices, San Martín de Puytarans, Sasé, Semolué y Villamana… Hoy son –ya desde hace años- 14 pueblos espaldados y sepultados por la hiedra y las zarzas. Esta mañana en Cámpol, comprobando cómo el paso del tiempo acentúa la destrucción, cómo algunos tejados resisten después de tantos inviernos y cómo algunas puertas miran con ojos asombrados…

Recomendable leer y mirar el libro de Carlos Baselga: ”La Solana. Vida cotidiana en un valle altoaragonés” (1999) – (20 de julio de 2019)

 

Labores de mantenimiento y limpieza

Hoy hemos madrugado para realizar tareas de limpieza. No las habituales de pasar la escoba y la fregona a los suelos; o la bayeta para el polvo… Se trata de limpiar las deposiciones de los aviones. Tampoco te confundas; no es que algunos aviones de vuelo regular hayan soltado la mierda del pasaje y nos haya caído encima… Sabrás que hay unos pájaros, denominados aviones comunes (Delichon urbica) que acuden a  nuestros pueblos en primavera y suelen marchar allá en septiembre a lugares cálidos. Anidan bajo los aleros de los tejados y, en ocasiones, lo hacen con una alegría desbordada. No se limitan a ocupar cada pareja el espacio entre dos canetes, sino que ya han llegado a los adosados… Por ejemplo, este año, tenemos 16 nidos en nuestra fachada y no sé si podéis imaginar cómo tenemos la acera y el balcón. A un promedio de cuatro pollos por nido, más la pareja procreadora, hacen un total de casi cien culillos cagando con desconsuelo. Y uno podría pensar que las cagadas estarían gobernadas por la ley de la gravedad, por lo que todas irían al suelo en caída vertical. Pues nada de eso, cual bombarderos aleccionados, cuando van a entrar al nido a alimentar a las crías, abren el esfínter, sueltan la bomba y ésta se estrella contra la pared, las contraventanas, los cristales o te condecoran directamente con cagada en el pecho si estás a tiro asomado al balcón… Hay días que me apetece coger un palo largo y tirar todos los nidos, después de la primera cría, pero me resisto tontamente y a los tres o cuatro días de haber limpiado, nos damos un nuevo madrugón y volvemos a sacar la mierda regalada de los lugares mencionados. Todo sea por los insectos que dicen que comen…

Hace muchos años ya, cuando mi padre tenía vacas de leche (y otros animales domésticos), había que limpiar la cuadra dos veces al día y uno daba el trabajo por bien empleado, porque las vacas daban leche y terneros y de ahí salía la pasta para vivir. Nunca imaginé que, después de vender vacas, cerdos, conejos, gallinas… llegaría un día en que tendría que seguir metido en mierda, con la que nos regalan las palomas o los aviones comunes y realizar tareas de mantenimiento y limpieza. (24 de julio de 2019)

 

Con Paco Roca

Hoy, a toda página, publica El País la noticia del proyecto de Alejandro Amenábar, de convertir el cómic dibujado por Paco Roca, con guión de Guillermo Corral, “El tesoro del cisne negro”, en una mini serie de seis capítulos, con personajes reales. Se trata del asunto aquel del barco cazatesoros estadounidense “Odyssey”, del tesoro que encontró y de la devolución que tuvo que hacer del mismo al Gobierno español…

Paco Roca se fotografió, ahora hace un año, en Cuenca, con la revista El Gurrión y nos alegramos mucho por el reconocimiento a un trabajo extraordinario, de este dibujante de cómics. (26 de julio de 2019)

 

Árboles muertos…

Por encima de los 2000 metros de altitud, las condiciones de vida no son precisamente amables. Uno de los “atractivos” que puedes encontrar es la contemplación de los árboles muertos. Aunque suene a paradoja “atractivos-muertos”, lo cierto es que los árboles, como seres vivos que son tiene una vida limitada. Muchos de ellos, mueren de pie, como una metáfora de la dignidad y sufren un proceso que los convierte en esculturas originales y atractivas, cuando el tiempo y los elementos van arrancando la corteza, torneando la madera, resquebrajándola, suavizando su textura, etc. Ese proceso que puede durar muchos años, hasta que el árbol es definitivamente abatido por los mismos elementos que lo han trabajado, una vez muerto, le proporciona una rara belleza. Enhiestos o derribados, esos árboles –en mi caso- siempre han sido objeto de observación y de admiración; en ocasiones, la fantasía me lleva a ver dientes, cuernos, tentáculos, ojos ciclópeos, brazos abiertos…, como si se hubiera producido una transmutación de los elementos vegetales originales: tronco, ramas, nudos…, en esos apéndices o elementos propios de los animales que me parece ver… Aquí unas imágenes (de la Reserva Natural de Néouvielle, tomadas ayer mismo) para justificar lo que vengo diciendo y una invitación a que, ante un árbol que muere de pie, te pares a observarlo: es una escultura irrepetible cuyo autor es la naturaleza. (11 de agosto de 2019)

 

Liquenilandia

 Me gusta mucho encontrarme y observar el despliegue de los líquenes sobre rocas grandes. Hay una variedad de formas y colores muy sugerente. Algunos parecen mapas de países imaginarios, sobre los que podrías colocar accidentes geográficos, ciudades, ríos, cabos y golfos, bahías…, porque recuerdan a los mapas mudos que utilizábamos en el bachillerato de los años sesenta y setenta.

 Algo de información sobre estos curiosos seres vivos:

Los líquenes son organismos constituidos por un alga y un hongo que viven en asociación simbiótica; el hongo proporciona una estructura que puede proteger al alga de la deshidratación y de las condiciones desfavorables, mientras que el alga sintetiza y excreta un hidrato de carbono específico que el hongo toma y utiliza como alimento. (12 de agosto de 2019)

 

Un mundo de piedra

Caminando por los barrancos por donde solemos hacerlo, nos topamos cada día con los resultados de un ingente trabajo, realizado por nuestros antepasados. Me refiero a las paredes de piedra seca que se construyeron para aterrazar laderas y convertirlas en estrechas fajas, estables, de terreno cultivado. Es admirable el trabajo que tuvieron que realizar para poder construir esos sólidos muros de piedra que igual tienen doscientos años o más y que siguen en pie, desafiando a los elementos, incluido el elemento más destructivo posible: el elemento humano. Cuando te paras a observarlas detenidamente, a fotografiarlas…, es como si hicieras un silencioso homenaje a toda aquella gente que domesticó a la naturaleza con respeto y nos dejó estos testimonios de su esfuerzo y de su capacidad de modificar el medio, sin destruirlo.

A las paredes, se podrían añadir las casetas de monte, construidas principalmente con piedra, y madera en el interior. Integradas perfectamente en el paisaje, están sufriendo, desde hace años, un proceso de autodestrucción. Ésta empieza con el hundimiento del tejado, una vez los maderos que sustentan las losas de piedra y el “tillo” ceden al peso, humedecidos o querados, y se derrumban. Luego las paredes desnudas aguantarán algunos años más, pero la caseta habrá perdido el remate (el tejado) que la convierte en útil y que la hace bella, contemplada desde el exterior. Da mucha pena ir encontrando estas construcciones y comprobar que son muy pocas las que siguen en pie, con todos sus elementos.

Unas y otras: paredes y casetas, son parte del patrimonio de arquitectura popular que resolvió necesidades hace más de cien años, pero que hoy son miradas con indiferencia y asistimos a su derrumbe, como símbolos de un tiempo y una forma de vida, hace tiempo, derrumbada. (12 de agosto de 2019)

0 comentarios