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EL NOGAL DE LA ERA

Cuando yo era pequeño en cada era de Labuerda había un nogal, o dos. En torno a la era se levantaban los pajares e incluso las cuadras, en ocasiones. En la era se trillaba, pero también se esparcía la hierba para acabarse de secar, se almacenaba estiércol temporalmente, se descargaban maderos u otros materiales de construcción cuando había que hacer algún arreglo, era un lugar de paso para las dependencias anexas a la casa… Y siempre, presidiendo y en silencio, el nogal o los nogales que, además de dar nueces, daban y dan una amplia y fresca sombra, donde refugiarse del calor del verano en los descansos de las faenas agrícolas. La madera de nogal era y es una madera buscada y apreciada para fabricar muebles que tienen una textura y una coloración especial; no en vano, hay una tonalidad que es el color nogal…

 

En la era de mi casa había dos nogales: uno crecía impetuoso y tenía una copa inmensa, pero murió con rapidez cuando hubo que cortarle una vena bastante gruesa para ensanchar el “cubierto” próximo, y de eso ya hace más de treinta años. El otro, con mucha menor presencia entonces por estar plantado en un suelo con tierra menos favorable, sigue todavía vivo y cada año da su cosecha de nueces.

 

Este fin de semana de octubre, con las fiestas del Pilar de por medio, hemos estado pasando unos días en Labuerda y una tarde estuvimos con Mercè debajo del nogal de la era recogiendo las nueces que había dejado caer. En este tiempo de inicio del otoño, los nogales van soltando nueces… Si estás debajo, con una frecuencia que no responde a ningún parámetro matemático, oyes la caída de una nueva nuez sobre la hojarasca otoñal que ya cubre el suelo.

 

Sin poderlo evitar, me acordé de mi padre. Él decía que no había árbol más generoso que el  nogal porque sin ningún cuidado y de manera imperceptible, va creciendo y va dando su cosecha de nueces, a cambio de nada. Cuando yo era pequeño, las nueces (como las almendras, las judías blancas, etc.) se vendían casi en su totalidad para obtener algunas pesetas con las que hacer frente a algunos gastos familiares: comprar zapatos a los hijos o una anorak o hacerse un traje… Coger las nueces solía ser una faena reservada para el fin de semana, así podíamos ayudar los hijos (porque no “teníamos escuela”). Mi padre vareaba el árbol con cuidado y pericia para no dañarlo y nosotros, agachados o de rodillas por el suelo de la era, íbamos recogiendo los frutos y depositándolos en una canasta; a veces, nos hacía gracia recibir, de vez en cuando, un golpe de nuez en las costillas o en la cabeza, nuez impulsada por el golpe recibido en la rama del nogal con la vara de mi padre. Recuerdo también, al hilo de esta tarde de octubre de 2008 (y así se lo explico a Mercè) que, cuando “escoscábamos” las nueces en la cocina de la casa, por la noche al calor del fuego encendido, guardábamos unas pocas, las más pequeñas y redonditas, para un menester especial. Éstas se colocaban en el “trujar” donde se pisaban las uvas y se realizaba la fermentación del mosto. Los días anteriores a comenzar la vendimia, se lavaba y se preparaba el trujar. En la parte delantera del mismo, en el interior, había un orificio por donde saldría el vino para ser trasladado a las cubas correspondientes. Ese agujero se tapaba con sebo macerado y con las nueces que habíamos guardado. Después del proceso de fermentación, las nueces, empujadas desde el exterior con la “punchadera” retiraban también el sebo y dejaban el paso franco al vino que manaba con fuerza hacia la canal que lo conducía a la cuba. Todos los años, mientras tuvimos abundantes uvas para usar el trujar (cuando la cosecha disminuyó las pisábamos en una “pisadera” de madera) retirábamos una docena de nueces pequeñas y redondas que había que colocar con pericia en el fondo del trujar (lagar, en castellano), como ya he explicado.

 

Mi padre, hace unos años, empezó a sembrar nueces en macetas pequeñas o directamente en la huerta. Posteriormente, cuando los plantones tenían ya una altura determinada, los trasplantaba o los regalaba a personas que querían plantar un nogal en su jardín, delante de su casa, en uno de sus huertos. Es significativo que Luis, el empleado del ayuntamiento que se ocupó de acondicionar y cerrar el nicho en el que fue enterrado mi padre, no aceptara ningún pago por sus servicios; solamente, un plantón de nogal, de los que sembró mi padre, para trasplantarlo cerca de su casa, como recuerdo del fallecido.

 

Hemos aprovechado también estos días festivos para viajar y pasear por el Valle de Escuaín y por el de Bujaruelo. En el primero, pasamos unas horas por la tarde, “disfrazados de gnomos” por entre pinos, abetos y hayas de porte extraordinario y superando los desniveles de las laderas que hay debajo de Castillo Mayor. Cogimos las primeras setas de la temporada, pocas; para servir una “tapa” generosa, en todo caso, pero de calidad. Esta vez no llegamos hasta el caserío de Escuaín. Al regreso, pudimos ver desde Puértolas el majestuoso valle del Cinca, la Peña coronada por un penacho espectacular de nubes que se elevaban hasta lo más alto y los bosques salpicados con manchas de colores que se abrían ante nuestra vista… En el segundo, en Bujaruelo, el otoño ya ha dejado su sello espectacular. Allí, el sentimiento es de plenitud, de sentirte un privilegiado al poder contemplar ese cuadro que ningún pintor será capaz de pintar; cuadro que la naturaleza va perfilando sin cesar a lo largo de todo el año y que ofrece composiciones y tonalidades distintas: bojes, rosales silvestres, acebos, tejos, abetos, hayas, pinos, arces, serbales, fresnos… se exponen a nuestra vista cautivándonos con un colorido maravilloso. No sabíamos dónde mirar ni qué rincón fotografiar. Seguro que dentro de diez días habrá todavía más contraste, pero pudimos apreciar el esplendor del otoño en toda su dimensión.

 

Y como unas hojas llevan a otras, hablaré también de las hojas de los libros… Empecé hablando de nogales y de mi padre y terminaré hablando de lectura y de mi madre. Está en Sarvisé, pasando una temporada con una de sus hijas. Allí hay muchos nogales y algunos con hojas muy amarillas, de una belleza y luminosidad extraordinarias. Mis padres, desde hace muchos años, leían el periódico (que recibían por suscripción) cada día. Mi madre, a sus 88 años ha empezado (y ha descubierto) la lectura de libros… Empezó con El niño con el pijama de rayas y cada pocos días empieza y se termina uno nuevo. Los últimos, obras de Lorenzo Mediano, José Mª Satué y ayer mismo, mientras nosotros dos estábamos paseando por Bujaruelo, comenzó “Pirineos, tristes montes” de mi amigo Severino Pallaruelo. Menos faena, menos preocupaciones, más tiempo y buena vista (lee sin gafas, cosa que yo no puedo hacer) la han empujado a la lectura. También porque dice que tiene la cabeza ocupada y así se evade momentáneamente de los pensamientos que la entristecen, desde que falta mi padre. Yo, que llevo media vida animando a leer, me siento muy contento con esta tardía afición de mi madre. Lectura que le consuela y le ayuda a vivir la ausencia de su compañero con menos dramatismo, mientras va pasando el necesario tiempo de duelo.

 

5 comentarios

Mariano -

Hola, Guillem:

Me agrada recibir, de vez en cuando, tus comentarios. Y me agrada porque, como el nogal, veo que vas creciendo con criterio y que acabarás dando inesperados frutos. Hemos hablado algunas veces ya de lo importante, pues eso... Aprecio tu sensibilidad hacia el mundo vegetal. Recuerdo que cuidaste con esmero aquella bellota que traje de Santiago de Compostela, que sembramos en clase y de la que brotó una preciosa planta de roble (hicimos fotos, ¿te acuerdas?)...

Curiosamente, cuando cogí aquella y otras bellotas, estaba acompañado de Juan Mata y de Andrea, paseando por la parte vieja de Santiago... Juan, los recuerdos son depósitos de vivencias que nos animan, que nos sostienen, que nos dan impulso (no siempre, claro), pero creo que pueden actuar en muchas ocasiones como reservas morales, activadores de nuevas empresas... No sé, a mí me gusta estar ligado a algunos de esos recuerdos y si en ellos hay personas queridas, personas significativas, mejor. Un abrazo, amigo.

Hola, Vega: ¿y qué le contestaste al abuelo?, “¿güitre u paixarico?”. Bienvenida por estos lares. Gracias por escribir.


Rosa:

Tú lo expresas aún mejor. Los que se fueron, en realidad no se acaban de ir nunca. Son referentes de los que echamos mano con frecuencia. Me alegra tener noticias tuyas y saber que, en la distancia y en el silencio, hay una solidaridad comunicativa y de sentimientos que no se interrumpe. Un abrazo fuerte y emocionado.

Mª Rosa Serdio -

¡Qué bien lo cuentas todo, amigo Mariano! Hace años, como sabes, también se fue mi padre y, después de un tiempo de páginas borrosas, mi madre reencontró las historias, pero sobre todo el periódico. Pan y periódico como rutinas actuales para rellenar las tantas carencias de una infancia pobre en panes y harta de penas.
Ahora, cuando yo llego cargada de escritos de los niños y mientras yo veo cómo van peleándose con los textos, ella lee y sonríe o me lee párrafos enteros que son como la cata de calidad.
Y siempre a su lado el libro, la tabla de salvación, la del regreso a una infancia de corta escuela y corazón tembloroso por el miedo de la guerra.
Y allí, yo sentada en el sillón que fue de mi padre, veo como el tiempo le dura más mientras se acerca a unos estupendos ochenta.
Como ves, estamos tan cerca, que no precisamos escribirlo aunque nos encante leerlo. Un abrazo, familia. Rosa

Vega -

Ha sido bonito leer tus recuerdos, al menos por un rato he vuelto a esos parajes de mi querida Huesca...
Y el nombre del blog me ha recordado lo que una vez me preguntó un abuelo al contarle que yo vivía en Zaragoza... "y tu que yés güitre o pajarico?

Juan Mata -

Me emociona leer tus recuerdos, Mariano, y más aún la entrega de tu madre a la lectura. El nogal de la infancia dando sombra a la afición de la ancianidad. Conmovedor.

Guillem A. San Martin -

Los nogales es una de los árboles más majestuosos que he visto en mi vida, a pesar que es corta.
El otro día me fui a dar un paseo otoñal por el Pirineo. Más tarde fui al jardín de mi apartamento en Sesué, estaba de unos colores preciosos marrones, amarillos, rojos, violetas... me tumbe un rato encima del césped y mirando algunos árboles que he plantado y fijándome como han crecido y a la vez como he crecido yo.
Es una pena que hoy en día mucha gente no tenga en cuenta los árboles y corten bosques enteros .
Me he ido por otras ramas tan hablar de árboles, a lo que iba era a decir que los árboles nos llevan muy buenos recuerdos sobretodo a mí