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Libro: Tiempo destruido

“Tiempo destruido”. Víctor Pardo Lancina. Prólogo de Ignacio Martínez de Pisón. Edición del autor. Huesca, noviembre de 2009. 339 páginas

 

Precisamente, es el prologuista, Ignacio Martínez el que se pregunta y se contesta en su texto: “¿De qué habla este libro? Evidentemente de la guerra y la primera posguerra en la ciudad de Huesca y algunas localidades cercanas. (…) Habla de violencia que genera violencia, de gente inocente incapaz de escapar a su destino, de un tiempo y un lugar en los que los instintos y las pasiones más viles no encuentran obstáculos para imponer su ley…”

Antes de continuar, con el libro propiamente dicho, me asalta una duda o una preocupación en relación con el autor, bregado ya en la investigación y esclarecimiento de tantas salvajadas perpetradas en aquel “Tiempo destruido”: ¿Qué tipo de protección emocional ha encontrado Víctor para soportar tanto dolor, al margen de su deseo de restablecer el honor y la memoria de quienes fueron vilmente atropellados, negándoseles el tiempo natural de vida? Porque los que leemos sus libros, centrados en la barbarie desatada durante y con posterioridad al levantamiento militar y a la Guerra Civil, sentimos en nuestro interior el escarnio, la vergüenza, el dolor, la humillación, la injusticia manifiesta de quienes fueron víctimas de lo contrario: de la chulería, del odio exacerbado, del poder momentáneo, de la arbitrariedad, del salvajismo extremo de sus verdugos y del dolor, la desolación, la miseria, las agresiones y amenazas etc. de los familiares de quienes, como se ha señalado, fueron víctimas. Sentimos esos atropellos y nos removemos en la silla y llegamos a hablar en voz baja o a pensar en silencio, preguntándonos cómo fue posible tanto odio desatado, tanta perversión, tanto pillaje y, aún más; ¿podría volver a pasar algo semejante, y vernos envueltos en una catástrofe inhumana parecida?

Siete bloques o capítulos tiene este libro. En “Huesca, verano de 1936”, el autor relata los acontecimientos que se suceden en la capital de la provincia desde el mismo día de la sublevación y contextualiza el territorio y la ideología de las huestes fascistas y falangistas que ya venían ocupando espacios y realizando amedrentamientos previos. La capital es tomada desde el primer momento por fuerzas sublevadas y la represión brutal y sin contemplaciones, es automática. “Valiosísimos servicios prestados por falangista y colaboradores de los militares sublevados”. “No hubo compasión ni piedad: solo persecución y muerte”. “En el bar Flor festejan los asesinos las ejecuciones nocturnas y el horror de las víctimas”. “En medio de la barbarie, el Ayuntamiento acuerda reponer los crucifijos en las escuelas”… son los títulos elocuentes de algunos apartados. Las tapias del cementerio de Huesca recibían cada día la visita de unas cuantas víctimas que serían fusiladas sin contemplaciones y de pelotones de asesinos que disparaban a boca jarro y daban un tiro de gracia en la nuca, si hacía falta…Era tal el ensañamiento que alguno de los apresados  fue fusilado dos veces, porque acabó herido tras el primer intento y aún se levantó y llegó hasta la ciudad confuso y malherido. Allí fue descubierto, lo montaron de nuevo en un vehículo, lo llevaron a cementerio y lo fusilaron de nuevo y definitivamente. Especialmente salvaje fue el día 23 de agosto de 1936, en el que los asesinos se emplearon a fondo y terminaron con la vida de un centenar de personas de todas edades y condición, en represalia por el bombardeo que sufrió por la mañana la capital por parte de la aviación republicana. Leer el nombre de uno de los “camisa vieja”, como uno de los más despiadados instigadores y asesino y recordar que me dio clase de “Prácticas de enseñanza”, en la Normal de Huesca en los años setenta, me ha producido un sentimiento inexplicable de asco y repulsión; entre otras cosas porque los alumnos no sabíamos nada de ello, pero seguro que sí lo sabían mucha de “la gente buena de Huesca” y allí seguía ostentando cargos públicos e impartiendo docencia (porque la decencia no la conoció nunca). Los asesinatos de Ramón Acín, de Conchita Monrás se completan paradójicamente, con el saqueo de su casa, de sus obras artísticas, de todo tipo de objetos… Asesinaban al artista, pero se quedaban con su obra… Nivel alto de perversión. Nombres de hombres y mujeres asesinados y también los de los asesinos, para poder maldecirlos eternamente.

Los otros seis capítulos llevan por título:

-       Los músicos de Santolaria.

-       Conjuración para matar a un cura.

-       Crónica de un linchamiento.

-       El médico de la Roja y Negra.

-       El crimen del Barrio Espada.

-       El último tren de Florentino Naves

El autor no se limita a centrar la investigación y el relato en la persona o personas concretas a las que se refiere el capítulo, sino que abre el abanico y va citando a todas las personas y personajes que tuvieron algo que ver, estuvieron relacionados, fueron instigadores o víctimas paralelas. Muchas de las víctimas, lo fueron porque pensaron que ellos no habían hecho nada y, por tanto no les podía pasar nada. Lo cierto es que acabó pasándoles cosas, incluido su asesinato sumario. Llaman la atención, en todos los capítulos, la minuciosidad de las acusaciones que los elementos afectos a los sublevados aportan para condenar a los detenidos (eso cuando los llevan a juicio), porque la mayor parte de las veces, se les fusila sin ninguna explicación. Quiero decir que había alguien en cada pueblo: una o varias personas que convirtieron sucesos lejanos en el tiempo, de poca importancia, una discusión, una negativa, un pequeño enfrentamiento, una opinión…, en cargos graves que condenaban al detenido… En muchos casos, la acusación final era de “auxilio a la rebelión”; es decir, los “rebelados”, los sublevados acusaban de auxilio a la rebelión, precisamente a los que no se habían rebelado… ¡El mundo al revés!

Los relatos de Víctor son espeluznantes, desmenuzando la vida y las peripecias de la gente humilde de los pueblos, donde se produjeron asaltos, detenciones, robos, apropiaciones de haciendas, despojo de bienes… En muchas ocasiones, las historias hablan de familias y personas que vivían con un enorme trabajo y un esfuerzo continuado, con extrema precariedad, que habían visto en la llegada de la República una ocasión de mejorar algo sus condiciones de vida y que, en pocos años, las cosas se torcieron y acabaron sumidos en un tiempo de una violencia inusitada, desproporcionada y arbitraria, que los dejó sin presente, sin futuro, sin vida y dejó a sus familiares igualmente desolados y con un dolor interno e intenso que debieron esconder para que la destrucción irracional no se los llevara también a ellos por delante.

Militares, falangistas, requetés, guardias civiles, curas y obispos y otros grupos, bien protegidos y sin miedo a que les pasase nada, se arrogaron el derecho de limpiar de “rojos” el territorio, bendecidos por la iglesia y a mayor gloria de dios y del caudillo. Sembraron el país de miedo, de terror, con una impunidad detestable. Y se aplicaron a ello, con determinación y celebraron con risas y copas, en muchas ocasiones, las jornadas en las que habían dado caza a uno o varios y los habían despachado para siempre: hombres y mujeres privados de sueños, de aliento y de vida, escarnecidos, insultados, menospreciados, “paseados” y desaparecidos.

Me resulta difícil incorporar más información a este resumen. Este libro no se puede resumir; hay que leerlo, porque cada línea es importante. Y yo, desde luego, no he disfrutado leyéndolo, porque eso es imposible; pero me he sentido bien haciéndolo porque es como si sintiera que les debía ese homenaje de la lectura a quienes fueron privados de su tiempo natural de vida; que era necesario conocer su pensamiento, sus acciones, sus aspiraciones, la fatalidad que se interpuso entre su vida y los asesinos…

Aquí dejo estos comentarios sentidos y no sé si afortunados, por si alguien se quiere animar a leer estas crónicas de un “Tiempo destruido”, dando las gracias a Víctor Pardo Lancina por el enorme esfuerzo que seguro le supuso investigar las vidas de todos los protagonistas, para poder escribir este libro.

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