LA CASA DE MIGUEL HERNÁNDEZ, EL POETA
Hoy he regresado de Orihuela, ciudad de la provincia de Alicante, conocida por ser el lugar de nacimiento del poeta Miguel Hernández Gilabert (el 30 de octubre de 1910). Tanto el viaje de ida como el de vuelta han sido largos, a pesar de que he viajado en trenes cómodos y relativamente rápidos. Me llevaron hasta allí para hablar de cómo animar a leer, cómo trabajar en la biblioteca escolar y cómo ser un maestro creativo en el trabajo cotidiano… Lo cierto es que no tengo respuesta para ninguna de las tres cuestiones, aunque sí puedo ofrecer mi experiencia, algunas ideas y muchos materiales (suelo guardarlo todo desde hace muchos, muchos años y eso suelen agradecerlo mucho los maestros y las maestras que acuden a estos eventos). Desde el CEFIRE de Orihuela me convenció su directora Mª Carmen para acudir al encuentro y una vez allí me reencontré con Félix Benito Morales y José Antonio Gómez (viejos conocidos en publicaciones y encuentros relacionados con las bibliotecas escolares y la educación documental), quienes junto con su esposas me acompañaron en la comida del día de mi llegada.
Félix y Vicenta (su mujer) se ocuparon de hacerme la estancia más agradable y me acompañaron el sábado por la mañana a visitar diferentes lugares de Orihuela. Estoy muy agradecido a los dos por esa impagable compañía en una tierra en la que no había estado nunca y en una ciudad en la que quería visitar, sobre todo, la casa de Miguel Hernández. Se conserva, no su casa natal, sino aquella a la que se trasladó a vivir su familia cuando él tenía unos cuatro años. Cuando descubrí la poesía de Miguel (hace muchos años) creí haber llegado a un manantial capaz de alimentar emociones intensas, y así ha ocurrido cada vez que he tomado uno de sus libros en mis manos y he leído alguno de sus poemas. Hace más de diecinueve años, cuando falleció José Mª Pardina, un amigo que debería seguir vivo, leí muchas veces la “Elegía” que le dedicó Miguel a su amigo Ramón Sijé. No encontré mejores palabras para mi consuelo o para evocar su recuerdo:
Yo quiero ser llorando el hortelano
De la tierra que ocupas y estercolas,
Compañero del alma, tan temprano…
Y que termina con estos cuatro versos:
“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero”.
La casa de Miguel Hernández es una casa sencilla, con su huerto y con su higuera, adornadas las pobres estancias con fotografías del poeta: en su niñez, en sus viajes, en el frente de guerra leyendo o recitando sus poemas, como hombre comprometido socialmente que fue… Un hombre al que los sublevados y a la postre triunfadores de la guerra civil deben contabilizar entre las bajas del enemigo, porque permitieron que Miguel enfermase y fuera pudriéndose por distintas cárceles (Palencia, Yeserías, Ocaña, el reformatorio de Adultos de Alicante) hasta morir, enfermo de tuberculosis el 28 de marzo de 1942.
Pienso en Miguel que, de vivir aún, hubiera cumplido el pasado lunes los 95 años y en la tragedia de un hombre sensible, con una asombrosa capacidad de creación poética, muerto con apenas 32 años. Un hombre que escribe y reivindica sus humildes orígenes…
Vientos del pueblo me llevan,
Vientos del pueblo me arrastran,
Me esparcen el corazón
Y me aventan la garganta. (…)
Un hombre que en 1935 participó en las Misiones Pedagógicas, lo que le permitió viajar por muchos pueblos divulgando la cultura.
Si la elegía a Ramón Sijé resultó una composición profunda y emocionada, la “Canción del esposo soldado” también nos toca bien adentro:
“He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo. (…)
“Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo”…
Todos estos versos, y algunos más, los leí en el viaje de ida y los volví a leer en el de vuelta. Sentí la necesidad de hacerlo, de acercarme a la tierra de Miguel evocando su figura, reconociendo su valor literario y humano y lamentando (como cuando estuve en la Huerta de San Vicente visitando la casa de Lorca) que la irracionalidad de una gente y de un tiempo privaran a nuestro país de dos personas con tanta sensibilidad y tanta inteligencia. Miguel, a pesar de una formación religiosa en la infancia (en Orihuela hay más de treinta iglesias, mucho más ostentosa que la casa de Miguel desde luego y más colegios religiosos entonces y ahora concertados que públicos), fue un republicano activo y militante que no renunció a serlo ni cuando sus verdugos le imponían esa condición para eludir la cárcel.
7 comentarios
MONIQUE -
NIG -
Francisco -
No es frecuente en los tiempos que corren encontrar gente realmente entusiasmada con su trabajo y que además sea capaz de transmitirlo a los demás como tú lo haces.
Ánimo, Mariano, y un saludo desde Orihuela.
Félix Benito -
Serafín -
Valoración global del relator Mariano Coronas:
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Buena: 30,5%
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Mariano -
Alex -
Hasta mañana Mariano