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Lectura para un centenario

El libro de los susurros, de Varujan Vosganian. Editorial Pre-textos. Valencia, 2014 – 575 páginas.

 (El día 24 de abril de 1915 se produjo el asesinato del mayor poeta armenio Daniel Varujan, a los 31 años de edad. El Día de la Muerte del Poeta se convirtió en la fecha en que los armenios de todas partes conmemoran el genocidio de 1915, iniciado en 1895 y continuado de diversas maneras hasta 1922.)

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Éste es un libro sobre el genocidio armenio, precursor del holocausto judío, pero todavía no reconocido por el país que lo provocó: Turquía. Es un canto coral sobre la historia reciente de ese pueblo maltratado. El libro deja en el lector un estado de ánimo desolador, porque te introduce en un asunto casi totalmente silenciado, pero de una brutalidad y de una inhumanidad que pone los pelos de punta y en cuestión la supuesta racionalidad humana. El desprecio absoluto por hombres y mujeres, la falta total de compasión y la firme decisión de barrer del mapa a los armenios acusan, a quienes así actuaron, de miserables genocidas. Dejo para el futuro lector que tome el libro en sus manos, vivir esas sensaciones, remover sus sentimientos. He querido articular este post con fragmentos del libro que nos eleven por encima de la parte más dura del relato de la desaparición de millón y medio de armenios; sobre todo, a partir de 1915.

El autor, Varujan Vosganian narra en primera persona lo que ha vivido y lo que le han contado. Lo que sigue es una mini colección de cuatro citas literarias textuales, extraídas de este libro rico en matices y tan conmovedor. Os invito a que las leáis y las podáis reflexionar.

 .. EL ESCORPIÓN DE LOS LIBROS. “No podía leer todos los libros de la casa. Pero los conocía por el olor. El abuelo Garabet me había enseñado a reconocerlos así. Un buen libro huele de cierta manera. Encuadernado en piel desprende un olor casi humano. Algunas veces, sin darme cuenta me pongo a olfatear los libros en una librería... Comprendí los libros, antes que nada, palpándolos y oliéndolos. No era yo el único. Entre las hojas veía algunas veces un insecto rojizo. “No lo mates”, me prohibía mi abuelo. “Es un escorpión de libros. Cada mundo ha de tener sus bichos. El libro también es un mundo. Los bichos están destinados a alimentarse de los pecados y errores del mundo. Eso mismo pasa con este escorpión: corrige los errores del libro”. Durante mucho tiempo no lo creí. Sin embargo, ahora, el narrador soy yo, una especie de escriba que quiere enmendar los viejos errores. Por ello, soy un escorpión de libros...” (Página 20)

 .. LA FOTOGRAFÍA Y EL FOTÓGRAFO. “El abuelo Garabet tenía una máquina fotográfica con trípode. A través de ella mirábamos el mundo. Y a nosotros mismos. En otro tiempo, el abuelo había sido un fotógrafo experimentado. En una época en que no existían las fotografías a color él coloreaba las suyas al pastel. Peor lo que más le gustaba era fotografiarse a sí mismo... Fijas el sitio y lo marcas con tiza. Aprietas el disparador y corres lo más rápido que puedas hasta el lugar marcado. Par esto se dispone solamente de tres segundos. Acto seguido, el botón se dispara automáticamente El abuelo se hizo fotografías sólo hasta que empezó la guerra. Durante una temporada no estuvo de humor para fotos y, después, ya no tenía la suficiente rapidez para ajustarse a los tres segundos...

El fotógrafo avisaba con unos días de antelación. Iba de pueblo en pueblo. Los más pudientes lo esperaban en casa y juntos buscaban el sitio más apropiado para el sillón donde se sentaba el patriarca de la familia y en trono al cual se congregaban todos. Los otros, más pobres,  acudían a la plaza del pueblo y se ponían en cola, sudando, con cuellos duros y vestidos largos de pliegues y delantales bordados. Un tiempo después, el fotógrafo pasaba de nuevo recorriendo los pueblos con las fotos enmarcadas. Encorvado en una banqueta, enseñaba los cartones sepia a la gente. Quienes se reconocían levantaban la mano y recibían la foto que habían pagado  y para la que habían sudado a mares.

En casi todas las casas de los viejos armenios he encontrado fotos como ésas. Las familias reunidas alrededor de los ancianos. Sin sonreír, rígidos, parecían más bien objetos de exposición que seres humanos. Los armenios, en aquellos años, se pirraban por fotografiarse. Era su modo de permanecer juntos ya que, poco después, las familias se redujeron y dispersaron. De esa forma, aunque muchos murieron, desorientados y en condiciones tan humildes que ni aún hoy se han encontrado sus sepulturas, sus rostros han quedado impresos en los cartones sepia descoloridos en los bordes. Queriendo hacer patente a toda costa que una vez existieron...” (Página 58)

 EL DÍA DE LA QUEMA DE LIBROS. La lista de libros prohibidos la trajo el cartero. El remolque estuvo tres días en la esquina de la calle. La gente cargó sacos de libros, sin saber si sería o no bueno mostrar que habían tenido libros prohibidos. Los libros retuercen la mente y generan enemigos del pueblo. La lista de libros era tan larga (la integraban incluso libros de texto y manuales escolares), que era imposible que nadie no tuviese en casa al menos uno prohibido. La gente, apurada, llenaba sacos compactos de libros y respiraba aliviada cuando los entregaba al individuo ataviado con mono en el estribo del remolque, en el extremo de la calle. “Es mejor así. Antes de que vengan ellos a buscarlos, más vale que los traigamos nosotros”, “Sí, pero no tenemos ningún libro de esta lista. O uno o dos… ¿Con qué vamos a llenar el saco?” “¡Qué más da!”, decía encogiéndose de hombros el cabeza de familia. “Los ponemos a montón, lo que tengamos por casa… Al final, los prohibirán todos, mejor librarse de ellos de una vez. ¿De qué te sirven hoy los libros de ayer? Hace más daño recordar.”

Nadie inspeccionó los libros, que permanecieron en sacos atados con cuerdas de tender, pues así resultaba más fácil descargarlos. Para que cupiesen en la plaza, frente al teatro Pastia, donde resistía como por milagro el busto de Mitita Filipescu, las excavadoras empujaban los sacos caídos. Se reunieron tantos libros que la plaza se llenó; las hojas arrancadas flotaban como aves blancas, empapadas de brisa. La gente al pasar los revolvía y los libros intentaban escapar, notaban que algo no estaba en orden, pues los hombres jamás se habían comportado así con ellos. Las botas los llevaban luego junto a los demás. Saltaban por el aire con las páginas revueltas y luego se acurrucaban esperando que, en lugar de las botas llegase una mano que los hojease. Las excavadoras, al empujarlos, y los sacos desgarrados dejaban salir hojas y tapas mezcladas al buen tuntún, que recordaba a cómoda antigua, a toquillas sin desdoblar. Luego, estaba el olor penetrante y el brillo de la gasolina que derramaron por encima. Y el fuego. Yo no había nacido en aquel tiempo, mi padre era un joven de apenas veinte años, delgado y con bigotillo, que miraba sin poder llorar siquiera, ya que el calor de la hoguera le quemaba las mejillas y secaba las lágrimas.

La pira duró toda la noche. Los custodios del fuego parecían gigantes alargados por las llamas que proyectaban enormes sombras sobre la gente que miraba en silencio, sobre las casas, las ventanas y la ciudad entera. Por la mañana temprano, de los montones que ardían lentamente se levantó un humo en que revoloteaban las chispas…” (Páginas 137 y 138)

 .. “En 1949, los personajes no están en El libro de los susurros sino que viven fuera de él. Más aún, forman parte de quienes azuzan contra los libros e incitan a la multitud a arrojarlos al fuego. En El libro de los susurros se habla del día en que ardieron los libros. Así como el día en que degollaron a los inocentes no pudieron matarlos a todos, tampoco la jornada de la quema de libros pudieron destruirlos todos. En la guerra entre el poder y los libros, aunque los únicos que mueren son éstos, el poder nunca gana. Porque los hombres han escrito más de lo que pueden olvidar.” (Página 281)

 .. INTERCOMUNICACIÓN EXTREMA. LOS PERIÓDICOS VIVOS. Sin filtrarse fuera, los deportados escribían para ellos mismos. Los manuscritos que han quedado del espacio de los siete círculos de la muerte se escribieron en las rutas de la deportación, donde quiera que se hallara un trozo de madera, un poste kilométrico, un árbol de corteza blanda o un muro. Durante mucho tiempo, hasta que las lluvias las desgastaron y los vientos las borraron, permanecieron escritas o grabadas en la madera y en la piedra palabras y letras armenias. Quienes pasaban dejaban aviso a los que venían después. Y éstos, si aún había sitio, añadían sus propias palabras. En los campos de deportados circulaban entre la gente hojas de papel. No estaban firmadas por miedo a las represalias ni fechadas...

 Las noticias describían las realidades de cada círculo de la muerte. Los que enviaban tales noticias eran los mensajeros elegidos entre los chavales porque eran más ágiles y tenían la posibilidad de infiltrarse sin ser vistos... Los mensajeros eran siempre voluntarios y los elegían entre los huérfanos, pues pocos padres aceptaban separarse de sus hijos. El que decidía en aquel extremos de los convoyes se llamaba Krikor Ankut. El que respondía en el otro, en Deir-ez-Zor, era Levon Sasian, hasta que lo mataron tras someterlo a tormentos inimaginables.

Krikor Ankut examinó al chiquillo y lo empujó dándole en el pecho, pero Sahag encontró fuerzas para mantenerse derecho y no cayó... Alguien se quedó de guardia fuera de la tienda y otro trajo un recipiente con agua. Hermine (la madre del chico) lavó cuidadosamente la espalda a Sahag, acto seguido el muchacho se tendió boca abajo y con los brazos en cruz. Krikor Ankut mojó la pluma en el tintero y escribió despacio en la piel del chiquillo. Le cubrió la espalda hasta la rabadilla de letras mayúsculas, lo bastante estilizadas para simplificar los signos y terminar lo antes posible, así como para arañar lo menos que pudiera al chaval, que soportaba sin quejarse las rascaduras de la pluma... El chico permaneció un rato inmóvil a fin de que la pintura se secase. Después mezclaron tierra en la escudilla de agua e hicieron un barro fino con que le taparon la espalda. Así, untado de lodo, sólo estaba un poco más sucio que antes...

 Sahag hizo exactamente lo que le habían indicado... Cuando llegó a Deir-ez-Zor buscó a Levon Sasian, que limpió el barro y leyó el mensaje de Krikor Ankut. Volvieron a lavarlo para trazar otras letras y, después, le extendieron en la espalda la pasta de lodo mezclada con ceniza...” (Entre las páginas 387-390)

 (Más adelante, la dirección del campamento descubrió al grupo de Levon Sasian, que había organizado los periódicos vivos que los huérfanos llevaban a la espalda de un campo a otro y también un sistema de aprovisionamiento de medicamentos y víveres, en la medida de lo posible. Levon fue asesinado de forma despiadada por el mismo comandante del campo.)

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Y, ahora que ya has llegado al final, puedes ver este documental sobre el genocidio armenio:

https://www.youtube.com/watch?v=SK-WUP1iw_4

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