Se ha muerto Labordeta con 75 años cumplidos. Precisamente en el año 75 actuó por primera vez en Labuerda y dejó un recuerdo inolvidable. Hay números que se repiten misteriosamente, uniendo acontecimientos o destinos…
Finalicé la lectura de su último libro: “Regular, gracias a dios” el pasado jueves y pensé en escribirle a José Antonio para darle ánimos nuevamente y comentarle algunas impresiones del libro. La anterior carta se la envié el día 9 de septiembre para felicitarle por la entrega de la Cruz de Alfonso X el Sabio. En el último momento, pensé en que era mejor dejar pasar unos días más, hasta el inicio de esta semana para cumplir con esa intención. Ahora lamento haber dejado sin hacer algo que pensé realizar, aunque tal como se han desarrollado los acontecimientos, no creo que la hubiera podido leer; tampoco sé si pudo leer la anterior… ¡Joder, la vida siempre acaba mal!
Hoy lunes, 20 de septiembre, me encuentro notablemente afectado con este suceso. De hecho, siento como una congestión interna, como algo que no acabo de digerir, que me intranquiliza y desasosiega; una tensión que lleva mi cabeza por derroteros que me impiden pensar en otra cosa… Estoy tratando de liberarme de todo ello escribiendo; una terapia que suele funcionar, pues ayuda a sacar del interior aquello que nos preocupa o intranquiliza; en este caso, la desolación de la pérdida.
Se ha muerto Labordeta y nos hemos quedado sin un referente moral; eso que no resulta fácil explicar pero que se torna tan necesario cuando las cosas se tuercen, cuando los desmanes cometidos por tanta gente a quien le extirparon los escrúpulos inundan nuestra vida y la salpican con la mierda viscosa de la mentira, de la prepotencia o de la intolerancia. Cuando se te muere alguien así (como cuando se te muere el padre o la madre que te trajeron a la vida y te cuidaron en la infancia) vives con un sentimiento de orfandad, de desvalimiento, que sólo el tiempo logra mitigar y convertir en energía positiva… Ahí están sus libros y sus canciones, las palabras necesarias que recomponen, que orientan, que gritan, que defienden, que acompañan… Ayer pasé la tarde escuchando canciones suyas y ahora mismo no dejan de sonar en la habitación donde trabajo: “He posado mis manos en tus hombros, igual que el viento sobre el mar…” y esa voz recia y modulada a la vez, que suena a mi espalda, desgranando las doce canciones que se incluyen en el CD “Canciones de amor” me emociona una vez más y me ofrece el registro intimista de un cantautor que con sus “poemas-canciones” recorrió y recogió los más variados sentimientos.
Se ha muerto Labordeta y se agolpan en mi memoria algunos recuerdos de las actuaciones en las que fui espectador. Desde luego, inolvidable la primera, en Labuerda, el 19 de agosto de 1975. Aún no había muerto el dictador y mi amigo José María Pardina, que tan joven nos dejó en la más incomprensible orfandad, tuvo la clarividente idea de que debíamos organizar un recital de canción con José Antonio Labordeta. Yo tenía 20 años cuando hicimos la solicitud al Gobierno Civil de Huesca para pedir la correspondiente autorización. Como puede verse en el número 60 de El Gurrión, el documento lo firmamos los dos y necesitamos la intervención de Sebastián Calvo para arrancar el permiso oficial que abundaba en advertencias y prohibía dos canciones de toda la lista que tuvimos que mandar para ser visadas y autorizadas o denegadas… Creo que hay muchas personas en Sobrarbe que recuerdan aquellos recitales de Labuerda como un hito memorable; ni el paso del tiempo ha conseguido diluir aquellos recuerdos. No en vano, sólo entre el 75 y el 79 pasaron por Labuerda: tres veces Labordeta, dos veces Carbonell y una La Bullonera… Algo bastante insólito para un pueblo tan pequeño. Unos días después de esa primera actuación de José Antonio, subimos a la Peña Montañesa con José Mari Pardina, Antonio Blan, Enrique Campo, Jacques (el francés) y Lorenzo Buil y henchidos de alegría escribimos en el libro de visitas con amplitud y profusión haciendo referencia a aquel recital que había llenado la Plaza de Labuerda de gentes cargadas de emoción y de esperanza y cantamos en la cima, como cantamos tantas veces en cenas y encuentros nocturnos un amplio repertorio de nuestros emblemáticos cantautores… José Mari y Enrique, los dos Pardinas, los dos desaparecidos también en la nebulosa del tiempo amarillo y antes de tiempo y para quienes Labordeta tuvo palabras de recuerdo que se publicaron en su momento en El Gurrión.
Se ha muerto Labordeta y sigue siendo actual el inicio de otra de sus múltiples canciones: “Quisiera con tus manos hacer una muralla y detener el tiempo brutal que nos atrapa…” y sigue estando vigente esta otra declaración: “El amor es el silencio, la palabra guardada en el pecho… A tu corazón y el mío se lo pueden preguntar…” Y todavía podemos encontrar suficientes motivos para desempolvar notas y estrofas como aquella que dice: “Canta compañero, canta, que aquí hay mucho que cantar: este silencio de hierro ya no se puede aguantar”. Y aún podemos recordar la crueldad del régimen de Chile (y la crueldad extrema de todas las dictaduras) personificada en el asesinato de Víctor Jara: “Pienso en tu muerte sucia, batido por los golpes, los gritos y las balas…” Y sigue siendo necesario cantar de vez en cuando las estrofas de ese himno que ya es universal, patrimonio colectivo, y que encierra una utópica reivindicación: “…También será posible que esa hermosa mañana ni tú, ni yo, ni el otro la lleguemos a ver, pero habrá que forzarla para que pueda ser…” Porque no debemos olvidar, compañeros: “Qué larga ha sido la noche y el alba que tanto tarda. Salid al camino, hermanos, que no amanece por nada…” O recordar las razonables razones del “nonato”: “Dijo que no… Y se quedó detenido en la tripa de su madre, mirando por el ombligo todo lo que ya se sabe: que si el político miente, que si el militar conspira y el ladrón paga las culpas para que haya policía…” No faltan las letras a medio camino entre reivindicativas y festivas, con su personal sentido del humor: “Para Santa Orosia creo que este verano irá bien…” o aquella tan popular de “Arremójate la tripa que ya llega la calor que luego, en el mes de agosto, no suelta el agua ni Dios…” y sus enigmáticas Crónicas de Paletonia: “A orillas del Paletón la Zaralonia levantan y urbanizando la huerta al zaralonio contratan…” o los emocionados versos dedicados a su inseparable compañera Juana: “…Eran días de tedio y cine malo, días de soledad sólo salvados por la ilusión de estar siempre a tu lado, pequeña isla de paz en un mundo asustado…” Son éstos unos breves apuntes, una mínima muestra de las múltiples citas y mensajes que encierran los poemas cantados, las canciones que Labordeta popularizó a través de innumerables recitales y de todos sus discos (ahora CDs); una obra que resume un amplio catálogo de inquietudes compartidas por muchas personas en la segunda mitad del siglo XX, cuando este país iniciaba una nueva senda y quienes vivíamos ese tiempo confiábamos que sería un tiempo nuevo, una oportunidad de cambiar definitivamente todo lo malo que había a nuestro alrededor… ¡Vana ilusión, claro, para un esfuerzo tan generoso!
Se ha muerto Labordeta, en vísperas de un nuevo otoño; ese tiempo amarillo de tardes breves y soles apaciguados; un tiempo que invita necesariamente a la nostalgia, que nos sume poco a poco en el temible invierno, azote de muchos de los pequeños pueblos y aldeas de los montes de Aragón en aquella sangría constante que fue la emigración y el despoblamiento. Y para este otoño-invierno que se anuncia, nos va a faltar esa fuente de calor que proporcionaba la existencia de quien fue un ejemplo de compromiso, de autoridad moral, de dignidad y defendió esos y otros valores a golpe de voz y de verso, pero también mandando a la mierda a algunos representantes de la derecha cavernícola; esos que gozaron de tantas prebendas y que nunca soportaron del todo que las gentes que proceden de otros estratos sociales nada privilegiados, alcen su voz en las instituciones democráticas (en las que ellos no creen o creen poco) y tengan la oportunidad de defender la esperanza y la vida de quienes viven con notables e inaceptables carencias… Y esa cuadrilla, al carecer de argumentos y de educación, menosprecian e insultan a quienes están y estarán siempre muy por encima de ellos. Hay una imagen maravillosa de la diferencia entre quienes tienen autoridad moral y quienes ejercen, careciendo de ella: Labordeta lee un poema en pleno debate sobre la guerra de Irak en la tribuna del Congreso de los Diputados, con voz recia y decidida; la cámara recoge su intervención y, en un barrido, se ve la cara retorcida y despreciativa de aquel infausto presidente que quiere minimizar su actuación. Hay gestos que consagran y otros que condenan. Yo aprecié allí esa notable y abismal diferencia entre el humanismo solidario y el autoritarismo retrógrado.
Se ha muerto Labordeta, pero nos quedamos con múltiples recuerdos de cuando estaba vivo. El 5 de junio de 2009, tuvo lugar una cena-homenaje a José Antonio en Murillo de Tou, organizada por el Ayuntamiento de L´Aínsa (ver las páginas 18 y 19 del número 116 de El Gurrión). Allí estuvimos unas setenta personas, acompañándolo: Eloy, Gonzalo, Ánchel, José Miguel, Severino…) Después de la cena, los discursos y las canciones de La Ronda de Boltaña, José Antonio no tuvo más remedio que coger la guitarra y entonar (con la ayuda de los presentes) la Albada o el Canto a la Libertad. Fue la última vez que pudimos hablar un rato, sobre todo al final de la cena, cuando le llevé un ejemplar del número 60 de El Gurrión y estuvimos leyendo y recordando (ayudados de los documentos allí publicados) lo que costaba organizar un recital de canción aragonesa en 1975, en cuanto a trámites y riesgos... Fue la noche que me confesó “te aseguro, Mariano que El Gurrión es ya una de las pocas revistas que leo y que guardo”, pues la recibía en su domicilio puntualmente. Esa noche le transmití la sugerencia de mi hija Ana de que en Labuerda nos gustaría poder oírlo cantar otra vez. Le expliqué la organización de la cena popular y que podría ser esa noche la que nos cantara unas canciones. Le pareció la idea muy bien y se entusiasmó de tal manera que se comprometió a cantar en las fiestas de 2009; año en el que ya estaba contratada la actuación de la Orquestina del Fabirol. Hablamos con Roberto (jefe de la Orquestina) que también estaba en el acto y todo quedó ya ultimado. Yo le insistí en que podía pensarlo con más tiempo y que, de todos modos, no haríamos pública su actuación (previendo alguna posible contingencia de salud). La semana antes de comenzar las fiestas, comunicó que había tenido que dejar Villanúa (desde donde pensaba trasladarse a Labuerda) y regresar a Zaragoza pues su salud se hallaba de nuevo delicada y ahí se frustró la posibilidad de una nueva actuación de Labordeta, en Labuerda. Otro recuerdo entrañable, anterior a éste, del 29 de mayo de 2007, fue el viaje que hicimos con Mercè a Madrid para recoger el Primer Premio Nacional de Bibliotecas Escolares. Ese día, por la tarde estuvimos en el Congreso de los Diputados y, gracias a las gestiones de los diputados José María Becana y Tere Villagrasa, asistimos a una sesión y luego bajamos a saludar y charlar un rato con el amigo Labordeta, mezclados por allí con diputados y diputadas que solíamos ver en la TV. Por aquellos días, Raúl Usón nos había comunicado que compartiríamos horario de firmas de libros en la caseta de Xordica de la Feria del Libro de Zaragoza, y yo bromeaba con él ofreciéndome a firmar también los suyos (en su nombre, claro) para no aburrirme... Y así nos echamos unas risas. A primeros de este mes de septiembre, recibí una nueva carta de mi amigo Julián Olivera, fechada el 31 de agosto, en la que me decía: “Hace dos días he hablado con Labordeta y me recordaba su estancia en Labuerda, del que su apellido parece un gentilicio; acabo de mandar a Labordeta unos papeles que ya te envié a ti…” Siempre que hablabas con él mostraba un sincero agradecimiento “por haberme llevado a cantar en tiempos difíciles a un pueblo como Labuerda”.
Se ha muerto Labordeta, pero esta tarde de septiembre (el mes en el que murieron Allende y Neruda), escuchando sus canciones, mientras repiquetea la lluvia en los tejados y todo tiene ya un sabor a cambio estacional, Labordeta sigue vivo a mi lado y pienso reunirme frecuentemente (como he hecho siempre) con su voz para que me refresque con sus palabras aquellos frentes de combate que no debemos abandonar, porque aunque “Somos como esos viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar…” y hacemos nuestro aquello que José Antonio convirtió en otro himno popular: “Esta albada que yo canto es una albada guerrera, que lucha porque regresen los que dejaron su tierra”, no está de más recordar que “Serenamente hablando digo hoy que hace falta valor para seguir aquí…” Gracias, José Antonio, por tu amistad y por tu ejemplo. Aquí va este recuerdo personal, como pequeño homenaje a tu memoria.
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