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LIBROS QUE AFLORAN POR AZAR

Cada vez que subo a Labuerda, después de una temporada sin hacerlo, me encuentro una acumulación importante de correspondencia: algunas cartas; invitaciones a algunas jornadas, charlas, presentaciones de libros, etc.; muchas revistas y unos cuantos libros. Una parte de los mismos, me llegan como intercambio con la revista El Gurrión y otros por mi condición de bibliotecario voluntario y a distancia de Labuerda. Aunque me resulta imposible leerlo todo, sigo siempre el mismo ritual: abro los sobres, selecciono lo recibido, tiro a la caja del papel reciclado algunos elementos y me dispongo a hojear y leer entre líneas lo demás. A veces, el azar pone ante mis ojos textos que me llaman la atención o que están relacionados de alguna manera, aún formando parte de publicaciones que no tienen nada que ver, entre sí. En esta ocasión, en esa lectura rápida, leo dos descubrimientos bien diferentes de “acumulación de libros”, inesperadamente encontrados.

 En el primer caso, se trata de un hallazgo sorprendente y relevante, tanto histórica como literariamente considerado. Un hallazgo que produce alegría al leerlo, porque es un singular patrimonio cultural el que aflora tras muchos años escondido, sin que nadie tuviera conocimiento del mismo. Debo decir que dicho descubrimiento se produjo en 1884, hace ya casi 130 años, y que quienes primero lo vieron, no le concedieron ningún valor, hasta el punto de dejarlo en plena calle, mezclado con otros escombros.

 En el segundo caso –reciente y muy actual-, el hallazgo produce tristeza y desánimo, ya que pone de manifiesto una política cultural de publicaciones, de dudosa utilidad. Hace ya mucho tiempo que se reciben en las bibliotecas municipales donaciones institucionales de libros. En muchos casos, uno no entiende que se hayan realizado ediciones tan costosas (a juzgar por el número de páginas, las dimensiones del libro y su encuadernación) sobre asuntos que no parece que puedan interesar a mucha gente. No es raro que sean libros de venta difícil, ¿es adecuado que en esos casos, las administraciones públicas costeen su edición? Cuando lean la segunda cita de este texto, lo entenderán…

 Primera cita

 “Cuadernos” nº 36 de CEHIMO (Centro de Estudios de Monzón y Cinca Medio). En la página 173 está la “portada” que anuncia una colaboración de Fernando Burillo Albacete, titulada “Las coplas del Alhichante de Puey Monçón. (Peregrinación a la Meca de un mudéjar aragonés)”:

 “En el verano del año 1884, mientras se realizaban ciertas obras de acondicionamiento en un viejo caserón del pueblo zaragozano de Almonacid de la Sierra, cedió un muro de la cocina dejando al descubierto un cubículo atestado de libros y manuscritos de escritura árabe y apariencia muy antigua. Se encontraban todos ellos primorosamente envueltos en tela lino y atados con piedras de sal para protegerlos de la humedad. Sin concederles mayor importancia, y junto al resto de los escombros, el amasijo de papeles fue arrojado a la calle, donde al parecer permanecieron unos dos días. Desconocemos las pérdidas que esta actuación pudo ocasionar, pero seguramente fueron importantes.

 Habiendo tenido noticia del hallazgo se interesó por ellos el sacerdote de las Escuelas Pías P. Fierro, quien, después de haber realizado una pequeña inspección “in situ”, lo puso en conocimiento del decano de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, Don Pablo Gil. Ambos decidieron comprar al dueño de la casa los documentos encontrados para posteriormente repartírselos, como así hicieron. Dado que ninguno de los dos tenía en ese momento suficientes conocimientos de lengua arábiga, se pusieron en contacto con el profesor Francisco Codera, catedrático de lengua y literatura, experto en temas orientales, quien en ese mismo año leyó un informe ante la real Academia de la Historia, presentando y haciendo una valoración de urgencia del hallazgo.

 La primera conclusión a la que llegó es que no se trataba de la biblioteca de un particular sino del taller de un librero morisco, por cuanto, además de ciento cuarenta libros y documentos, algunos muy mutilados, aparecieron un buen número de útiles apropiados para la encuadernación –prensa, cuchilla, , alisadores, hierros para las molduras de pasta, etc.-. Dicho librero debió proceder a esconderlos al finalizar la primera década del siglo XVII, cuando tuvo noticia de que se iba a producir la expulsión de toda la población morisca de la Corona, particularmente abundante en aquella vega del río Jalón, con la esperanza de preservarlos hasta el momento del regreso que, de forma un tanto ingenua, esperaba pronto…

 Segunda cita

 En la página 97 del número 2 (Primer semestre de 2012) de la revista EXPRESIÓN CULTURAL, editada por la Asociación ARAGONEX, escribe un artículo, el periodista y escritor Juan Domínguez Lasierra, con el título: El iceberg del “cementerio de libros”, en el que podemos leer:

 “… Pero se nos plantea un caso concreto, muy concreto, muy doméstico si quieren, pero que como la punta de un iceberg, tiene trascendencia varia y universal. En un almacén de la Diputación General de Aragón se han encontrado cuatrocientos mil libros y folletos editados por el gobierno aragonés, depositados allí para vivir su particular limbo por los siglos de los siglos. Un cementerio de libros, nacidos ya muertos, o destinados ya a morir, a almacenarse “sine die” desde su mismo nacimiento. ¿Cómo llamar a este descubrimiento, surgido con un cambio de Gobierno en la institución aragonesa, en ese “levantar las alfombras” que suele suceder cuando el color político de las autoridades cambia? Pues de infinitas maneras, desde descontrol a despilfarro, de imprevisión a desmadre, desgobierno en definitiva.

El caso del “cementerio de libros” obliga a reflexionar obviamente sobre la gestión cultural de las instituciones políticas, empezando por una pregunta clave: ¿Deben las administraciones públicas ocuparse del desarrollo cultural de un país? (…)

¿Publicar libros sin ton ni son, por un afán de presumir de “culturales”, para luego almacenarlos, condenarlos a la inexistencia, tiene algún sentido? Pues no, es una aberración. Una aberración que nos obliga a preguntarnos con qué criterios políticos debe la Administración apoyar las creaciones culturales, cuál es su papel en el necesario y justo apoyo a ese bien social de la Cultura”.

 El azar en este caso, nos ha proporcionado dos testimonios que, aunque tengan al libro como protagonista, ofrecen dos perfiles bien diferentes de su importancia y de su gestión. Aquí lo dejo como lectura y reflexión.

2 comentarios

Mariano -

Un abrazo, Silvia:
Proyectos editoriales institucionales, caros y sin política de distribución, tiene como resultado el almacenamiento. Un gasto, las más de las veces, inútil del todo. Un ejemplo más de la dilapidación de fondos públicos que tanto se practica en tantos países, con alegría inconsciente y con enorme irresponsabilidad.
¡Mundo de contrastes! Aquí caminamos por una primavera meteorológicamente rara, como siempre: sol, calor, viento, frío, nubes, lluvia… ¡Y todo eso, en un mismo día!

Silvia Luz -

Hola Mariano!
Qué fascinante la primera historia, lo que no me quedó claro es si ese material está ahora en algún sitio. En cuanto a la segunda cita, creo que ya no voy a ver nada nuevo bajo el sol en materia de administraciones. Acá hemos visto pilas de libros amontonados en las oficinas y nadie los reparte a los alumnos o a las escuelas y seguro que pagaron una suma "inflada" por ellos.
Espero que este último tirón de clases sea aliviado para vos, nosotros empezando un otoño hermoso. Abrazos