El día 12 de octubre, a primera hora de la tarde, llegamos a San Sebastián. Habíamos estado unas horas en la ciudad hacía seis años. Entonces, subimos directamente desde Pamplona y nos encontramos que estaba celebrándose el conocido Festival de Cine. Una de las atracciones de aquel año, sin que nosotros lo supiéramos, era la presencia en la capital donostiarra de Kevin Costner. En las pocas horas que estuvimos en la ciudad “nos lo encontramos dos veces”: una a la entrada de su hotel, el hotel Londres (los empleados del hotel María Cristina estaban de paro laboral), literalmente tomado por una buena cantidad de gente que iba en aumento a medida que se corría el rumor o la noticia de que el actor estaba al llegar. Horas más tarde, mientras paseábamos por la zona trasera del Kursaal (los dos cubos traslúcidos creados por el arquitecto Rafael Moneo), volvimos a verlo cuando salía de la rueda de prensa que había dado en el interior. Igual que la primera vez, firmó algunos autógrafos y saludó –sombreo en mano- al respetable. Guardo algunas fotos del “acontecimiento”.
Esta vez, llegamos a la ciudad días después de haber finalizado el afamado festival anual de cine. Nada más entrar en Donostia, cruzamos el río Urumea y “el coche nos llevó” a las inmediaciones del Kursaal. Comimos en un restaurante del barrio de Gros y caminamos hasta la zona del paseo y la playa. La primera sorpresa fue encontrarnos con una exposición al aire libre de esculturas de gran tamaño, del escultor Manolo Valdés: éstas recreaban personajes históricos y resultaban muy atractivas. Estaban situadas en el Paseo de la Zurriola. Eran de bronce y de gran tamaño y ese era el último día que se exhibían, al menos teóricamente, porque seguro que hizo falta más de un día para desmontarlas y trasladarlas a otro lugar. Es una exposición que ya ha visitado otras ciudades españolas. Pasamos un rato contemplándolas, tocándolas y retratándolas (en mi página de facebook hay varias fotografías que dan fe de ello). Fue un encuentro muy grato y totalmente inesperado. Después de los días nublados y lluviosos de Vizcaya, saboreamos el sol que iluminaba la Bella Easo y nos asomamos por encima del malecón que nos separaba de la playa de Zurriola, donde muchos valientes surfeaban con gusto. Tras el paseo, volvimos al coche para dirigirnos al hotel. Ahí sí vivimos una pequeña odisea hasta poder encontrarlo, pero aunque alejado del centro, la recompensa fue agradable porque era nuevo y bien equipado y porque estábamos a cinco minutos del centro con parada de autobús delante de la puerta. En dos días no íbamos a acordarnos del coche porque el transporte público nos facilitaba el acceso al centro de la ciudad; el resto corría de nuestra cuenta y de nuestras piernas.
El reencuentro con la Concha fue muy emotivo porque esa bahía es de una belleza excepcional. A la izquierda, el monte Igeldo; a la derecha, el monte Urgull y en medio la isla Santa Clara. Había nubes en el cielo, que no amenazaban lluvia pero que ofrecían generosamente colores y reflejos a la tarde. El paseo fue largo y las sensaciones profundas. No quisimos salir del perímetro de la playa para empaparnos bien de toda su belleza. Mucha gente paseando y también, a pesar de estar ya en otoño, algunas personas bañándose o caminando por la playa aprovechando las horas de marea baja. Detrás del Ayuntamiento, concentración-manifestación por el casco viejo de quienes reclaman la independencia de Euskadi, vigilados de cerca por furgones policiales. El parque que hay delante del edificio noble del Ayuntamiento (antiguo Gran Casino, en el que llegó a jugar la mismísima Mata-Hari), lleno de niños y niñas correteando, jugando con los columpios, sentados en los bancos… con sus progenitores: vida ciudadana variada y en plenitud, en definitiva.
El día 13, volvimos de nuevo a la Concha. Caminamos hasta la parte oeste de la bahía para acercarnos al Peine del Viento, la triple instalación de Eduardo Chillida, en los rompientes que, sin ser un día de mar excesivamente agitada, respondían bien a ese nombre. De vez en cuando, una sucesión de olas golpeaba violentamente contra las rocas que acogen las estructuras metálicas forjadas por Chillida y se deshacían en una masa lechosa sorprendente; a la vez, un sistema de canales subterráneos acercaban el agua del mar hasta unos orificios por los que se oía un sonoro ruido acorde con la intensidad de la ola. Es presumible que cuando el oleaje sea más contundente, por esos orificios saldrá agua directamente… El sol invitaba a quedarse un buen rato escuchando y viendo la fuerza del mar y contemplando ahora la bahía desde dentro y eso hicimos y eso hacían otras parejas: algunas posando, cual sirenas insinuantes o “majas vestidas”, para las fotos con la digital…
Con el viejo funicular ascendimos el monte Igeldo y paseamos por todos los caminos y recovecos que hay en la cima. Las vistas de las playas de Ondarreta y la Concha son excepcionales; a veces enmarcadas en pinos que crecen por la ladera del monte devienen en postales de esas que ya no se irán de la retina por mucho tiempo. Definitivamente, San Sebastián es una ciudad muy hermosa. La luminosidad del día contribuye también a verla con un color especial. En el torreón que corona el Igeldo puede contemplarse, sobre todo, una exposición de fotografías antiguas y algunos objetos de otras épocas; es un pequeño museo etnológico sobre la capital, sobre Donostia. Desde lo más alto, la vista es extraordinaria y nos resistimos a bajar. Al final, tomamos de nuevo el funicular y, en poco más de un minuto y medio, estamos de nuevo abajo. Recorremos el perímetro de la playa de Ondarreta y nos acercamos hasta las inmediaciones del Palacio de Miramar, para terminar en una terraza al aire libre, al inicio de la Concha. Allí tomamos el sol y tomamos vermut, mientras tres o cuatro gorriones merodean por las mesas, se colocan dentro de los platos picoteando migajas, suben y bajan, demostrando una vez más su perfecta adaptación al medio urbano, su viveza e “inteligencia”… En su pequeña lucha con las palomas por picotear las sobras, los gorriones ganan de largo y siempre.
La tarde nos lleva a caminar, de nuevo, hasta las inmediaciones del Kursaal y a degustar las delicias de una pastelería en la que ya estuvimos en la anterior visita a la ciudad. Luego, recorremos las calle del casco viejo, todas bien limpias, con edificios notables (como en el resto de la ciudad) y nos llama mucho la atención la Plaza de la Constitución (nos recuerda un poco a la Plaza Nueva de Bilbao); pasamos por el puerto y contemplamos a un grupo de mujeres que, con gran pericia, se afanan en coser las redes de los pescadores y terminamos en la parte este de la bahía, a los pies del monte Urgull, visitando y fotografiando la gran escultura de Jorge Oteíza “Construcción vacía”.
A las cuatro o cinco de la tarde, el sol luce esplendoroso y el calor resulta muy agradable. Hay mucha gente paseando y tomando el sol. San Sebastián tiene kilómetros de paseos ciudadanos y muchas zonas peatonales. Puedes estar todo un día entero caminando, sin pasar casi por el mismo sitio y sin salir de la ciudad (esto igual es una exageración, pero yo creo que no).
Es martes y hoy es el día que cierra el Museo Chillida-Leku, que dejaremos para otra ocasión porque esta vez el objetivo era la capital. Como también dejaremos para otra ocasión recorrer la provincia de Guipúzcoa y poder llegar hasta Deba, Zumaia, Getaria, Zarautz, Hondarribia, Irún, Hernani o Tolosa, por citar sólo algunos enclaves que, seguro, merecen ser visitados.
Cuando ya comienza a anochecer, realmente cansados de caminar, regresamos al hotel para relajarnos, leer la prensa, tomar un refresco y prepararnos para el regreso.
El día 14, miércoles, salimos con facilidad del estacionamiento del hotel y cogemos la autovía que debe llevarnos dirección Pamplona (por la zona de Leizarán) hasta la autopista que, pasando por Zaragoza, nos acercará a Fraga.
Una vez que pasamos los tramos de autovía con más tráfico y cuanto más nos alejamos del punto de partida, empezamos a ver, fugazmente, paisajes preciosos: montañas cubiertas de verde: pastos y ovejas y bosques… Luego vendrán los túneles cuya apertura redujo las distancias por esta parte de la geografía peninsular: no la más alta, pero sí muy accidentada. Dejaremos Gipuzkoa y entraremos en Nafarroa y continuarán los hermosos y verdes parajes, hasta que los relieves empiecen a tornarse más suaves, más llanos y cambien los cultivos, las coloraciones de la tierra y de los montes, la arquitectura de los pueblos…
Como al final íbamos bien de tiempo, decidimos parar en Olite, villa desconocida para nosotros, en tierras de Navarra, de la que sólo sabíamos que tenía castillo. Visitamos su mencionado emblema medieval (con la compañía de dos o tres grupos numerosos y ruidosos de chavales) y luego recorrimos sus calles reconociendo en la vetustez de sus piedras, en los arcos de las puertas, en las ventanas trabajadas, en las balconadas y aleros, etc. un pasado importante. No en vano, “el Palacio Real (el castillo, en definitiva) de Olite vivió durante la Baja Edad Media una época de esplendor que lo situó a la altura de las cortes europeas más lujosas”. Allí vivían los Reyes de Navarra. Olite cuenta con Museo del vino (que no vimos) y con afamados vinos (que sí compramos). Nos gustó la placidez de aquel pueblo en un día laborable y comentamos que fue un buen remate para finalizar esta estancia de cinco días en territorios vascos. Llegamos a Fraga a primeras horas de la tarde con la urgencia de poner lavadoras, de recomponernos y descansar. Los viajes te permiten desconectar de lo cotidiano y, en ese sentido, tienen algo de medicinales, pero son extremadamente cansados: estar fuera de casa, comer más y más fuerte, caminar más de lo habitual… y se agradece el regreso para sedimentar lo visto y vivido y volver a la rutina de la que quisimos, por unos días, alejarnos. Así somos de contradictorios.
P.D.
1.- Hablando de esculturas, en el Palacio Montcada de Fraga podemos disfrutar de una preciosa exposición de esculturas del artista Lorenzo Quinn. Interesante el vídeo donde muestra procesos creativos, reflexiones en torno a su trabajo y secuencias de la realización del mismo. Las “manos”, la “mano” son protagonistas centrales de su obra.
2.- Anoche, Ángeles Caso fue distinguida con el suculento Premio Planeta de 2009 por su libro “Contra el viento”, con la emigración como protagonista. Ángeles fue una de las autoras elegidas para leer sus libros en el Grupo de Lectura NOSOTRASLEEMOS (http://www.nosotrasleemos.bitacoras.com), hace ya un tiempo. Personalmente me alegro por ella. Me gusta cómo escribe y cómo habla.
Comentarios » Ir a formulario
Autor: Anny
Fecha: 17/10/2009 20:20.
Autor: Mariano
Fecha: 18/10/2009 11:46.
Autor: Silvialuz
Fecha: 19/10/2009 04:41.
Autor: Mariano
Fecha: 21/10/2009 11:41.
Plantilla basada en http://blogtemplates.noipo.org/
Blog creado con Blogia. Esta web utiliza cookies para adaptarse a tus preferencias y analítica web.
Blogia apoya a la Fundación Josep Carreras.