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Reseña del libro "Desde que llegó Mauleen"

Desde que llegó Mauleen, de Elena Yáguez. Ediciones Irreverentes. Sevilla. Mayo de 2007. Colección Novísima Biblioteca. 234 páginas

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Mauleen, una joven mexicana viaja a España a conocer a su familia, tras el fallecimiento de su padre. Su familia española la componen sus tíos Tomás (hermano pequeño de su padre) y Herminia, su prima Inés y su abuela Nazaria. Pero hay otros personajes más que, estando fallecidos, aparecen nombrados en varios momentos, en el transcursos de la novela: Juan, el padre de Mauleen y hermano mayor de Tomás-; Eladio, el abuelo a quien su viuda Nazaria invoca con frecuencia, asegurando que si él viviera las cosas hubieran sido de otro modo; Pedro, el padre de Herminia, maestro que terminó detenido, humillado y asesinado por los fascistas y del que nunca más tuvieron noticia; María, la madre de Herminia, a quien ésta se refiere con frecuencia y Don Genaro -el cacique del pueblo- y su señora Doña Adela.

 Desde que llegó Mauleen”, a finales de los años cincuenta, a pasar un tiempo indeterminado con sus familiares españoles, en un verano caluroso, la vida de todo ellos quedó profundamente trastocada y fueron aflorando hechos y circunstancias que habían quedado enquistadas durante mucho tiempo y de las que nos vamos enterando a medida que pasan los días y suceden los acontecimientos.

 La guerra civil –que planea todo el rato sobre el libro- marcó un punto de inflexión importante y lastró la vida posterior de todos los protagonistas, pues al finalizar la misma, Juan que había tomado partido por el bando republicano, debió abandonar el país para salvar su vida, después de pasar un tiempo en el monte, convertido en guerrillero. Su marcha no dejó indiferente a ninguno; cada cual lo recordaba de una manera porque las relaciones que habían tenido con él eran lógicamente diferentes y su marcha provocó el silencio en su hermano, una tortura interior para Herminia, un recuerdo doloroso para la madre. Juan dejó el país y pasando por Francia, acabó en México.

 Dice Nazaria: “... Herminia, con sus quince años, cuando debía de estar bailando, subía cada anochecer a recoger la comida para mi Juan y los otros guerrilleros. Aquí los llamaban criminales y bandoleros. Pero eran guerrilleros, que yo no tengo pelos en la lengua. Al pan, pan y al vino, vino...”

 Herminia, por su parte, recuerda a María, su madre: “... -Con pelo o sin pelo, soy la misma, dijo mi madre cuando yo la abracé llorando con desconsuelo en cuanto se marchó Dionisio, entonces sólo un número de la Guardia Civil, blandiendo la maquinilla al aire. Luego le ascendieron, después de rapar el pelo a las mujeres. Ese fue su gran mérito para el ascenso...” (p. 158)

 La novela tiene una estructuración original puesto que cada hecho -sea grande o insignificante- es contado por los cuatro miembros de la familia. Es una novela a cuatro voces porque cada cual ofrece un punto de vista sobre el hecho en cuestión que ha provocado un enfrentamiento o una situación festiva o una desconcertante... Una excursión al río, una contestación intempestiva, una comida, una bofetada, una fiesta... es evocada de manera diferente por cada uno y el lector completa la información con ese puzzle de opiniones y puntos de vista. El lector, la lectora tienen, por tanto, parte activa en la novela; creo que bastante más de lo que es habitual, aceptando que cuando leemos, de algún modo, reescribimos el texto. La única que no tiene voz y a la que conocemos por las opiniones y los relatos de los otros cuatro es precisamente Mauleen.

 Tomás: “... Aún recuerdo el día que mi madre nos dijo que había llegado un nuevo maestro. Mi padre y yo acabábamos de dejar encerradas las cabras, como cada día. Padre se estaba aseando en la jofaina y yo había cogido un cacho de pan porque venía con hambre. A esa edad siempre tenía hambre y entonces no había mucho para comer. Mi hermano Juan estaba tumbado en la cama leyendo. Le dio por leer sin parar en aquellos tiempos aunque hubiera faena que hacer. Mi madre dijo que el nuevo maestro se había traído a la familia...”

 Cada capítulo está encabezado por el nombre de la persona que habla en ese momento. Hay 61 capítulos: 18 para Inés (que abre y cierra la novela); 15 para Tomás; otros 15 para Herminia y 13 para Nazaria. Cada dos, tres, cuatro páginas (como máximo), el lector se ve obligado (o invitado) a cambiar el ángulo de mira puesto que quien le cuenta es una persona diferente y, por tanto, le ofrece una versión distinta; estos cambios, esta estructura –a mi parecer- enriquecen los hechos y los personajes y agilizan enormemente la lectura. Aquí, uno de los elementos sorpresa es precisamente saber qué piensa, cómo vivió y cómo lo cuenta otra persona distinta de la que acaba uno de dejar...

 La autora, Licenciada en Sociología y catedrática de inglés de Educación Secundaria, ofrece algunos guiños “inevitables” construyendo sus personajes:  la afición de Juan por la lectura y, especialmente la profesión de Pedro (el padre de Herminia), un maestro rural con claras referencias al ideario de la ILE.

 Cuando Elena, la autora, me envió la novela, me escribió una carta en la que, entre otras cosas, me decía: “espero que no se te caiga de las manos”. Pues resultó que no, que no se me cayó de las manos; se me quedó pegada a ellas y la leí entre una tarde y el día siguiente. Es un buen retrato de un tiempo en blanco y negro, de este país; la única nota de color, en este libro, la pone la joven mexicana, Mauleen, que viene de otra parte del mundo, con un bagaje cultural y educativo diferente y además, recorre los alrededores del pueblo con sus cuadernos de dibujo y su maletín de pinturas; y con ese carácter indomable... (Uno se acuerda, sin querer de Frida Kahlo).

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