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LA QUIMERA DEL ORO, DE JACK LONDON

La quimera del oro de Jack London es una colección de cuentos que giran, en general, en torno a dos ejes importantes: la fiebre de los buscadores de oro en el territorio de Alaska, a mediados del siglo XIX y la dureza extrema del empeño, soportando las condiciones meteorológicas más adversas y poniendo a prueba la capacidad de supervivencia de los seres humanos.

Manejo una edición de 1981; es un libro editado por Ediciones Generales Anaya y pertenece a una colección mítica, denominada “Tus libros” que albergó un catálogo de obras clásicas, destinadas a lectores juveniles, pero también a los adultos: La isla del tesoro, El mundo perdido, Las aventuras de Huckleberry Finn, Las minas del Rey Salomón, La máquina del tiempo… son sólo algunos ejemplos.

La quimera del oro recoge 13 cuentos independientes entre sí. Como decía al principio, con algunos puntos en común. London, que vivió en sus carnes algunas de estas aventuras, llenas de sacrificio, privaciones y riesgos, escribe con un gran poder de convicción y nos hace sentir hasta el fondo de los huesos la soledad, el frío, la extenuación de los esfuerzos necesarios para sobrevivir. Es capaz de escribir un relato entero dedicado a un hombre que necesita y trata de encender una hoguera para evitar la congelación, pero que la fatalidad se cebará con él hasta conducirlo a un final inevitable; o mostrar episodios de enloquecimiento con desenlaces brutales y violentos, cuando los seres humanos se colocan en esa línea –casi invisible- que separa la racionalidad y la cordura del puro instinto de supervivencia personal, en el que “el otro” ha sido borrado e incluso es visto como un obstáculo para la propia salvación. Puede dibujar un personaje como Malemute Kid, con serenidad ante lo adverso y capaz de aceptar un último encargo que le hace su amigo Mason antes de separarse para siempre o el astuto Subienkov quien convencerá al jefe indio para probar la eficacia de una medicina, precipitando su muerte, pero escapando de esa manera a una tortura salvaje que también hubiera acabado con su vida…


“Los buscadores de oro del Norte; El silencio blanco; En un país lejano; El hombre de la cicatriz; Ley de vida; Las mil docenas; Diablo; Demasiado oro; El filón de oro; Amor a la vida; Lo inesperado; La hoguera y El Burlado” son los títulos de los capítulos del libro.

Me ha gustado encontrarme una descripción del “silencio blanco”:

- “La naturaleza tiene muchas artimañas para convencer al hombre de su finitud -el incesante fluir de las mareas, la furia de la tormenta, la sacudida del terremoto, el largo retumbar de la artillería del cielo-, pero la más tremenda, la más sorprendente es la fase pasiva del silencio blanco. Cesa todo movimiento, el aire se despeja, los cielos se vuelven de latón; el más pequeño susurro parece un sacrilegio, y el hombre de torna tímido, asustado del sonido de su propia voz. Única señal de vida que viaja a través de las espectrales inmensidades de un mundo muerto, tiembla ante su propia audacia, se da cuenta de que su vida no vale más que la de un gusano. Surgen extraños pensamientos no llamados, y el misterio de todas las cosas pugna por darse a conocer…” (pág. 26)


Y me ha gustado porque en mi registro de recuerdos tengo guardada una sensación, muchas veces repetida de después de nevar; incluso, cuando ya está nevando copiosamente: el silencio. Cuando nieva en mi pueblo cesan los ruidos ciudadanos, la gente se guarece en sus casas, cesan los cantos de los pájaros y no se oye nada; si caminas por la nieve o la tocas con las manos, sientes frío y humedad, ves los copos caer, sientes que se depositan en tu pelo, en tu ropa, en tu cara… Y todo ocurre de una manera sospechosamente silenciosa. En mi caso, cuando era un chaval, aprovechaba para colocar algunas trampas para los pájaros y cuando me alejaba del pueblo para mirar si algún desgraciado petirrojo, gorrión, pinzón, mirlo, zorzal, etc. había picado, esa sensación de silencio, de extraña e inquietante quietud se veía aumentada y así han quedado almacenados en mi recuerdo esos días de nieve de mi infancia y juventud.

Es evidente que no hay comparación entre la situación extrema de los buscadores de oro, perdidos por los campos de hielo y nieve de Alaska y la de un niño de Labuerda que se alejaba doscientos metros, como máximo de su casa, aunque regresase al fuego de la cocina con las botas, los calcetines y los pies mojados, pero las asociaciones mentales que establecemos a lo largo de nuestra vida son imprevisibles y no tiene por qué responder a ninguna lógica conocida.

Aunque London falleció en 1916 y sus relatos tienen ya cien años, conservan la épica de un tiempo de héroes, de esfuerzos individuales y colectivos para llevar las fronteras de lo conocido hasta los límites más alejados; y en toda esa épica, repleta de solidaridad, de ayuda y de comportamientos éticos, no faltaron también la crueldad, el desprecio por la vida, el ciego poder del oro que incitó al robo y al asesinato y que hizo enloquecer a muchas personas.

Pues eso, que quería que el primer texto de 2008 tuviera que ver con la lectura que es algo que he podido practicar estas vacaciones con muchas ganas y con algo de tiempo. Y por cierto que, como las temperaturas de estos días han sido realmente bajas, me ha costado menos ambientarme en algunos de los relatos del gran Norte.

7 comentarios

Mariano -

Saludos, Guillem. Felicidades por escribir un comentario con ausencia de faltas de ortografía significativas. Te has preocupado de asesorarte y eso es un paso adelante. Y debes seguir así, dando siempre pasos hacia adelante y procurando aprender algo nuevo todos los días. Espero ir viéndote por estas páginas.

Guillem -

Una lectura muy sugerente la que has puesto en este texto. He decidido que me voy a leer la quimera del oro. Las personas que hacían estos viajes tenían que tener mucho valor porque sino no creo que se atreviesen a hacer estas aventuras. A mi me gustaría poder hacerlas como: subir los 8 picos más importantes del Himalaya... Jack London ha sido para mi uno de los mejores escritores porque he leído sus libros y me han gustado bastante.

Mariano -

José Luis:
Te he mandado un correo, que espero llegue sin problemas, en respuesta a tu inquietud. Recibí por correo postal un paquete con tres libros de regalo, pero no ese correo electrónico que comentas. Un abrazo

José Luis -

Hola Mariano.

Unas lecturas muy sugerentes. Es realmente gratificante encontrar de nuevo unos días para disfrutar con calma de la lectura. Yo acabé El Monje que vendió su Ferrari y comencé con el Premio Planeta de Millás.

Cambiando de asunto, te envié hace unas semanas un correo electrónico y otro ordinario. Dime si los has recibido sin problemas puesto que me preocupa se hayan perdido.

Un saludo.

Mariano -

Hola, Mercè:
Pues yo creo que de los trece cuentos del libro es el más potente. El autor demuestra una capacidad descriptiva tremenda para narrar los intentos de prender una hoguera y las dificultades que la congelación de miembros se lo impide, hasta el desenlave final. Me dejó muy impactado, la verdad. Saludos de nuevo año, compañera lectora.

Mariano -

Escribía ayer un texto en el que rememoraba las nevadas de mi infancia y hablaba del “silencio blanco”, aportando un texto breve de Jack London que describía a la perfección esa situación. Bueno, pues hoy por la tarde ha estado nevando en Labuerda. Durante media hora lo ha hecho con mucho ánimo y se han teñido de blando los campos y muchos tejados. Posteriormente ha cesado de nevar y la noche nos ha dejado un goteo de canaleras y algo de nieve en el suelo. No sabemos qué hará el tiempo de madrugada y mañana, pero la cosa ha sido demasiado suave y, aunque he hecho algunas fotos, la nevada se me ha quedado pequeña.

mercè -

En el año 1996, durante un curso de doctorado sobre las literaturas de habla inglesa, estuve leyendo a Jack London y uno de mis trabajos fue sobre ese cuento del que tú hablas de un hombre que intenta sobrevivir en un bosque nevado y helado y sus múltiples intentos de encender un fuego como única manera de sobrevivir y su final aceptación de su inevitable muerte. Me causó tal impacto, que aún sigo recordándolo.