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PINCELADAS FOTOGRÁFICAS

Me gusta la fotografía. Y mucho, la fotografía antigua; la que retrató un tiempo ya pasado que hoy permite ser parcialmente reconstruido contemplando esas viejas imágenes.

 

Recogí, hace ya muchos años, fotografías en algunas casas de mi pueblo: Labuerda. Las llevé a ampliar y colaboré activamente en el montaje de varias exposiciones. Fue un trabajo a medias porque faltó más tiempo o más gente para hacer una labor de investigación que llevase a identificar a todas las personas que aparecían en las fotos, lugares, años, etc. Con frecuencia, lo que hacemos de manera voluntariosa queda incompleto por la magnitud de la tarea… Aún ahora, cuando alguien me hace llegar alguna fotografía en blanco y negro, referida a mi pueblo o a la comarca  de Sobrarbe… la guardo emocionado: se trata de un instante irrepetible, único. Guardar aquella foto es disponer de una valiosa información, de un testimonio original y preciso.

 

Disfruto mucho viendo las fotos que realizaron algunos fotógrafos, etnógrafos y pirineístas… a principios del siglo XX, en los pueblos de la comarca de Sobrarbe: Lucien Briet, Julio Soler, Jean Bepmale, Ramón Violant i Simorra, Ricardo Compairé, … Su contemplación permite rehacer la vida cotidiana de un tiempo determinado y “su lectura” nos ofrece algunas claves curiosas o significativas. En Huesca, la fototeca de la Diputación Provincial constituye un archivo ingente de imágenes extremadamente valiosas. Se han publicado muchos libros reproduciendo parte de sus fondos, en una labor divulgadora y cultural que merece ser elogiada.

 

En un tiempo en el que escaseaban las cámaras de fotos, en manos sólo de profesionales o de autodidactas con nivel, las personas se retrataban muy pocas veces a lo largo de su vida; por eso aquellas viejas fotos tienen mucho valor y solían tener calidad por lo que he dicho, porque las hacían profesionales del asunto. Es evidente que la fotografía, hoy día, tiene otra valoración y que hay una casi saturación de imágenes. Es probable que el refrán que dice: “una imagen vale más que mil palabras” sea cierto en muchos casos, pero no es menos cierto que para explicar una palabra, en ocasiones, necesitaríamos cientos de imágenes.

 

Tengo delante de mí, cuando escribo este texto el libro “Las fuentes de la memoria II. Fotografía y sociedad en España, 1900-1939”, de Publio López Mondéjar. Es un libro de 29 cm X 26 cm y de 256 páginas. Es el catálogo de la exposición del mismo nombre que pude ver en el Paseo de Gracia de Barcelona en enero de 1994, organizada por el Ministerio de Cultura y la Fundación La Caixa. En realidad era la segunda parte de un ambicioso proyecto que pretendía mostrar por primera vez una historia de la fotografía española desde la invención del daguerrotipo hasta nuestros días… Mirando ahora dicho catálogo, recuerdo algunas imágenes que me impactaron o me hicieron gracia ya entonces: “Velatorio en un pueblo de Pontevedra” (hacia 1905); “Mujeres de los mineros detenidos tras la sublevación de Asturias” (1934); “Día de fiesta en el orfanato de San José de Calasanz, en Lorca” (hacia 1915); “Agrupación socialista de Villagordo del Júcar” (1920); “Tropas republicanas huyendo hacia Francia” (marzo de 1939); “Despedida de las milicias antifascistas” (28 de julio de 1936)… Los fotógrafos: Alfonso Sánchez, Martín-Echagüe, Robert Capa, Luis Escobar, Goicoechea, Gombáu, Agustín Centelles, Joaquín Pintos, etc., etc.

 

Otra de las obras publicadas recientemente fue la colección en veinte tomos titulada “La mirada del tiempo” que editó el diario El País en 2006. Subtitulada “Memoria gráfica de la historia y la sociedad españolas del siglo XX”. Cada tomo abordaba temáticamente un asunto: la guerra civil, el deporte, las fiestas populares y los toros, la España democrática, la transición, la cultura y el ocio, la inmigración interior… Instantáneas todas que retratan un siglo de nuestra historia y que son documentos irreemplazables para conocer y explicarnos muchos sucesos, muchas cosas…

 

Cuando contemplo las fotografías contenidas en el libro que habla de “La Bolsa de Bielsa”, aquella salida dramática de los combatientes republicanos y la gente civil de Sobrarbe hacia Francia, en pleno invierno y con los puertos llenos de nieve, se me hace un nudo en la garganta. O cuando el libro en cuestión está ilustrado con fotografías captadas en los distintos campos de concentración y centros de tortura que en el mundo han sido, uno se siente sobrecogido. Ahí estaba el fotógrafo para retratar las consecuencias brutales del lado más oscuro del género humano: ese que le lleva a despreciar la vida de los demás o a regodearse con su sufrimiento y tortura. Aquí la fotografía es un testimonio de denuncia de la brutalidad, de la perversión más fría y calculada; documentos en definitiva que nos llenan de vergüenza, que nos hacen percibir algo del horror que vivieron algunos congéneres y que nos mueven a la compasión… Imágenes que no deberíamos olvidar y que deberían servirnos de pedagogía contra la barbarie, contra el desprecio a la vida de los otros y  contra tantos iluminados que se han convertido en genocidas.

 

Ayer estuve visitando, en la sala del Caixa Forum de LLeida una exposición de 133 fotografías de Henri Cartier-Breson. Fotografiar era para él: “Poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo punto de mira”. Las imágenes expuestas, todas en blanco y negro, recorren los años treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX. Es un viaje por una parte de sus viajes, un recorrido por su particular manera de mirar. Cartier-Breson fundó, junto con Robert Capa y otros fotógrafos la famosa agencia Mágnum para la que fueron trabajando algunos de los fotógrafos más prestigiosos del pasado siglo. Estuve casi tres cuartos de hora recorriendo la exposición y en todo ese tiempo, solamente hubo un pequeño rato en el que coincidí con otra persona. Pude fijarme con detenimiento en las fotos que más me llamaron la atención: la de una mujer que reconoce a la informadora de la GESTAPO que la había denunciado (1945); la del muro de Berlín, tomada en 1963; la de la parte trasera de la estación de Saint-Lazare de París (1932); la serie sobre los últimos días del Guomindang, en China (de 1949)… Decía Cartier-Breson: “Para mí, la cámara es un cuaderno de esbozos, el instrumento de la intuición y de la espontaneidad, la maestra del instante que, en términos visuales, interroga y decide a la vez…”

 

Ayer, precisamente, recibí una caja de mi amigo José Luis Mur (de Labuerda aunque residente en Madrid, donde tiene, además de una colección impresionante de máquinas de fotos antiguas, miles de fotografías compradas en distintos archivos particulares y otras tantas realizadas por él) con dos anuarios de la sociedad FONAMAD (Fotógrafos de Naturaleza de Madrid) y algunas revistas de fotografía. Los anuarios, con fotografías actuales y en color, realizadas por los socios de la citada Asociación, son una auténtica preciosidad y no me canso de mirar algunas de esas imágenes que retratan animales, plantas, parajes, agua, cielo acercándonos a la belleza y a la atracción poderosa que emana de algunos elementos de la naturaleza que aún nos queda.

Y también estos días, mi amiga Anita de Jaén me está mandando por correo electrónico fotos de pájaros que hace un amigo suyo, llamado Javier y que me van dejando con la boca abierta; algunas, casi seguro, conseguidas después de muchas horas de hide, esperando el momento propicio.

 

Tantas casualidades, me han llevado a escribir un texto dedicado a la fotografía que ni pretende ni agota nada. Desde la aparición de las cámaras digitales, la explosión fotográfica ha sido espectacular. No tengo suficientes conocimientos par evaluar lo que ha supuesto todo ese cambio, pero estimo que, sobre todo, una demanda extraordinaria de todo lo relacionado con ella y, por tanto, un negocio de muchos ceros; también, claro, la posibilidad de disponer de la imagen al instante y de poderla enviar electrónicamente a cualquier sitio y a toda velocidad.

 

Como decía al principio, me gusta la fotografía y me gusta dejar constancia fotográfica de los pequeños acontecimientos laborales y personales: fotos de trabajos manuales, de excursiones y salidas, de fiestas populares, del huerto y el museo escolar, de alumnos y alumnas, de las múltiples actividades de la biblioteca, de la clase y sus visitantes; cientos y cientos de fotos, que constituyen un archivo con el que puedo rememorar y reconstruir parte de mi vida laboral atado a la tiza y al aula. En el plano personal y familiar, idem de idem: muchos álbumes, muchos archivos, a través de los que poder contar una parte de la vida: la mía, la de mi familia y la de mis amigas y amigos.

4 comentarios

Mariano -

Hola, Fina:

Este comentario que haces me recuerda que te debo un CD con una selección fotográfica que me pediste…
Desde la aparición de la cámara digital practico, en mis excursiones por el monte y en mis viajes por cualquier sitio, la observación y toma de imágenes de lo pequeño, de los detalles. NO desprecio las panorámicas, pero tengo cientos de fotos de detalles de cortezas de árboles con líquenes, de hojas, de piedras con distintas formas, de pequeños árboles, de llamadores de puertas, de inscripciones en la piedra, de símbolos diversos de cultura popular, de detalles esculpidos en puertas y ventanas, de nudos de la madera… La lista sería interminable.
Un abrazo

Fina -

Hace unas semanas una vecina me enseñaba orgullosa el album fotográfico que le había regalado a su hija por su 18 cumpleaños. A ella le encantan las fotos, en cualquier rincón de cualquier mueble de su casa hay montones de fotos de toda su familia. Pero ¿sabes?, las fotos que más me gustaron del album no fueron las típicas fotos de vacaciones, carnavales o paisajes...¡¡que va!!, las más bonitas eran las fotos que normalmente no hacemos porque son situaciones triviales a las que no damos importancia: la niña dormida en el sofá, o cosiendo, o riendo con sus hermanas...

Desde que ví aquel album, intento hacer fotos de las cosas más sencillas de nuestra vida, que al fin y al cabo, es lo que vivimos cada día.

Mariano -

Todo lo que guardamos, Alba, adquiere mucho más valor a medida que pasa el tiempo. Es cierto que las cosas guardadas ocupan espacio, pero luego apetece echarles un vistazo y recomponer tiempos pasados, ver las caras de los amigos y las amigas de la infancia o reconocer la letra que teníamos en un tiempo que empezamos a notar lejano. Si no apreciamos aquello en lo que hemos participado y aquello que hemos vivido, mal vamos...

Alba Buisán Navas -

A mí, también me gusta mucho guardar fotos, porque cuando han pasado unos años recuerdas ese lugar,... También me gusta ver imágenes de cuando mis abuelos eran pequeños,... Hoy, casualmente, he estado con mi abuela viendo fotos, y mi abuela me las iba explicando. La verdad es que antes no había tantas cámaras como ahora, y por eso tampoco tienen tantas fotos. Muchos domingos por la mañana, mi abuela me enseña fotos,...