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A COGER ALMENDRAS

A eso, precisamente, fuimos el pasado viernes por la tarde: a coger almendras a Figols de Tremp. Ya hablé de este pequeño pueblo del Pallars Llussá (Lleida) en un texto de este blog; concretamente en el que escribí el pasado 6 de noviembre de 2004. Cuidamos la casa natal de Mercè y recogemos algunos frutos de los árboles que plantó su padre. Como estamos algo lejos, no podemos cuidar la hacienda como deberíamos hacerlo y por eso, las cosechas no son tan abundantes como en años atrás.
Subir a Figols nos permite situarnos en un punto vital diferente: estamos solos prácticamente pues la casa está separada del resto del pueblo; la carretera está también alejada y hay pocos ruidos; la ausencia de iluminación exterior ofrece un cielo nocturno plagado de estrellas. La noche es totalmente silenciosa; sólo se escucha el crepitar de la leña quemándose en el fogaril, pues en este tiempo de otoño las noches son frescas y apetece algo de calorcillo. Además, siempre encontramos momento para tomar por el mango una distraída parrilla y poner algo al fuego: unos choricillos, longaniza, panceta, churrasco, sardinas de la costa... o enterrar en el “calibo” o “caliu” unas patatas, una cabeza de ajos... Manjares que allí apetecen y tienen un sabor especial.
Los almendros o almendreras (en aragonés) son árboles generosos y sufridos. En nuestro caso, les damos pocos cuidados: una poda y este año ni eso, por falta de tiempo y en cambio hemos podido recoger un buen montón de frutos; por eso lo de generosos y lo de sufridos tiene que ver con los procedimientos utilizados para arrancar esos frutos: a golpe limpio, con largas varas. Árboles nada resentidos, porque después de esos tremendos azotes, al año siguiente, vuelven a ofrecerse preñados de almendras para que volvamos a ordeñarlos.
Aunque bien mirado, un almendro o una almendrera (como decimos en aragonés) es un árbol terapéutico si se quiere. Basta con que la persona que lo varea vaya imaginando la cara de algunas de las personas a las que les daría algún golpe por su comportamiento indecente, los vaya nombrando en voz baja antes de cada golpe y descargue el palo con fuerza a continuación; además de liberar la agresividad o curar las frustraciones o sacarse la rabia de encima, sobre las mantas del suelo caerá una lluvia de almendras como premio a ese esfuerzo.
Por todo lo anterior, el almendro o la almendrera (como decimos en aragonés) debería ser declarado árbol de alto interés terapéutico, promocionar su plantación y subvencionar su cultivo.

Una vez recogidas las almendras, es necesario “escoscarlas” (como decimos en aragonés)o "escarfollarlas", aunque suene mal (como dicen en catalán de la zona). Por la noche, emulando viejos tiempos de infancia, nos sentamos con Mercè alrededor de la mesa y allí pasamos unas horas dejándonos las yemas de los dedos pulgares, arrancando los “cascos” de cada fruto, mientras charlamos sobre éste o aquel tema e intercalamos algunos silencios. Es esa una de las faenas que reunía a la familia alrededor de una mesa y animaba a la gente a contar batallitas, historias, anécdotas, cuentos,... La desaparición de esos trabajos, asumidos por el colectivo familiar, y la aparición de la televisión han sido los dos golpes más letales para la postergación o la inexistencia actual de la transmisión oral de la vida y de la cultura popular. Aunque, a lo mejor lo que digo es excesivo...

Yo creo que es un privilegio poder hacer estos trabajos agrícolas, sudar un poco, sentir el cansancio de verdad y reencontrarse con el propio cuerpo, aunque sea dolorido de golpear, de agacharse, de caminar, de acarrear... Luego uno duerme a pierna suelta y al día siguiente amanece como nuevo y con la cabeza muy despejada porque no le dio tiempo a pensar en ninguno de los estúpidos “problemas” en los que está sumergido cada día en el trabajo cotidiano. Así que ya lo saben, cuando aprieta el estrés, lo mejor es agarrar los bártulos e irse a coger almendras.

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