Blogia
gurrion

NOVIEMBRE: TIEMPO DE SEMENTERA, TIEMPO DE CONTEMPLACIÓN...

Noviembre tiene refrán largo: “Noviembre dichoso mes, qu´en tosantos escomienza y remata en San Andrés”. Noviembre huele a sementera, a tierra labrada, también a cosecha, a sol amarillo, a tardes escasas y noches tempranas, a fogaril encendido, a mundo rural, a faenas familiares y colectivas… Para mí, noviembre es uno de los meses de la memoria; es un tiempo en el que evoco con facilidad mi infancia (seguro que si me pongo a pensar, me pasa con otros meses) y me veo, también con facilidad, haciendo labores de niño o de hombre, en aquella incorporación natural al mundo del trabajo de la mano de los padres.

 

Este pasado fin de semana estuvimos en Figols de Tremp y la meteorología nos ofreció un par de días de tiempo muy inestable y cambiante: algo de lluvia racheada, un poquito de sol, nubes veloces que atravesaban el cielo en pocos minutos, fuertes ráfagas de viento que, en ausencia de sol, era extremadamente frío para la época.

 

A pesar de todo, en un pueblo pequeño todo lo que pasa es extraordinario y así solemos vivirlo. ¿Cómo calificar sino el despegue de media docena de buitres leonados, delante de nuestras narices, desde un posadero soleado que nunca antes habíamos visto, a cinco minutos de la casa familiar? ¿Y la recolección de unas cuantas granadas (las maravillosas “minglanas” de mi infancia, repletas de rubíes tallados con mil caras, que explotan refrescantes en la boca) de un árbol-arbusto amarillento? ¿Y los viajes hasta el “leñero” para alimentar al insaciable fogaril que favorece nuestra quietud de miradas y palabras? ¿Y ese silencio creativo para la lectura y la escritura, con la música intermitente que ponen las ráfagas de viento? ¿Y esa posibilidad de escuchar cómo se acerca una bandada de pájaros que acabarán posándose en las amarillentas parras del huerto cercano?...

 

Cuando el frío arrecia y el viento enloquece la tarde, te sientas al lado de la ventana y miras a través de los cristales las baqueteadas copas de los árboles, el peinado que, a ras de suelo, sufren las pequeñas hierbas o los brotes de los tempranos sembrados, contemplas las enormes dificultades que tienen los cuervos, las palomas y algunas aves rapaces para poder mantener un vuelo equilibrado; te fijas en las formaciones de nubes que atraviesan el cielo a toda velocidad, empujadas por las ventoleras que se hacen presentes por el ruido que generan al chocar con las paredes de la casa o que se cuelan por la chimenea produciendo sonidos de espanto…

 

Noviembre es tiempo de sementera, pero también de tardía recolección, sobre todo, si uno vive alejado de la tierra y recoge, si queda algo, cuando viaja hasta ella. Es una sensación muy placentera la de “ordeñar” olivos y almendros suavemente, sin prisa, para tomar del árbol los frutos que han tardado todo un año en madurar: aceitunas y almendras; unas para macerar y tomar más adelante y las otras para cascar ya y degustar el fruto; o vendimiar los últimos racimos, pasados de tiempo es verdad, pero dulces como si contuvieran gotas de miel envasada o la posibilidad de hacer acopio de un buen puñado de gordas bellotas de encina para sembrar en tiestos y recogerlas en un suelo alfombrado que seguro hará las delicias de algún jabalí en sus correrías nocturnas…

 

El tiempo de recolección es tiempo de memoria. A mí me resulta muy fácil acordarme de mi infancia y de mis padres, que eran quienes capitaneaban la cuadrilla cuando íbamos a realizar alguno de esos menesteres de otoño, recolectar: judías secas, uvas, maíz, nueces, almendras, aceitunas, bellotas, leña… Era un tiempo de enseñanzas indirectas, un tiempo de economía productiva: una nuez se podía comer o se podía vender; era algo tangible y material, algo que tenía un principio y un final, un fruto al que se le podía seguir la pista desde el nogal a la mesa, desde el nogal hasta el postre que adornaba… Y lo mismo podríamos decir de todos los demás, anteriormente nombrados. Compartimos con Mercè esa forma de ver la vida y esos recuerdos, florecidos a kilómetros de distancia, pero tan parecidos, tan intensos… No lo puedo evitar, en este tiempo sufro un amontonamiento de imágenes en mi cerebro o donde quiera que se formen; imágenes unidas a sensaciones muy a flor de piel que me ponen triste por las ausencias o que me hacen sonreír por lo cálidas y agradables que resultan.

 

Así es la vida, un constante ir y venir del pasado al presente y de éste al pasado, con pequeñas y furtivas miradas a la incertidumbre con la que se ofrece el futuro. Vivimos el pasado, la infancia en nuestro respectivos pueblos, no como un tiempo antiguo, sino como un humus que nos alimenta, del que extraemos energía y ánimo porque tuvimos a nuestro lado personas importantes que nos indujeron a ser respetuosos, tener un orgullo razonable, valorar el esfuerzo, cultivar la paciencia, experimentar e innovar y mantener los pies pegados a la tierra, aunque la imaginación pueda volar por los lugares más remotos…, realizando una fecunda labor de sementera. Mi padre y su padre: Mariano y Josep, están muy presentes en estos tiempos del calendario, ahora que los dos nos acompañan desde esa ausencia definitiva que se acepta a regañadientes.

 

Noviembre es también un tiempo de contemplación… Cuando éramos pequeños y luego jóvenes caminábamos por los campos y los montes para acceder a los tajos de trabajo y no recuerdo que sintiéramos nada especial contemplando copas de árboles, tonalidades de hojas, soles y reflejos… ¿Quién inventó ese otoño amarillo y rojizo que tanto admiramos actualmente? Desconozco la respuesta –si es que esa pregunta puede responderse-, pero da igual, por mi parte, felicidades a quien miró por primera vez a la hilera de chopos que jalonaban el río de su pueblo y vio una formación hermosa de “árboles encendidos”.

 

El primer fin de semana de noviembre estuvimos en Labuerda y nos acercamos unas horas hasta Escuaín. No es la primera vez que hablo de este enclave pintoresco de Sobrarbe en este blog. Recuerdo que es una de la cuatro entradas naturales del parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, y probablemente la menos transitada. También he dicho ya que cuesta imaginar la vida en invierno en pueblos como éste, a mediados del siglo pasado, por poner una fecha. Las condiciones humildes de las viviendas, las intensas nevadas, las deficientes o nulas comunicaciones… condicionaban la vida diaria y de qué manera. Hoy día, sigue siendo un pequeño núcleo que se va reconstruyendo con esfuerzo y que acoge a un muy reducido grupo de personas que viven allí buena parte del año… Pero Escuaín, en otoño, es algo especial; el pueblo y su entorno, se entiende. Uno no sabe dónde mirar porque en cualquier dirección que lo haga, va a encontrarse con un paraje maravilloso, que ningún pintor será capaz de reproducir con tantas tonalidades, con tanto brillo y con tanta perfección. Si alguien pudiera imaginar una gigantesca exposición de cuadros otoñales, ésta sería la pinacoteca donde ubicarla, con la ventaja de que los cuadros no habría que pintarlos, bastaría con enfocar la vista en distintas direcciones y a diferentes distancias.

 

La variedad de especies vegetales, la gran diversidad de las mismas, favorece esa mezcla de tonalidades que, siendo yo una calamidad para ponerles nombre, no voy a desmenuzar, aunque hablaré de tonos amarillos, anaranjados, marrones, rojizos… Tonalidades que confieren a los caminos, las laderas de los montes, los barrancos, los setos naturales poblados de arbustos o los árboles que han crecido en antiguos terrenos de cultivo, al amparo del abandono de tantos años de soledad, una belleza especial; un disfraz llamativo que nos conmueve con solo mirar a: encinas, robles, pinos, abetos, acacias, chopos, álamos, arces, avellanos, fresnos, nogales, serbales…

 

La máquina fotográfica es el mejor aliado para intentar apresar en un momento fugaz, una mirada llena de luz amarilla que, al cabo de unos pocos días será imposible repetir y ayudado de la cámara, disparo a diestro y siniestro, a sabiendas de que algunas imágenes no estarán ni mucho menos a la altura de lo que yo estoy viendo con mis propios ojos, pero sabiendo también que, cuando las lluvias y los vientos más inclementes despojen a todos los árboles y arbustos de hoja caduca de sus atractivas vestimentas, sentado en casa, podré encender el ordenador y hacer un recorrido virtual por un bosque que, año tras año, se viste y se desnuda; se disfraza con una amplia gama de verdes o lo hace agotando todos los tonos del amarillo.

 

Por cierto, no cogimos setas, pero tomamos una sobredosis de otoño en todo su esplendor… Y uno vuelve a la normalidad cargado de sensaciones hermosas, con fuerza redoblada para capear cualquier temporal, incluido el que pretenden desatar los miembros y miembras de la tribu de los conspiradores y envidiosos, en cuanto tienen ocasión; esos que te pone la vida alrededor y que durante años han empujado para que otras aventuras memorables con otras hojas (las de los libros) no tuvieran la más mínima importancia. Su estulticia perenne siempre nos ha fortalecido y el reconocimiento de fuera del corralito que crearon ha sido tan grande y generoso que estamos más contentos que unas pascuas.

 

Noviembre se derrama sobre la naturaleza, apagando antes la luz del día y alargando la noche, pero sin saber que nos ha llenado los ojos de luz y los recuerdos de esperanza.

 

 

14 comentarios

Mariano -

Hola, Alicia:

No sé qué decirte. Solo que estoy conmocionado por tus hermosas palabras. No sabes cuánto me alegra que ese texto que escribí haya servido para poner en marcha tu personal dispositivo de encender los recuerdos y hayas hecho un repaso rápido, volviendo a abrir algunas estancias ya cerradas de tu vida.
Compartir estas vivencias es lo que convierte al mundo en pequeño y fraternal. Todos y todas hemos crecido con parecidos impulsos, nos han embargado parecidas emociones y, probablemente, hemos tenido similares sueños. Hay una materia común en nuestra composición interna que hace posible que esta lejanía geográfica extrema se torne en proximidad afectiva.
Esa coincidencia de fechas del nacimiento de tu padre y de tu hija también la he vivido en mi propia carne (como ya expliqué en un texto anterior): un 20 de agosto nació mi hijo y otro 20 de agosto murió mi padre, a ver qué celebras ese día… La vida, desde luego, la vida y el recuerdo.
Te mando un abrazo fuerte y otro para Silvia por extender los efectos y los afectos de este modesto blog, este cuaderno electrónico en el que escribo sobre las cosas de la vida.

Alicia -

Mariano: Por sugerencia de mi amiga Silvia Luz, leí Noviembre, al finalizar y quise escribir unas palabras, pero a mis ojos los empañaba la niebla de otoño y suaves y tibias, las lágrimas rodaban por mi rostro. Tus bellas palabras activaron los misteriosos mécanismos del cerebro humano y volvieron, en vívidos recuerdos, los momentos de mi infancia, cuando viviamos en el campo y en las noches frías del invierno patagónico, nos sentabamos en la cocina y mientras ardía el fuego, mi papá nos contaba de su aldea, un remoto pueblo de León del que su familia emigró cuando el tenía 7 años, huyendo de la misería y buscando "hacerse la América".Sus relatos del bosque comunal donde recogían bellotas, junto a su madre y hermanas, para comida de los cerdos o como segaban el trigo y como las viñas crecían en terrenos duros y pedregosos, de sus colores y del perfume del pan que su madre escondia en una viga del techo para que no lo comieran antes de la cena y como rezaban juntos esperando que el padre volviera de las lejanas minas de carbón donde perdía girones de su vida. Y al día siguiente salíamos más contentos a nuestras propias labores en la chacra, con mi familia arábamos la tierra, podábamos los frutales y los viñedos, rezábamos para que una tormenta de granizo o una helada no nos llevara el fruto de nuestro trabajo en unos minutos. La gloriosa època de la cosecha, las dulces brevas, preferidas de mi mamá, las ciruelas amarillas como gotas oro o las uvas rosadas, crujientes que estallaban en nuestra boca, mientras descansábamos un rato tendidos en la hierba a la sombra fresca de los álamos mirando el cielo azul y descubriendo las caprichosas formas de las nubes. Noviembre. Un noviembre español nació mi padre y el mismo día de un noviembre patagónico nacía mi primer hija. Gracias Mariano, alguien a quien no conozco y que a miles de kilometros me hizo vivir una tarde de maravillosa junto a "todos" mis seres queridos. Gracias Silvia, por la feíz sugerencia.

Mariano -

Querido José Luis:

Me alegra encontrarte por aquí. Gracias por tus palabras, siempre tan amables. Somos más los que estamos enfermos de melancolía cuando llega este tiempo y la escritura es una excelente terapia para expresarla y reconvertirla.
No conocí a ninguno de mis dos abuelos, de modo que en este tiempo, cuando evoco las faenas con los animales, con los huertos, con los campos de secano o con el monte, es mi padre quien siempre está presente y en algunas de ellas, también mi madre.
Algunas veces, paseando por los caminos de la huerta de Labuerda, viendo la triste situación actual de los huertos: la inmensa mayoría, sumidos en el abandono y llenos de maleza, no puedo evitar recordar su energía inagotable para labrar, picar, sembrar, cuidar, regar… Y siempre con un cuidado extremado: acequias limpias, márgenes impolutas, ni una hierba en el interior del huerto, caballones rectos… Huertos convertidos en jardines, en definitiva… ¡Rurales, amigo, que somos unos rurales!

Un fuerte abrazo y hasta la próxima.

Mariano -

Hola, Isabel:

Me he llevado una gratísima sorpresa al ver tu nombre en el blog. Para mí tiene mucho valor el que, a pesar de que ya no estemos compartiendo la vida en el aula, te sientes delante del ordenador, abras el blog (que conoces bien y en el que participaste muchas veces) y escribas.
Sobre lo que escribes, qué puedo decir. A cualquier maestro o maestra, a cualquier persona le gustaría recibir (al menos una vez a la semana) unas líneas de reconocimiento como las que has escrito. Te agradezco mucho lo que dices (casi me he puesto colorado al leerlo).
A mí me gustaría que os fuera fenomenal por el instituto, que estuvierais rodeados de gente comprensiva que os facilitara el trabajo y que vosotros y vosotras colaborarais poniendo de vuestra parte atención, respeto y trabajo. A mí me resulta muy agradable que me recordéis de esa manera y ese recuerdo y aquellas vivencias ya nadie nos las va a quitar, pero ahora es necesario que pongáis en funcionamiento algunas de las cosas que quise que aprendierais: sólo centrándoos en el curso y ofreciendo la mejor versión de cada uno, podréis salir adelante, y es importante que lo tengáis en cuenta y que lo pongáis en práctica. No podemos perder cursos y esperar a tener unos cuantos años más para darnos cuenta de que en la vida, lo que se pierde ya no se recupera, porque el tiempo nunca nos espera.
Bueno, ya sabes que yo sigo con esta ventana abierta para que os podáis asomar: leer y escribir y pedir ayuda, si hace falta. Ahí me vais a encontrar siempre. Te mando un fuerte abrazo. Te deseo lo mejor. Saluda de mi parte a tu madre, también.

José Luis -

Hola, Mariano.

Cuando tengo la suerte de leer un texto tan precioso, sensible y emotivo, siento la necesidad de felicitar a su escritor, así que enhorabuena.

Algunos vivimos en la melancolía otoñal permanentemente. Mis recuerdos otoñales de cercanía a la tierra se asocian a la compañía que hacía a mi abuelo en sus faenas por el huerto, subido por el peral y o el manzano.

Un fuerte abrazo.
José Luis.

isabel -

hola Mariano. Lo que dice Oscar es verdad, siempre esta diciendo, echo demenos a mariano, y le dice a los profesores que te podrian contratar porque eres el mejor profesor del mundo.
Yo y muchos mas tambien te echamos demenos, yo ya te dije un dia que como tu nunca habiamos tenido un profesor, que aparte de los libros de texto y estas cosas, nos enseñabas como es la vida, y gracias ati muchos emos cambiado, ojala pudieras venir a vernos algun dia. Todos te echamos demenos. Un beso, y un abrazo muy fuerte!!

Mariano -

Hola, Anny:

Hace un momento empecé a escribir este texto respuesta y bruscamente se apagó el ordenador cuando tenía ya unas veinte líneas. Desapareció toda la información y ahora debo rehacer el texto de nuevo. ¡Me cagüen el “windows vista” y el que lo inventó!

Creo que decía que, seguro que algún psicólogo listo tiene ya perfectamente catalogadas a las personas que sufrimos esta fascinación o esta conmoción interior con la llegada del otoño. Y no sólo por la explosión cromática que se genera, sino también por esa mirada melancólica que se nos coloca en el interior: hacia la tierra, hacia la infancia, hacia el tiempo que ya hemos vivido o hacia el recuerdo de las personas que nos han dejado para siempre.

Coincido plenamente contigo en esa apreciación de la monstruosidad de las guerras y de la estupidez humana de propiciarlas sin freno. Los relatos de la Primera Guerra Mundial hablan de una brutalidad sin límites y qué decir de la Segunda, la legión de muertos y destrucción… Las heridas que provocan son profundas y duraderas. Fíjate en el caso de España: 70 años después, todavía no es posible, para los “vencidos”, enterrar dignamente a sus muertos y cerrra el círculo del dolor para iniciar el del sereno recuerdo.
Y es verdad, recogiendo tus palabras, que no hemos aprendido nada de la historia, porque aunque de ámbito más regional y en muchos casos civiles, las guerras siguen asolando el planeta y causando la devastación… Pero, olvidamos que las guerras son un negocio extraordinario para mucha gente. Los mismos países que tienen al Ministro o a la Ministra de Asuntos Exteriores canalizando ayudas a un país desfavorecido, tienen en la habitación contigua al Ministro o a la Ministra de Defensa, reunidos con sus homólogos del mismo país anterior, cambiando armas por euros o por algún mineral estratégico.

Bueno, Anny, hablar y escribir sobre esto es también una manera de aportar energía para generar una fuerza positiva que conduzca a un mundo más habitable. Un abrazo, como siempre, y un gusto leerte.

Anny -

Aquí estamos de nuevo en ‘nuestra’ casa (la otra -la de Puyarruego- lo deviene también poco a poco y siempre más). Llegamos ayer por la noche y hoy encuentro la nueva entrada en tu blog. Es verdad que a veces las palabras nos quedan cortas para expresar ciertas cosas, pero tu en el texto consigues de exprimir de manera tan preciosa y fina estos‘sentimientos’ otoñales, verdadera, tienes el don de las palabras! Me ha gustada muchíssimo. Es que nosotros, durante nuestra recién estancia en el Sobrarbe, aprovechábamos también “uno sobredosis de otoño en todo su esplendor” come tu lo dices. Los primeros días, aunque con colores otoñales, todavía tenían un toque de verano, con las altas temperaturas, varias mariposas, decenas de abejas, abejones y pequeñas moscas zumbando en torno del níspero en flor, y al atardecer, el sonido de algun grillo en la ladera. Después venía el ‘otoño’, con tiempo un poco más frío, unas lluvias muy locales que nos ofrecían unas esplendidos arcos iris de la Peña Montañesa hasta los Sestrales. Y el domingo, un día de nieve, todo blanco y gris. El lunes los tres juntos: El frío blanco en la alta montaña, los colores en el valle, un sol caliente y el zumbando alrededor de las flores blancas del níspero. Tienes razón que los alrededores de Escuaín son muy especiales y me gusta tu idea de “exposición de cuadras otoñales”. Para nosotros el 11 de noviembre (fiesta de San Martín en menudos lugares del Aragón, no?) es un día especial en este mes otoñal: recordamos los soldados muertos en la primera guerra mundial (y recientamente los de la segunda también), y a mi y Luc surgen imágines de poner flores en monumentos con nombres de personas –a nosotros desconocidas- (a veces de alumnos o ex-alumnos) cerca o dentro de la escuela y el himno nacional y los minutos de silencio en memoria de estas personas. No soy nacionalista pero lo triste es que a pese de todo esta pérdida y todo la pena que han causada estas guerras y todo esto de ‘nunca más’ el mundo sigue lleno de guerras, -aunque más localisadas y a menudo civiles-, no hemos aprendido nada de la historia. Bueno, con este último comentario, un poco amargo, lo sé, termino. Un abrazo.

Mariano -

Hola, Ana:

En los comentarios que hacéis quienes leéis los textos y os “atrevéis” a escribir, encuentro también razones para seguir manteniendo esta ventana abierta. La verdad es que en este tiempo que marca el calendario, tener cerca espacios naturales que se van transformando de manera tan hermosa, es un privilegio. Y sabes que Sobrarbe es un territorio que a nadie deja indiferente. Abrígate estos días que el otoño tiene mala cara…

Ana -

A falta de tener una varita mágica que me acerque un ratito de vez en cuando a mi tierra y poder vivir más de cerca esos paisajes que tanto quiero, pero que la distancia echa para atrás, el leer tus descripciones lo salvan.
Un abrazo Mariano.

Mariano -

Hola, Óscar:

Lo primero de todo, es felicitarte. Amigo, ya te vas haciendo mayor y hay que sentar la cabeza, ja, ja… ¡Qué bien que te pases por aquí de vez en cuando! No sé si leíste el comentario a tu comentario que te hice en otro texto anterior. Me gustaría que lo hicieras. Gracias por lo que dices y gracias por recordarme “bien”. Ya sabes que siempre pensé que eras una persona peculiar, pero que tenías un evidente potencial que debías sacar al exterior, centrarte en el trabajo y adelante. Sigo pensando lo mismo. El día que concentres toda tu energía y toda tu inteligencia en un objetivo, verás que los resultados serán muy diferentes; ojalá eso ocurra cuanto antes.
Te mando un saludo cariñoso (y un “toque” por algunos errores ortográficos que ya te he corregido en tu breve comentario). Saluda a tus padres de mi parte.

Óscar Balcázar -

Hola, Mariano:
Hace poco fue mi cumpleaños. Y estos días he pensado mucho en ti porque te comparo con los otros profesores del instituto y sales ganando.

Mariano -

En realidad hay muchos otoños conviviendo a la vez o sucediéndose en el tiempo. Está el otoño agrícola, el de la recolección y el de las nuevas siembras, a la vez; el otoño meteorológico, que va trayendo vientos, fríos, nieblas e incluso las primeras nieves; tenemos el otoño paisajístico, que embellece de manera extraordinaria los bosques mixtos, en los que los árboles de hoja caduca, primero se disfrazan y luego se desnudan; el otoño interior que ralentiza nuestras acciones y nos invita al refugio y la reflexión… Se me ocurren todos estos, para empezar… Y como siempre te digo, me gusta que te guste. Un abrazo.

silvia Luz -

Bellísimo Mariano! el otoño debe estar muy orgulloso por las descripciones que haces de él, y ni hablar de tu pueblo y tus lugares queridos. El "libro gratuito" sigue deleitándome en cada capítulo.