Desde que me caí de cabeza en la piscina de las bibliotecas escolares ha pasado ya mucho tiempo (y como no sé nadar, todavía ando por allí braceando para salir a flote). Uno de los lugares a los que fui invitado desde un principio (invitado a impartir charlas o a participar en cursos como ponente e incluso como tutor en cursos a distancia a través de Internet) fue la ciudad de Pamplona, de la mano de Mª Antonia del Burgo. Considero a Mª Antonia, en este tema de la biblioteca escolar, una pionera en acciones llevadas a cabo desde las administraciones educativas autonómicas; sobre todo en la edición de materiales-recursos para que el profesorado tuviese a su disposición herramientas de trabajo que facilitasen su labor bibliotecaria; acción ésta complementada con los necesarios procesos de formación del profesorado, atención a los centros, etc. que también implementaba desde su responsabilidad.
Con mucha generosidad, ya desde el principio, esos documentos (agrupados en distintas colecciones y con el nombre genérico de Blitz) pueden descargarse gratuitamente desde esta dirección: http://www.pnte.cfnavarra.es/bibliotecasescolares/blitz.html y acceder, por tanto, a una singular base de datos. Bueno, pues tuve el honor de inaugurar la serie verde de los mismos con el que titulamos “La biblioteca escolar. Un espacio para leer, escribir y aprender” (o, si lo prefieres en la versión en euskera: “Eskolako liburutegia. Irakurtzeko, idazteko eta ikasteko gune bat”); un librito de 63 páginas donde se cuentan historias prácticas y concretas de la experiencia de trabajo desarrollada en el colegio y donde se ofrecen –debidamente escaneados- un buen número de documentos de trabajo para que quien lea, vea realmente cómo pueden ser algunas cosas. Es una publicación muy reseñada en Internet en aquellos documentos bibliográficos que quieren ofrecer documentos útiles para avanzar. Siempre le he agradecido a Mª Antonia, con quien mantengo una entrañable amistad, la confianza y el impulso para realizar esta publicación que nos abrió muchas puertas y nos ha dado y nos sigue dando muchas satisfacciones. Por tanto, volver a Pamplona, donde ya he estado unas cuantas veces por motivos bibliotecarios siempre es un placer. El pasado curso ya debía de haber ido, pero una operación inoportuna me obligo a anular la visita.
El pasado jueves, 17 de septiembre, llegué a la capital de Navarra, a bordo de un Alvia (mejorando notablemente, en rapidez y comodidad, el viaje de la última vez con un TALGO algo desvencijado). El caso es que el día 16 por la noche escuché una noticia que me intranquilizó un poco; venía a decir que “un tren Alvia había descarrilado en Cortes de Navarra al atropellar a un rebaño de ovejas que habían invadido las vías”. Los pasajeros salieron ilesos, pero nada decía de la salud de las ovejas ni a cuánto ascendía el número de bajas de la cabaña ovina nacional. Pensé que esa era la línea por la que tendría que circular “mi tren” al día siguiente y que quizás estuviese cortada, pero no hubo más problema que mi preocupación.
Nada más llegar a la estación, como decía, me acerqué al hotel y salí a dar un paseo por Estafeta, Plaza del Ayuntamiento, calle Mayor, Plaza del Castillo…, reencontrándome con la ciudad que he visitado fugazmente en varias ocasiones, pero que descubrí en julio de 1975, con motivo de sus fiestas más emblemáticas.
Comí con Mª Antonia y nos pusimos al día en noticias familiares y en situación laboral personal. Luego, paseamos por la parte vieja de Pamplona, abriendo y cerrando el paraguas intermitentemente, viendo murallas, callescon sabor añejo, exteriores de la catedral y una sorprendente exposición de fotografías del fotógrafo Julio Ubiña. En el remozado Palacio del Condestable, se encontraba esta exposición sobre los viajes de Ernest Hemingway a Pamplona entre 1923 y 1959: un escritor mezclado entre la gente de toda condición, atendiendo a las personas que se acercaban a hablar con él o a pedirle algún autógrafo, sirviéndose un vaso de vino o charlando amigablemente con Antonio Ordoñez o ciudadanos anónimos; fotos frescas, naturales de un tipo genial que descubrió Pamplona al mundo. Me hizo mucha ilusión esa coincidencia porque desde que me enteré que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1954 (justo el año de mi nacimiento) le tengo un aprecio especial y releo de vez en cuando “El viejo y el mar” para celebrarlo.
Tras esa visita y alguna otra, me despedí de mi especial anfitriona y dirigí mis pasos al departamento de Educación. Lo primero que hice fue devolver el paraguas que nos había dejado el conserje y entablar conversación con él y luego acceder al lugar, al encuentro de Ana Bernal, responsable actual de las Bibliotecas Escolares de Navarra, a quien también conozco hace tiempo. Continuadora de la labor de la anterior, había organizado las II Jornadas de Bibliotecas Escolares de Navarra, con el título “Lectura y aprendizaje”. Me pidió Ana que hablase del trabajo que vengo haciendo desde hace cinco años con mi blog y también algo relacionado con las actividades que directamente conectan la biblioteca escolares con los trabajos destinados a mejorar los aprendizajes: libritos construidos con ABCdarios y otras historias parecidas. Tras la presentación muy amable que me hizo Francisco Soto, perseverante animador de bibliotecas escolares, con quien ya habíamos coincidido en otros eventos y con quien intercambiamos algunos materiales en el pasado, allí estuve una hora y media con un nutrido auditorio al que mostré, al finalizar, los materiales que había llevado –como hago siempre- para que lo que se cuenta con palabras tenga refrendo real y se convierta en objeto tangible que se pueda tocar y mirar. Así todos nos entendemos mejor. El día 16 había preparado un texto que se titulaba “Cinco años de blog” (prácticamente el post anterior publicado en este blog) y en él me basé para contar experiencia y contenidos del mismo. El profesorado asistente intervino con distintas preguntas y, creo, que el tiempo se nos hizo un poco corto para haber podido cerrar el tema con un poco más de profundidad.
Ana B. es una mujer muy entregada a esa labor coordinadora, abastecedora y dinamizadora de las bibliotecas escolares de esa comunidad autónoma. Al día siguiente, se presentó en la puerta del hotel, poco antes de que acudiera a buscarme el taxi para llevarme a la estación, con un “kit foral” de regalo, así bautizado en nuestras conversaciones telefónicas del pasado curso: todavía no me ha dado tiempo de hincarle el diente, pero todo llegará… Y es que, aunque es muy necesario el alimento espiritual (y cada cual que se lo procure según sus creencias o sus no creencias), también es definitivo el alimento del cuerpo; y para este menester, los pimientos, los espárragos, la chistorra y el pacharán… son los mejores ingredientes.
El viaje de vuelta ya fue otra cosa. Llegué a la estación de tren con suficiente antelación y allí estuve (estuvimos un centenar largo de personas) una hora y 21 minutos, por encima del horario previsto de partida del tren: lloviznaba y hacía frío en el andén. Yo particularmente estuve refugiado detrás de una máquina expendedora de refrescos para evitar el vientecillo cortante que mandaban los de “Altsasu”, que es como se dice Alsasua en euskera. Duró tanto la espera que me puse a copiar las palabras en euskera que había escritas en distintos rótulos por la estación. De ese modo me enteré que un extintor es un “suitzalgailu”, que la vía es la “trenbidea”, que una salida es una “irteera” (que suena a “irteahora” y que aún chocaba más con lo que estábamos viviendo); que el “acceso a vías”, expresión de tres palabras castellanas, se convierte en una sola: “trenbideetara”. Pamplona se llama “Iruña”; la cafetería es una “Kafetegia” y los asesos, una “Komunak”… Y es que, las esperas de los trenes permiten, entre juramento e imprecación, aprender algo de culturilla.
La fila de impacientes viajeros se formó dos veces y se disolvió otras tantas, de manera natural cada vez que los responsables comunicaban un nuevo retraso en la llegada del tren. Cuando se formó la cola definitiva sucedió que en lugar de por la vía 1, como se anunciaba, el tren iba a entrar por la vía 7, así que había que utilizar la “trenbideetara” y pasarlas por debajo. Entonces, los chicos de RENFE plegaron la mesa donde colocan el lector de billetes y los trocitos que cortan y se fueron al final de la cola para empezar por allí el control de acceso (justo donde estaba el paso subterráneo). De modo, que los primeros de la fila se quedaron los últimos y los últimos fueron los primeros. Por una vez se cumplió ante mis ojos ese consejo bíblico que nunca acabé de entender. Yo como no me había levantado del banco, lo hice entonces con parsimonia y sonriendo por la gracia.
A partir de ahí, el viaje transcurrió ya sin problemas, salvo las bruscas interrupciones de la tranquilidad, debido a los energúmenos que llaman o responden al móvil, a voz en grito, agrediendo a quienes nos vemos obligados a escuchar algo que nos importa un pimiento y no atendiendo las recomendaciones de salir a los espacio entre vagón y vagón para preservar su indecente intimidad. ¡Algo habrá que hacer con estos animales pegados a un móvil!
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Autor: Silvialuz
Fecha: 22/09/2009 04:45.
Autor: Mariano
Fecha: 22/09/2009 08:25.
Autor: edurne
Fecha: 22/09/2009 13:25.
Autor: Mariano
Fecha: 22/09/2009 16:04.
Autor: Mariano
Fecha: 22/09/2009 16:11.
Autor: Anny
Fecha: 23/09/2009 20:16.
Autor: Mariano
Fecha: 24/09/2009 12:36.
Autor: Mañana Soleada
Fecha: 30/09/2009 19:51.
Autor: Mente Despejada
Fecha: 01/10/2009 17:01.
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