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La naturaleza nos manda avisos serios cada poco tiempo...

Un volcán entra en erupción y colapsa las comunicaciones aéreas o sepulta una amplia zona geográfica con cenizas, arruinando cosechas y, en ocasiones, sepultando alguna localidad entera y a algunos de sus habitantes. Un huracán o un tornado levantan tejados, arrasan viviendas y se cobran algunas vidas... Un terremoto acaba con la existencia de miles de personas y con el futuro de otras tantas, destruyendo edificios, poblados enteros, vías de comunicación y hasta paisajes... Un tsunami barre los terrenos próximos a la costa o pasa por encima de islas enteras y provoca la muerte de miles o de decenas de miles de personas. Una lluvia torrencial e inesperada provoca inundaciones, con pérdida  de vidas humanas y de bienes materiales, desprendimientos de laderas de montañas y rotura de vías de comunicación. Un incendio (vamos a suponer, no provocado) destruye en pocas horas montes enteros, tendidos eléctricos, casas y deja un paisaje desolador que tardará decenas de años en lograr una mínima recuperación... Y seguiríamos nombrando otros fenómenos naturales como los rayos, el pedrisco, la nieve, el mar embravecido con olas gigantescas, un vendaval de viento... Todos ellos, con alto poder destructivo, castigando con frecuencia instalaciones, cosechas; inutilizando vías de comunicación y poniendo en serios aprietos la vida humana... Y todo lo anterior, este tipo denominado “humano”, descendiente directo de un primate, lo sabe desde hace mucho tiempo. Vivimos en un planeta maravilloso; ¡el mejor planeta posible!

Deberíamos compartir el espacio y los recursos disponibles con el resto de los seres humanos que pueblan o habitan este globo terráqueo que flota o gravita en la inmensidad del universo. Pero, en lugar de canalizar toda la inteligencia, la voluntad y la energía de que disponemos, en buscar y construir sociedades respetuosas, cooperadoras, igualitarias... se ha pasado miles de años codiciando lo que no tiene, comerciando con lo que tiene, poniendo vallas y muros para evitar encuentros y mezclas, provocando sangrientos encontronazos y desarrollando una tecnología perversa para acabar con la vida de sus semejantes: las armas... Desde el palo prehistórico a los drones bombarderos; desde el hacha de sílex al fusil ametrallador; desde el frío cuchillo a las minas antipersonales; desde la horca hasta el caza bombardero... Instrumentos y estrategias para segar vidas o para arruinarlas para siempre.

La naturaleza quiere decirnos, en realidad, que no es necesario que le ayudemos a aniquilar vidas humanas, ni a derribar edificios, ni a destruir ciudades o carreteras, fábricas, almacenes, aeropuertos... Que de eso ya se encarga ella, de vez en cuando, con total y probada eficacia (aunque  hay que decir que también la tiene tomada con los más pobres, pues a estos es a quienes se les cae la casa en un terremoto, se la derrumba un huracán, la arrastra una inundación o la hace desaparecer un txunami, por citar algunos ejemplos). Asistimos consternados a matanzas inexplicables, motivadas por una crueldad sin límites; las más de las veces, orientadas por intransigentes religiones que creen que su dios es más poderoso que el de los vecinos y no encuentran mejor manera de honrarlo que cortando cabezas, derramando sangre, exterminando personas... Las religiones, que se supone que encauzan la espiritualidad de las personas y les ofrecen un más allá para vivir en el más aquí de manera más trascendente, siembran también –en muchas ocasiones- entre sus adeptos, un odio irracional hacia otros grupos que practican otros ritos y organizan persecuciones, matanzas y todas las agresiones que se puedan imaginar en estas situaciones... Las guerras de religión han sido inspiradoras de algunas de las peores tragedias de la historia. Hoy día, recibimos con un impacto considerable, noticias provenientes de distintas partes del mundo en las que, en nombre de dioses crueles, los seres inhumanos, asesinan, decapitan, violan, destruyen vidas y haciendas; sitúan ese infierno temido aquí en la tierra...

Los volcanes, terremotos, huracanes, txunamis, vendavales, tornados, incendios, lluvias torrenciales, rayos... están suficientemente presentes entre nosotros, tienes suficiente fuerza y, en la mayor parte de los casos, un alto poder destructivo, -totalmente imparable-. No hace falta que colaboremos un minuto más en esa acción destructiva. Esos fenómenos naturales, causantes de catástrofes tremendas cuando despliegan su potencial energético, casi ilimitado, si pudieran hablar, expresarían su sorpresa por haber encontrado en  muchos primates, supuestamente evolucionados, colaboradores destructivos con una alegría inusitada y, seguro que acabarían pidiendo perdón por manifestar, intermitentemente, su fuerza, sin poderlo evitar y causando tanto dolor...

Vivimos en un mundo donde abundan las manifestaciones duales: + y -; yin y yan; blanco y negro; bueno y malo; arriba y abajo; benefactor y cruel...; con las escalas de grises correspondientes. Y a esos batallones de seres salvajes, que desprecian la vida de los demás, capaces de las más horrendas crueldades, enrolados en ejércitos o milicias varias, se oponen otros batallones de personas respetuosas con la vida, que ayudan a que esta sea más agradable, centrando sus esfuerzos especialmente en las personas o grupos más desfavorecidos... Personas agrupadas en distintas organizaciones humanitarias que hacen de la cooperación, de la ayuda y de la protección de los semejantes más débiles o más indefensos, su razón de ser y se vuelcan en mejorar sus condiciones de vida...

Las fuerzas naturales se seguirán manifestando de vez en cuando, mostrando un poder destructivo y regenerador, extraordinarios. A los llamados seres humanos, nos correspondería estudiarlas y protegernos de ellas y abandonar progresivamente esa bárbara colaboración desinteresada en completar episodios de destrucción de la vida, de las ciudades, de los pueblos, de campos y cosechas, derivada del uso de armamento sofisticado, de un exacerbado deseo de poder, de dinero, de riquezas en general, sin la menor empatía con los semejantes.

No quería terminar esta reflexión, sin ofrecer un pequeño documento que me dejó muy impresionado cuando lo vi por primera vez. Es el abrazo de un chimpancé con su cuidadora-salvadora, un minuto antes de ser liberado. En ocasiones, los animales nos dan profundas lecciones humanas. Deberíamos aprender de ellos mucho más...

Esta chimpancé fue rescatada en el Congo por el Instituto Jane Goodall en muy malas condiciones, huérfana después de que unos cazadores furtivos mataran a su madre...” Clicando en el enlace, podrás ver este vídeo:

http://www.huffingtonpost.es/2013/12/14/abrazo-chimpance_n_4445245.html

Y algunos enlaces con catástrofes naturales y otras, innecesarias y artificiales:

.. Terremoto de Nepal

.. http://elpais.com/tag/terremoto_nepal_2015/a/

..http://internacional.elpais.com/internacional/2015/04/23/actualidad/1429743995_

487214.html

.. Txunami en Japón: https://www.youtube.com/watch?v=qvzS2iBxG4U

.. Imágenes de tornados

.. Bombardeos en Gaza

.. http://elpais.com/tag/incendios_forestales_provocados/a/

.. Matanzas de hutus y tutsis en Ruanda

.. http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_de_Srebrenica

.. http://www.20minutos.es/noticia/1780642/0/vaticano/wikileaks/matanzas-pinochet/

.. http://www.genocidioarmenio.org/preguntas-frecuentes/

.. http://www.enlacejudio.com/2014/11/13/20-fotos-cambiaran-poco-la-perspectiva-sobre-el-holocausto/

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