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La maleta epistolar y otras cartas de verano

El pasado 19 de agosto, bajé con Daniel al pueblo de mi madre: Escanilla, a mirar unas botellas viejas que tenía mi primo Federico por la bodega. Daniel colecciona chapas de bebidas, pero también recoge cajas de botellas y botellas viejas… Cuando ya nos íbamos, quise enseñarle a Daniel dónde estaba la cuadra en la que tenían las vacas y criaban y engordaban terneros. Le pregunté a mi primo por un par de objetos que estaban amontonados junto con troncos de leña y me dijo que los había tirado allí porque pensaba quemarlos. Lo convencí para que no lo hiciera y, uno de ellos, una maleta de madera (con papeles dentro) nos la subimos a Labuerda, rescatándola de las futuras llamas. Un par de días después, ya en Labuerda, abrí la maleta y empecé a ver que, los papeles en cuestión, en muchos casos, eran cartas viejas, dobladas, plegadas, sacadas de los sobres; había también sobres, a los que les habían arrancado los sellos (seguro que con fines coleccionistas), papeles de seda en los que habían dibujado motivos que luego serían bordados (imagino), media docena de cuadernos escolares de los años 30, etc.

 Empecé a desdoblar cartas, a leer algunas de ellas y me di cuenta que allí estaba una buena parte de la correspondencia familiar de dos décadas, aproximadamente; las de los años veinte y treinta del siglo pasado. Mi madre está pasando buenos ratos, leyendo algunas de aquellas misivas y recordando a personas de su entorno familiar a las que conoció y a las que, gracias  a las cartas, recuerda con más precisión, porque las palabras también estimulan recuerdos escondidos (que ni sabía que tenía). De vez en cuando, sale algún hallazgo especialmente interesante y pasamos un rato riendo las ocurrencias de quien escribió aquello que, ochenta años después, mi madre casi recita de memoria (por ejemplo, unas coplas que escribió una tía suya, maestra, que trabajaba y vivía en Piñel de Abajo, provincia de Valladolid).

Y yo, que sigo escribiendo cartas manuscritas (además de e-mails, post en los blogs y entradas en la página de facebook) y que he defendido siempre el valor de las comunicaciones escritas, me siento enormemente feliz con este legado que ha caído en mis manos de pura casualidad, (por ir a ver cómo estaba la antigua cuadra donde mi tío y mi primo criaban terneros y vacas) y que se ha salvado de las llamas “in extremis”. Algunas de ellas son documentos muy interesantes para publicar en El Gurrión, debidamente contextualizados y salvaguardando nombres y algunos otros detalles. Me queda una faena por hacer y es restaurar la maleta para que acabe guardando, ordenadas y desplegadas, las cartas que encontré en sus tripas. Será una maleta más, de una larga lista que he ido utilizando y nombrando en charlas y artículos; esta será “La maleta epistolar”, como ya se anticipaba en el título.

Me repetiré, una vez más. Me gusta escribir cartas a mano, y en este intercambio personal, la única persona que me supera hasta el momento, es mi amigo nonagenario –Julián Olivera Martín-. Cuando comenzó nuestra relación epistolar, íbamos a la par, pero rápidamente se puso por delante y ahora mismo me lleva una ventaja de varias decenas de cartas. Él comprende mi situación y disculpa que no pueda contestarle a todo lo que me escribe y yo pongo de mi parte todo lo que puedo para enviarle una cartita cada tres o cuatro envíos suyos y darle noticias de mi vida. Este verano la cosa ha seguido la misma tónica, con ventaja para Julián…

 A principios de agosto, preparé un documento relacionado con un proyecto de trabajo para el próximo curso, impulsado desde la biblioteca escolar. Se trataba de unas reflexiones en torno a los “libros de agua”, de los que les hablé –sin concretar- a mis compañeras al finalizar el curso. Ahora les he enviado el documento por correo postal, junto con una cartita de acompañamiento. Quienes me han contestado –ninguno con carta a mano, je, je- celebran la llegada a su buzón de un sobre manuscrito con un contenido inesperado y agradecen el detalle, a pesar de que en este caso, había dentro una propuesta de “suaves deberes vacacionales”; en total, fueron ocho cartas las que envié aquel día.

 Como ya he dicho antes, practico varias modalidades de comunicación escrita (con otras no me siento cómodo). De modo que, cuando Nati me escribe un e-mail desde Fraga o SilviaLuz, hace lo propio con un comentario en un blog, desde la Patagonia argentina, suelo responderles “con la misma moneda”: e-mail o comentario al comentario. Es lo que ocurre también en territorio facebook. Si coloco una foto con un texto o un álbum de fotos y alguien lo comenta, procuro decir algo sobre el comentario o escribir una respuesta general o mandar, en algunos casos, un mensaje personal. Quiero decir con esto, que no le hago ascos a la comunicación electrónica; no tendría ningún sentido adoptar una actitud de confrontación o de ignorancia de estos medios tecnológicos que nos han cambiado la vida. Entre e-mails y mensajes internos o comentarios a los textos de facebook, uno da y recibe pulsiones de variado signo, con un punto de humor y evidentes “granos” de afectividad; se trata, en general, de una comunicación más rápida, breve y numerosa.

 Pero una carta es una carta. Estoy hablando de un trozo de papel o de cartón, una hoja reutilizada o una tarjeta en la que, de puño y letra, escribimos lo que pensamos de aquella persona que hemos colocado en el centro de nuestra mente y con la que nos disponemos a hablar de una manera especial. Hacemos bailar las palabras para elegir aquellas que mejor expresarán lo que queremos decir. Una carta manuscrita es más propensa a la pausa, nos sugiere dilatarnos algo más en el tiempo necesario para escribirla y, además, lleva impregnado el aroma personal de quien la escribe. Si al despedirnos queremos enviar un abrazo a nuestro/a corresponsal, lo que enviaremos será un ABRAZO; frecuentemente, cuando escribimos un e-mail y nos despedimos así, lo que enviamos o recibimos es un “abarzo”, que no es lo mismo, je, je. ¡Cuántas veces, cuando escribimos con el ordenador, cambiamos sin querer el orden de las letras y se forman palabras graciosas, inesperadas, imposibles que provocan la sonrisa!

 Habitualmente, cuando envío la revista El Gurrión a las amistades suelo colocar en el interior de la publicación, unas líneas de saludo a quien va dirigida. No son, por extensión, una carta propiamente dicha, pero quieren saludar y recordar al destinatario y sé que algunos las agradecen. En este último envío (de mediados de agosto) no incluí la citada nota, pero a cambio, dentro de la revista coloqué una nueva publicación de 42 páginas: “Cuadernos de Macoca – 1”, con textos y comentarios extraídos del blog “gurrion.blogia.com” y que forman parte de la publicación digital: “Diario de un maestro”. Por vía electrónica, preferentemente a través de facebook, pero también por e-mail, algunos amigos y amigas me han enviado el recibí de ambas cosas y algunas buenas y animosas palabras. Antonio G. Teijeiro, amigo maestro y poeta gallego, hizo un amplio comentario en su blog sobre el número 132 de El Gurrión. Le escribí una carta para agradecerle el amplio tratamiento y las generosas palabras que nos dedica (a El Gurrión y a mí, je, je). Mi amiga Mamen me sorprende, de vez en cuando, con una de esas cartas que se leen con placer y desprenden un aroma singular. Ante la recepción de una carta así, una vez leída y releída, suelo contestarla pocos minutos después de recibirla, tal es la emoción que me embarga. Le escribo a Joaquina Dorado, legendaria luchadora antifranquista, en momentos en los que su salud (a sus 95 años) está un poco deteriorada…

 Necesito algo más que una maleta para guardar todas las cartas que he recibido (las guardo todas). No sé, imagino que mis hijos o los nietos, si llegan, dudarán sobre qué hacer con este patrimonio afectivo que a ellos no les dirá nada o les dirá poco, pero a mí me cuesta tirar una carta al papel reciclado. Tendré que dejarles instrucciones claras para exculparlos de cualquier decisión que tomen, je,je. Guardo cientos de cartas. Tienen letras diferentes, cuentan historias distintas, son de procedencia muy variada y en cada una de ellas hay un trocito de la persona que la escribió.

 Este mes de agosto he recibido otro grupo de cartas que me han hecho mucha ilusión; son de niños y niñas de doce años que fueron alumnos míos los dos cursos pasados. Marc, que fue el primero, escribe una carta con un  dominio del idioma impropio de su edad: “…A veces, uno, con tanto tiempo libre no sabe qué hacer y se busca cualquier entretenimiento. Algunas tardes voy a casa de mi abuela a hacerle compañía un rato… Hablando sobre temas escolares, ¿qué te han parecido estos dos últimos años? Yo, personalmente, me llevo un buen recuerdo de ese tiempo. Nunca habíamos escrito sobre nosotros, nuestros pensamientos, poemas… Yo, entre otros, creo que jamás nos habíamos sentido tan integrados en el tema de la biblioteca y la lectura…” En segundo lugar llegó la carta de Yolanda, con un comienzo muy prometedor: “Te escribo para agradecerte la bonita foto que me enviaste hace unas semanas, felicitarte por tu pasado cumpleaños, mantener una correspondencia contigo y contarte qué he estado haciendo este verano, cómo me he sentido, en qué he pensado…” Yolanda me cuenta todos los libros que ha leído y su preocupación ante el reto de empezar en septiembre la secundaria y me desea un buen próximo curso “en caso de que no te jubiles”. La carta de Gerard llegó con un regalo añadido. Había estado, con sus padres, un rato el día de la “Ronda de la bandeja” en Labuerda y me mandaba cuatro fotos que nos hicieron mientras cantaban en casa y escuchábamos las jotas alusivas. Me pregunta por mi viaje a Dinamarca; me informa que quedó clasificado en quinto lugar en el Campeonato de España de billar, celebrado en Murcia y dice: “Después del mes de julio tan intenso, este mes de agosto me lo estoy tomando con calma: duermo más, no entreno tanto y leo libros”. El mismo día llegó la carta de Mónica: “Te escribo esta carta para que sepas que me acuerdo de ti y para contarte algunas cosas del veranito…” Y a ello se aplica, con todo lujo de detalles: “Este mes de agosto, los miércoles, vamos a comer y a cenar al monte. Allí pasamos el día. El resto de mañanas nos ponemos con los vecinos a vender cosas que hacemos. Yo vendo anillos. La venta no va nada mal. He ganado 37 euros en total…” y, casi al final, Mónica escribe: “Darte las gracias por todos los buenos momentos que hemos pasado, tanto yo como mis compañeros, junto a ti; es un honor para mí…” Paula fue la siguiente en escribir y su carta no empezaba demasiado bien: “Para mí este verano ha sido uno de los peores, porque las amigas casi no nos juntamos y yo a la piscina de Fraga casi no voy…” Luego, eleva ya el tono optimista al referirse a su viaje a Andorra y manifestar claramente que lo pasó muy bien haciendo la ruta del hierro (“… era una ruta que mientras caminabas encontrabas esculturas de hierro a los lados del camino”) y visitando el museo de miniaturas. Finalmente, manifiesta muy claramente sus sentimientos hacia el futuro inmediato: “Tengo muchas ganas de comenzar el instituto, y hacer ciencias naturales en inglés y matemáticas en catalán”, cosas del trilingüismo… Y Rocío, con una letra sensiblemente mejorada, me escribe una amplia y jugosa carta: “Sé que te escribo un poco tarde, pero es que…, no sé, esperaba un poco para contarte un par de cosas más”, je, je, me río de la naturalidad. Y continúa: “Quería empezar hablándote del libro que me empecé a leer la semana pasada. Se titula <Un capitán de quince años>, y es…, de un escritor muy peculiar que digamos que escribía sobre cosas que iban a suceder y al final sucedían de verdad, pero unos cien años más tarde. Supongo que ya sabrás de quién te estoy hablando…” Rocío es mundial, realmente.

 Las seis cartas mencionadas han sido auténticos regalos. Las he recibido con sorpresa y algunos pasajes me han emocionado. Todas las contesté el mismo día que las recibí e incluí en el sobre, además de mi larga carta manuscrita de respuesta, un puzzle de cinco marcapáginas sobre una foto vieja de Labuerda y el tríptico de coleccionismo. Creo que lo guardarán todo como un bonito recuerdo y sé que cuando vieron en el buzón un sobre con su nombre, se emocionaron un poco. Otro día hablaré de las comunicaciones “feisbuseras”, para recuperarlas y echarnos unas risas. Por hoy, ya tengo/tenéis bastante.

4 comentarios

Mariano -

Je, je, y me lo dices tú, Mamen, que eres una de las pocas personas con las que aún puedo cartearme "a mano". Me gusta mucho eso que has escrito de "un tiempo hermoso y regalado". Cuando escribimos un e-mail solemos ir rápidos. La carta propone pausa, invita a pensar un rato en la persona a quien la diriges; en ocasiones -al menos yo- miro una fotografía de ella para tenerla más presente. Eso..., que una carta es uan carta. Un abrazo, querida Mamen.

Mamen -

Pues sí, Mariano, "una carta es una carta" y casi diría también, que recibirla y escribirla es una fiesta... Pensaba que tendemos -la primera una- a economizar y rentabilizar el tiempo y eso lo relacionas con la comunicación digital, pero no... El cariño en las palabras manuscritas es un tiempo hermoso y regalado. Un abrazo

Mariano -

Deberías buscar esa caja, deberías... Hace cuarenta años, por aquí tampoco había nada de lo que tú nombras; entonces las comunicaciones por carta eran más habituales y es una pena que no se hayan conservado más en nuestras casas, porque mostraban una forma de expresión y una manera de relacionarse. Eran las prubeas palapables y evidentes de cómo intercambiábamos noticias y afectos con nuestros familiares y amistades. Hoy las cartas han sido desplazadas del "podio" de la comunicación (ocupado por los móviles y sus innumerables funciones, el correo electrónico, blogs, webs, skype..., pero una carta es una carta, amiga... Lo malo es que a muchísimas personas les gusta recibir ese mensaje escrito en una hoja de papel, dentro de un sobre que lleva la dirección escrita a mano, pero les cuesta mucho remangarse y escribir la respuesta, para que la comunicación sea más efecticva y vaya y vuelva con fluidez... No dejes de pensar en mi invitación. Un abrazo.

Silvialuz -

Hola Mariano! qué hallazgo interesante! Yo debería buscar la caja que tengo guardada con las primeras cartas que recibimos al mudarnos al sur, creo que tengo de dos o tres años. Hace 30 años no había celulares, no teníamos teléfono fijo, ni fax ni nada que se le parezca, hablábamos una vez por semana desde la central de teléfonos a un vecino de mi suegra para enterarnos de algo, mi mamá, mis hermanos y amigos escribían. Siempre tus post son disparadores de ideas y recuerdos, por eso me encanta leerte. Ya pensaré eso que me propones sobre escribir algo. Un abrazote.