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Pueblos del Somontano que empiezan por "A"

La lista de pueblos, cuyos nombres empiezan por “A”, en la provincia de Huesca, es tremendamente larga... Si te acercas a Sobrarbe, puedes visitar Araguás, Aínsa, A Fueva, A Buerda, A Espuña... Si viajas a la comarca a de la Litera, tampoco te faltarán lugares a los que ir: Alcampell, Altorricón, Algayón, Albelda... El pasado 15 de febrero, anduvimos por la zona del Somontano de Barbastro y visitamos, con diferente dedicación temporal, cuatro de esos pueblos: Azara, Azlor, Abiego y Alquézar. Como pasa siempre que vas a un lugar en el que no has estado, sueles encontrar elementos sorprendentes. También ocurre lo mismo cuando regresas a un lugar en el que hace mucho tiempo que no volvías.

En Azara, lugar de nuestra primera parada, la Peña de Santa Margarita nos ha invitado a ascender a una zona rocosa, en medio del pueblo, por escaleras rudimentarias talladas en la piedra. Es un enclave realmente singular y curioso. Su origen se pierde en el tiempo, aunque sabemos que el topónimo Azara es de origen árabe y también debió serlo la pequeña fortaleza sobre la que se construyó otra posterior, cristiana, en lo alto de la Peña: un risco al que se accede por escaleras talladas en la roca arenisca, por un lado, pero que es inaccesible por el otro costado, con caída vertical. Desde lo alto podemos contemplar plácidamente un amplio contorno y admirar los trabajos en la misma roca: un gran aljibe, depósitos, una cía o  silo y los restos militares de la construcción de la cima... Un recorrido por el pueblo nos va descubriendo detalles arquitectónicos, portaladas llamativas; balcones con trabajadas obras de forja y una mezcla de casas viejas y otras nuevas que mantienen el pueblo con vida. Nos acercamos al conjunto iglesia-torre a hacer algunas fotos. La torre parece que está mejor conservada (o recientemente restaurada) en los tramos más altos que en la mitad baja de la misma. Curiosa decoración la de un arco de la puerta de la iglesia, con muchos angelotes en posiciones casi gimnásticas, unos, y otros incorpóreos... A veces, la iconografía religiosa es un tanto “despiadada”. Imagino que, como no he visto todos los programas que Eugenio Monesma ha dedicado a las piedras en Aragón, también anduvo por este pueblo y explicó lo que los vecinos recuerdan de la Peña de Santa Margarita... Nos llamaron la atención dos nombres de calles: Calle el Aire y Calle Bucharabola.

Reanudamos el viaje, tras unos paseos y unas fotos y paramos en nuestro nuevo destino: Azlor. En Labuerda, conocemos últimamente la existencia de este pueblo por la presencia frecuente, en uno de los establecimientos hoteleros de la localidad, de Javier Rodrigo, natural de este pueblo del Somontano oscense. El último día que nos vimos en Labuerda (sería en las vacaciones de navidad) le comenté la intención de visitarlo y me hizo alguna sugerencia, tanto a la hora de las visitas, como de la comida... Aparacamos el coche debajo mismo de la estructura pétrea sobre la que está construida la torre de la iglesia y a la que vimos que se accedía por unos escalones de piedra, tallados trabajosamente sobre la roca viva; escalones que no pudimos ascender porque se hallaba cerrado el acceso a los mismos. Recorrimos algunas calles del pueblo y preguntando a un par de amables personas mayores, caminamos hasta uno de nuestros objetivos: la fuente Lavanera y los Lavaderos Moros. Cuando no sabes a dónde vas, los caminos suelen hacerse más largos... Tras una inesperada caminata, arribamos a los lavaderos. Una estructura curiosa, en la que el agua que llega de la fuente, es conducida por unos canalillos hacia cuatro receptáculos o piletas, de diferentes tamaños y profundidades que servirían para lavar y aclarar la ropa. Todo ello, excavado en una zona rocosa, elevada del suelo. Las mujeres deberían trabajar de rodillas porque, aunque en la información se dice que alguno de los recipientes permitía trabajar de pie, no parece que fuera muy cómoda esa posición. Nos llamó la atención que se encuentran bastante lejos del pueblo, para utilizarlos habitualmente... La fuente está un poco más arriba y mana un chorro de agua continuo. El panel explicativo de la fuente Lavanera nos dice que “Algunos lugares con agua, como estas fuentes y lavaderos, están habitados por mujeres muy hermosas, llamadas aquí moras o lavanderas” (y la verdad es que, a la vista de las dos “moras” que ilustran la información, eran realmente hermosas. Seguro que no faltaban crédulos que acudían al entorno a ver si divisaban a las “ninfas del agua”). Termina el panel con este comentario: “Estos espíritus fantásticos, relacionados con la naturaleza y con el agua, enlazan con épocas muy antiguas y mitos griegos como el de las náyades, ninfas de las fuentes y manantiales”.

Es conveniente “aclarar” (hablando de agua, precisamente, como estamos) que la referencia al “tiempo de los moros” es una referencia de antigüedad, simplemente (“aquello cuyo origen se perdía en la memoria, solo podía pertenecer al tiempo de los moros”). Alejado de nuestra posición, divisamos los restos del castillo (hoy torre) de Fernahuelo (imagino que Fernagüelo), lugar al que ya no nos acercamos. Regresamos al pueblo y nos dirigimos al lugar de aparcamiento para recoger el coche y continuar el viaje. Como el día era bastantes bueno, fue una pequeña y gratificante excursión. Ya en la carretera de salida, pudimos tomar unas imágenes bonitas del pueblo, encaramado en un altozano rocoso.

En Abiego estuvimos poco rato, porque ya era la hora de comer y en el bar-restaurante que nos habían indicado, había preparada una larga mesa para una comida destinada a un numeroso grupo de cazadores que ocupaban casi todo el espacio físico y la mayor parte del “conversacional”. Todos ellos, con jerséis, pantalones y cazadoras de camuflaje; “rambos rurales” algunos, de conversación sonora y buen apetito. Salimos de allí pensando dónde podríamos satisfacer nuestro deseo de comer... Rodeamos el espacio ocupado por la iglesia y la torre y tomamos algunas fotografías de escudos de fachadas. La puerta de la iglesia se veía, desde la recia verja protectora (cerrada a cal y canto y con un cerrojo bien ideado) sólida, llena de clavos ornamentales y con una lámina metálica que se suponía sobre la inicial estructura de madera... Toda esa seriedad y reciedumbre metálica, se derretía ante el sentido del humor (que para algunos no lo será y clamarán al cielo por la ofensa) de algún anónimo que había borrado una letra clave en el cartel anexo y convertido el inicio de la información en un disparatado “Abierta al culo los domingos...” Como era sábado, la encontramos cerrada...

Montamos en el coche, de nuevo, y nos dirigimos a la villa de Alquézar. Conocíamos este enclave geográfico, pero ya hacía años que no lo visitábamos. Mientras nos aproximábamos, les iba contando a Mercè y a Daniel la “odisea” que vivimos hará unos 14 o 15 años, en un viaje otoñal de todo el tercer ciclo (entre sesenta y setenta chicos y chicas). Igual no ha vuelto a llover con las ganas que llovió aquel fatídico día. Nada nos salía bien y encima, hasta entrada la tarde no paró de llover... Otro día lo cuento.

Aparcamos el coche, junto a las primeras casas y, caminando, buscamos un restaurante para comer. Lo encontramos con rapidez y nos acomodamos en una salita del primer piso, con una oferta variada de comida y un precio razonable. Comimos en Mesón el Vero y comimos muy bien. A la entrada me vino a saludar Pilar, la compañera de Pascual Nasarre, fallecido a principios de diciembre de manera fulminante. Con Pascual habíamos compartido charradas y fútbol en otro tiempo, en aquel piso y en aquel equipo de igual nombre que la calle donde vivía la colonia de las dos Salas (Altas y Bajas): Rosendo Novas... Como no suelo utilizar el móvil, me enteré de la noticia una semana más tarde, al leer un mensaje que me había enviado un amigo común, José Mari Salas. Fuerza y ánimo para Pilar y los dos hijos y el recuerdo amable y positivo de Pascual, un maestro comprometido e innovador y un hombre vitalista, con enorme sentido del humor.

Después de comer, dedicamos una hora a charlar, recorrer, mirar, detenernos, fotografiar, observar con detalle... Todos estos, y algunos verbos más, fueron conjugados reiteradamente. La sensación, desde la vez anterior, es que todo se ha arreglado de manera notable: las calles, las plazas, las fachadas, todos los innumerables elementos arquitectónicos... Aunque había varios negocios cerrados temporalmente, debido –imaginamos- al tiempo en que nos encontramos (febrero), vimos una infraestructura de índole turística, considerable. La máquina de fotos se iba de las manos: fachadas, ventanas, estructuras de forja, callizos, callejones, escudos nobiliarios, “trucadors”, puertas con herrajes, arcos, rejas de ventana, contraluces... Y, finalmente, la colegiata, alzada sobre la roca y a sus pies, como rodeándola y protegiéndola, el resto de la villa, con los tejados de las casas arreglados, con las fachadas traseras también adecentadas... La tarde se fue estropeando un poco y hasta cayeron breves y finas cortinas de agua, que no nos impidieron recorrer sus calles y plazas hasta que nos cansamos, dejando el resto para otro día. Regresamos de nuevo a Fraga con una sensación muy agradable y contando las anécdotas que habíamos vivido.

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