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"Meacuerdos" de infancia en Labuerda

LA SIEGA Y LA TRILLA

En el número 143 de El Gurrión, páginas 4 y 5, publiqué una amplia lista de recuerdos infantiles que abarcaban variados temas. En esta ocasión, y ya que estamos en verano, me centraré en los referentes a la siega y a la trilla, invitando a lectoras y lectores a hacer lo mismo, si les apetece.


Me acuerdo de la siega, cada año cuando llega el mes de julio. Me acuerdo de juntarnos una buena peonada para llevarla adelante. Me acuerdo del Campé del Crabero, de la Viña, de los Barrancos, del Olivar del Campo, del Campo de Casa…, fincas grandes o pequeñas que cultivábamos en casa. Me acuerdo que, de zagal, tendía bencejos para hacer sobre ellos los fajos, Me acuerdo de acercar gavillas y puncharme con as barzas y cardos. Me acuerdo que los mayores decían que para no puncharte había que apretar fuerte los cardos. Me acuerdo que esa solución no daba ningún resultado. Me acuerdo que me encargaba de poner a remojo los trecenales de bencejos en basones y basetas de os vallos o barrancos más próximos. Me acuerdo de ver a mi padre abrir el campo dallando con rascleta. Me acuerdo de cuando el trigo o el ordio se cortaba con la engavilladora, tirada por un macho. Me acuerdo que, como las gavillas quedaban un poco estiradas, había alguien con o rasclo arreglándolas un poco, para facilitar el trabajo a quienes debía cogerlas y acercarlas al que hacía y ataba los fajos. Me acuerdo que algunos de los que ataban los fajos se ponían en cada brazo unos manguitos de tela para protegerse contra los cardos y barzas. Me acuerdo que si había muchos cardos la cosecha no era muy buena. Me acuerdo que a los zagales se nos encargaba también ir a buscar la boteja o el botijo que se guardaba en la sombra o en alguna caseta de monte (cuando la había) o ir a llenarlos a la fuente más próxima. Me acuerdo que también acercábamos la bota de vino o algún porrón. Me acuerdo que cuando parábamos a echar trago nos sentíamos felices. Me acuerdo del efecto desagradable de las llastras del ordio por debajo de la camisa o camiseta. Me acuerdo de jugar a poner una cabeza de ordio al comienzo del brazo, por dentro de la manga y frotar por encima para que ascendiese por todo el brazo hasta el hombro. Me acuerdo de que alguna vez, a alguno se le metió en la boca y por poco se ahoga. Me acuerdo que algunos adultos fumadores paraban cada pocos fajos a echarse un cigarro. Me acuerdo que las marcas que fumaban eran: celtas, peninsulares, ideales… Me acuerdo del calor que pasábamos segando. Me acuerdo de que la comida y la merienda eran momentos muy deseados porque nos refugiábamos en la sombra y dejábamos de trabajar. Me acuerdo de las meriendas con buenas ensaladas en las que no faltaban las sardinas en aceite. Me acuerdo que los mayores aprovechaban, los ratos que estaban de buen humor, para contar historias, chistes y meterse con los zagales. Me acuerdo que algunos nos hacían reír. Me acuerdo que se trabajaba mucho. Me acuerdo cuando llegó la máquina atadora, tirada por el tractor. Me acuerdo que expulsaba las gavillas atadas, por eso se llamaba atadora. Me acuerdo que cada cuatro gavillas hacíamos un fajo. Me acuerdo que podías cogerlas por la cuerda y ya no te punchabas o te punchabas mucho menos. Me acuerdo que algunos años salían conejos pequeños de madrigueras que habían hecho en medio de los campos o algún nido de codornices y al pasar con las caballerías o las máquinas, saltaban de sus escondites y tratábamos de capturarlos. Me acuerdo que nos ayudábamos para segar con otras familias o casas y unos días estábamos en el campo de una casa y otro en el de otra y luego volvíamos a la primera y así… Me acuerdo que, una vez estaba el campo segado, los fajos quedaban allí hasta el momento de carrearlos hacia la era para la trilla. Me acuerdo que casi nunca se libraban de mojarse con alguna tormenta. Me acuerdo que, si se mojaban, cuando volvía a salir el sol había que tumbarlos hacia un lado para que se secaran. Me acuerdo que al día siguiente se tumbaban del otro lado. Me acuerdo que si estaban tumbados y amenazaba de nuevo con tormenta (cosa frecuente) había que ir a sentarlos, o sea, a ponerlos en su posición inicial, porque en el caso de que lloviera era la posición en la que menos agua iba a entrar dentro del fajo. Me acuerdo de ir corriendo más de una vez, porque la descarga de agua era inminente. Me acuerdo de cuando carreaban los fajos en carros o a lomos de machos, burras, etc. Me acuerdo de cuando se extendía la parva en la era y se pasaban el ruello o el trillo de pedreña o el de cuchillas. Me acuerdo que si amenazaba llover, había que recoger “aprisa y corriendo” la parvada, cosa que pasaba cada año. Me acuerdo de subir al trillo con mi padre y dar algunas vueltas por la era. Me acuerdo de que tenían que darle vuelta a la parvada, antes de volver a pisotearla de nuevo para que no quedara grano en las cabezas del ordio o del trigo. Me acuerdo de cómo había que esperar a que soplara el viento para poder aventar. Me acuerdo que, algunas veces, mi padre se levantaba antes de día para poder hacerlo porque era cuando hacía más viento. Me acuerdo que se ponía un madero delgado y largo (menero), tumbado en medio de la era, para ayudar a la separación del grano y la paja. Me acuerdo que se usaban unas escobas de ontina que hacía mi madre para limpiar las pajas que quedaban por encima del montón de trigo aventau. Me acuerdo de ir con mi madre a la Viña a cortar las ontinas, que crecían por el canto y por el vallo, para hacer luego las escobas. Me acuerdo que, finalmente, se utilizaban cribas o porgaderos para rematar la faena de la mejor manera posible. Me acuerdo de ir a respigar a los campos, una vez se habían llevado ya los fajos para trillar. Me acuerdo que las cabezas de trigo o de ordio que respigábamos se mallaban en casa y se les daba el grano a las gallinas. Me acuerdo que, cuando venía la trilladora a la era, para los críos era un acontecimiento. Me acuerdo que estábamos mirando embobados cada cambio de era. Me acuerdo que la primera tenía ruedas de hierro. Me acuerdo que la trasladaban muy lentamente porque era alta y estrecha y podía volcar porque las calles estaban de piedra y con desniveles. Me acuerdo que parecía un extraño animal desaparecido. Me acuerdo de que en algunos casos las dificultades del traslado eran grandes y a algunas eras ya no podía llegar por lo que había quien tenía que trillar en la era de otro. Me acuerdo del olor que echaba la grasa o lo que fuese con que se untaban las poleas de la trilladora. Me acuerdo del que estaba en el alimentador de la trilladora que cada poco rato tenía que cambiarse por otro para sacudirse el polvo que se le ponía en todo el cuerpo, por la nariz, por las cejas… Me acuerdo de cuando se atascaba la trilladora que solía saltar o romperse alguna polea y aquello retrasaba la faena. Me acuerdo del ruido constante del tractor que proporcionaba la fuerza motriz para que todo el juego de poleas de la trilladora funcionase. Me acuerdo de la carretilla con la que trasladábamos cada saco que se llenaba, hasta el lugar donde se iban apilando. Me acuerdo de las talegas blancas, largas o altas como un hombre. Me acuerdo que había que apretar la paja en el pajar para que cupiese más y de la fuerza con la que era expulsada por el tubo largo de la trilladora que hacia allí estaba enfocado. Me acuerdo que, antes de pisarla, la forquiábamos para amontonarla bien y tragábamos abundante polvo. Me acuerdo que todos los años, alguna gallina encontraba muy adecuado el montón de paja del pajar, trepaba hasta lo alto e iba depositando un huevo diario en un confortable cocholón. Me acuerdo que, todos los años, acabábamos por descubrir el escondite y recoger 15, 18, 20 huevos que había ido poniendo.  Me acuerdo que los años que había más cosecha o más cantidad de fajos por trillar, los pajares se llenaban de paja y había que hacer montones en la era. Me acuerdo que, en algunas eras, uno de nuestros pasatiempos, después de la trilla era tirarnos del tejado del pajar al montón de paja de la era. Me acuerdo que, en ocasiones, ese montón de paja se quedaba allí todo el año, y sobre él caía la lluvia, la nieve… Me acuerdo que se iba haciendo como un túnel para ir cogiendo paja seca en canastóns y para los críos podía ser un buen lugar para jugar al escondite u otros usos… Me acuerdo que el patio de mi casa se llenaba de sacos de grano, antes de ser llevados al granero. Me acuerdo que en mi casa el granero estaba en el piso más alto. Me acuerdo que había que subir los sacos hasta allí y vaciar el grano para que se secase bien (si se había trillado con algo de humedad) o para esperar a la venta del mismo. Me acuerdo que, cuando ese momento llegaba, había que volver a llenar los sacos y bajarlos de nuevo a pie de calle. Me acuerdo cuando aquella pequeña tortura dejó de serlo porque se habilitaron, como granero, espacios a pie de calle. Me acuerdo del Servicio Nacional del Trigo (años después llamado SENPA) a dónde se llevaba una parte de la cosecha y el delegado siempre encontraba algo de humedad o grano pequeño o cosas así que disminuían el precio… Y me acuerdo de cuando empezó a venir una cosechadora que ya facilitaba enormemente el trabajo. Me acuerdo que con las primeras, además del cosechador tenía que ir otra persona en un lateral de la misma para cambiar el saco donde caía el grano y atarlo, dejando que cayese al suelo donde era recogido con el tractor y el remolque. Me acuerdo que luego ya venían con una tolva que, cuando se llenaba, se vaciaba en sacos, dentro del remolque. Me acuerdo que, finalmente, la tolva se vaciaba directamente en el remolque…

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