Estábamos anteayer (día 1 de mayo por la tarde) tomándonos un café en la terraza de “nuestra casa rural” de Figols de Tremp y, como nos gustan los silencios en compañía, veíamos volar a los cuervos y a las palomas, por encima de nuestras cabezas y escuchábamos con total nitidez el ruido de sus aleteos.
Hay placeres y sensaciones impagables; entre ellas, la posibilidad de irte a un sitio en el que estés solo o en el que haya tan poca gente que no oigas ni voces ni ruidos ni estridencias (¿espíritu noruego?). En esa situación de soledad (en pareja) silenciosa es posible percibir el monólogo cantado de un ruiseñor bastardo o contemplar los planeos silenciosos de un centenar de buitres que se reúnen todos los días, sobre el vertedero comarcal, a la misma hora; leer sin tiempo y sin que nada ni nadie te interrumpa; tener “como fondo de pantalla” permanente el verde esperanzador del cereal que va creciendo y que, empujado por el viento, ondulante, se asemeja al mar o una postal al fondo, con montañas canas y unas nubes de fuertes tonos que anuncian cambio de tiempo…
Las lluvias de este pasado mes de abril han devuelto a los paisajes un pasado esplendor: los cereales han experimentado un fuerte cambio de color y de altura; los árboles de hoja caduca están renovándose a toda velocidad, reverdecen con gusto y van cubriendo sus desnudas ramas. En algunos robles aún se hacen visibles esféricas agallas (en otro tiempo de escasez real, juguetes codiciados por los niños) y en los arces que jalonan los caminos, conviven las hojas nuevas de un verde claro brillante con las semillas viejas (en sámara) que no cayeron del árbol, certificando una convivencia intergeneracional totalmente pacífica.
Ayer (hace unas horas, en realidad) anduvimos dando un paseo por viejos caminos que hacía tiempo no recorríamos. Hemos ido “levantando acta” o dejando constancia de los elementos curiosos que íbamos encontrando, utilizando para ello la fotografía (pienso en un proyecto de trabajo con los alumnos, que seguramente podría materializarse más adelante...), porque hemos visto varias cosas: restos óseos diversos, relacionados seguramente con la cabaña caprina que apacienta esos contornos; en algunos casos, muy evidentes porque, además de jirones de piel o huesos mondos y lirondos, quedaban los cuernecillos de un cabrito, de una cabra o de un macho cabrío; hemos podido contemplar una pequeña familia de abejarucos que entraba y salía en un único nido, situado en un pequeño talud terroso. Los abejarucos son aves de vistosos colores y de sonoro canto, de vuelo rápido cuando se sienten amenazados, contrastando con otro más pausado cuando vuela sin miedos. Como siempre que caminamos por Figols, hemos visto y hemos podido fotografíar variados fósiles que nos hablan de la vida animal de otro tiempo (una vida marina, ¡tan lejos como queda ahora el mar...!): bivalvos, corales, turritelas, espirales de gasterópodos… La contemplación de los troncos de las centenarias encinas que hay a la salida del pueblo, nos llena de emoción; troncos impresionantes que fotografiamos para atrapar las vetustas estructuras que dibuja la corteza de un árbol que ha cobijado a generaciones de personas y de rebaños… Es un tiempo de tomillos florecidos, poniendo una nota de color en los suelos ásperos por los que nos movemos y también es tiempo de romeros; de tomar entre los dedos una ramita florecida de ese arbusto aromático y restregarla para oler la fragancia extraordinaria de su resina (a Mercè -que hoy cumplía años- le encanta el olor a romero). Todos los árboles cultivados están en un momento de hermosa pujanza: se han llenado de hojas y, por tanto de tonalidades variadas y crece hierba por todos los lados, como consecuencia de las lluvias de abril (que este año “no han cabido en un candil”); las margaritas y las amapolas son las reinas de las márgenes de los campos. Construyo un sencillo “monaguillo”, utilizando el cáliz de una amapola abierta y el capullo cerrado de una amapola aún cerrada (¡para que luego digan...; a veces los "capullos" son muy útiles; simplemente hay que saberles encontrar su destino) y hago algunas fotos para enseñarlas en clase…
Y se ha ido haciendo tarde y hemos tenido que iniciar el viaje de regreso contraviniendo aquel viejo refrán que aconseja que “donde se está bien, buen rato”; volveremos otro día a disfrutar del silencio y de la naturaleza.
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